viernes, 5 de enero de 2007

2. Los Vencedores y la cruz (2a. parte)

Capítulo 2
LOS VENCEDORES Y LA CRUZ
(2a. parte)

Novedad de vida
Dice Romanos 6:4: "Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva".
El contexto del capítulo 6 de Romanos nos habla del bautismo en su doble connotación de ser introducidos dentro del Cuerpo de Cristo por el Espíritu y el de ser identificados con Cristo mediante el bautismo en agua. ¿En qué nos identificamos con Cristo? Somos sumergidos en Cristo para que seamos parte de Él, después de haber sido tomados de nuestra antigua posición en el mundo de pecado y de tinieblas; ahora somos uno con Él en Su muerte y resurrección. De Adán, de donde habíamos nacido, somos trasladados por el bautismo a nuestra nueva posición en Cristo; y al ser bautizados en Su muerte, esa muerte nos ha separado del mundo, nos ha liberado de toda la fuerza de nuestra vieja naturaleza con su vida natural implícita, de nuestro ego, de nuestra carne, del poder satánico de las tinieblas; es decir, ha cortado ese cordón umbilical que nos unía a nuestra vieja historia y sus enredos, pues ahora participamos con el Señor de Su resurrección. Es nuestra primera resurrección, la del espíritu, que se traduce en novedad de vida.
Los versículos 4 y 6 nos hablan de que nuestro viejo hombre fue crucificado con Cristo, de manera que participamos también de Su sepultura por el bautismo, y luego experimentamos una resurrección, que es una novedad de vida; pasamos a ser parte del nuevo hombre, que es Cristo; históricamente llegamos a ser nuevas personas, porque esta primera resurrección del creyente ahora también es subjetiva, nuestro espíritu pasó de muerte a vida. Pero luego viene un proceso de resurrección en nuestra alma, en nuestra vida actual; hasta alcanzar vivir una vida de resurrección, una muerte del viejo hombre heredado de Adán, hasta que a su vez nuestra alma pase de muerte a vida. En ese proceso vamos experimentando como especie de una transformación progresiva por el Espíritu, de tal manera que cada día nos vamos conformando más a la imagen del Hijo de Dios. Es una verdadera metamorfosis.
Nuestra primera resurrección es un hecho histórico, y nuestra segunda resurrección es un proceso actual en el cual no podemos quedar estancados, pues se trata de desarrollar nuestra novedad de vida; buscar que esa novedad de vida reine en nosotros y se exprese. No sólo en el bautismo nos identificamos con Cristo, sino que el bautismo es sólo el comienzo de esa identificación. A medida que crecemos en nuestro proceso actual de novedad de vida, más nos identificamos con el Señor Jesús y nuestro resurrección dará testimonio de quiénes somos, y el Señor se expresará a través nuestro. Dice el verso 5: "Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección".
El Señor Jesús, como el grano de trigo, tuvo que morir para poder dar fruto; y nosotros, como el grano de trigo, hemos muerto con Él, y como estamos unidos con Él orgánicamente, se produce un crecimiento. Vemos en la agricultura que el brote que ha sido injertado en un árbol, participa de la vida, de la savia y de las características del árbol. Nosotros ahora por el bautismo somos plantados juntamente con el Señor; somos injertados en Él, de manera que participamos de todo lo que Él ha experimentado: Su muerte, Su sepultura, Su resurrección. En Romanos 11:24 dice que fuimos cortados del olivo silvestre (Adán) e injertados en el buen olivo, en el olivo cultivado (Cristo).
El bautismo es una semejanza en la cual participamos de todo lo que Cristo es y ha experimentado, pero teniendo en cuenta que toda esa experiencia es un proceso actual. Recuérdese que todo lo de Dios, incluida Su salvación, Su vida en nosotros, Sus promesas, todo se recibe por fe, y se le da sustantividad.
Ahora bien, en la medida en que el Espíritu Santo me revele el valor que tiene para Dios la sangre vertida por Cristo en beneficio mío, Su muerte sustituta y Su resurrección, podré yo tener conciencia de la importancia de llevar mi cruz y vivir la resurrección en novedad de vida. Al nacer de Adán, recibimos todo lo que es de Adán; al nacer en Cristo, recibimos y participamos de todo lo que es de Cristo; no obstante, debemos tener en cuenta que en Adán nacimos siendo pecadores, lo que se llama el "viejo hombre", y que la sangre de Cristo me lava de todos mis pecados, pero se hace necesaria la cruz para que ese viejo hombre sea crucificado.

Las coronas de los vencedores
Apocalipsis 2:10b dice: "Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida". El Señor le dice al vencedor: Sé fiel aunque hayas de morir. No es lo mismo ser creyente que ser fiel. Hay creyentes en los cuales Dios puede confiar y otros en que no. La voluntad de Dios es que todo creyente sea fiel; que Él pueda contar con todos nosotros.
Nótese que aquí el Señor no habla de dar vida eterna, que es un regalo, sino la corona de la vida, la cual se logra, no como un regalo recibido por fe, sino adquirida por nuestra fidelidad. El Señor le había dicho a los vencedores de la iglesia en Esmirna:
"10No temas en nada lo que vas a padecer. He aquí, el diablo echará a algunos de vosotros en la cárcel, para que seáis probados, y tendréis tribulación por diez días. Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida".
Santiago 1:12 también menciona la corona de vida para todos aquellos que soportan las pruebas por medio de la vida divina.
No podemos confundir la vida eterna con la corona de la vida. La vida eterna la recibimos de Dios de su voluntad, sin que medie obras de parte nuestra, pues la vida de Dios en nuestro espíritu la hemos recibido por gracia. ¿Quién podrá comprar la vida de Dios? Él corrige lo que haya malo en sus hijos para purificarnos, perfeccionarnos y santificarnos, pero no quita lo que ha dado. "Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios" (Ro. 11:29). En cambio, para recibir la corona de la vida debemos serle fieles hasta la muerte; es decir, en caso de sufrir persecuciones, estar dispuestos a ser sacrificados por causa del Señor, si es necesario. Entonces la corona denota un premio. Es como una resurrección sobresaliente. Nótese que en Hebreos 11:35 habla de una mejor resurrección para los mártires: "La mujeres recibieron sus muertos mediante resurrección; mas otros fueron atormentados, no aceptando el rescate, a fin de obtener mejor resurrección".
Leemos 1 Corintios 9:25-27: "25Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible. 26Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea al aire, 27sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado". Nótese que aun tenemos lucha con nosotros mismos.
Aquí habla de una corona incorruptible para aquellos que obtienen dominio sobre el viejo hombre y hacen morir los hábitos del cuerpo; se puede predicar lo de las recompensas en el reino, y uno mismo, aunque sea salvo por gracia mediante la fe en Jesucristo, si no se está alerta, puede tener la posibilidad de ser descalificado, de ser indigno de recibir el premio en el reino. Esta corona tiene la connotación de que el vencedor es honrado públicamente por un servicio distinguido.
En 1 Tesalonicenses 2:19 dice: "Porque ¿cuál es nuestra esperanza, o gozo, o corona de que me gloríe? ¿No sois vosotros, delante de nuestro Señor Jesucristo, en su venida?" Pablo aquí habla de corona con la connotación de que es para los ganadores de almas para el Señor.
Dice 2 Timoteo 4:8: "Por lo demás, me está guardada la corona de justicia; la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida". Aquí la Palabra de Dios habla de una corona de justicia; es decir, que proviene de la justicia del Señor pero a través de las obras del creyente, a todos los que aman la venida del Señor; esto también aparte de su salvación.
También en 1 Pedro 5:4 la Palabra de Dios dice: "Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria". Dios promete una corona de gloria para los ancianos (obispos) fieles, los que tienen buena disposición para apacentar la grey de Dios.

Segunda promesa
El Espíritu Santo quiere que la Iglesia no se olvide que el Señor Jesús fue crucificado por nosotros una sola vez, pero que resucitó glorioso; que no tengamos ningún temor de lo que eventualmente tengamos que padecer por causa del Señor y de Su testimonio, pues Él es el poderoso Dios que tiene el control de todo lo que ocurre en el universo. Es necesario vencer la persecución.
"Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse" (Ro. 8:18).
Nuestro Dios santo y poderoso quiere que nuestra fidelidad hacia Él sea acrisolada hasta la muerte. Lo más importante para un hijo de Dios debe ser serle fiel al Señor en todas las circunstancias; vencer todas las dificultades por el poder de Su Santo Espíritu. Todo lo que nos ocurre es para nuestro bien; Él lo sabe todo y nadie puede ya arrebatarnos de Sus manos. Nosotros mismos somos los que nos alejamos de Él.
Hay que ser vencedores sobre la persecución (Apocalipsis 2:9-10), y la persecución incluye el sufrimiento, la tribulación, las cárceles, la pobreza, las pruebas y las calumnias de los religiosos. Para ser vencedores hay que amar al Señor y darle el primer lugar en todas las cosas, incluso ponerlo por encima de nuestra comodidad, de nuestros bienes, de nuestra fama, de nuestros amores, de nuestra familia, y hasta de nuestra propia vida. Cuando le damos al Señor la preeminencia en todo, a menudo esto nos acarrea problemas y fricciones en nuestros propios hogares. Sobrevienen persecuciones por parte de nuestros parientes y amigos, vienen calumnias y dedos acusadores por parte de las sinagogas de Satanás; a veces el Señor nos guía a que debamos trabajar y tener comunión con hermanos muy dominantes e intolerantes. Todo eso nos va acrisolando y nos va convirtiendo en vencedores. Algunos piensan que en nuestra iglesia local todo es manifestación de amor, comprensión y armonía, pero en la práctica el Señor utiliza todas esas fricciones y hasta enfrentamientos con los hermanos, para tratar con nosotros, para descubrir nuestros espíritus.

El vencedor no sufrirá daño de la segunda muerte
"El que venciere, no sufrirá daño de la segunda muerte" (Ap. 2:11).
El Señor aquí habla a todos los creyentes, y particularmente a los de Esmirna. ¿De qué tienen que ser vencedores en este caso? Satanás, lo máximo que nos puede hacer, si el Señor se lo permite, es hacer uso de la muerte contra nosotros, y para ello puede usar los poderes del Estado y de las instituciones religiosas de toda índole, aun las eclesiásticas de tipo cristiano. Vemos en toda la historia que hay muchas instituciones y organizaciones que pretenden tener el hereditario derecho de ser la legítima Iglesia o pueblo del Señor, y de ellas los vencedores reciben persecución y tribulación, o por lo menos el menosprecio, difamación mediante libelos, programas radiales y otros medios. Eso es la realidad de la historia de la Iglesia en todos los tiempos, pero el Señor ya lo había advertido. La victoria aquí se trata de la fidelidad al Señor hasta la muerte. Satanás sabe que está derrotado, y la victoria la ha conquistado Jesucristo, el Hijo de Dios, mediante el derramamiento de su preciosa sangre en la cruz, vertida hasta la muerte, pero con el resultado de una poderosa resurrección y gloriosa ascensión al Padre en los cielos, enviando luego Su Santo Espíritu y dando vida a la Iglesia, que es Su Cuerpo, la cual hace efectiva la sentencia contra Satanás ahora, y en especial los vencedores. Hermano, si eres infiel terminas en derrota. Si huyes del sufrimiento, si evades todo compromiso que incluso te puedan llevar hasta el martirio, estás en derrota. Si amas más tu propia vida y no estás dispuesto a ofrendarla por el Señor, sufrirás el daño de la muerte segunda. Pero hagamos un corto análisis de estos conceptos.
Para entender esto es fundamental que sepamos que hay dos categorías de creyentes, los vencedores y los derrotados. Cuando la Escritura habla de vencedores, es porque hay cristianos derrotados. Los vencedores son los cristianos que, en el marco de la Palabra de Dios, son creyentes espirituales normales, y los derrotados son los creyentes carnales. Un cristiano carnal es un creyente anormal. Los creyentes de ambas categorías son salvos por la eternidad, pero algunos serán salvos así como por fuego, es decir, siendo castigados. Así como no es lo mismo la vida eterna que la corona de la vida, tampoco se debe confundir la muerte eterna o segunda muerte con el daño de la segunda muerte. Sufrir daño de la segunda muerte se relaciona con el castigo temporal en el reino milenario. Leemos en 1 Corintios 3:15:
"Si la obra de alguno se quemare, él sufrirá pérdida, si bien él mismo será salvo, aunque así como por fuego".
Cuando la Palabra de Dios dice que los vencedores no sufrirán daño de la segunda muerte, significa que los derrotados sí la sufrirán. Sufrir un castigo temporal en la Gehena, o algún lugar parecido, es sufrir daño de la segunda muerte. No sufrirán la muerte segunda, pero sí les causará daño, dolor. Que no sufrirá la muerte segunda nos lo dice Juan 10:27-28, así:
"27Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, 28y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano". "Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero" (Juan. 6:39). "De los que me diste no perdí ninguno" (Juan. 18:9b).
Nótese que dice que no perecerán jamás; no dice que el que se descarríe por el pecado, se pierde eternamente. El creyente que peca, será juzgado por su pecado y castigado, pero no pierde su salvación. La salvación eterna no guarda ninguna relación con nuestras obras o comportamiento (Efesios 2:8-9).
Resurrección significa pasar de muerte a vida. Como lo veremos en el capítulo siete, el creyente debe pasar por un proceso de resurrección. Lo normal es que todo creyente experimente tres resurrecciones. Toda persona humana nace muerta en pecado; cuando cree, es regenerado, experimenta el nuevo nacimiento. Esto es la primera resurrección personal de que ya hablamos. El espíritu pasa de muerte a vida cuando creímos; pero viene luego una segunda resurrección: el alma va experimentando su resurrección en la medida en que nos ocupemos menos de la carne y más del espíritu. En la práctica esta es una resurrección progresiva en la vida del creyente, en la medida que camina con Cristo. La tercera es la resurrección gloriosa, a la final trompeta, cuando venga el Señor, que es la primera de las dos grandes resurrecciones colectivas. Es cuando será resucitado el cuerpo. También en Apocalipsis 20:6 dice:
"Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad sobre éstos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años".
La diferencia estriba en que la segunda muerte es condenación eterna, y sufrir daño de la segunda muerte, es sólo una disciplina temporal, durante la edad del milenio.
Si alguien no es purificado en su alma en este tiempo, lo será en la era venidera, durante el tiempo del reino milenario, para que en la eternidad podamos estar con el Señor, y ser santos como Él es Santo. Hay cosas en el creyente carnal que están bajo maldición en Adán, que deben ser quitadas, ahora o cuando el Señor venga y juzgue a la Iglesia. Nótese que Pablo había sido salvo eternamente cuando aún era un perseguidor de la Iglesia; y él sabía eso. Pero fue llamado a un trabajo, no para ser salvo, sino para hacer la obra de Dios y poder entrar en el reino. Al analizar el capítulo 9 de 1 Corintios, vemos que Pablo se refiere a su trabajo en relación con el reino, y en el versículo 17 habla de que tendrá recompensa; en el 18 habla de galardón; en el 24 habla de premio; en el 25 habla de recibir una corona incorruptible. La manifestación del reino de los cielos, será para los cristianos la manifestación de una recompensa. No obstante, en los versículos 26 y 27 dice:
"26Así que, yo de esta manera corro. No como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire, 27sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado".
Esto de ser eliminado o reprobado, tiene la connotación de ser descalificado, rechazado ante el tribunal de Cristo, no digno de recibir el premio, aunque hubiese sido salvo eternamente por gracia mediante la fe en Cristo.
Ya hemos dicho que una cosa es la vida eterna y otra es la corona de la vida. La vida eterna se recibe como un regalo de Dios y la corona de la vida depende de nuestras obras. La corona de la vida solamente la recibe quien sea fiel hasta la muerte, el vencedor. Así también encontramos lo opuesto a la vida eterna, o sea, la muerte eterna, la segunda muerte, lo que a su vez es diferente al daño de la segunda muerte. Entonces, ¿cuándo, en qué tiempo, se recibe la corona de la vida? Cuando el Señor venga, cuando nos reunamos con Él en las nubes e instale Su tribunal para juzgar a la Iglesia y se le dé inicio a la edad del reino de los cielos, el milenio, y eso se traduce en que el vencedor ha de reinar con Cristo en el reino de Dios. Simultáneamente, el derrotado, el creyente que no es fiel hasta la muerte, aunque no pierde su salvación, sin embargo, no recibe la corona de la vida, sino que durante el milenio tiene pérdida y es sometido a sufrir el daño de la muerte segunda, que puede ser una especie de "correctivo" en las tinieblas de afuera.
"Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará" (Mt. 16:25).
El hombre natural, muerto espiritualmente, por la gracia de Dios, y mediante la fe en el Señor Jesús, recibe la vida eterna. Posteriormente, cuando regrese el Señor, recibe la corona de la vida, siempre y cuando sea victorioso, fiel hasta el punto de estar dispuesto a dar su vida por el Señor.

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