miércoles, 3 de enero de 2007

6. Los Vencedores y la Iglesia (2a. parte)

Capítulo 6
LOS VENCEDORES Y LA IGLESIA
(2a. parte)


La armadura de Dios
La Biblia registra una lucha de la Iglesia contra el enemigo de Dios, las fuerzas malignas de las tinieblas; y el Señor nos ordena vestirnos con toda la armadura de Dios, para poder salir victoriosos en ese inevitable enfrentamiento; porque es necesario que luchemos en el Señor, en Su poder, y no en el nuestro. El vestirnos con la armadura de Dios es una orden, un mandato de Dios, y una necesidad para nosotros, no es opcional; pero el ponérnosla es un acto voluntario nuestro, un ejercicio voluntario. Toda arma meramente humana no sirve para esta lucha, es más bien de estorbo.
"10Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza. 11Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo. 12Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. 13Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes" (Ef. 6:10-13). Aquí la Iglesia es presentada como un guerrero, pero lo lamentable es que no todos están vestidos con esta armadura. Muy pocos, los vencedores, están vestidos con toda la armadura de Dios; otros sólo tienen parte de esa armadura, y el resto, la mayoría, no tiene nada. Tengamos en cuenta que nosotros vemos a las personas con nuestros ojos físicos, pero detrás de las personas (carne y sangre) están los titiriteros, los verdaderos enemigos de Dios, los ángeles rebeldes que ostentan en este siglo los poderes malignos de Satanás, el cual cuenta con una organización sofisticada en los lugares celestes, los aires, y ejercen su poder sobre las naciones del mundo. Cada nación tiene su propio príncipe de las tinieblas (Daniel 10:20) dentro de esa organización, el cual a su vez maneja una verdadera jerarquía de poderes y especialidades a su cargo, para infringirle daño a la Iglesia y a las naciones, que están regidas y esclavizadas por esas tinieblas. Pero debemos estar firmes en la victoria de Cristo, que es nuestra propia victoria, por cuanto Satanás y sus huestes de maldad están destinadas a ser vencidas por nosotros; por eso debemos resistir, es decir, estar firmes. La armadura de Dios la toma Pablo, en su parte externa, del modelo del soldado romano de su tiempo, el cual era muy famoso por su disciplina y vigilancia. La armadura consta de las siguientes partes:

El cinto de la verdad. "Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad" (v. 14a). Ceñirse el cinto tiene la connotación de estar listo para la acción, en este caso para la batalla espiritual; pero es necesario que nos ciñamos con la verdad, la cual es Cristo, el cual vertió su sangre por nosotros. ¿Cómo comieron el cordero los hebreos, el día de su liberación? "Y lo comeréis así: ceñidos vuestros lomos, vuestro calzado en vuestros pies, y vuestro bordón en vuestra mano" (Ex. 12:11a). Cuanto más conocemos a Dios y a Su Cristo, más tenemos conciencia que Él es nuestra única verdad y realidad cotidiana, en nuestro andar como cristianos. "Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí" (Juan 14:6).

La coraza de la justicia. La coraza era la parte de la armadura que revestía y protegía el pecho del soldado romano, es decir, nuestra conciencia. "Y vestidos con la coraza de justicia" (v. 14b). Cristo ha sido hecho por Dios nuestra justificación, y de esa justicia hemos sido revestidos desde que creímos, la cual se ha convertido en nuestra coraza en nuestra condición de soldados; la obra de Cristo en la cruz nos ha hecho justos, pero en nuestra lucha contra Satanás, debemos tener nuestra conciencia limpia y protegida con la justicia de un corazón recto delante de Dios y de los hombres, lo cual es la vida de Cristo en nosotros; porque Satanás constantemente nos está acusando, y no debemos permitir que esas acusaciones desmedren nuestra fe y nuestra confianza en el Señor. Si nuestra conciencia no nos acusa, no debemos permitir que seamos atemorizados y avergonzados por el enemigo.

El calzado del evangelio. "Y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz" (v. 15). El hombre estaba enemistado con Dios, pero el Señor Jesús en Su obra en la cruz sirvió de mediador para establecer la paz, tanto con Dios como con los hombres; esa es la disposición fundamental del evangelio, con el cual debemos estar calzados y parados firmemente. Ahora estamos parados sobre la roca firme, y en esa posición entramos con confianza a participar en la batalla espiritual. Debemos caminar con el Señor en la paz que Él nos ha conquistado; no en nuestra propia paz, ni en la paz de los hombres. Ya no caminamos sobre la tierra, porque no somos de este mundo. La salvación separa a los creyentes de la tierra sucia, y nos hace libres. Además, nuestro testimonio exige que estemos en paz con Dios y con los hombres.

El escudo de la fe. "Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del enemigo" (v.16). El escudo era una arma defensiva para el soldado romano, para protegerse tanto de las flechas como de los ataques con espada, lanza u otras armas de la época. El escudo es fundamental para protegerse de los ataques del enemigo. El escudo del soldado romano era de cuero, o de metal; pero el escudo del creyente es la fe. Hay creyentes que carecen de fe, luego no tienen el escudo para apagar los dardos de fuego y ataques del maligno, como las dudas, las tentaciones, los enredos mentirosos, las incitaciones y propuestas al pecado. Otros creyentes tienen un escudo muy pequeño, con el cual sólo podrán apagar ciertos dardos, pero no todos, pues su fe no es lo suficientemente grande; y otros, los menos, tienen un escudo grande; son los vencedores.

El yelmo de la salvación. "Y tomad el yelmo de la salvación" (v.17a). El yelmo era la parte de la armadura antigua que resguardaba la cabeza y el rostro, de modo que es fácil entender que, en la guerra espiritual, el yelmo de la salvación de Dios guarda la mente del creyente, su intelecto, de ansiedades, preocupaciones, acusaciones, temores, vergüenza, amenazas de Satanás, que vayan directamente dirigidas a nuestra mente, para debilitarnos, desorientarnos y postrarnos en una situación de derrota y culpabilidad. Pero hemos sido salvados por Dios en Cristo; ahora somos hijos de Dios, y es Cristo quien vive en nosotros permanentemente. Satanás continuamente está lanzando sus dardos a nuestra mente. Satanás sabe que es en la mente del hombre en donde se maquinan y perfilan todas las cosas, y por eso es en la mente de los creyentes donde se libran las grandes batallas contra el enemigo, pues los argumentos y pensamientos pertenecen a la mente.
Leemos en 2 Corintios 10:3-6: "3Pues aunque andamos en la carne, no militamos según la carne; 4porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, 5derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo, 6y estando prontos para castigar toda desobediencia, cuando vuestra obediencia sea perfecta". Para entrar a participar en la guerra espiritual es necesario andar conforme al espíritu; de ahí que las armas deben ser espirituales, poderosas en Dios, para poder derribar fortalezas del enemigo. Todos los que desobedecen a Dios son portadores de las fortalezas de Satanás; por eso todo pensamiento debe ser llevado cautivo a la obediencia a Cristo.

La espada del Espíritu. "Y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios" (v.17b). La espada es la única pieza de la armadura que es usada para atacar al enemigo. Cristo es el Verbo de Dios encarnado, y la Biblia es la Palabra de Dios (gr. logos) inspirada por el Espíritu Santo, o soplada por el aliento de Dios (gr. theopneustos), de manera que cuando es usada la palabra específica (gr. rhema) para dar un golpe mortal y contundente al enemigo, es Cristo mismo hablando por Su Espíritu y por la Palabra. Las Escrituras han sido tergiversadas y manipuladas abundantemente a través de la historia, en tal forma que esas tergiversaciones han facilitado el camino para introducir herejías en la Iglesia del Señor, contribuyendo a las múltiples divisiones sustentadas con aparente respaldo bíblico. He ahí el gran peligro, que apoyados con una falsa base bíblica, se protocolice la división del Cuerpo de Cristo. El celo religioso no es de Dios, ni el orgullo sectario, ni la vanagloria del progreso humano. Todo eso le ha hecho mucho daño a la unidad de la Iglesia; se ha quebrantado la verdadera expresión de la unidad del Cuerpo del Señor. De ahí que debe ser usar la espada del Espíritu en el Espíritu y por el Espíritu. Es de suma importancia saber cuál es la versión bíblica en nuestro idioma que guarde más fidelidad con los manuscritos originales.

La oración. "Orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos" (v.18). La oración no está relacionada dentro de la armadura de Dios, pero es el elemento indispensable para recibir la armadura y usarla convenientemente en el momento apropiado.

El manto de la humildad. Aun los vencedores vestidos con toda la armadura de Dios, tienen sus peligros, y si se descuidan, pueden caer de cualquier altura de donde se encuentren; no importa el grado de madurez espiritual que se tenga. Dice 1 Co. 10:12: "Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga". El brillo de la armadura, puede deslumbrar al vencedor que se descuida, y en vez de mirar al Señor, se mira a sí mismo; no tiene conciencia de que su armadura no tiene protección para sus espaldas, en donde puede ser herido por los dardos del enemigo, dardos llamados orgullo; y ya herido, se va llenando de cierta aureola alrededor de sí mismo, y, sin darse cuenta, se va debilitando espiritualmente de tal manera que al final no tiene fuerzas suficientes para sostener la espada y el escudo (la Palabra de Dios y la fe), y como consecuencia viene el engaño en cuanto a la Palabra y en cuanto a la fe, y empieza a declarar que ya no necesita usar la espada y el escudo; y al final se despojará asimismo de toda la armadura.
Entonces, ¿cuál es el remedio preventivo? Los reyes, los grandes de este mundo y los cristianos orgullosos, se cubren con un manto de púrpura, pero el manto del cristiano vencedor es la otra cara de la moneda; el manto que nos cubre la espalda de los dardos de la altivez, es la humildad, la pobreza en el espíritu. 1 Pedro 5:5b-6 dice: "5Y todos, sumisos unos a otros, revestíos de humildad; porque: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes. 6Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios; para que él os exalte cuando fuere tiempo". El vestido de humildad es la vestidura de un esclavo en aptitud de servicio. El altivo hace alarde por encima de los demás; es despreciativo. El orgulloso se llena tanto de confianza en sí mismo, que llega el momento en que cree que ya no necesita usar la Palabra de Dios, la fe y la confianza en el Señor, y la armadura en general, y es enredado fácilmente en el engaño de toda índole. Todo guerrero necesita toda la armadura de Dios, pero vestido de humildad, "4porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, 5derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo" (2 Co. 10:4-5).
La guerra contra los demonios no se hace con las habilidades de la carne; ni con fuerza carnal y física, ni con elocuencia natural, ni con humana sabiduría, ni derribando a las personas al piso en las reuniones; no estamos luchando contra los hombres. Por tanto, las armas deben ser espirituales, poderosas en Dios. Los dardos del enemigo van dirigidos a llenar nuestra mente de argumentos y razonamientos que nos inducen al chisme, a la búsqueda de faltas en nuestros hermanos, a la acusación, a la falta de perdón, al egocentrismo, al juicio injusto, a los celos y contiendas, al rechazo, a la amargura, a la lujuria; pero uno de los más fuertes y devastadores ataques viene del orgullo. En cambio, la Palabra de Dios nos insta a ser "unánimes entre vosotros; no altivos, sino asociándoos con los humildes. No seáis sabios en vuestra propia opinión" (Ro. 12:6). Debemos estar vigilantes, porque abundan los falsos ropajes de humildad.
Dice Mateo 5:3: "Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos". Con este versículo, el Señor en el sermón del monte comienza la descripción de la verdadera naturaleza de los que son aptos para participar en el reino de los cielos; y todas las características descritas, son el polo opuesto del cristiano orgulloso. Delante de Dios, el humilde tiene la posición más alta, porque refleja la llenura de Dios y de Su gracia; porque Santiago 4:6 dice: "Pero él da gracia. Por esto dice: Dios resiste a los soberbios y da gracia a los humildes". Entonces, amados hermanos, para que no nos deslumbre el brillo de la armadura y nos impida ver la verdadera naturaleza del enemigo, debemos taparla con el manto de la humildad.

El amor. Por Su Santo Espíritu, el Señor nos ha dado dones espirituales, como herramientas para nuestro trabajo en esta era, y como anticipo de los poderes del siglo venidero; pero lo más excelente, importante y poderoso de todas las herramientas recibidas de parte del Señor es el amor del Padre. Muchos, como los corintios, buscan los dones exteriores, pero el amor es la manera excelente de ejercerlos, y es la expresión de Dios dentro de nosotros como vida y aliento.
La naturaleza de Dios es amor (1 Juan 4:16), y la expresión de ese amor es lo que nos lleva a ser espirituales. Podemos tener una magnífica comprensión de la Palabra de Dios, podemos tener todos los dones espirituales, podemos comprender todos los principios del reino, podemos poseer una fe gigantesca, pero si carecemos del amor del Padre, nada somos.
No hemos logrado comprender todavía lo suficiente y en su justa medida el capítulo 13 de la primera epístola a los Corintios. Cuanto más nos alimentemos de Cristo, más llenos somos de Su amor, porque Él, que es amor, se va apoderando de todo nuestro ser; no sólo del espíritu, sino también del alma y todas sus facultades, y hasta del cuerpo. El Señor ha venido a vivir dentro de nosotros para siempre; nunca se irá de nosotros; esta es Su casa; pero debemos buscar que Él nos llene de Su Espíritu y de Su amor para que le seamos fieles; Su amor nos libra del egocentrismo, y nos hace ver más allá de nuestro entorno físico. Saturados de Su amor, podremos tener la visión del tercer cielo, y predicarlo. Con el amor, podemos manejar la armadura de Dios con eficacia.

La sexta promesa
La Iglesia ha fallado, pero en la historia el Señor comenzó a restaurar todo lo que se había perdido en el cautiverio babilónico; por tanto comenzó el período de Filadelfia, del amor fraternal, los hermanos que, aunque con poca fuerza, guardan la Palabra de Dios, retienen firmemente lo que tienen y no niegan el nombre de Jesucristo. Es en Filadelfia donde mejor se expresa la realidad actual del reino de los cielos entre los creyentes neotestamentarios, y particularmente para los vencedores de Filadelfia hay hermosas promesas. Dice Daniel 4:26: "Y en cuanto a la orden de dejar en la tierra la cepa de las raíces del mismo árbol, significa que tu reino te quedará firme, luego que reconozcas que el cielo gobierna".En Filadelfia comenzamos a experimentar que el cielo gobierna en nuestras vidas.
En la carta del Señor a Filadelfia encontramos una hermosa promesa para los vencedores, de ser guardados de la hora de la prueba, es decir, la gran tribulación que ha de ser manifestada sobre toda la tierra habitada (Mateo 24:21). Dice en Apocalipsis 3:10: "Por cuanto has guardado la palabra de mi paciencia, yo también te guardaré de la hora de la prueba que ha de venir sobre el mundo entero, para probar a los que moran sobre la tierra". En este versículo y en el contexto de la carta vemos que los santos que guarden la palabra del Señor y no nieguen el nombre del Señor Jesucristo, es decir, no lo cambien por nombres denominacionales o de líderes religiosos, serán guardados por Dios de la gran tribulación en tiempos del gobierno del anticristo. No significa esto que algunos santos hayan de ser transformados y arrebatados al cielo antes de la gran tribulación, puesto esto sería creer en un rapto de la iglesia en dos etapas, pues la Iglesia de Cristo estará en la tierra durante todo el gobierno del anticristo.

Columnas en el templo
"Al que venciere, yo le haré columna en el templo de mi Dios, y nunca más saldrá de allí" (Ap. 3:12a). Si los vencedores de Filadelfia logran retener firmemente lo que tienen, el Señor los hará columnas en el templo de Dios. En Filadelfia vencer es retener. Todos los santos neotestamentarios son piedras del templo del Señor, pero no todos llegan a ser columnas del templo de Dios. Hay que diferenciar la condición de ser columna del templo de Dios y el ser una simple piedra del edificio. El vencedor de Sardis será transformado en una piedrecita para el edificio de Dios, pero el de Filadelfia será una columna edificada en el templo de Dios. La columna es fundamental, no puede ser quitada sin que peligre la estructura misma de la edificación; es decir, que el vencedor de Filadelfia, que guarde la palabra del Señor y no nieguen Su nombre va, a recibir en el reino milenario el premio de ser un fundamento del templo de Dios, y nunca más será quitado de allí. El vencedor sabe perfectamente que no pertenece a este mundo, que no habita aquí como si perteneciera a esta esfera. Una vez pertenecimos aquí, pero si somos vencedores, ahora no pertenecemos a este mundo. Al contrario, esta era es tan malvada, que los vencedores, ya como un ejército, vendrán con Cristo a ponerle fin (Apocalipsis 17:14; 19:14, 19-21). Ahora somos posesión de Dios, de Cristo y de la Nueva Jerusalén. Fuera de su hogar celestial, la vida del vencedor es la cruz y el vituperio. Hoy tiene poca fuerza, y mañana es una columna en el templo de Dios, por el poder del Señor.

El nombre de Dios
"Y escribiré sobre él el nombre de mi Dios, y el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, la cual desciende del cielo, de mi Dios, y mi nombre nuevo" (Ap. 3:12b). Al vencedor de Pérgamo se le promete darle en el milenio una piedra con un nombre escrito, pero al vencedor de Filadelfia se le hará una columna sobre la cual serán escritos tres nombres: el de Dios, el de la Nueva Jerusalén y el nuevo de Cristo, como señal de pertenencia a Dios, de herencia eterna y de testimonio de Cristo y de que se ha hecho uno con Dios, con la Nueva Jerusalén y con el Señor; todo lo cual se cumplirá en el reino milenario. Llevar el nombre de Dios significa que Dios fue formado en ti; llevar el nombre de la Nueva Jerusalén significa que haces parte de la Ciudad Santa, porque ha sido también formada en ti, y llevar el nombre nuevo del Señor significa que el Señor se ha formado a Sí mismo en ti, en tu experiencia, en tu andar. En resumen, Filadelfia es la única iglesia que es completamente aprobada por Dios. Filadelfia no niega el nombre del Señor; los hermanos de Filadelfia no se apellidan con otros nombres; en Filadelfia no hay bautistas, ni presbiterianos, ni pentecostales, ni puritanos, ni cuadrangulares; sencillamente son de Cristo, son cristianos, y en consecuencia reciben una preciosa promesa de que será escrito sobre ellos el nombre de Dios, el nombre de la ciudad de Dios y el nuevo nombre de Cristo.

El nuevo nombre de Cristo
"Y mi nombre nuevo" (Apo. 3:12b). El vencedor de Filadelfia recibirá un premio especial, el nuevo nombre del Señor Jesucristo. El nombre del Señor es el Señor mismo; lo cual significa que Cristo es pertenencia del creyente vencedor. El nombre del Señor ha sido forjado en el creyente vencedor. ¿Cuál es el nombre nuevo de Cristo? Tú conoces el nombre nuevo de Cristo cuando experimentes de una manera nueva al Señor. Para muchos santos ya Cristo se ha vuelto viejo, se ha vuelto algo así como una vida religiosa rutinaria; pero si tomas la decisión de vencer, Cristo llegará a ser nuevo para ti; siempre será tu alimento fresco. El vencedor de Filadelfia retiene el nombre del Señor y la unidad del Cuerpo de Cristo. El vencedor de Filadelfia ha vencido la ruptura del Cuerpo de Cristo. Es un error pensar que para que haya unidad en la Iglesia es necesario que se lleve a cabo bajo la apariencia del ecumenismo. Mientras subsistan las divisiones denominacionales y sectarias no puede haber unidad. Es un error pensar que para que haya unidad en la Iglesia necesariamente debe haber uniformidad. Una cosa es la uniformidad externa y otra la verdadera comunión del Espíritu.
Hay énfasis doctrinales que no revisten carácter fundamental, y que por ende no afectan la salvación ni rompen la unidad del Cuerpo; y hay denominaciones que se han formado y se han apartado del resto del Cuerpo debido a que le han dado carácter fundamental a algo que la Escritura no tiene como fundamental ni afecta la salvación. A este respecto vale la pena traer a colación las palabras del hermano Martín Stendal, en relación con la Iglesia: "A través de la era de la Iglesia, ha habido muchos individuos y grupos involucrados en "guerras" y con "sangre" en sus manos, que sí han intentado edificar el Templo del Señor a la manera de determinada denominación, grupo o movimiento organizado. Estos intentos han terminado por edificar monumentos muertos, en vez de unir piedras vivas que serían una verdadera luz para las naciones. El hombre mide el éxito por el número de "fieles", o por las instalaciones, o por los éxitos terrenales cuando Dios lo mide por la justicia y la rectitud en el corazón, y por obediencia a Su ordenanza y a Su Palabra".*(1) También dice el hermano Grau: "Los mismos reformadores no intentaron fundar una nueva religión, ni siquiera una nueva Iglesia. Tanto ellos como nosotros tenemos un solo Maestro. El mensaje de la Reforma no nos dice que nos hagamos luteranos o calvinistas, sino cristianos".*(2)
*(1) Martín Stendal. El Tabernáculo de David. Colombia para Cristo. 1998.
*(2) José Grau. Catolicismo Romano - Orígenes y Desarrollo. E.E.E.. 1987, pág. 543

Además, como lo hemos venido estudiando en la Palabra de Dios, el grado de madurez y santidad de los hermanos bíblicamente no es uniforme, ni tampoco se debe esperar uniformidad en el procedimiento y el orden. Ni aun en los vencedores hay uniformidad espiritual. En el reino, unos recibirán mejores recompensas que otros. La posición en el reino y aun en la eternidad en el nuevo cielo y la nueva tierra, depende y es producto de nuestra vida terrenal después de haber creído. Ser vencedor requiere sacrificio, obediencia y entrega, y cuanto más se escale aquí, se traduce en que tendremos un nivel mayor en el reino y en la eternidad. Cada vez tenemos más claro que nuestra vida y andar con Cristo no se debe tomar livianamente.
Cuando se habla de vencedores es porque hay creyentes derrotados. Los que vencen son los cristianos espiritualmente normales; los demás hermanos siguen siendo nuestros hermanos, pero son espiritualmente anormales. "Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?" (1 Juan 5:4,5).

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