lunes, 8 de enero de 2007

III - Pérgamo (3a. parte)

Capítulo III
P É R G A M O
(3a parte)

Jerónimo Sofronio, Eusebio (340-420). Nacido en Astridón, cerca de Aquileya (noroeste de Italia), de padres cristianos. De los llamados padres latinos se considera que fue el más erudito. Estudió en Roma literatura (griego y latín), retórica y oratoria, pero prefirió la vida monástica, rayana en el ascetismo, viviendo, entre otros lugares, por muchos años en un monasterio que estableció en Belén, sin embargo, no fue un hombre humilde, pues se distinguió por ser intolerante con sus críticos. Por mucho que se esforzaba, el temperamento de Jerónimo no estaba formado para la vida del ermitaño. De joven, con Rufino de Aquilea los domingos solía traducir las inscripciones cristianas en las catacumbas. Viajó a las Galias relacionándose con los monjes de Tréveris; de vuelta permaneció un tiempo con un grupo de ascetas y aprendió hebreo, perfeccionó el griego, para luego irse hasta Antioquía, donde fue ordenado presbítero, y Constantinopla en la época del concilio ecuménico del año 381, y en donde al parecer estudió con Gregorio Nacianceno y Gregorio de Nisa.
De vuelta a Roma llegó a ser secretario del obispo Dámaso, quien le sugirió la traducción de la Biblia, tarea que más tarde emprendió en Belén. Su obra más conocida es la Vulgata Latina, versión de la Biblia de los originales hebreo y griego (sin usar la Septuaginta) al latín popular, que es aún la Biblia oficial del sistema católico romano. Para desarrollar este trabajo usó la hexapla de Orígenes, y se negó a incluir los libros apócrifos en el canon, y los tradujo poniendo una nota declarando que no los había encontrado entre los libros sagrados hebreos, aclarando que su traducción se debía sólo para que sirviera como lectura edificante y de información histórica. La versión de la Vulgata no es fiel en numerosos pasajes debido a que Jerónimo ignoraba muchos de los códices y manuscritos que fueron descubiertos posteriormente, y tradujo en algunas partes cambiando totalmente el original.
Tomó parte en controversias teológicas relacionadas con Vigilancio, Orígenes, Pelagio, Goviniano, su antiguo amigo Rufino y hasta con Agustín de Hipona. Además de la Vulgata, Jerónimo escribió muchas cartas, escritos históricos, obras polémicas y comentarios bíblicos, así como escritos hagiográficos, como la Vida de San Pablo el Ermitaño. También escribió Viris Ilustris (Varones Ilustres). Se debe tener en cuenta que la hagiografía es el estilo de biografía que suele representar a la persona como un héroe de la fe. Murió en Belén, allí donde había pasado los últimos treinta y cuatro años de su vida.

Juan Crisóstomo (345-407), llamado por su gran elocuencia la boca de oro. Nació en Antioquía de padres fervorosamente cristianos. Su hábil oratoria tal vez se deba a que en un principio se preparaba para la carrera de abogado, pues adelantó estudios de filosofía y retórica con el célebre profesor pagano Libanius y también con Diodoro de Tarsus. Fue bautizado alrededor de los veinticinco años, llegando a ser fraile, pues antes que obispo fue un monje. Más tarde, al ser ordenado, se destacó como un gran predicador ardiente y elocuente, a tal punto que por ruego del mismo emperador fue hecho obispo de Constantinopla en 398. En la oratoria era un gigante por encima de los gigantes. Desde allí envió misioneros a tierras de los bárbaros, pero fue desterrado por haber combatido, desde el púlpito de la basílica de Santa Sofía, el vicio entre el clero y el laicado rico, por su celo transformador, fidelidad e independencia, que causaron choques con la emperatriz Eudoxia, esposa del emperador Arcadio.
Se destacó también por sostener que el medio más eficaz de influir en la conversión de los demás era dándoles ejemplo de una auténtica vida cristiana. En la oratoria expresaba oralmente su propia vida, siendo el púlpito más bien un lugar donde batallaba contra los poderes del mal. "No habría más paganos, si fuésemos nosotros verdaderos cristianos", acostumbraba decir.
De él se cuenta que emprendió la destrucción de los templos paganos en Alejandría a finales del siglo cuarto, pues se cuenta que sus célebres homilías de las "estatuas" fueron causa de grandes acciones iconoclastas. En esa ciudad también convirtió al Serapeo (gran santuario de Serapis) en templo cristiano. Influido por las ideas pelagianas, Juan Crisóstomo insistía en que los hombres pueden escoger lo bueno, y al hacerlo, la gracia de Dios viene en su ayuda a fin de fortalecerlos para hacer la voluntad de Dios. Murió en el exilio en 407 el hombre que hablaba palabras de oro, porque hablaba lo que era de Dios.

Agustín de Hipona. Nació en Tagaste, pequeña ciudad romana de Numidia (hoy Argelia), África del Norte (354-430), de madre cristiana (Mónica) y padre pagano. Entre los datos biográficos queremos resaltar que siendo joven, Agustín recibió instrucción cristiana bajo la influencia de su devota madre, sin que llegara a hacerlo bautizar, posponiéndolo por la mencionada creencia entre sus contemporáneos de que el bautismo lavaba los pecados cometidos antes de ser administrado. Por la lectura del Hortensius, de Cicerón, el famoso orador de la era clásica romana, Agustín fue atraído por la filosofía y el pensamiento helenístico en general, especialmente por el neoplatonismo y la influencia de lo epicúreo, escéptico y ecléctico, pero en la filosofía no encontró la respuesta a los grandes problemas de la existencia y a los interrogantes de la vida.
Fiel a sus ideas lógicas y racionalistas se decidió entonces por el maniqueísmo, movimiento que le planteaba una explicación de la dicotomía del mal y del bien, del que también se separó, pues tampoco le satisficieron sus inquietudes intelectuales. Se ejerció de maestro de retórica en Cartago, Roma y eventualmente en Milán, en donde conoció y fue influido por Ambrosio, obispo de la ciudad.
Al principio se interesó en escuchar a Ambrosio sólo por motivos didácticos, pero poco a poco además del estilo y la retórica, Agustín se fue interesando por el contenido de los sermones. Fue encontrando las respuestas que no había visto en la filosofía helenística ni en el maniqueísmo, y determinó estudiar de nuevo la Biblia. Pero Agustín continuaba con la misma impotencia para controlar sus impulsos de la carne, que lo habían caracterizado desde su adolescencia, época en que, antes de que cumpliera los dieciocho años, en Cartago una concubina le dio un hijo, a quien llamó Adeodato, que significa, "dado por Dios". Un día Agustín se alejó del corrillo de sus jóvenes amigos a un rincón de un apacible jardín, otros dicen que lo cierto era que estaba esperando una mujer casada, y hallándose en una lucha de conciencia, le pareció escuchar una dulce voz que le decía: "Toma, lee", viendo frente a sí un ejemplar de la epístola de Pablo a los Romanos, posando sus ojos en las palabras "Andemos como de día, honestamente; no en glotonerías y borracheras, no en lujurias y lascivias, no en contiendas y envidia, sino vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne" (Ro. 13:13-14).
Todo esto fue precipitando su conversión, y el día 25 de abril de 387, él y Adeodato fueron bautizados por Ambrosio. Una vez superados los conflictos de la carne, Agustín manifestaba que le persistía el problema del orgullo, pero regresando al África se aplicó en el estudio de la Biblia y llegó a ser un escritor prolijo, dejando una obra literaria de casi cien libros. Fue obispo en Hipona desde el año 395 hasta su muerte en 430. Hay consenso en que después de Pablo, fue el cristiano de mayor, más profunda y prolongada influencia sobre el cristianismo de Europa occidental, en especial por haber sido un ubérrimo escritor que enriqueció a la Iglesia, particularmente en occidente, con ese gran depósito que había recibido de los aportes de las escuelas de Alejandría, Antioquía, y otras, aunque padeció de algunos errores, fruto de su formación helenística.
Agustín sostenía que en el principio los ángeles y hombres fueron creados racionales y libres y que antes de la caída no existía mal en ninguna parte de la creación, rebelándose de paso contra el principio malo de los maniqueos. Sostenía Agustín que la capacidad para la libre elección racional es simultáneamente un don de Dios destinado para el bien del hombre, como también su mayor peligro, y lo tenía como la cualidad más elevada del hombre. Por su trasfondo neoplatónico, sostenía que las criaturas dotadas de libre albedrío racional (ángeles y hombres) pueden existir sin ser malvados, aunque sólo ellos pueden ser malvados; y que Adán, empleando esa capacidad de libre elección racional, cayó en el pecado y el mal pasó a toda la raza humana.
Enseñaba asimismo que la raíz del pecado humano es el orgullo, el amor propio, el deseo de la criatura de colocarse en el centro, desplazando al Creador, el querer hacer su propia voluntad en vez de la de Dios. Y creía, además, que después de la caída el hombre es totalmente incapaz de levantarse de su degradación por su propio esfuerzo. El hombre se concentra tanto en sí mismo, que es incapaz de elegir a Dios, y que sólo podemos ser rescatados mediante un segundo nacimiento, mediante un nuevo acto de Dios. Ahora, bajo el cautiverio del pecado y de la muerte, la libertad sólo puede venir por la gracia de Dios, la cual estaba en Cristo, plenamente Dios y plenamente hombre; el segundo Adán, con el cual Dios empezó de nuevo, pero equiparaba los sacramentos con la Palabra, como medios para alcanzar la gracia, aunque afirma que la mera participación en los sacramentos no nos hace miembros de la verdadera iglesia. Pero se inclinó por el bautismo de los niños, diciendo que si en Adán todos hemos pecado, los niños nacen merecedores del infierno y perecen si no son bautizados. Tomaba Agustín el acto sexual como transmisor del pecado original, por cuanto conlleva concupiscencia, que para él era la esencia del pecado original.
Fue tan profunda la influencia ejercida por Agustín en la Iglesia, que se puede decir que duró alrededor de mil años, tiempo en el que era de obligada consulta por todos los estudiosos de teología. Escribió sobre teología cristiana abarcando diversos temas como la hermenéutica, la exégesis, historia, filosofía, etcétera, y sus escritos fueron citados constantemente por los reformadores para defender la doctrina de la gracia y la seguridad de la salvación. Agustín, citando a San Pablo, afirmaba la predestinación, convencido de que todos los hombres al participar del pecado de Adán merecen el juicio, pero Dios por el puro afecto de su voluntad, y para alabanza de la gloria de su gracia, resolvió predestinar a algunos para salvación, sin tener que ver con méritos humanos; que el número de los predestinados es fijo, y todo el que es predestinado se salva. De acuerdo con Agustín, la gracia es efecto de la predestinación, pero ¿no será que la predestinación es producto de la gracia? Calvino, Lutero y otros reformadores suelen citarlo constantemente. Entre los libros más famosos y leídos de este genio del cristianismo, relacionamos:
* Confesiones, obra autobiográfica, un conmovedor y profundo registro de las luchas y el peregrinaje del alma humana. En esta obra interpreta su pasado desde la muerte de su madre Mónica, y en donde sin miramientos se acusa a sí mismo, y en donde usa una filosofía llena de controversias, sobre todo contra los maniqueos.
* De Civitate Dei (La Ciudad de Dios), obra escrita en el año 412 y que consta de 22 libros, a manera de una interpretación filosófica de la historia y de todo el drama humano. Provocado Agustín por el saqueo de Roma por parte de Alarico y sus godos en 410, y siendo que todavía existía un fuerte número de paganos en el territorio imperial, esta obra era una contestación en su momento a los que acusaban al cristianismo como responsable de la caída de Roma en manos de los bárbaros, y de ser culpables de debilitar la antigua fuerza del Imperio Romano, que Roma había caído por haber abrazado al cristianismo y haber abandonado los antiguos dioses que la habían engrandecido y llenado de poder. En la trama del libro, Agustín contrasta la historia paralela de dos ciudades, cuya construcción se basa en principios opuestos. La ciudad de Dios, fundada sobre el amor de Dios, y una opuesta, la ciudad terrenal fundada sobre el amor a sí mismo, y que entre ambas hay una guerra sin cuartel. En la historia de la humanidad aparecen reinos y naciones fundados sobre el amor a sí mismo, y que no son sino expresiones de la ciudad del mundo, hasta que llegue el tiempo en que sucumban, y sólo subsista al final la ciudad de Dios. Eso le ocurrió a Roma en su oportunidad. En la historia paralela se aprecia el contraste en Abel y Caín, Jacob y Esaú, Jerusalén y Babilonia, la Iglesia y el Imperio Romano.
Resulta supremamente interesante hacer algunas acotaciones sobre esta obra. Hemos estado analizando en este capítulo ese período matrimonial de la Iglesia con el Estado, llamado Pérgamo. Los griegos consideraban la historia como una serie interminable de ciclos repetitivos, y en contraste, Agustín, con base escrituraria, sostenía que la historia tuvo su principio y tendrá su fin. Sus contemporáneos contemplaban la caída de Roma con profunda congoja, pues veían en el Imperio Romano y su "divino" gobernante como el sostenedor de la unidad social. Por contraste, Agustín miraba esa hecatombe con esperanza, en el convencimiento de que el dominio secular había de ser reemplazado por un mejor orden de cosas, establecido por Dios. Esta línea de pensamiento la tomaba Agustín arrancando desde el Génesis, y veía la ciudad terrenal tipificada por Caín y la celestial por Abel, como lo que la Palabra de Dios designa como la lucha entre las dos simientes, la de la mujer, Cristo, y la de la serpiente, Satanás. De acuerdo con Agustín, la ciudad terrenal fue construida con base en el egoísmo y el orgullo, y la celestial es dominada por el amor de Dios, el cual destierra todo egoísmo.
Considera Agustín que la ciudad terrenal no es mala del todo, por cuanto Babilonia y Roma, sus representantes por excelencia, aunque con gobiernos que cuidando sus propios intereses, habían traído paz y orden. En cuanto a la celestial, que en este aspecto se confunde con el reino de Dios, los hombres entran a ella aquí y ahora, pues está representada eventualmente por la Iglesia, el Cuerpo de Cristo, aunque Agustín la miraba más bien desde el punto de vista de la organización visible de la Iglesia en su tiempo, por cuanto él planteaba que la ciudad terrenal tendría que decaer a medida que creciera la celestial. Seguramente que algunos de estos planteamientos fueron en su oportunidad mal interpretados con consecuencias funestas.
* De la Trinidad
* Contra académicos.
* De Beata Vita
(De la vida feliz).
* Soliloquia (Soliloquio, monólogo).
* Inmortalitate animæ (De la Inmortalidad del alma).
* De Genesi (Del Génesis).
* Contra Manichæos (Contra los maniqueos).
* De libero arbitrio (Del libre albedrío). Obra en la que refuta a los maniqueos y sale en defensa del libre albedrío.
* De vera religione (De la verdadera religión).
* Obras anti-pelagianas y las anti-donatistas. Durante la época de su pastorado, Agustín se enfrentó tanto a los donatistas como a los pelagianos.
Conforme la época histórica que le tocó en gracia vivir, Agustín conservó un moderado lugar intermedio entre el bando que se mezcló totalmente con el Estado y su influencia pagana, y el otro extremo de los que optaron por retirarse al desierto y a la vida ascética.
Con Agustín se inicia una nueva orientación doctrinal, conducente a la subordinación de la Iglesia al poder temporal. De acuerdo con los propósitos de Dios, el hombre necesita reconciliarse con Él a través de la justificación por la obra de Jesucristo. Agustín orienta su teología de tal manera que pasa sin transición de la idea paulina de justificación a la jurídica de la justicia, y esto encierra la idea de realizar justicia orientada a la justificación. Esta orientación filosófica de las doctrinas paulinas admitió que legítimamente la sociedad organizada tenía derecho a exigir la obediencia del cristiano, alegando su origen divino y por estar regida por la providencia. Con base en estos planteamientos, sus epígonos terminaron por absorber el Estado en la Iglesia. Más tarde se verían los abusos, y saldría a la palestra la teoría de las dos espadas, la espada del poder temporal y la del poder espiritual, del papa Gelasio (492-96), afirmando la superioridad pontificia, seguido por el tránsito a las tesis del agustinismo político defendido por Gregorio Magno (590-604). La nueva iglesia iba poco a poco construyendo una torre más alta pero en la confusión terrenal. La iglesia apóstata se arrogaría definitivamente del derecho a gobernar tanto en la esfera religiosa como en la política.

Herejías en Pérgamo
Desde sus primeros días, la Iglesia había sido escenario de controversias teológicas, como las de los judaizantes, los gnósticos y otras doctrinas semejantes. Más tarde, en tiempos de Cipriano, obispo de Cartago, la cuestión de la restauración de los apóstatas. Después de promulgado el Edicto de Tolerancia, se propagaron nuevas ideas que perturbaban las iglesias cristianas, o se desarrollaban las iniciadas en los períodos anteriores. A lo largo de la presente obra hacemos énfasis en la influencia del neoplatonismo sobre la cristalización de las doctrinas cristianas, el cual enfatizaba al espíritu a expensas de la carne. Ahí tenemos, por ejemplo, el monofisismo, doctrina que menospreciaba el elemento humano en Cristo, pero que tuvo más aceptación en oriente que en occidente. Los monofisitas decían que Cristo sólo tenía una sola naturaleza, la divina. Una de las principales herejías desarrolladas en la época fue el arrianismo; y dice Eusebio de Cesarea, en su Historia Eclesiástica, que al emperador Constantino le interesaba un cristianismo unido, pues cualquier cisma amenazaría la unidad del Imperio, e impulsó la convocatoria a un Concilio en Nicea (325) para solucionar el problema del arrianismo, y aplastar las inherentes diferencias de opinión, y en consecuencia fue aprobado el llamado Credo de Nicea, que constituye una confesión de fe cristológica. De acuerdo con el espíritu de la época, quienes no aceptaron las decisiones del Concilio, fueron desterrados, porque a diferencia de los períodos anteriores, en los cuales se descubría la verdad mediante el debate teológico y la autoridad de la Palabra de Dios, ya en tiempos de la Iglesia comprometida con el Estado, era la autoridad imperial y la intriga política la que definía, en última instancia, esta clase de controversias.

Donato y el donatismo. Como se había dado en el siglo III con Novaciano con motivo de ciertas prácticas morales vistas como relajadas en la Iglesia y por el tratamiento benigno dado a los que habían negado la fe en tiempos de persecuciones, a comienzos del IV surge una reacción cismática después de la persecución empezada con Diocleciano, y que toma su nombre de Donato de Casa Negra, nativo en Numidia (norte de África) y pastor en Cartago en 305, pero que estuvo encarcelado por seis años durante esa persecución. Se registran otras causas de origen político, social y económico en la región de África proconsular y Numidia para que se diera el cisma donatista, pero para nuestro propósito en el presente trabajo sólo citaremos lo siguiente. En Cartago simultáneamente fueron consagrados dos obispos, pero los seguidores de Donato no reconocían a Ceciliano por haber sido consagrado por tres obispos indignos, pues habían llegado a entregar las Escrituras a las autoridades imperiales para su destrucción en tiempos de persecución. El obispado de Donato fue considerado ilegítimo por usurpador por Constantino y por los obispos de las ciudades importantes, entre ellos el de Roma.
Por otra parte, entre los que no estuvieron de acuerdo con el giro dado por la Iglesia a raíz de la política del Imperio de manipularla, unos optaron por irse de ermitaños al desierto, pero otros como los donatistas, insistían en la pureza de la Iglesia, proclamando su separación del Estado. Al no darse esa separación, se protocolizó el cisma, y llegó el momento en que llegaron los donatistas a tener unos 276 obispos. Hay que tener en cuenta que los primeros donatistas no se oponían necesariamente al Imperio en cuanto imperio, sino en cuanto "mundo", y no vinieron a desaparecer del todo sino hasta el siglo VII, por el avance del islamismo en el norte de África.
Agustín de Hipona tuvo serios enfrentamientos con los donatistas, pues éstos enfatizaban mucho la santidad y la necesidad de que el sacerdote fuera una persona santa, insistiendo que un sacerdote indigno no puede celebrar el sacramento, pues no puede dar lo que no tiene. Frente a eso, Agustín sostiene que la eficacia del sacramento no depende de la condición moral de quien lo administra, sino del don de Dios. El ministro no da lo suyo, sino lo de Dios. Claro que el ministro de Cristo debe reflejar a Cristo.

Arrio y el arrianismo. Arrio, un presbítero de la iglesia de Alejandría, y que anteriormente había venido de las desarrolladas iglesias del Norte de África, alrededor del año 318, fue el iniciador de la herejía que lleva su nombre al sostener que Cristo, aunque superior a la naturaleza humana, había sido creado, negando, pues, su eternidad y su igualdad y consustancialidad con el Padre y el Espíritu Santo, tal como lo habían enseñado los apóstoles, y en particular Juan. Esta controversia se extendió por todas las iglesias. Al comienzo Arrio gozó del respaldo de parte de influyentes teólogos y dirigentes de la Iglesia, pero algunos, después de profundos estudios, y de que el Concilio de Nicea, en Bitinia, en 325, aprobara la doctrina recta de conformidad con el Nuevo Testamento, se decidieron por la ortodoxia; entre ellos se dice que se cuenta a Eusebio de Cesarea, historiador eclesiástico, en cuyos escritos dejó consignada parte de estos datos. Otros fueron Osio, el obispo de Córdoba y Eusebio de Nicomedia, antiguo compañero de Arrio.
Las raíces del arrianismo se remontan a la época en que maestros de la talla de Justino Mártir, Clemente de Alejandría, Orígenes y Tertuliano apelaban a menudo a los postulados de la filosofía griega para explicar la existencia de Dios, y mostrar la compatibilidad de la fe y la filosofía, y de paso despersonificando a Dios, pues un Dios inmutable, impasible y estático -según la filosofía griega- no podía ser personal; originando así conflictos en cuanto al enfoque de la doctrina del Logos o Verbo de Dios, que ya aparecía personificado, pues sí podía hablar. De ahí que el punto crucial de controversia con el arrianismo era, ¿el Verbo es coeterno con el Padre o no? Entonces estaba en juego la divinidad del Verbo. Arrio sostenía que el Verbo, aún antes de la creación, había sido creado por Dios, contrario a las Escrituras que afirman que el Verbo es coeterno y de la misma sustancia divina del Padre, siendo uno con el Padre y el Espíritu Santo, pues el Verbo es Jesucristo, y Jesucristo es Dios. El arrianismo se encaminaba a oponerse al concepto de un Dios Trino. Arrio había sido desautorizado inicialmente por un sínodo de cien obispos convocados por Alejandro, obispo de Alejandría, su primer oponente; y debido a su persistencia y ante un problema de profundas raíces y serias controversias, intervino el emperador Constantino y el concilio de unos 318 obispos reunidos en Nicea, siendo así condenado el arrianismo y Arrio fue desterrado por el emperador. Más tarde fue perdonado gracias a Eusebio de Nicomedia, y murió cuando se disponía a entrar en Constantinopla. De sus escritos no queda sino dos cartas dirigidas a Eusebio de Nicomedia y a Alejandro de Alejandría, como también fragmentos de su popular obra Talia.
El principal opositor del arrianismo fue Atanasio de Alejandría, quien con su elocuencia y conocimiento teológico afirmaba y defendía la unidad del Padre con el Hijo, la deidad de Cristo y su existencia eterna, engendrado y no creado, y de la misma naturaleza -sustancia- del Padre. En tiempos del Concilio de Nicea Atanasio era sólo un diácono, y tenía voz pero no voto; y a pesar de ese inconveniente logró que el Concilio, mediante la promulgación del credo niceno condenase las enseñanzas de Arrio. Pero Arrio gozaba de mucho poder e influencia política entre las clases más elevadas, quienes lo respaldaban, incluso Constancio, el hijo y sucesor de Constantino. Los arrianos convocaban sínodos, se fortalecían y volvían los ortodoxos a condenar el arrianismo, de tal modo que cinco veces fue Atanasio enviado al destierro. Alguna vez un amigo le dijo: Atanasio, tienes a todo el mundo en contra tuya; él le contestó: "Athanasius contra mundum" (Pues, Atanasio contra el mundo). El emperador Teodosio publicó un edicto en el año 380 en favor de la fe ortodoxa y persiguió a los arrianos, decayendo así esta herejía en el Imperio. En los tiempos modernos el arrianismo ha hecho aparición en los llamados "Testigos de Jehová".

Apolinar y el apolinarismo. Apolinar (310-390), obispo de Laodicea, fomentó la controversia sobre la naturaleza de Cristo, afirmando que Cristo no podía tener dos naturalezas -la divina y la humana- completas y contrarias, pues la divina era eterna, invariable y perfecta, y por el contrario, la humana era temporal, finita, imperfecta y corruptible. Afirmaba que el hombre está formado de alma, cuerpo y razón; sostenía que si Cristo hubiera tenido las dos naturalezas, hubiera tenido en sí dos seres y que con la parte humana hubiera podido pecar. Curiosamente, para él Jesús tenía cuerpo y alma humanos, pero se diferenciaba del resto de los seres humanos en que el Logos divino sustituyó al intelecto humano, resolviendo de esa manera la relación entre lo divino y lo humano en Jesús.
Apolinar estaba convencido de haber resuelto uno de los misterios o enigmas más irresolubles, y de haber permanecido fiel a la ortodoxia nicena. Apolinar pertenecía a la escuela de Alejandría, la cual había recibido más la influencia neoplatónica, a diferencia de la escuela de Antioquía, que se inclinaba más al estudio de la historicidad de la vida de Cristo, y era afectada por el pensamiento aristotélico. El apolinarismo fue condenado en el Concilio de Constantinopla (381), y uno de los principales argumentos contra Apolinar fue que Cristo no hubiera podido redimir a aquello que El mismo no poseyera, como la mente humana, cabe decir, si no hubiese sido, además de Dios, verdadero hombre. Los capadocios se presentaron en oposición a Apolinar. Gregorio Nacianceno sostuvo que para que Cristo pudiera salvar el todo del hombre, era necesario que tuviera todos los elementos de la naturaleza humana.

Pelagio y el pelagianismo. Pelagio, monje oriundo de Britania llegado a Roma en el año 410, sostenía que el hombre no hereda sus tendencias pecaminosas de Adán, negando que la depravación fuese innata en el hombre, sino que cada uno escoge ya sea el pecado o la justicia, añadiendo que cada voluntad humana es libre para escoger entre la virtud y el vicio y que Dios le dio al hombre la capacidad de obedecer sus mandamientos; afirmando asimismo que el corazón humano no se inclina ni al bien ni al mal, y cada cual es responsable de sus decisiones, y llegó hasta el extremo de afirmar que algunos antes de Cristo habían sido exentos de pecado, por usar su libre albedrío.
Pelagio era un laico de cierta erudición, vida austera y no exenta de ascetismo, y aparentemente escandalizado por la moral disoluta del medio social romano, los trataba de persuadir, diciéndoles que si ellos realmente quisiesen, podrían guardar los mandamientos de Dios. Entre los que ganó estaba el joven abogado Celestio, quien fue más lejos que su maestro en la expresión de sus desatinos.
De acuerdo con la doctrina pelagiana, la caída de Adán no afectó al género humano. Entonces el efecto ponzoñoso de Pelagio va dirigido a desprestigiar la obra de Jesucristo, al afirmar que la finalidad de la encarnación del Señor Jesucristo no fue sino ayudar a los hombres con su ejemplo y enseñanzas a ser buenos y a salvarse, descartando la redención por medio de Su sacrificio cruento. Asimismo Pelagio propagó la idea de que es necesario bautizarse para la salvación, añadiendo otra herejía antibíblica como las demás, de que los niños que mueren sin bautizarse no gozan del mismo grado de gloria que aquéllos que han sido bautizados, desconociendo el propósito mismo y el significado del bautismo, y la verdad bíblica de que el reino de los cielos es de los niños, pero por contraste los pelagianos negaban "el pecado original". Esta serie de herejías del pelagianismo fueron tomando fuerza en la cristiandad, tanto en el sistema católico romano como fuera de él, como en las escuelas de teología modernista.
Hay que tener en cuenta que en el año 416, varios sínodos reunidos en Cartago, Mileve (Numidia) y Roma tomaron acción contra esta herejía, pero Zósimo, obispo de Roma (se encuentra en la lista de los llamados papas) tomó partido a favor de Pelagio y Celestio, y tomó la determinación de condenarlos sólo cuando el emperador Honorio los hubo desterrado (418). El gran oponente de esta corriente doctrinal de Pelagio y su asociado Celestio, fue Agustín de Hipona, el hombre que influyó más en el cristianismo después del apóstol Pablo, quien sostuvo el punto de vista bíblico de que Adán representaba a toda la raza humana, en cuyo pecado se vio involucrada toda la humanidad, y en consecuencia todo el género humano es considerado culpable. Agustín compartía asimismo la aseveración bíblica de que el hombre por su propia elección no puede elegir la salvación, sino que ésta depende de la voluntad de Dios, quien nos ha escogido desde antes de la fundación del mundo para ser salvos. En 418, el Concilio de Cartago condenó las ideas pelagianas. La ortodoxia teológica de Agustín vino a ser normativa en la Iglesia, y no fue sino hasta alrededor del año 1600, en que con Arminio en Holanda, y más tarde con Juan Wesley, surgió otra escuela de pensamiento en relación con la salvación, alejada de la doctrina agustiniana.
Téngase en cuenta que después de la muerte de Agustín, la teología se enrumbó por una línea considerada como semi-pelagianismo, que tuvo como resultado que en el medioevo se siguiera manteniendo el énfasis en la gracia de Dios, pero mezclada con el libre albedrío y la necesidad del hombre de cooperar con la gracia, y eso se debió en parte al punto de vista agustino acerca de la libertad de la voluntad humana y su implícita responsabilidad ante la salvación, lo cual llevó a ciertos malentendidos respecto de la predestinación.

Nestorio y el nestorianismo (murió en 451). Hijo de padres persas. Presbítero y fraile de Antioquía, que en 428 fue llamado desde su monasterio por el emperador de Oriente Teodosio II a ser obispo de Constantinopla. Atacó los residuos de los arrianos y en las disputas alrededor de la cristología y en particular de la encarnación, criado en el medio teológico de Antioquía, se opuso a que la virgen María fuese llamada madre de Dios (Theotokos), prefiriendo el de madre de Cristo (Christotokos), diciendo que María había sido sólo madre del cuerpo de Jesús. Se le opuso Cirilo, obispo de Alejandría, acusándolo de rebajar el concepto de la divinidad del Señor. La controversia se manejó al principio por medio de cartas, luego llevado el caso ante el obispo de Roma, fue condenado en sínodos en Roma y Alejandría en 430, y por último en el Concilio de Efeso en 431, y desterrado por orden del emperador a su convento de Antioquía y más tarde al gran Oasis del desierto de Egipto, donde murió, derrotado, languidecido, después de sufrir a menudo gran angustia física y mental. Esta controversia cristológica fue definida en el concilio de Calcedonia.
Nestorio se opuso a la idea de que el Logos divino pudiera ser envuelto en sufrimiento y debilidad humana, pues el error cristológico del nestorianismo consistía en que ellos sostenían que Jesús no había sido sino sólo un hombre, que lo divino y lo humano en Cristo realmente formaban en Él dos seres o personas distintas; enseñando que quien fue concebido y nació de María fue sólo un hombre, al cual se unió voluntariamente otro ser, el Logos de Dios, de tal manera que Nestorio enseñaba que Cristo, el Logos era una persona, la divina, y Jesús otra persona, la humana, contrariamente a la opinión de la mayoría, que sostenían que había en Cristo dos naturalezas coexistentes, la divina en cuanto Verbo de Dios y la humana por cuanto se hizo carne, asumiendo la naturaleza humana desde el vientre de María, en una sola persona (prosopon) y una sustancia (hypostasis).
La Palabra de Dios declara con claridad que Jesús es el Cristo, una misma persona. "¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo? Este es anticristo, el que niega al Padre y al Hijo" (1 Jn. 2:22). Nestorio enseñaba que sobre el hombre Jesús descendió el Logos; pero la Palabra de Dios afirma que "el Logos se hizo carne", y que fue "hecho semejante a los hombres", como dice Filipenses 2:7. La Biblia no dice que Cristo descendió sobre una carne, sino que se hizo carne El mismo.

El maná escondido
"El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que venciere, daré a comer del maná escondido, y le daré una piedrecita blanca, y en la piedrecita escrito un nombre nuevo, el cual ninguno conoce sino aquel que lo recibe" (v.17).
¿Qué le está diciendo el Espíritu a las iglesias que quiere que se oiga? Él quiere que su Iglesia se arrepienta y se levante de su caída. En esta tierra tiene su trono Satanás, el príncipe de este mundo; y el Señor quiere que Su Iglesia, en vez de morar en esta tierra, se aparte del mundo, se desligue de los poderes políticos. Pero como la Iglesia le fue infiel casándose con el mundo, y no quiso dar el paso de volver a las fuentes primigenias, entonces el Señor se dirige a los creyentes individuales a que sean vencedores; que venzan y se opongan a los enredos satánicos, con su enseñanza de idolatría y fornicación; que sean vencedores sobre los que practican la doctrina de Balaam, guiando a los hijos de Dios a la contemporización con el mundo y usando los medios eclesiásticos para medrar en provecho propio; que venzan sobre los que han roto la igualdad en la Iglesia y han dividido a los hijos de Dios en clérigos y laicos con su enseñanza de la jerarquía; que venzan volviendo a Jesucristo, el Hijo de Dios, y lo conozcan y lo amen y le obedezcan y tengan plena comunión en el Cuerpo con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo.
En la carta a la iglesia en Pérgamo están registradas dos promesas para los vencedores. Una de esas promesas es la del maná escondido que les dará el mismo Señor. ¿Qué es el maná escondido? El maná que los israelitas comieron en el desierto era un pan visible y gratuito que el Señor les daba de lo alto, el cual era un prototipo de Cristo, el verdadero pan que descendió del cielo. Dice Juan 6:49-51: "49Vuestros padres comieron el maná en el desierto, y murieron. 50Este es el pan que desciende del cielo, para que el que de él come, no muera. 51Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo".
Y en la tipología del maná veterotestamentario, además del maná visible que comía el pueblo en el desierto, hubo un maná escondido y que permaneció en una vasija de oro dentro del arca, en el Lugar Santísimo del templo de Jerusalén, a donde sólo tenían acceso los de la familia sacerdotal (Éxodo 16:32-34; Hebreos 9:4). Si en el desierto los israelitas recogían más de un gomer por persona diario con el fin de guardar, lo que guardaban se podría, le caía gusano y se ponía hediendo; en cambio la porción que habían guardado en una vasija dentro del Arca del Testimonio, esa no se podría, era incorruptible, de manera que ese maná escondido es símbolo de Cristo1. En la Iglesia todos los creyentes han recibido la salvación y se alimentan de Cristo, pero sólo los vencedores de la degradación de la iglesia mundana tendrán el privilegio de participar en la comida de esta parte escondida del Señor Jesús, no conocida por todos. Unos buscan el mundo, pero los vencedores no se contaminan con las ofertas mundanas y buscan alimentarse de Cristo, la presencia del Señor en el Lugar Santísimo, una profunda intimidad con Él.
La otra promesa para los vencedores de la iglesia en Pérgamo y para todos los que quieran oír y vencer, es una piedrecita blanca con un nombre escrito, que ninguno conoce, sino la persona que lo recibe. Ahora somos vasos de barro usados por Dios, pues de barro fue hecho el hombre en el Edén, pero en la regeneración hemos recibido la naturaleza divina; de barro hemos sido convertidos en piedras, es decir, en material para la edificación de Dios; y de piedras podemos ser transformados en diamantes (piedras blancas), con un nombre nuevo porque eso designa que ya somos personas transformadas, nuevas. Si comemos del maná escondido, somos transformados en piedras blancas. También se debe tener en cuenta que en los tiempos en que fue escrita esta carta, en las votaciones, a manera de papeleta, solían usar una piedrecita blanca en la cual se escribía el nombre del candidato a elegir. ¿Significará esto que el Señor escoge al vencedor para algo en especial, significando con ello que está satisfecho con el vencedor?
Además de esto, Apocalipsis 19:12b-13 dice: "12...y tenía un nombre escrito que ninguno conocía sino él mismo. 13Estaba vestido de una ropa teñida en sangre; y su nombre es: El Verbo de Dios". No es fácil salir victorioso de un medio tan contaminado, en donde la mayoría de los creyentes tienen por verdadero y bíblico el participar y comer de las cosas sacrificadas a los ídolos, el comerciar con las cosas sagradas y predicar por paga humana aun a costa de inducir al pueblo de Dios a pecar. Si te opones a todo eso, te expones a que te rechacen y te excomulguen por hereje. Pero la edificación es de Dios, y Él te convierte en una piedra blanca de ese edificio cuando tú disfrutas de Cristo como tu suministro de vida.

Transición entre Pérgamo y Tiatira
Hay quienes defienden la opinión de que aquí también Dios convirtió este mal en bien, desde el punto de vista de que la autoridad y el poder imperial sirvieron para que por medio de autoritativos concilios ecuménicos se protegiera a la Iglesia contra la desintegración por las divisiones, por la desobediencia de muchos obispos, por la amenaza de muchas herejías y la aparición de enseñanzas torcidas en cierne; pero muchas fueron las consecuencias de que la Iglesia aceptara morar en la tierra y unirse con el mundo. Se fue mezclando el paganismo con el cristianismo. Todo se fue preparando para la formación del cesaropapismo. Eusebio de Cesarea describe con alegría y aire triunfalista la construcción de lujosos templos. Pero, ¿cuáles fueron los resultados? Evolucionó la liturgia en esas grandes construcciones, se consolidó una aristocracia clerical, a la altura de la imperial y con muchas de sus costumbres y su estructuración social.
Como en su tiempo vieron en Constantino el cumplimiento de la historia y del plan de Dios, se dejó de predicar el advenimiento del Reino de Dios y empezó a divulgarse una creencia que ha sobrevivido hasta nuestros días sobre todo en el sistema católico romano y semejantes, de que lo que le espera al creyente es el de ser transferido en espíritu al reino celestial, y en la Iglesia se empezó a olvidar la esperanza del retorno del Señor para establecer en esta tierra un Reino de paz y justicia. Ese fue el punto de vista oficial, y quien regresara al verdadero punto de vista neotestamentario era condenado por hereje.
La estructura social y política que la Iglesia le imitó al Imperio iba encaminada a la exigencia de un jefe visible. El imperio era gobernado por una autocracia con poderes absolutos. Hemos explicado que es la voluntad del Señor que cada iglesia local sea supervisada por un grupo de obispos; más tarde, ya a comienzos del siglo segundo, emergió la supremacía de ciertos obispos regionales con autoridad por encima de los otros a quienes seguían llamando presbíteros. Asimismo se fue introduciendo lo de obispos de cierta categoría en determinadas ciudades a quienes llamaron metropolitanos y más tarde patriarcas, como los de Roma, Jerusalén, Antioquía, Alejandría y Constantinopla, entre los cuales se suscitaban a menudo disputas por los asuntos de la supremacía; hasta que al final se la disputaban los patriarcas de las dos capitales imperiales, Roma y Constantinopla, por las razones expuestas. El obispo de Roma tomó el título de padre, papá, y por último papa, del griego papas, y reclamaba para sí autoridad apostólica. Siricio fue el primer obispo de Roma que tomó para sí el título de papa en el siglo cuarto. Pero no fue sino hasta el siglo VII en el que definitivamente este título se convirtió en propiedad de los obispos de Roma. Indudablemente que la iglesia de Roma había ejercido gran influencia como una columna en la enseñanza doctrinaria ortodoxa, había sido poco contaminada con escuelas e ideas heréticas, y tenía en su haber el estar en la sede del principal centro del gobierno imperial. Es así como el obispo romano o papa, paulatinamente fue siendo considerado como la autoridad suprema de la iglesia en general.
Debido a la vastedad del territorio imperial, a la ambición política de muchos militares, a las guerras intestinas, a los numerosos crímenes políticos, a la descomposición de las costumbres, al ocio y progreso material y muchos otras causas, el Imperio se fue debilitando, las tribus bárbaras fueron haciendo incursiones y tomando posesión de mucha parte de su territorio, de tal modo que en últimas el Imperio Romano Occidental quedó reducido a un pequeño territorio alrededor de la capital. Fue entonces cuando el rey germánico Odoacro y su pequeña tribu de los hérulos, tomó posesión de la ciudad en el año 476, destronando a Rómulo Augusto, el niño emperador, apodado Augusto el Pequeño. En 477 Odoacro obtuvo de Zenón, emperador de Oriente, el título de patricio, que equivalía al de rey de Italia, desapareciendo así el Imperio Romano occidental, pues el oriental, cuya capital era Constantinopla, permaneció hasta el año 1453, fecha cercana al descubrimiento de América. Inversamente proporcional al debilitamiento y caída del Imperio Romano, iba aumentando la influencia y poder de la iglesia de Roma y sus papas en todo el territorio europeo, lo que en la práctica se traduce como la continuación de las mismas estructuras y poderes imperiales, bajo otro ropaje.

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