martes, 2 de enero de 2007

7. Los Vencedores y el Tribunal de Cristo (3a. parte)

Capítulo 7
LOS VENCEDORES Y EL TRIBUNAl DE CRISTO
(3a. parte)

Diferencia entre la salvación y el reino
Satanás quebrantó el orden divino instaurado en el universo, involucrando en ello más tarde al hombre. Pero el Hijo de Dios tomó carne para iniciar la restauración de todo, conforme el propósito inicial de Dios, incluyendo la Iglesia que Él mismo rescató, hasta instaurar sobre la tierra el reino de los cielos, hasta que sean puestos todos sus enemigos por estrado de Sus pies.
El Padre es quien nos revela a Su Hijo Jesucristo, por Su Espíritu, el cual es quien nos da la convicción y la capacidad de arrepentirnos, "8porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no es de vosotros, pues es don de Dios; 9no por obras, para que nadie se gloríe" (Ef. 2:8,9). Esa salvación no está condicionada a obra alguna de parte de nosotros, ni buena ni mala, y de ella no nos separará ni lo presente ni lo porvenir*(1). Esta salvación corresponde al espíritu. Pero el alma también debe ser salvada; y debemos ocuparnos de la salvación de nuestra alma, de nuestro yo, con temor y temblor*(2). Si no se hace una clara diferencia entre la salvación del alma y del espíritu, la confusión es grande. No confundas el alma y el espíritu. El hombre es un ser tripartito. El alma es el yo de la persona, allí está la sede de su personalidad, pues es el asiento del intelecto (pensamientos), voluntad (facultad de decidir) y emociones, y de allí emana su responsabilidad y su poder de decisión. Por tanto, es necesario que nuestro espíritu (hombre interior, lo llama Pablo), ya salvo, sea fortalecido con el poder del Espíritu Santo, para que en consecuencia habite Cristo por la fe en nuestros corazones, que es otra forma bíblica de llamarle al alma más la conciencia del espíritu*(3), y llegue a ser Él viviendo en nosotros y no nosotros mismos*(4). Cuando esto ocurra, hemos sido perfeccionados por el Señor, hemos salvado nuestra alma y hemos llegado a ser verdaderos vencedores.
*(1) Cfr. Romanos 8:38
*(2) Filipenses 2:12
*(3) Efesios 3:16,17
*(4) Gálatas 2:20

La salvación del espíritu se relaciona con la vida eterna, y la salvación del alma y las buenas obras están íntimamente relacionadas con la participación en el reino, que son dos aspectos diferentes. Una cosa es la salvación eterna, que es un don de Dios inmerecido y que no se pierde, y otra cosa diferente es la recompensa de Dios o el castigo temporal durante la era del reino. El problema de la eternidad ya está resuelto desde antes de la fundación del mundo y hace dos mil años tuvo su cumplimiento en la cruz del Calvario, pero lo de la posición en el reino y su recompensa, depende de que nosotros nos mantengamos firmes. No se debe confundir el reino con la salvación eterna. La salvación se recibe por fe; es un regalo, es la vida eterna; en cambio al reino se entra por nuestra fidelidad hasta la muerte, se recibe por obras, por obedecer al Padre; en el caso de Esmirna es la corona de la vida. Cuando la palabra de Dios dice en Romanos 8 que no nos separará del amor de Cristo ni lo porvenir, allí no está condicionando qué clase de porvenir en nuestras vidas. Pase lo que pase en el futuro, no perderemos nuestra salvación eterna. Romanos 8:35-39 declara que no hay manera de separarnos de Cristo. Nuestra salvación eterna no se pierde debido a que no depende de nuestras obras ni de nuestras justicias propias; si así fuera, aparte de que anularía la obra del Señor, si acaso hoy sería salvo y mañana no; tal vez pasado mañana sí; ¿y después? Nuestra salvación ni siquiera así podría sostenerse firme, pues nada de lo que hagamos o dejemos de hacer nos hará merecedores de poder llegar hasta Dios. La Biblia no indica ningún camino ni esfuerzo humano para llegar a Dios. Al contrario, nos revela que la mejor de nuestras justicias es como trapo de inmundicia frente a la obra de Dios; pero, gracias al Señor que nuestra salvación no depende de nosotros, inútiles humanos, depende de la obra que Cristo llevó a cabo por nosotros en Su encarnación, en Su muerte en la cruz, en Su resurrección y en Su glorificación. Todo lo ha hecho Cristo, "quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos" (2 Timoteo 1:9). "4Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, 5nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo" (Tito 3:4.5).
La Biblia dice que la salvación es un regalo de Dios que no se pierde, pues fuimos salvos una sola vez y para siempre; dice que nadie ha merecido la salvación, ni puede hacer algo salido de su propia naturaleza para recibirla. Es un regalo que se recibe por fe, y la fe misma nos la da Dios. Es Dios quien ha elegido a quién va a salvar. Dios "nos escogió en él (en Cristo) antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él" (Efesios 1:4). Dice en Juan 15:16: "No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca". Desde antes de la fundación del mundo hemos sido predestinados a una salvación que no se pierde jamás. "Los gentiles, oyendo esto, se regocijaban y glorificaban la palabra del Señor, y creyeron todos los que estaban ordenados para vida eterna" (Hch. 13:48). Tengamos en cuenta que lo que Dios da, no lo quita. "Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados" (Ef. 2:1); aquí, como en otras partes, aparece en pasado, se trata de la salvación del espíritu; en cambio cuando se trata de la salvación del alma, siempre aparece en presente o futuro. Por ejemplo, dice 1 Timoteo 4:16: "Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello, pues haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren". También Lucas 21:19 dice: "Con vuestra paciencia ganaréis vuestras almas".
La mayoría de los teólogos, maestros y estudiosos de la Biblia, en su concepción y exégesis tradicional ignoran o siguen teniendo dificultad para interpretar y concordar correctamente el contenido de los pasajes que se relacionan con el tribunal de Cristo y el juicio de la Iglesia. Al ignorar la exégesis de los respectivos textos o confundirlos, han llegado a la concepción de la falsa doctrina de que la salvación se pierde, porque no hacen diferencia entre el alma y el espíritu y sus respectivos tiempos de salvación. Si tú eres un legítimo cristiano, no estás perdido eternamente, pero puede que lleves una vida vencida y tener motivos suficientes para merecer un tratamiento adicional del Señor; ese tratamiento disciplinario puede ser ejecutado ahora, en esta edad de la Iglesia o cuando venga el Señor, lo cual no significa que vayas a perder tu salvación eterna. Es muy cierto lo que nos dice Juan 3:16, pero también es cierto lo que nos dice Apocalipsis 2:11. Podemos hacer, por ejemplo, una relación entre Mateo 5:13 con Lucas 14:34-35.
Nos dice el Señor en Mateo 5:13: "Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres". Los cristianos son la sal de la tierra. ¿Qué significa ser echada fuera? Significa ser excluidos del reino de los cielos. Dice en Lucas 14:34-35, en donde el Señor nos da la clave: "34Buena es la sal; mas si la sal se hiciere insípida, ¿con qué se sazonará? 35Ni para la tierra ni para el muladar es útil; la arrojan fuera. El que tiene oídos para oír, oiga". El sabor y utilidad de esa sal, depende de la conducta del creyente en esta tierra, de su grado de renuncia al mundo y a los deleites terrenales. ¿Qué sucederá con los que no renuncian a todas las cosas de la vida presente? Que no serán aptos para el reino de los cielos (en la tierra), ni para el estercolero, el infierno, porque son hijos de Dios, entonces serán echados de la gloria del reino a las tinieblas de afuera. Si tú eres un cristiano derrotado, jamás dejas de ser un hijo y siervo de Dios, pero hay en tu vida la opción de ser arrojado fuera de la tierra, a las tinieblas exteriores, lejos de la gloria del reino de Cristo, durante el Milenio. Como lo hemos anotado en el capítulo 4, en muchas partes de la Palabra de Dios vemos que habrá diferentes clases de castigos disciplinarios para los creyentes derrotados.
El sermón del monte fue dicho por el Señor a Sus discípulos, y son principios y normas que se refieren al reino, para que la Iglesia sepa lo que le corresponde en cuanto al trato e interrelaciones de los hermanos, sus compromisos y actividades en la obra del Señor, su actitud frente a las cosas terrenales. En el Antiguo Testamento, tenemos el Salmo 89, un salmo mesiánico que se relaciona con el pacto de Dios con David, el cual tiene su pleno cumplimiento con el Señor Jesucristo, de quien en los versos 27-29 dice:
"27Yo también le pondré por primogénito, el más excelso de los reyes de la tierra. 28Para siempre le conservaré mi misericordia, y mi pacto será firme con él. 29Pondré su descendencia para siempre, y su trono como los días de los cielos".
Luego en los versos 30-37 nos dice: "30Si dejaren sus hijos mi ley, y no anduvieren en mis juicios, 31si profanaren mis estatutos, y no guardaren mis mandamientos, 32entonces castigaré con vara su rebelión, y con azotes sus iniquidades. 33Mas no quitaré de él mi misericordia, ni falsearé mi verdad. 34No olvidaré mi pacto, ni mudaré lo que ha salido de mis labios. 35Una vez he jurado por mi santidad, y no mentiré a David. 36Su descendencia será para siempre, y su trono como el sol delante de mí. 37Como la luna será firme para siempre, y como un testigo fiel en el cielo".
Vemos que el no victorioso tendrá su castigo, aunque no perderá su salvación. Se sabe por la Palabra de Dios que en la cristiandad profesante hay cizaña y gente no regenerada dentro de sus filas, y ya sabemos lo que sucederá con esas personas, pero también es un hecho indiscutible que en la Iglesia, entre los regenerados y lavados por la sangre del Señor hay siervos fieles, menos fieles e infieles, vencedores y derrotados, valientes y cobardes, maduros e inmaduros, espirituales y carnales, diligentes y negligentes, niños fluctuantes y adultos en la fe. En Mateo 24:45-51, encontramos lo que sucederá tanto con una clase de siervos como con la otra, en la venida del Señor y el establecimiento de su tribunal, cuando dice:
"45¿Quién es, pues, el siervo fiel y prudente, al cual puso su señor sobre su casa para que les dé el alimento a tiempo? 46Bienaventurado aquel siervo al cual, cuando su señor venga, le halle haciendo así. 47De cierto os digo que sobre todos sus bienes le pondrá. 48Pero si aquel siervo malo dijere en su corazón: Mi señor tarda en venir; 49y comenzare a golpear a sus consiervos, y a comer y a beber con los borrachos, 50vendrá el señor de aquel siervo en día que éste no espera, y a la hora que no sabe, 51y lo castigará duramente, y pondrá su parte con los hipócritas; allí será el lloro y el crujir de dientes".
Donde estén los hipócritas sufriendo eternamente, allí mismo estarán castigados por un tiempo (dice, su parte) los creyentes descuidados, desobedientes, glotones, borrachos, viciosos, perezosos, mundanos, amadores de los deleites más que de Dios; los que busquen imponer su autoridad y sus leyes en la iglesia. Es importante tener en cuenta que la Escritura dice con toda claridad que somos salvos por la gracia de Dios mediante la fe, como un regalo de Dios en Cristo; sin embargo, a continuación y a renglón seguido afirma en el mismo contexto que el Padre preparó una labor exclusiva para cada uno de nosotros. "Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas" (Ef. 2:10).
Eso significa, no obstante, que como hijos de Dios, tenemos la responsabilidad delante de Él de hacer algo específico que Dios preparó para que hiciéramos, dentro de los propósitos de Él en la edificación de Su casa, y de lo cual debemos dar cuenta. Dios no ha dejado a Su creación ni mucho menos la edificación de Su Iglesia al arbitrio de los hombres. Es necesario obrar de acuerdo a un plan minuciosamente trazado por el Señor, de acuerdo con Su voluntad, y siguiendo los fundamentos bíblicos. No se trata, pues, de hacer las cosas de acuerdo con nuestro propio plan y propósito, así nos parezca que lo que hacemos es perfecto y aceptado por Dios.
Es necesario, pues, y para beneficio nuestro, que desviemos nuestra atención de los meros intereses terrenales, tanto de tipo personal como de los relacionados con organizaciones religiosas no fundamentadas en la Palabra de Dios, y no descuidar la salvación de nuestra alma. "...ocupáos en vuestra salvación con temor y temblor" (Fl. 2:12); y la razón de esto la encontramos también en la bendita Palabra de Dios, cuando dice: "Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?" (Mateo 16:26). De acuerdo con el contexto, esto no se lo dice el Señor a las multitudes mundanas sino a sus discípulos. Dice el hermano W. Nee:
"No podemos mezclar la perdición eterna con la disciplina. Muchos versículos, que parecen decir que los cristianos se pueden perder de nuevo, realmente hablan de la disciplina de los cristianos. No sólo está el asunto de la disciplina y el asunto de la falsedad, sino también el asunto del reino y de la recompensa. Estas pocas cosas son fundamentalmente diferentes. Muchas veces, aplicamos las palabras para el reino a la era eterna, y las palabras con respecto a la recompensa al tema de la vida eterna. Naturalmente, esto producirá muchos problemas. Debemos darnos cuenta de que existe una diferencia entre el reino y la salvación, y entre la vida eterna y la recompensa. La manera en que Dios tratará con nosotros en el milenio es diferente de la manera en que Él tratará con nosotros en la eternidad. Hay una diferencia en la manera en que Dios trata con el hombre en el mundo restaurado y en el mundo nuevo. El milenio está relacionado con la justicia. Está relacionado con nuestras obras y con nuestro andar después de que hemos llegado a ser cristianos. El reino milenario tiene como propósito juzgar nuestro andar; sin embargo, en la eternidad, en los cielos nuevos y en la tierra nueva, todo es gracia gratuita. Y el que tiene sed puede venir y beber gratuitamente (Apocalipsis 22:17). Esta palabra es hablada después de que los nuevos cielos y la nueva tierra han venido".*(5)
*(5) Watchman Nee. El Evangelio de Dios. L. S. M. Tomo II. Pág. 357.

Las bodas del Cordero
No ha habido mucha claridad en lo relacionado con las bodas del Cordero con la Iglesia. Muchos hermanos piensan que toda la Iglesia, es decir, el ciento por ciento de los hermanos, participarán como novia en las bodas. Pero la Escritura no dice eso. En la parábola de la fiesta de bodas dice que "el reino de los cielos es semejante a un rey que hizo fiesta de bodas a su hijo" (Mt. 22:2). Por el contexto vemos que para participar en esta fiesta de bodas es necesario cumplir ciertos requisitos, como ser dignos (v.8) y lucir cierto tipo de vestido de boda. Dicen los versos 11-13: "11Y entró el rey para ver los convidados, y vio allí un hombre que no estaba vestido de boda. 12Y le dijo: Amigo, ¿cómo entraste, sin estar vestido de boda? Mas él enmudeció. 13Entonces el rey dijo a los que servían: Atadle de pies y manos, y echadle en las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes". ¿Qué significa este vestido de boda? El hecho de que este hombre entró a la fiesta de bodas es porque es salvo, pero no estaba vestido con la vestidura de los vencedores, el de la justicia subjetiva en su andar con el Señor.
Lo comprendemos mejor con Apocalipsis 19:7-9: "7Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado. 8Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente; porque el lino fino es las acciones justas de los santos. 9Y el ángel me dijo: Escribe: Bienaventurados los que son llamados a la cena de las bodas del Cordero. Y me dijo: Estas son palabras verdaderas de Dios". Entonces vemos que las bodas del Señor no se harán con toda la Iglesia; no todos son llamados para participar allí, sino sólo con Sus vencedores, los cuales vienen a ser la esposa. Por un lado vemos que en la parábola habla de alguien que, aunque es salvo, es lanzado fuera por no estar con el vestido adecuado; y por el otro vemos en Apocalipsis 19:7-9 que habla del vestido de lino fino, que son las acciones justas de los santos, y esas acciones justas sólo se ven en los vencedores.
La novia del Cordero debe estar preparada antes de ese acontecimiento. ¿Cómo es esa preparación? Debe llevar el vestido adecuado, que simboliza la vida del Señor en nosotros, nuestra justicia, nuestra conducta, nuestras obras en Dios, y además, estar llenos del aceite del Espíritu Santo, como dice Eclesiastés 9:8: "En todo tiempo sean blancos tus vestidos, y nunca falte ungüento sobre tu cabeza". Tenemos el caso de las cinco vírgenes insensatas. Les faltó pureza, limpieza de toda mancha, les faltó aceite, no habían pagado el precio, y siendo salvas, pues fueron hasta el tribunal de Cristo, no pudieron participar en las bodas del Cordero. No se habían preparado para las bodas. "10Pero mientras ellas (las vírgenes insensatas) iban a comprar (pagar el precio), vino el novio; y las que estaban preparadas entraron con él a las bodas; y se cerró la puerta. 11Después vinieron también las otras vírgenes, diciendo: ¡Señor, señor, ábrenos! 12Mas él, respondiendo, dijo: De cierto os digo, que no os conozco" (Mateo 25:10-12). Sin fe no podemos alcanzar la salvación eterna; pero sin obras justas no podremos disfrutar del reino de los cielos, incluyendo las bodas de Cordero. En la Palabra de Dios se habla de una vestidura de bodas, y explica en qué consiste; nadie puede confeccionar ese vestido a no ser con la ayuda de Señor. El Señor hace en nosotros y nosotros hacemos en Él. Trabajar sin Él, es trabajar en madera, heno y hojarasca. La vestidura objetiva significa que somos revestidos de Cristo, digamos, por fuera, somos cambiados de posición; y la vestidura subjetiva significa que somos habitados por Cristo por dentro; que somos conformados a Su imagen. Él es forjado en nosotros, manifestando sus atributos a través de las virtudes de nuestra alma renovada. Hermano, medita en el arca del pacto. Fue hecha de madera de acacia (la humanidad) pero revestida de oro (la divinidad) por dentro y por fuera. Para que podamos participar en las bodas, es necesario que nuestro yo sea aniquilado, y Cristo forjado en nosotros antes; hemos tenido que haber sufrido dolores de parto. Pero Cristo se forma en nosotros con nuestro consentimiento, usando también de nuestra voluntad. Pablo le dice a los santos, salvos de Galacia: "Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros" (Gálatas 4:19).
¿Cuándo se llevarán a cabo las bodas? Inmediatamente después del juicio de la Iglesia ante el tribunal de Cristo, seguidas por las fiestas, naturalmente, las cuales se prolongarán por todo el milenio. "Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven". Sólo el Espíritu Santo y la esposa están preparados para el encuentro con el Señor. Antes veíamos que el Espíritu hablaba a las iglesias; ahora el Espíritu de Dios y los vencedores se han hecho uno, y expresan el deseo de que venga el Señor pronto.

La séptima promesa
"Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono" (Ap. 3:21).
Este es el máximo galardón que el Señor puede otorgarle a vencedor alguno. La Iglesia le ha fallado al Señor; entonces el Señor está a la puerta, llamando a quien le quiera abrir. La gran multitud de los creyentes son niños carnales, entretenidos en sus propios deleites y diversiones, en las falsas doctrinas de prosperidad; se han llenado de riquezas materiales, y orgullo; se ufanan de los muchos conocimientos que han adquirido, de sus posiciones ante al Estado y las esferas sociales; ya no necesitan de Dios. Pero el Señor recurre a los vencedores, al que le escuche y le obedezca, al que le abra e intimide con Él; al que esté dispuesto a ponerse de acuerdo con Él. Ya el tiempo está pronto para cumplirse; ya la era de la gracia va a terminar, y viene la del reino milenario; se aproxima el juicio de la Iglesia ante el tribunal de Cristo; entonces el Señor, a cambio de los "tronos" fabricados por los hombres, ofrece la máxima posición de gloria, sentarse con el Señor en Su trono. ¿Por qué precisamente a esta iglesia del tibio período de Laodicea?
Aunque la Iglesia esté ocupada en sus propios intereses y glorias terrenales, entre los vencedores ya existe la expectativa de la venida del Señor. Ellos saben que ese glorioso día está a las puertas; lo esperan ansiosos y aman el regreso del Señor. Los vencedores que reciban este galardón de sentarse con el Señor en Su trono, han de participar de la autoridad del Señor, en su calidad de reyes, gobernando con Él sobre toda la tierra durante el reino milenario de Cristo. Pero antes los vencedores han comprado de Dios oro puro refinado por el fuego.
Aquí el que vence lo hace sobre la tibieza de la iglesia degradada, generada por el orgullo del conocimiento de mucha doctrina, pero sin el Señor. Aquí el vencedor es el que paga el precio para comprar el oro refinado en las pruebas de fuego, las vestiduras blancas de su andar en Cristo y el colirio de la unción y la luz del Espíritu Santo. Al vencedor le toca vencer no sólo la hostilidad del mundo y de su propio yo, sino también, y lo que es peor, la infidelidad, ceguera, prepotencia y desviación de la Iglesia misma. La Iglesia está llena de otras glorias ajenas a la verdadera gloria del Señor; la Iglesia se embriaga de los potentes imanes del progreso material, y se ha olvidado de la verdadera gloria del reino, el cual se gana con la cruz, negándose a sí mismo. Todo creyente que se ocupe hoy en exaltarse a sí mismo y a su ministerio, atropellando a las ovejas del Señor, llegará ese día en que sufra la más dolorosa humillación. En la Iglesia se ha generalizado el concepto de que el Señor sólo nos salvó del infierno; ya no tenemos que ir al infierno, pues no hay idea de cuál es el plan de Dios para la Iglesia; y además nos salvó para que vivamos en esta tierra colmados de bienes materiales y felicidad temporal. Pero viene el juicio de Dios, y el juicio comienza por Su propia casa. Hermano, deja que el Señor juzgue ahora tu andar; permite que el Señor juzgue cada pensamiento; somete al juicio del Señor cada acto tuyo, cada paso que des; acostúmbrate a vivir bajo el juicio de la Palabra de Dios, del Espíritu Santo por tu conciencia, de la voz del Señor dentro de ti. Júzgate a ti mismo usando las herramientas que el Señor te ha dado. Si eso llega a ser tu realidad cotidiana, el día que el Señor juzgue a Su pueblo, para ti será un día de gloria.
¿Todo vencedor estará reinando en el milenio a un mismo nivel que los demás? De acuerdo con la parábola de las minas de Lucas 19:11-26, cada creyente ejercerá en el reino un servicio de acuerdo con el uso que hayamos hecho aquí de los dones que nos ha otorgado el Espíritu Santo, puestos al servicio de Dios. No todos tendremos la misma posición en el reino de los cielos, ni los mismos privilegios, ni disfrutar al Señor en el mismo grado de cercanía. El Señor es justo y obra con justicia. En la tierra medimos los rangos y las posiciones de manera diferente a como se miden en el cielo.

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