lunes, 8 de enero de 2007

III - Pérgamo (2a. parte)

Capítulo III
P É R G A M O
(2a. parte)


Constantino el Grande
Al intentar perfilar la personalidad y las intenciones del personaje histórico conocido como Constantino el Grande, deseamos hacerlo pasando por alto muchos lugares comunes, cuidándonos de afirmar lo que sólo Dios y Constantino mismo pueden dar fe como cierto o falso. Tengamos en cuenta que no todos los hechos de un político ambicioso demuestran que sea el gobernante ideal, y un rasgo típico de Constantino fue el de ganarse el favor de sus súbditos (incluidos los cristianos) mostrando clemencia y sabiduría en sus edictos y otros actos gubernamentales. Pero la historia narra el lado opuesto de la moneda, cuando se afirma que los viñedos que generaban los recursos de la ciudad se anegaban por falta de drenaje, mientras el emperador dilapidaba los fondos públicos en lujos y la construcción de un palacio suntuoso en Tráveris; o ganarse la simpatía de los galos explotando sus más bajas pasiones brindándoles en el circo espectáculos cruentos donde morían tantos bárbaros cautivos, que alguien comenta que hasta las bestias se hastiaron de la matanza.
¿Realmente se convirtió Constantino al Señor Jesucristo? Esto se ha cuestionado mucho, mas podemos sacar algunas conclusiones aportando las siguientes razones. Era una época en que se creía que el bautismo borraba los pecados cometidos, por lo cual Constantino determinó no bautizarse sino en su lecho de muerte, y pese a ello se consideraba a sí mismo "obispo de obispos". Los obispos que le rodeaban, ni el mismo Osio de Córdoba, que era su consejero en materias eclesiásticas, jamás protestaron por el hecho de que Constantino aún después de su "conversión" continuara participando en ritos paganos prohibidos para cualquier cristiano. Ahí vemos en plena actuación los que retienen la doctrina de Balaam. Cabe al respecto anotar que existen organizaciones eclesiásticas actuales que llaman apostólico a Constantino. Téngase en cuenta que Constantino nunca renunció de su título de Pontifex Máximus (sacerdote de lo alto) de la religión pagana babilónica, ni su devoción por el Sol Invicto.
Nos atrevemos a aseverar que si Constantino el Grande creía verdaderamente en el poder de Jesucristo, pudo no haber entendido lo relacionado con la fe, esa fe que habían entendido los que habían sido fieles al Señor hasta ofrendar su vida antes que negarla. Obrara o no de buena fe, que su intención fuese más de tipo político que espiritual, lo cierto era que se quería ganar la protección del Dios de los cristianos, protegiéndolos y construyéndoles templos, y, a la vez que servir a los otros dioses, trasladar imágenes a Constantinopla, sin descuidar el culto pagano para no acarrearse una oposición irresistible del ala aún pagana del Imperio, y de sus dioses. Pero las cosas se iban dando lentamente. Al comienzo de su reinado el Imperio era oficialmente pagano, y el mismo emperador continuara con el sostén de las vírgenes vestales en Roma, sin embargo, Constantino donó al clero cristiano el palacio de Letrán, en Roma, que pertenecía a la familia de su esposa.
En un político hábil y ambicioso como Constantino no es difícil entender el hecho de que pudo haber visto en el Dios de los cristianos un nuevo dios, pero dotado de poderes fuera de lo común. Para nadie era un secreto que la Iglesia había salido victoriosa después de dos siglos y medio de cruenta persecución, de tal manera que la fuerza del cristianismo ya era respetable en tiempos de Constantino. Al promulgar el Edicto de Tolerancia, ¿no estaría Constantino buscando el favor de ese Dios de los cristianos y el apoyo político de los seguidores de Jesús? Sea cual sea su intención, lo cierto es que Constantino, cual Balac, contaminó y pervirtió a la Iglesia, hasta llegarla a convertir en la "gran ramera".
Aunque los cristianos desde los albores de la Iglesia se reunían el primer día de la semana para partir el pan y celebrar la resurrección del Señor, también este día era dedicado al culto pagano del Sol Invicto en todo el territorio del Impero. Constantino, en el año 324, mediante un edicto imperial ordenó que todos los soldados adorasen en ese día al Dios supremo; y ahí tenemos la razón por la cual los paganos no se opusieron a tal edicto. Personalmente manifiesto que la conversión de Constantino no se ajusta a los parámetros bíblicos, como tampoco se ajusta que sea de parte de Dios lo de la visión de la cruz en vísperas al día de la batalla del Puente Milviano.
No hay concordancia entre las enseñanzas de la Palabra de Dios y el hecho de que supuestamente Dios le haya ordenado a este gobernante de un imperio pagano, enredado en sus intrigas políticas y derramamiento de sangre y simultáneamente sumo pontífice de la religión satánica, que se elaborara un emblema en forma de cruz para que con ese signo venciese. Esa clase de visión está muy lejos de tener siquiera alguna similitud con la que aconteció en el camino de Damasco a un Saulo de Tarso. Es difícil creer que el mismo Dios que envía a Pablo a predicar el evangelio y edificar la Iglesia en medio de muchas pruebas y sufrimientos, se preste a enviar a Constantino, el mismo que jamás renunció a su título de sumo pontífice pagano, a edificar un sistema apóstata con su centro en Roma.
El talante religioso de Constantino se puede medir en las monedas acuñadas bajo su gobierno; en el anverso aparecía una cruz y en el reverso representaciones de los dioses paganos como Marte o Apolo, muestras de las cuales pueden ser vistas en los museos modernos. Ahí tenemos una de las estrategias sincretistas de las muchas que usó para mezclar y casar a la Iglesia de Jesucristo con el paganismo. Muchos historiadores registran en sus crónicas que antes que empezase el siglo quinto el paganismo había caído de su elevado sitial; y algunos lo dicen con alborozo; pero le creemos más a la Palabra de Dios, la cual dice que fue la Iglesia la que cayó de las alturas celestiales para venir a morar a la tierra, donde tiene su trono Satanás.
Muchos emperadores antecesores de Constantino intentaron realizar una gran restauración del viejo Imperio Romano, reafirmando para ello la antigua religión pagana. Esas eran las mismas intenciones de Constantino, pero con la diferencia de que él se propuso lograrlo sobre la base del cristianismo, no sin que hubiese serios oponentes a estas aspiraciones entre la clase política y aristocrática de Roma. Este fue uno de los motivos por los cuales determinó construir una "nueva Roma", una nueva capital imperial, fastuosa y fuerte, que llamaría Constantinopla, "la ciudad de Constantino"; y ¿qué mejor que Bizancio, de «Byzantium», nombre previo a la época cristiana de Constantinopla, situada en el punto de contacto entre Europa y Asia, la capital de la parte oriental del Imperio, recientemente conquistada a su cuñado Licinio? La pequeña ciudad de Bizancio fue ampliada y adornada con amplios y lujosos palacios y estatuas de los antiguos dioses paganos traídos de todos los lugares del vasto imperio, así como con la construcción de la gran basílica de Santa Irene, y fue cambiado su nombre por el de Constantinopla (hoy Estambul), capital que fue de la pierna oriental*(1) de este cuarto imperio mundial y conservó su poder y herencia política y cultural por mil años después que sucumbiera Roma bajo la invasión de los bárbaros. Constantino trasladó la capital del Imperio de Roma a Constantinopla el 11 de mayo del año 330; entonces el imperio inició una etapa de orientalización; el carácter romano se fue perdiendo paulatinamente, helenizándose en su nuevo medio bizantino. Constantinopla fue tomada por los turcos en el año 1453, un poco antes del descubrimiento de América; y el gran templo de Santa Sofía fue convertido en una mezquita musulmana hasta el día de hoy.
*(1) Referencia a la estatua del sueño de Nabucodonosor en Daniel 2:33,40

Constantino le abrió las puertas del Imperio al cristianismo, pero fue Teodosio (378-395) quien hizo del cristianismo la religión del Estado, obligando a los ciudadanos a hacerse miembros de la iglesia, oficializando así la unión de la iglesia y el mundo pagano, cambiando la naturaleza de la misma y dando origen a mil terribles años de abominaciones del cesaropapismo. En esas "conversiones" en masa y por decreto imperial, ¿se daría simultáneamente la "regeneración" bíblica? Llegó el momento histórico en que se sustituyó la predicación del evangelio por la coacción del poder civil. (Leer los decretos de Teodosio en el apéndice del presente capítulo).

Consolidación de los nicolaítas
"Y también tienes a los que retienen la doctrina de los nicolaítas, la que yo aborrezco" (v.15).
Durante el período de Efeso hubo solamente lo que la Palabra de Dios llama las obras de los nicolaítas, cuando iniciaron la práctica de la jerarquía en la iglesia; es decir, nada se había enseñado al respecto, ni mucho menos institucionalizado, decretado ni dogmatizado. Pero ya en el siglo cuarto, en pleno auge del período de Pérgamo, esas obras progresaron y se convirtieron en enseñanzas, y de la enseñanza a la dogmatización es sólo un paso, de manera que hoy en la iglesia degradada, tanto en el sector del catolicismo como en el protestantismo institucionalizado, el nicolaísmo se enseña y se practica. Entonces primero surgen miembros individuales al estilo Diótrefes, que se esfuerzan por obtener dominio sobre los demás, luego hay necesidad de inventar una teoría que justifique este dominio; la teoría se convirtió en enseñanza y la enseñanza se consolidó en dogma, el cual, por último, la Iglesia aceptó sin previo examen, revisión ni crítica, sin juzgarlo a la luz de la Palabra de Dios, destruyendo así la función de los creyentes, mutilando o anulando el Cuerpo del Señor como expresión de Cristo, que es la Cabeza.
Alrededor del año 324, el cristianismo fue reconocido como la religión oficial del Imperio Romano. De acuerdo con el espíritu de la época, por un lado la legislación oficial iba encaminada a la obligatoriedad de la conversión de los ciudadanos del Imperio, incluida la amenaza, y por otra parte surgieron motivos e intereses personales que llevaron a la gente a convertirse en masa; razón por la cual el cristianismo se llenó de un pueblo ignorante de las verdades cristianas, de manera que eso también coadyuvó a la formación de un clero selecto que tuviera a su cargo los menesteres espirituales, surgiendo así definitivamente la imperiosa necesidad de dividir la Iglesia entre clérigos y laicos; se consolidó una jerarquía que sustentaba el monopolio del conocimiento y la enseñanza, amén del poder y el gobierno eclesiástico.
Al consolidarse el cristianismo como religión estatal, se toma como pretexto la necesidad de crear estructuras más complejas a fin de poder mantener tanto la disciplina como regular la pureza doctrinal. Los presbíteros fueron reemplazados por una jerarquía de obispos y comenzó a emerger una estructura diocesana. Los dirigentes eclesiásticos, imitando la forma de gobierno imperial, adoptaron un gobierno de superior jerarquía, en preferencia a aquel ejercido en un plano de igualdad, como los practicados en la iglesia en sus primeros años. La Iglesia cristiana iba moldeando su propia organización sobre la base del sistema gubernamental del Imperio Romano, abandonando así los principios escriturales. Constantino consolidó en el Imperio una organización político-administrativa jerarquizada, agrupando las provincias en diócesis, que como antes se dijo, proviene tal nombre del emperador Diocleciano, gobernadas por los vicarii (vicarios). Más tarde, cuando ya fue desarrollado, el sistema católico romano imitó esa misma forma de organización política. Se consolidó la configuración de una jerarquía eclesiástica siguiendo las directrices de la misma división administrativa imperial. Se instituyeron metropolitanos en las provincias y obispos en las ciudades. Indudablemente el Señor quiere que la Iglesia se edifique normalmente con Su solo poder, sin que goce de alguna cuota de poder oficial. El Señor mandó obediencia a los hombres que en la comunidad representasen la autoridad, pero se negó a emplear métodos políticos para sí mismo y para Sus propósitos, incluyendo la Iglesia, y, además, no sólo nunca abogó por cualquier método de rebelión, sino que la Palabra de Dios condena esta actitud, en cualquiera de sus manifestaciones.
El Estado y la Iglesia de Jesucristo jamás han debido unirse en la historia, pues son dos instituciones con orígenes, índole y fines diferentes. La una no tiene nada que ver con la otra; pero en la historia malévolamente se confundió a la Iglesia de Jesucristo con la religión babilónica, la cual siempre fue la religión del Estado. Esa herencia matrimonial continuó hasta nuestros días, con influencias e imitaciones más allá del sistema central, el cual se identifica con lo que la Biblia llama la gran ramera; sistema que, diciendo representar los intereses del Señor, le ha sido infiel. Ese sistema religioso llegó a ser una sola cosa con el estado. La Iglesia de Jesucristo lejos está de necesitar la aprobación oficial para desarrollarse y cumplir su cometido en esta tierra. Esa condición no la encontramos en la Biblia. La Iglesia de Jesucristo lejos está de necesitar que los reyes y poderosos de este mundo la defiendan. Es todo lo contrario; por ellos, siguiendo una consigna tras bambalinas del príncipe de este mundo, habría de ser perseguida. La Palabra de Dios da testimonio de estas aseveraciones.
"16He aquí, yo os envío como a ovejas en medio de lobos; sed, pues, prudentes como serpientes, y sencillos como palomas. 17Y guardaos de los hombres, porque os entregarán a los concilios, y en sus sinagogas os azotarán; 18y aun ante gobernadores y reyes seréis llevados por causa de mí, para testimonio a ellos y a los gentiles" (Mt. 10:16-18).
"Se reunieron los reyes de la tierra, y los príncipes se juntaron en uno contra el Señor, y contra su Cristo" (Hec. 4:26).
De ese matrimonio de la Iglesia con el mundo, con el Estado y con la religión babilónica sobrevinieron grandes males. Por ejemplo, en la esfera del poder surgió algo curioso. A raíz de la división del Imperio Romano en Oriente y Occidente, hubo a la sazón dos capitales imperiales: Roma y Constantinopla. Eso originó, a la par que los políticos, divergencias y ambiciones de poder entre la jerarquía clerical de ambas capitales, con el subsecuente cisma entre ambas vertientes del cristianismo oficial; lo que se conoce históricamente como Cisma de Oriente. ¿Qué surgió después? Que en las provincias del bloque oriental, las ortodoxas, con el tiempo el Estado dominó de tal manera a esa parte del cristianismo, que éste fue debilitado en gran manera. En cambio en Occidente, sucedió gradualmente el reverso de la moneda, pues el clero fue usurpando el poder al Estado, y aquello dejó de ser cristianismo para convertirse en una jerarquía más bien corrupta, que llegó a dominar a las naciones de Europa, como una verdadera y astuta maquinaria política. Tanto el Señor como el apóstol Pablo por la inspiración del Espíritu Santo, lo profetizaron.
"42Mas Jesús, llamándolos, les dijo: Sabéis que los que son tenidos por gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y sus grandes ejercen sobre ellas potestad. 43Pero no será así entre vosotros, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, 44y el que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de todos. 45Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos" (Mr. 10:42-45).
"Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos" (Hec. 20:30).
Durante las épocas de Efeso y Esmirna, Cristo era el legítimo y único Kyrios de la Iglesia, y por no negarlo a Él, sufrieron los santos hasta el martirio; pero entrado el período de Pérgamo las cosas fueron cambiando; la Iglesia empieza a abrirle las puertas a un kyrios diferente del Señor, desposándose con el mundo y empezó a surgir el antiguo kyrios o dominus imperial, un monarca absoluto que, como ya lo hemos dicho, ejercía soberanamente un poder que en el Imperio lo atribuían a origen divino. A partir de Constantino, el emperador se atribuye el derecho de intervención en los asuntos de la Iglesia, no sólo por propia iniciativa, sino también a solicitud y con el consentimiento de la jerarquía eclesiástica.
La doctrina de Balaam continúa operando con su nefasta secuela, tanto que se llegó a desarrollar una "teología oficial", y algunos de la casta clerical, deslumbrados por los favores de Constantino, llegaron a difundir que Constantino había sido elegido por Dios para que su obra fuese la culminación de la historia de la Iglesia, y entre los cuales se dice estar el historiador Eusebio de Cesarea. Esas intervenciones imperiales en los asuntos de la Iglesia a veces eran de tipo disciplinario, como expulsar clérigos, deponer y desterrar obispos, e incluso papas, cuando esta institución surgió históricamente; a veces eran de tipo jurisdiccional, y es así como el emperador incluso castiga delitos religiosos como el sacrilegio. Pero el emperador llegó más lejos, interviene en los asuntos doctrinales, y convoca concilios, los orienta, legaliza sus decisiones y hasta publica encíclicas, de modo que la Iglesia se iba hundiendo hasta caer también bajo la férula de un tirano terrenal.
Con la sola excepción de Juliano el Apóstata (murió en 363), todos los emperadores que sucedieron en el poder a Constantino eran activos en contener los viejos cultos paganos y en alentar la propagación del cristianismo y favorecerlo. Por ejemplo, Teodosio I (gobernó entre 379 a 395) impulsó la demolición de templos paganos, proscribió los sacrificios y las visitas a santuarios paganos, y fue aun más lejos, ordenando que a los apóstatas del cristianismo se les privase del derecho de herencia, tanto de recibir como de transmitir por testamento.
Hay otro significado de la palabra Pérgamo, y es cerradura alta. Nótese que históricamente los obispos obtuvieron derechos, privilegios, autoridad; se llenaron de riquezas, los hermanos tenían que pedir audiencias para verlos. ¿Por qué? Porque empezaron a vivir entre altas cerraduras de sus lujosos palacios, por la enseñanza de los nicolaítas. Constantino había igualado los derechos de la iglesia y el paganismo, y desde entonces los reyes y poderosos de la tierra empezaron a presidir los concilios de la iglesia, y a confirmar todas las decisiones que se tomaran.

La Iglesia llamada a cortar con el mundo
"Por tanto, arrepiéntete; pues si no, vendré a ti pronto, y pelearé contra ellos con la espada de mi boca" (v.16).
En la armadura de un soldado romano, la espada era un arma defensiva. "Tomad... la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios" (Ef. 6:17). Esta espada es la misma que aparece en el verso 12, la Palabra de Dios, y que el Señor va a usar para deshacer la unión desigual y toda relación de Su Iglesia con el mundo. ¿Cómo puede la Palabra de Dios ser usada para cortar nuestra relación con el mundo? Primero el Señor nos llama a que nos arrepintamos, que cortemos por nosotros mismos esos vínculos con el mundo en todos sus aspectos. Pero si no nos arrepentimos, la misma Palabra de Dios se encargará de juzgarnos, la cual lo discierne todo, diferenciando lo bueno de lo malo, y es cortante como espada de doble filo. Como con la mezcla del mundo con la Iglesia, la naturaleza de ésta cambió radicalmente, es necesario que Dios use la espada de Su boca para efectuar esa profunda división.
El Señor interviene en la historia para cortar de Su Iglesia legítima un ente nuevo, nacido de la institucionalización política de la confesión cristiana. A partir de Constantino ha rondado en la Iglesia del Señor ese oscuro fantasma de que la Iglesia de Jesucristo necesita que el poder secular ejerza sobre ella alguna relación de tutela y protección. Ha sido difícil para los eclesiásticos entender que la Iglesia del Señor, en cuanto Iglesia, Cuerpo de Cristo, no necesita tener nexos con el Estado, ni políticos, ni económicos, ni religiosos, ni jurídicos, ni militares, ni culturales, ni sociales, si con ello está en peligro comprometer su fidelidad al Señor, pero a la Iglesia se le dio por cambiar la doctrina evangélica.
Por testimonio cristiano, ya que las Escrituras nos lo ordenan (Mt. 22:21; Ro. 13:1-7; Mt. 17:27) hay que guardar un respeto y sometimiento a las autoridades en el ámbito personal, pero guardando siempre una moderada y prudente separación entre la Iglesia y el Estado. La Iglesia debe aportar lo necesario para el orden, la justicia y la paz social, porque es sal y luz en la tierra, pero sin comprometer su fidelidad al Señor de la Iglesia. Como esos lazos entre la iglesia degradada y los nicolaítas con su secuela de mundanalidad y maldad han permanecido en el sistema de la Iglesia Católica Romana en toda la historia a través de Tiatira, bebiendo las mieles del poder temporal, llegará el eventual momento en que el Señor juzgará esa iglesia y la aniquilará con su Palabra, como está previsto en la Biblia.

El ascetismo
Alguien se preguntará, si la Iglesia se unió a los poderes del mundo y si el lujo y la ostentación hacen furor en los "altares" de la cristiandad, ¿no hubo quién reaccionara? El hecho de que Constantino hubiese dado ese viraje en la política del Imperio con relación al cristianismo, que venía de padecer casi trescientos años de cruel persecución, fue visto por muchos eminentes personajes de la Iglesia, de la talla de Eusebio de Cesarea, como el cumplimiento de designios de Dios. Pero otros veían más allá de la simple apariencia. Veían cómo la puerta estrecha y el camino angosto se ensanchaban tanto, que muchos se apresuraron a mezclarse íntimamente en la política, las posiciones y el prestigio de este siglo. Veían que cada día el cristianismo se mezclaba más y más con el paganismo. Unos pocos vieron cómo la doctrina de los nicolaítas empezó a penetrar e impregnar todos los estamentos de la Iglesia. Y no fue extraño que los ricos y poderosos que se enseñorean de las naciones, también encontraran ocasión de dominar la vida de la Iglesia del Señor, a fin de que se confundieran las cosas del César y las de Dios, pues la Iglesia había venido a instalar su morada en esta tierra, donde tiene su trono el diablo. El partido clerical se olvidó que la Iglesia es peregrina en esta tierra, y que Su divino fundador no sólo jamás tuvo una lujosa mansión en esta tierra, sino ni siquiera una piedra en donde recostar Su cabeza, pues el Padre lo estaba esperando en los lugares celestiales.
Algunos consideraron que el hecho de que el emperador se declarase cristiano, y que se dieran esas fáciles conversiones en masa, no significaba una bendición sino una gran apostasía, pues comenzó a formarse y surgir el catolicismo paganizado, la disciplina de la Iglesia decayó y se iba ahondando más la brecha entre el ideal cristiano y su cumplimiento, y debido a todo esto, muchos que no querían abandonar la comunión de la Iglesia, reaccionaron como en una especie de sublevación individual contra la organización y nuevo giro que la clase clerical le había dado a la Iglesia, y prefirieron irse al otro extremo, retirarse al desierto a llevar una vida ascética, viviendo en cuevas y lugares solitarios, dedicados a la oración y a la contemplación. Pero ambos extremos son perniciosos.
La Palabra de Dios no aprueba para los hijos de Dios ni el matrimonio con el mundo, su profunda ingerencia en la política ni competencia en pos de posiciones, por un lado, ni el monasticismo, tanto en su modalidad de solitario, como los ermitaños, o colectivamente enclaustrados en los monasterios, por el otro. En la Iglesia primitiva no había monjas ni monjes; en la experiencia precristiana, estas prácticas eran paganas.
Algunos también defienden la posición de los monjes aduciendo que por la influencia del gnosticismo, el marcionismo y en particular del maniqueísmo, se había propagado la idea dualista de cuerpo y espíritu, pensando que el cuerpo se oponía a la vida plena del espíritu, por la difundida creencia filosófica de que la materia en sí es mala, y había que doblegarla, someterla (por medios carnales, añadiría yo). Ese es un error fundamental que se aparta de la enseñanza bíblica, que si, paradójicamente, por el Espíritu se discierne, se le mira justamente como un rudimento del mundo. En esa clase de vida se infiltró algo del legalismo, o sea, el punto de vista de que la salvación de alguna manera puede ser ganada y merecida mediante obras, en oposición a la gracia. El Señor Jesús vivió una vida santa, pero de ninguna manera ascética, y tampoco recomendó el ascetismo, al contrario, ordenó ir por el mundo a predicar el evangelio y hacer discípulos y no huir del mundo. Al principio muchos obispos miraron mal el monacato, pero después de extendido, a finales del siglo quinto, llegó a ser la característica del cristianismo, llegando a su mayor desarrollo durante la Edad Media.
Amerita también mencionar que en el movimiento monástico hubo marcadas influencias asimismo, de una parte por el lado de Orígenes, Pánfilo y Eusebio de Cesarea en el sentido de dejarse llevar por el ideal platónico de vida, y aun por ciertos principios estoicos; y por otro por las palabras del apóstol Pablo, de que quienes no se casaban podían tener más libertad para servir al Señor. Téngase en cuenta también que si por el lado de los nicolaítas se realizaba una mezcla con el paganismo y sus rituales, en el otro extremo, los monjes pudieron imitar el ejemplo de las religiones paganas, pues éstas tenían vírgenes sagradas, eunucos, celibato entre los sacerdotes y personas apartadas para el servicio de sus dioses. Si los que se codeaban con Constantino se llenaron de orgullo de clase, no menos surgió entre los que llevaban su vida monástica, pues entre ellos se dio otra forma de orgullo, pensando que su nivel espiritual estaba por encima del de los obispos, y por ende eran ellos y no los dirigentes eclesiásticos quienes debían decidir sobre cuestiones de la doctrina cristiana.
Es curiosa la terminología con que se les ha designado. Eremitas o ermitaños, por cuanto prefirieron vivir en ermitas, santuarios o capillas situadas por lo común en lugares solitarios. Monjes, que viene de la palabra griega monachós, que significa "solitario". Anacoretas, que quiere decir, "retirado" o "fugitivo". Cenobitas, palabra derivada de dos términos griegos, que significan "vida común", como una modalidad colectiva, diferente al anacoretismo. Se dice que fueron miles los que tomaron esta determinación de retirarse a esa vida monástica, como especie de contagio en masa; empero Pablo el ermitaño (no el apóstol) y Antonio son los más sobresalientes, y que los ponen como los iniciadores de esta clase vida, tal vez por el hecho de que respectivamente, Jerónimo y Atanasio escribieron sus vidas. Allí se registra que Pablo huyó de la persecución al desierto a mediados del siglo tercero.
En cuanto a Antonio, tomó su determinación alrededor del año 320, pues le impactaron las palabras del Señor Jesús acerca del joven rico en Mateo 19:21, por lo cual dispuso de sus propiedades y repartió sus bienes entre los pobres, y se retiró al desierto de Egipto. Otros de gran renombre son Simeón del Pilar y Palemón el estilita, llamados así por su curiosa manera de vivir en columnas que terminaban en una plancha. Curiosamente, de Simeón se dice que vivió sobre su pilar al este de Antioquía treinta y seis años y que goteaba gusanos, piojos y mugre.
Hubo personas cuyo ingreso a un monasterio no estaba asociado con la conversión a la fe, sino más bien a una preocupación por la salvación. Cuando el monasterio estatutariamente implica una vida de renuncia al mundo, de mortificar la voluntad, de austeridad en la comida y vestimenta mortificante, vigilias nocturnas después de un duro trabajo diurno, ayunos, castigo de la carne, y otros procedimientos, eso va de la mano con un legalismo y la práctica de exagerados rudimentos del mundo, que no producen la paz con Dios, ni menos aun reemplazan el sacrificio de Cristo.
En la época que se inicia con Constantino, los ministros cristianos comenzaron a llamarse "sacerdotes", aunque para la época de Constantino, el título de sacerdote tomó un cariz más pagano, pues antes de Constantino, en La Tradición Apostólica, Hipólito de Roma llama sacerdote a Juan, y la Didaké, del siglo I, llama sumos sacerdotes a los profetas de la Iglesia, pero en el sentido neotestamentario que usan Pedro, Pablo y Juan. El sacerdocio paganizado contribuyó a la formación del nicolaísmo, quitándole el sacerdocio al pueblo.
"4Acercándoos a él, piedra viva, desechada ciertamente por los hombres, mas para Dios escogida y preciosa, 5vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo. 9Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable" (1 Pe. 2:4-5,9).
"Para ser ministro de Jesucristo a los gentiles, ministrando (sacerdotando, en el original griego) el evangelio de Dios, para que los gentiles le sean ofrenda agradable, santificada por el Espíritu Santo" (Ro. 15:16).
"6Y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén. 10Y nos ha hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra" (Apo. 1:6; 5:10).
Aun en contra de su voluntad y por la insistencia y ruegos de algún obispo, algunos de estos anacoretas llegaron a ser ordenados sacerdotes y obispos u ocupar cargos eclesiásticos. Se dice que Pacomio, antiguo soldado del ejército imperial, quien naciera en una pequeña aldea al sur de Egipto en 286, fue quien tuvo gran prominencia en el surgimiento del monaquismo comunal o cenobítico, y más tarde Basilio de Cesárea, uno de los tres Capadocios, Martín de Tours y Jerónimo. Indudablemente, uno de los más sobresalientes organizadores del ascetismo fue Benito de Nurcia, autor de la famosa regla de San Benito, una de las más influyentes de la organización del ascetismo.

Grandes exponentes de la patrística
Por las informaciones recibidas de la época, hubo en ese tiempo mucha actividad teológica, y no menos corrientes de ideas controvertibles; es la época del desarrollo y profundización de la Cristología, y hacen su aparición nuevas escuelas teológicas en Constantinopla, Roma, Antioquía y Córdoba. Es, pues, Pérgamo un período de grandes figuras protagónicas en el devenir de un gran vuelco de la Iglesia, entre los cuales se destacaron eminentes teólogos, filósofos, historiadores, apologistas y polemistas, algunos de los cuales dejaron registros escritos de esos importantes acontecimientos. Antes de registrar un ligero perfil de algunos de los llamados padres de la Iglesia, es interesante anotar que el platonismo ejerció gran influencia en el cristianismo, principalmente por medio de pensadores cristianos como el judío helenista Filón, Justino Mártir, Clemente de Alejandría, Agustín y los escritos que llevan el nombre de Dionisio el Areopagita.

Eusebio de Cesarea (260-340). Sabio erudito e historiador de la Iglesia, nacido probablemente en Palestina, en donde llegó a ser obispo de Cesarea y en donde fue discípulo de Pánfilo, natural de Berito (hoy Beirut), en la ocasión en que éste estudiaba, organizaba y completaba la biblioteca que Orígenes había dejado allí en posesión de la iglesia. Desde esta sede, Eusebio salía por diversas ciudades buscando documentación acerca de los orígenes del cristianismo. Inicialmente, y aun en medio de las persecuciones en tiempos del emperador Maximino Daza, Eusebio escribió junto con Pánfilo varias obras, entre ellas Crónica, cinco libros de una Apología de Orígenes. Muerto su maestro, revisó y amplió su obra más importante, la Historia Eclesiástica, obra de capital importancia para el estudio de los primeros tiempos de la vida de la Iglesia, pues él se encargó de compilar, organizar y publicar casi todo lo que la posteridad logró saber de muchos de los cristianos de los primeros siglos de la Iglesia, y fue terminada cuando el emperador Constantino acababa de firmar el Edicto de tolerancia en el año 313, que le otorgaba la paz a los cristianos.
Eusebio en su oportunidad se escapó de la persecución y se libró del martirio, y fue testigo presencial de aquellas amargas horas de la Iglesia, y por razones que hemos analizado arriba en el presente capítulo, como muchos otros en su tiempo, vio en Constantino un instrumento escogido por Dios para llevar a cabo Sus propósitos, y, según afirman varios analistas de la historia, por aquello de la fascinación del boato imperial, se dedicó a servir los intereses del imperio por encima de los de Jesucristo.
Eusebio se vio envuelto en las controversias arrianas, y aunque se mantuvo en el Concilio de Nicea dentro de la línea ortodoxa, sin embargo, dejó mucho que desear, pues no apoyó plenamente a Atanasio de Alejandría, ya que sus intereses eran otros. Se dice que era amigo personal de Constantino, de quien escribió su obra Vida de Constantino. El pensamiento y modo de ver las cosas Eusebio, aun sin percatarse de ello, disentían muchas veces de la sana teología cristiana. Por ejemplo, fue uno de los que no se percató de lo peligroso que era que la Iglesia perseguida pasara a ser la Iglesia de los poderosos, los que según las palabras del Señor en el evangelio tienen mucha dificultad para salvarse, la Iglesia que prefirió morar en la tierra antes que ser peregrina, y a ver la riqueza y el boato como una bendición de Dios. También escribió una obra útil para los estudios bíblicos, su Onomasticón, enumerando e identificando los principales lugares geográficos de Palestina.

Atanasio de Alejandría (300-373). Uno de los cuatro grandes de los llamados padres de la Iglesia, de orientación griega. Nació probablemente en alguna pequeña aldea a orillas del Nilo y murió en Alejandría; perteneciente a una familia de clase humilde, tal vez de la raza copta. Este gigante de la Iglesia era de tez oscura y muy corto de estatura, a tal punto que sus enemigos a veces se burlaban de él llamándolo enano. Desde su niñez demostró profundo interés por la iglesia, y llegó a disfrutar de la favorable atención de Alejandro, el obispo de su ciudad natal, en donde muy joven llegó a ser diácono. El centro de su fe lo constituía la presencia de Dios en la historia, y por eso se constituyó en el más temible opositor del arrianismo, antes y después del Concilio de Nicea, teniendo en cuenta que para Atanasio la controversia arriana iba más allá de ser simples sutilezas filosóficas; tenía la luz suficiente para saber que esa herejía socavaba el centro mismo de la fe cristiana. Después del Concilio de Nicea, murió Alejandro y Atanasio fue elegido obispo de Alejandría, y ese había sido el deseo de su antecesor. Pero Eusebio de Nicomedia y demás dirigentes arrianos, persuadieron al emperador en contra de Atanasio acusándolo de irregularidades eclesiásticas y hasta de homicidio, por lo cual Atanasio sufrió una vida de luchas y de repetidos exilios. Sus últimos siete años los pasó sosegadamente en Alejandría, donde muró en 373. A la postre sus ideas triunfaron por toda la Iglesia, quedando consignadas en el Credo de Atanasio, aunque éste no hubiera sido escrito por él. Entre las obras escritas por este eminente varón de Dios relacionamos:
* La Vida de San Antonio. Atanasio acostumbraba visitar a los monjes del desierto, y en especial a Pablo el ermitaño y a Antonio, de quienes aprendió una gran austeridad y rígida disciplina.
* Contra los gentiles. Lo mismo que la siguiente, escrita antes de la controversia arriana.
* Acerca de la encarnación del Verbo. Escrita bajo la profunda convicción de la centralidad de la encarnación de Cristo en la fe de la Iglesia y aun de la historia humana, y sin la influencia de las especulaciones filosóficas de Clemente de Alejandría o de Orígenes.

Los Capadocios. Este título se les ha dado a tres grandes teólogos cristianos del siglo IV, que pertenecían a las iglesias de la provincia de Capadocia, al norte de Cicilia, en Asia Menor, los cuales tuvieron una influencia decisiva por haber profundizado en el asunto de la Trinidad y haber contribuido grandemente a la derrota del arrianismo. Son ellos Basilio Magno o de Cesarea, su hermano Gregorio de Nisa, famoso por sus obras acerca de la contemplación mística, y Gregorio de Nacianzo o Nacianceno, insigne orador, poeta y compositor de himnos. Los tres tuvieron fuerte influencia del pensamiento de Orígenes.

Basilio el Grande (329-379). Miembro de una familia profundamente religiosa de Cesarea. Recibió educación universitaria en Cesarea, Constantinopla, Antioquía y Atenas, ciudad esta donde se hizo amigo de Gregorio, conocido más tarde como Gregorio Nacianceno. Una vez de regreso en su tierra natal estuvo al frente de la cátedra de retórica de la Universidad de Cesarea, pero debió ser reconvenido por su propia hermana Macrina, debido a que estaba muy envanecido, que no citara tanto los autores paganos, sino que buscara vivir de acuerdo con las enseñanzas de los autores cristianos. La influencia de su piadosa hermana y la muerte de Naucracio, otro hermano que había venido viviendo una vida de contemplación, lo llevó a renunciar a su cátedra y demás honores y pompas del mundo, para dedicarse a aprender con su hermana los secretos de la vida monacal. En 357 fue bautizado y ordenado lector en la iglesia. Viajó por Egipto, Palestina y el Ponto a fin de aprender de los monjes la vida contemplativa, y a su regreso fundó con Gregorio de Nacianzo una comunidad de monjes en Ibora, no lejos de su hogar, escribió reglas y principios para la comunidad, que fueron base para las de otras comunidades. En 364, a petición de Eusebio de Cesarea fue ordenado presbítero, y se dedicó a escribir libros. Después de la muerte de Eusebio, en 370, Basilio fue nombrado obispo de Cesarea. En ese tiempo Valente, un arriano, llegó a ocupar el trono imperial, y fue a visitar a Cesarea, tal vez con el propósito de fortalecer el bando arriano y debilitar el niceno, y Basilio se enfrentó al emperador sin dejarse doblegar con promesas ni amenazas. Con Gregorio Nacianceno y Gregorio de Nisa, Basilio contribuyó poderosamente acerca de la doctrina de la Trinidad y a terminar la disputa relacionada con la terminología sobre el Espíritu Santo. Murió a los cincuenta años, poco antes de que el Concilio de Constantinopla, en el año 381, confirmara la doctrina nicena.

Gregorio de Nisa (330-395). Hermano menor de Basilio y al contrario de su hermano, era de un temperamento apacible y tranquilo. Prefería la vida apartada y retirada del mundanal ruido. Su educación, aunque buena, no fue tan esmerada como la de su hermano. Contrajo matrimonio con la hermosa joven Teosebia, con quien fue feliz. Parece que más tarde enviudó y entró en un monasterio fundado por su hermano, y en el año 371, debido a ciertas medidas tomadas por el emperador Valente para limitar el poder de Basilio, al dividir la provincia de Capadocia, éste nombró nuevos obispos para varias pequeñas poblaciones, y una de ellas fue Nisa, a donde llamó a su hermano Gregorio para que ocupara el obispado. Fue gran defensor de la fe nicena sobre la Trinidad. Sus escritos comprenden obras místicas, apologéticas, sobre la controversia trinitaria. Escribió un tratado Acerca de la virginidad. Su principal obra apologética fue el Termo-catequeticus, el cual se trata de un manual teológico cuyos temas principales son la cristología y la escatología. Tuvo cierta influencia origenista, pues sostuvo la concepción antibíblica de Orígenes sobre el infierno en el sentido de que es una especie de purgatorio, y que al final de los tiempos todos los seres, tanto hombres como demonios serán salvados, incluido Satanás mismo. Recuérdese que este orden de ideas ha sido divulgado por ciertos escritores del talante del italiano Papini. Es posible que Gregorio haya aceptado esta idea al haber interpretado erróneamente las palabras de Pablo que Cristo será el todo en todos. Al final de sus días volvió a retirarse de toda atención del mundo, a tal punto que se ignora el lugar de su muerte.

Gregorio de Nacianzo o Nacianceno (330-389). Uno de los tres grandes Capadocios; compañero de estudios y amigo de Basilio. Hijo de Gregorio, obispo de Nacianzo, y Nona. Inició sus estudios en Cesarea, y por el año 350 estudió en la Universidad de Atenas, donde permaneció unos catorce años. Al igual que Basilio, Gregorio también se ocupó en enseñar retórica, antes de dedicarse a llevar una vida monacal en compañía de Basilio. Fue un hábil orador, y eso le trajo como consecuencia haber sido ordenado presbítero a la fuerza, antes de que Basilio lo nombrara obispo en la pequeña aldea de Sasima, en el tiempo cuando el emperador Valente adelantó acciones contra Basilio. En tiempos del emperador Teodosio, de origen español, Gregorio llegó a ser, en contra de su voluntad, patriarca de Constantinopla, cargo al cual renunció para regresar a su tierra natal a las tareas pastorales y componer himnos. Murió en su retiro de Ariazo, a la de edad de 60 años. Estando de Patriarca llegó a presidir el Concilio de Constantinopla en 381. Entre sus obras más destacadas como escritor se cuentan cinco discursos teológicos contra los arrianos que se conocen como "Cinco discursos teológicos acerca de la Trinidad", que aún son considerados claves en la exposición de la doctrina trinitaria. El libro Philocalia, que es una selección de las obras de Orígenes, compiladas juntamente con Basilio, y han sido conservadas también unas 242 cartas y poemas.

Ambrosio de Milán (340-397). Natural de Tréveris, hijo de un prefecto del pretorio de las Galias, educado en un trasfondo estoico, de acuerdo con las normas de aquellos tiempos, llegó a ser un oficial civil y prefecto del Norte de Italia. Para sorpresa suya, el pueblo insistió a que fuese obispo de Milán, en la época en que a la sazón era gobernador de la ciudad, cuando aún ni siquiera había sido bautizado, siendo tan sólo un catecúmeno. Había muerto Auxencio, el obispo impuesto por los arrianos, y la elección de uno nuevo amenazaba por convertirse en un tumulto, cuando apareció él a apaciguar los ánimos. Fueron dramáticos sus esfuerzos para persuadir a la multitud de que él era indigno de ese cargo, y se vio precisado a emprender un curso de lectura teológica a fin de llenar la vacante que no necesariamente buscaba. Después de ser bautizado, en apenas una semana llegó a ser sucesivamente lector, acólito, subdiácono, diácono, presbítero y obispo; eso ocurrió el primero de diciembre del año 373. Llegando a ser uno de los más famosos obispos, predicadores y administradores. En el año 394, a raíz de la sangrienta represalia del emperador Teodosio contra Tesalónica, en la cual mandó matar unas siete mil personas reunidas en el circo, celebrando precisamente el perdón imperial, valientemente Ambrosio reprendió al emperador por su crueldad contra los vencidos, imponiéndole una penitencia; pero después fue tratado con mucha estimación por Teodosio. Fue celoso de la autonomía de la Iglesia en asuntos espirituales, pero estaba de acuerdo en que la Iglesia tenía predominio sobre el poder civil. Solía decir que "el emperador está en la Iglesia, pero no por encima de ella".
Según las controversias de esa época y contrastando con Juan Crisóstomo, el cual sostenía que el hombre valiéndose de su propio albedrío puede volverse a Dios, y que al hacerlo, Dios apoya la voluntad del hombre, Ambrosio en cambio iba un poco más lejos, pues creía que la gracia de Dios era la encargada de iniciar la obra de salvación, y que cuando el hombre es objeto de la gracia de Dios, el hombre coopera por su propia voluntad. Fue autor de muchos libros e himnos cristianos litúrgicos. Es de suma importancia su influencia en la conversión del joven intelectual Agustín, quien en el curso de una peregrinación escuchaba los sermones de Ambrosio, con quien asimismo se hizo bautizar, el que llegara a ser el famoso obispo de Hipona y el más brillante de los "gigantes" de su época. Murió Ambrosio el 4 de abril del año 397.

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