lunes, 8 de enero de 2007

II - Esmirna (2a. parte)

Capítulo II
E S M I R N A
(2a. parte)

2. Domiciano, Tito Flavio, emperador romano entre los años 81-96 d. C., hijo de Vespaciano y hermano y sucesor en el trono de Tito, famoso éste por haber comandado las legiones romanas que destruyeron a Jerusalén en el 70 d. C. Durante el reinado de Domiciano la Iglesia sufrió persecuciones crueles, cargadas de odio impulsado por la ira de un gobernante supremamente tirano. En su reinado se acentuó la obligación de que toda persona en todo el territorio del Imperio Romano ofreciera al César incienso por lo menos una vez al año. Era una especie de adoración que en el imperio le tributaban a la persona del emperador reinante; asunto este que no necesariamente había tenido su origen en Roma; pues ya se practicaba en anteriores culturas. Recuérdese el caso de Nabucodonosor en Babilonia, registrado en el capítulo 3 del libro del profeta Daniel. El emperador romano era considerado divino; y los cristianos primitivos rehusaron reconocer el título de Kyrios Káiser al emperador, o sea, el señor de toda la tierra, dueño incluso de la vida y bienes de sus súbditos, reservándolo única y exclusivamente para Cristo.
Dentro del Imperio constituía un delito, por no decir un crimen de lesa majestad el acatar, obedecer y adorar a otro Kyrios (Señor) que no fuese el emperador. En el culto al emperador no vemos otra cosa sino a Satanás haciéndose adorar en la persona de un hombre, que a la sazón es su sumo sacerdote, el espíritu del anticristo haciendo sentir su influencia malévola desde la antigüedad. Los santos eran llevados a los tribunales acusados además de transgresores de las leyes contra la tradición religiosa, sacrilegio, magia, práctica de un culto extranjero, hostiles al estado por no tomar parte en los ritos del culto imperial. La multitud consideraba a los santos del Señor como unos desleales y conspiradores de una revolución, por el hecho de que los observaban alabando y adorando a otro Kyrios, otro Rey, "un tal Jesús, que dicen que resucitó". De modo que todas esas circunstancias alimentaban el fuego de esas feroces persecuciones. Durante el reinado de Domiciano, alrededor del año 86, fue deportado el anciano apóstol Juan de Efeso a la isla de Patmos por su testimonio del Señor, en donde se le aparece el Señor Jesús y le descubre el velo de los acontecimientos finales, escribiendo así el libro del Apocalipsis.*(1)
*(1) Aunque la mayoría de los historiadores no lo haya considerado como persecución, sin embargo registramos que durante el reinado de Marco Ulpio Trajano, emperador romano entre los años 98-117 d. C. Durante su reinado, en el año 107 d. C., por orden del gobernador romano en Palestina, fue ejecutado Simón, sucesor de Santiago como cabeza de la iglesia en Jerusalén, y también hermano menor del Señor (Marcos 6:3). También Ignacio, por sobrenombre Theophoros o Portador de Dios, obispo de Antioquía de Siria, fue arrojado a las fieras en el anfiteatro romano en el año 107, después de haber comparecido ante el mismo Trajano, quien lo sometió a un dramático interrogatorio. Durante su viaje a Roma para ser martirizado, Ignacio escribió unas cartas a las iglesias en las localidades de Efeso, Magnesia, Tracia, Roma, Filadelfia y Esmirna, entre otras, así como una a Policarpo, el obispo de Esmirna, y que se han conservado; las cuales nos transmiten valiosos informes sobre la fe cristiana en aquella época. También hablan esas cartas acerca de la reacción frente al docetismo. Se dice que Trajano sostuvo una cruzada correspondencia con Plinio Hijo (el menor), quien a la sazón servía como legado imperial en Bitinia, indicando que el cristianismo estaba oficialmente proscrito; que si los cristianos se retractaban, podían ser perdonados, de lo contrario habían de ser ejecutados. Durante su reinado también fue martirizado Clemente, obispo en Roma, en circunstancias bastantes curiosas, pues hay testimonio de que fue arrojado al mar, habiéndole atado al cuello un ancla de hierro. Durante el reinado de su sucesor, Adriano (117-138), hubo persecución en menor grado. Entre los mártires de ese tiempo se cuenta a Teléforo, pastor de la iglesia en Roma.

3. Antonino Pío, emperador romano entre los años 138-161 d. C. Considerado el más noble de los emperadores romanos; su reinado es considerado la edad de oro de la gloria de Roma. Bajo su reinado los cristianos sufrieron en Roma y otras provincias del Imperio. Por ejemplo, en el año 155, Policarpo, obispo en Esmirna, murió quemado en la hoguera, pero viendo que su cuerpo no se consumía con el fuego, el rematador le hundió un puñal en el pecho. Antonino Pío hizo parte de los llamados "cinco emperadores buenos", con Nerva, Trajano, Adriano y Marco Aurelio, y durante sus gobiernos ningún creyente podía ser arrestado sin que se le comprobara algún delito. Sin embargo, tal vez por las razones que hemos expuesto, cuando Policarpo compareció ante el procónsul, se le instó a maldecir el nombre de Jesucristo. Estando en el estadio, el procónsul le dijo: "Jura y te pongo en libertad. Maldice a Cristo". Entonces Policarpo dijo: "Ochenta y seis años hace que le sirvo y ningún daño he recibido de Él; ¿cómo puedo maldecir de mi Rey, que me ha salvado?" Los jueces incitaban a este ilustre mártir pronunciar el Kyrios Káiser (el César es el Señor), como si se tratara de algo baladí, con lo cual se libraría de la muerte; pero él se rehusó a pronunciar esa gravísima blasfemia. Es probable que Policarpo fuese el último sobreviviente de los que habían hablado con testigos oculares de Jesús y Su gloriosa resurrección. (Favor leer el martirio de Policarpo en el Excursus I al final de este capítulo).

4. Marco Aurelio, emperador romano entre los años 161-180 d. C. Se dice que este filósofo estoico fue el mejor, el más magnánimo y concienzudo de los emperadores romanos. Autor de "Meditaciones", sabias sentencias cargadas de altos sentimientos acerca del prójimo; pero en parte mal aconsejado por sus mentores que le hicieron creer que el cristianismo era un movimiento inmoral, que inculcaba el obstinado afán de morir, y también en parte porque por motivos políticos procuraba restaurar la antigua religión imperial, llegó a profesar mucha aversión por los innovadores cristianos, pues muchos de sus súbditos paganos afirmaban que el descuido de la adoración a los antiguos dioses que habían llevado a Roma a gozar de todo ese gran poder, era causa de los desastres que estaba sufriendo el imperio. Veía a los cristianos como un peligro que se cernía contra la estructura de la civilización imperial que él estaba propugnando. Pero, ¿qué había detrás de todo esto? ¿Por qué había decaído la adoración a los antiguos dioses en el Imperio Romano? Marco Aurelio, por muy moralista que fuese, sin embargo, no dejaba de ser el jefe, el sumo pontífice, de la religión satánica, y era guiado por su dios y padre a exterminar la gran fuerza de santos que con sus oraciones estaban haciendo tambalear la idolatría y esa nube de demonios que se cernían sobre el cielo imperial. El león rugiente guiaba a su agente humano con el fin de que acabase con la Iglesia de Jesucristo, y le daba poder para que llevase a cabo su nefasta empresa. Durante su reinado permitió persecuciones incluso en Galia, como la que se desató en Lyon en el año 177, y en sus dominios los santos eran decapitados o devorados por las bestias en la arena, entre los cuales tenemos a Justino Mártir, antiguo maestro filósofo, uno de los hombres más capacitados de su época y uno de los más preclaros apologistas de la fe. Sus escritos aún existen. Fue martirizado en el año 166.

5. Septimio Severo, Lucio, emperador romano entre los años 198-211 d. C. En el siglo III, al decaer los cultos tradicionales, el cristianismo se transformó en una fuerza considerable. Septimio Severo procuró en vano restaurar las decadentes religiones imperiales de otros tiempos. Al principio de su reinado no se mostró desfavorable a los cristianos; incluso se dice que algunos de ellos hacían parte de su familia oficial, y que confiaba a una nodriza cristiana la crianza de Caracalla, su hijo. Pero a partir del 202 en todos sus dominios persiguió fieramente a la Iglesia, hasta el final de su reinado y muerte, y lo hizo con tanta crueldad, que muchos escritores cristianos lo consideraron como el anticristo. De esta persecución se registra en la sola ciudad de Lyon diecinueve mil mártires. Donde más se ensañó fue en Egipto y todo el norte de África. Por ejemplo, Leonidas, el progenitor del gran teólogo Orígenes, fue decapitado en Alejandría, y Orígenes quiso correr la misma suerte del padre, pero su madre se lo evitó, escondiéndole la ropa. En la ciudad de Cartago, fueron despedazadas por las feroces bestias en el año 203, Perpetua, una mujer noble de esa ciudad, y Felicitas, su esclava.

6. Maximino Tracio, Cayo Julio Vero. Emperador romano entre los años 235-238 d. C. Responsable de que fuera avivada en alto grado la persecución contra los cristianos en su corto reinado. En ese tiempo Orígenes se salvó escondiéndose.

7. Decio, Cayo Mesio Quinto Trajano, emperador romano entre los años 249-251 d. C. Al igual que Maximino Tracio, era oriundo de la región de Tracia. Intentó imponer la unidad religiosa en el Imperio, causa por la cual desató una terrible persecución general contra los cristianos; la más severa que se había sufrido hasta entonces. Su intención pudo ser la de extirpar el cristianismo como una amenaza al bien común. Se dice de Decio que sus admiradores lo alababan como la personificación de las viejas virtudes romanas, incluyendo una preocupación debida a que en el imperio se estaban abandonando los dioses romanos, los cuales, desde su punto de vista, habían engrandecido a Roma, lo cual había acarreado muchas calamidades y la decadencia que afectaba la sociedad. Esto lo indujo a ordenar por medio de una serie de edictos, a que todos los ciudadanos del imperio ofreciesen sacrificios a los dioses, afectando amargamente a los santos. Muchos pagaron con sus vidas antes que apostatar de su fe; algunos, como el caso de Orígenes, fueron encarcelados. Afortunadamente su reinado tuvo corta duración, y a su muerte la destrucción de la Iglesia tuvo un tiempo de cesación. A Decio lo mataron los bárbaros a flechazos.

8. Galo, Cayo Vibio Treboniano, emperador romano entre 251-253 d. C., después de la muerte de Decio, cuando fue proclamado emperador por las tropas de Mesia y Tracia, pero fue muerto por sus soldados a fines de 253 en Terni. Su reinado es conocido por la persecución que emprendió contra los cristianos.

9. Valeriano, Plubio Licinio. Emperador romano entre los años 253-260 d. C. En 257 decretó astutamente una persecución general contra los cristianos, de corta duración pero con furia redoblada, famosa debido a que durante ella fue decapitado Cipriano, el célebre obispo de Cartago, al norte de África, uno de los más eminentes escritores y dirigentes de la Iglesia en su tiempo.*(2) Es importante fijarnos en el hecho de que durante la persecución de Decio, Cipriano tuvo que huir de Cartago, sin que por ello descuidara la guía de la iglesia. A su regreso pronunció un discurso contra los lapsi, que eran los cristianos que apostataban de su fe en tiempos de persecución, y pasada ésta solicitaban ser readmitidos de nuevo en la comunidad de la Iglesia, para eludir el sufrimiento. Cipriano no se detuvo ahí, sino que, además, escribió muchas cartas y un libro titulado "Los lapsi", oponiéndose a la fácil readmisión sobre todo de los que se habían librado de la persecución por haber sacrificado a los ídolos, o lo habían logrado mediante soborno a las autoridades imperiales, solicitando asimismo duras penitencias a estas personas. Novaciano, obispo de la iglesia en Roma, fue aún más lejos oponiéndose fuertemente a su admisión, y se produjo el cisma de Novaciano, dando origen al novacionismo, que duró hasta entrado el siglo quinto, seguidos por los donatistas, nombre tomado de Donato, obispo de Cartago. Durante la persecución ordenada por Valeriano se llegó a confiscar los bienes, el destierro para las matronas cristianas y la esclavitud para los oficiales cristianos del ejército. En Roma fue muerto el obispo, y el diácono Lorenzo asado sobre una parrilla.
*(2) La muerte de Valeriano no pudo ser más cruel. Dice Mauricio de la Châtre: "A fines del año 260, viéndose después de una derrota rodeado por los persas, sin esperanza de poder escapar, tuvo una conferencia con Sapos, rey de los persas, que le retuvo prisionero, sin querer jamás devolverle la libertad. El pérfido monarca, después de haberle tratado con la mayor indignidad por espacio de nueve años, haciéndole servir de estribo para montar a caballo, o subir a su carro, le hizo al fin dar muerte en 269, negándole los honores de la sepultura; porque después de su muerte, Valeriano fue degollado por orden de aquel bárbaro, salado su cuerpo y su piel curtida y teñida de encarnado y puesta en un templo para eterno monumento de la afrenta de los romanos. Todos los cristianos han reconocido el dedo de Dios en el deplorable fin de Valeriano". La historia de los Papas y los Reyes. CLIE 1993. Tomo I, pág. 189.

10. Dioclesiano, Cayo Aurelio Valerio. Emperador romano entre los años 284-305 d. C. Uno de los más poderosos emperadores romanos. En política religiosa quiso restaurar las antiguas creencias, lo que le puso en conflicto con los cristianos, a los que persiguió duramente. Este emperador inició en 303 la más terrible y sistemática de todas las persecuciones contra la Iglesia de Jesucristo, la cual continuó su sucesor Galerio hasta el año 311. Su proceder contrasta con las circunstancias que le rodeaban, pues a la edad de cincuenta años, rodeado de cristianos en el cuerpo oficial, su propia esposa e hija a la vez esposa de su sucesor Galerio, eran cristianos, o favorables a la fe de la Iglesia, sin embargo, desató, tal vez instigado por el ambicioso Galerio, la más cruel de las persecuciones.
El gobierno imperial ordenó la quema de todo ejemplar de la Biblia confiscado; decretó la destrucción de toda edificación construida como centro de reunión de la Iglesia; que todos los que no renunciasen a su fe perdieran su ciudadanía y quedasen fuera de la protección de la ley. Se ordenó la degradación de cristianos que ocupaban puestos de honor en el imperio. Se daba el caso de que era incendiado el lugar de reunión, estando los creyentes en reunión, pereciendo en consecuencia los santos dentro de las paredes. Seguían emanando edictos ordenando el encarcelamiento de dirigentes de las iglesias, la esclavitud de los sirvientes domésticos que no adjuraran de su fe, y ofrecimiento de libertad a los cristianos que ofrecieran sacrificios a los viejos dioses, y, por el contrario, tortura y muerte para quienes se obstinaran.
La intención de Dioclesiano era la de exterminar la "superstición cristiana", como solía llamar a la Iglesia. Pero el Señor siempre estuvo presente. Él había muerto y resucitado primero, y hubo ocasiones en que metía Su mano, como la vez en que animales feroces dejaron ilesos a los cristianos que les eran expuestos, y atacaron a los perseguidores de los santos. Ante una contienda tan desigual entre un imperio dotado de un poderoso y cruel ejército y la resistencia pasiva de la Iglesia del Señor, ante los ojos de los hombres, ¿quién podría salir victorioso? Oh propósitos insondables los del Padre; el victorioso no fue precisamente el gobierno imperial con sus fuerzas satánicas y su confianza en la magia pagana, sino que el ejército de Cristo fue el vencedor, aunque haya sido el único que puso los miles de muertos y mártires. Recuérdese que en la Iglesia todos estamos calificados para ser mártires victoriosos. El término diócesis, que utiliza la Iglesia Católica Romana, proviene de Dioclesiano. Durante su reinado dividió las provincias o regiones de su imperio, y a esas divisiones se les llamó diócesis.
Todas estas persecuciones tuvieron un fin en los propósitos del Padre, y en vez de ser exterminada, la Iglesia salía más vigorizada, más santificada de cada una de ellas. ¿Por qué salía la Iglesia más vigorizada? Porque tiene dentro de ella la vida de resurrección. La vida de resurrección vence a la persecución, y el vencedor recibe el premio de la corona de la vida, como añadidura de la salvación. Cada hermano que permaneciera fiel aunque tuviese que ir a la cárcel o dar su vida, tenía la promesa de reinar con el Señor en el reino de los cielos. Satanás podrá recibir poder para quitarnos la vida, pero no puede ir más allá; no puede traspasar los umbrales de la muerte y arrebatarnos la corona de la vida, pues esas llaves sólo las tiene el Señor Jesús. Sólo el Señor conoce la gran muchedumbre de santos mártires que derramaron su sangre antes que rendir culto de adoración a criatura o institución creada por los hombres. Indudablemente Dios permitió todo ese período sangriento para su Iglesia para fundamentar y arraigar la fe en los corazones de Sus hijos; una vez que cesaron las persecuciones, se dio el inicio al período del decaimiento. No en vano está estampada como en caracteres de oro la siguiente afirmación: "14Estos son los que han salido de la gran tribulación, y han lavado sus ropas, y las han emblanquecido en la sangre del Cordero. 15Por eso están delante del trono de Dios, y le sirven día y noche en su templo; y el que está sentado sobre el trono extenderá su tabernáculo sobre ellos" (Ap. 7:14-15).

Constantino el Grande
A la muerte del emperador Constancio Cloro en 306, de quien se dice que jamás estuvo de acuerdo con la persecución a los cristianos, su hijo Constantino, quien se encontraba en York, Britania, fue proclamado emperador augusto por sus tropas, pero sus rivales se opusieron, por lo cual fue escalando posiciones en la política imperial, no sin antes librar una prolongada contienda. Dotado de un poderoso ejército fue derrotando a sus oponentes, y en el año 312, tras la muerte de Galerio, dio un paso decisivo con relación a la Iglesia. Aliado con Licinio, con quien hasta el momento se dividía el Imperio, el primer enemigo que tuvo que enfrentar fue a Majencio, quien se había hecho fuerte en Italia y se había apoderado de Roma, pero Constantino lo derrotó en la batalla junto al puente de Milvio, cerca de Roma. Narra en uno de sus libros el obispo Eusebio de Cesarea, que Constantino, a la sazón amigo suyo, le había contado haber tenido, la víspera a esa batalla, la visión de una cruz en los cielos, que llevaba la inscripción en latín, "In hoc signo vinces" (Con este signo vencerás), y que mediante un sueño Dios le confirmó, apareciéndosele con la misma señal, mandándole que se hiciera una semejante, a fin de que la usase como salvaguardia en sus batallas con sus enemigos.
Dice Eusebio que él mismo vio el estandarte que fue hecho por orden de Constantino, el cual constaba de una lanza cubierta de oro y piedras preciosas que orlaban un monograma con las letras griegas ji y rho (Χρ) del nombre de Cristo. Al año siguiente, en 313, Constantino y Licinio celebraron una entrevista en Milán, en donde tomaron la decisión de adoptar una política de tolerancia para los cristianos de todo el Imperio, por medio de la proclamación de un edicto, asunto que aceptó Licinio para que se beneficiara la parte oriental del Imperio, bajo su dominio. Pero las relaciones entre ambos emperadores, aunque eran cuñados, se fueron deteriorando sobre todo en el terreno religioso, pues Constantino propendía por favorecer a los cristianos y Licinio a los paganos. Por último sobrevino la irremediable guerra y Licinio fue derrotado en las batallas de Andrianópolis y Crisópolis en el año 324, quedando así en manos de Cayo Flavio Valerio Constantino I el Grande, el gobierno de todo el Imperio Romano.

El daño de la segunda muerte
"El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. El que venciere, no sufrirá daño de la segunda muerte" (v.11).
¿Qué invita el Espíritu Santo a oír aquí a la Iglesia? En primer lugar que no se nos olvide que el Señor Jesús fue crucificado en el Gólgota, pero resucitó glorioso; que no temamos lo que eventualmente tengamos que padecer por causa del Señor, pues Él tiene el control de todo lo que ocurre en el universo; que seamos fieles a Él hasta la muerte; vale la pena, pues las pruebas acrisolan nuestra fe; que Él está al tanto de todo lo que nos sucede y sabe lo que nos conviene; que sabe perfectamente quiénes son los verdaderos hijos de Dios y quiénes mienten al afirmar serlo, y se reúnen para reverenciar al diablo o servirse a sí mismos y no al Señor.
¿De qué tienen que ser vencedores los hermanos de la iglesia en Esmirna? La victoria aquí se trata de la fidelidad al Señor hasta la muerte. Si eres infiel terminas en derrota. Si huyes del sufrimiento, incluyendo el martirio, estás en derrota. Si amas más tu propia vida y no estás dispuesto a ofrendarla por el Señor, es posible que sufras daño de la muerte segunda.*(3) Por ser un tema controversial, en el presente libro no entramos a analizar lo del daño de la segunda muerte, pero dejamos sentado la clara doctrina bíblica de que los creyentes han de ser juzgados cuando el Señor venga. El apóstol Pedro dice que el juicio comienza por la casa de Dios (cfr. 1 Pedro 4:17). De hecho, el primer juicio que presidirá el Señor Jesús en Su segunda venida, será el de la Iglesia; Su propia Iglesia.
*(3) Para una mejor comprensión de lo que significa no sufrir daño de la segunda muerte, remito al lector a que lea mi libro "Los Vencedores y el Reino Milenial" inckuido en este mismo blog.

Como hijos de Dios, tenemos la responsabilidad delante de Él de hacer lo que nos corresponde, de conformidad con Sus propósitos, y de lo cual debemos dar cuenta. Dios no ha dejado a Su creación ni mucho menos la edificación de Su Iglesia al arbitrio de los hombres. Es necesario obrar de acuerdo con un plan minuciosamente trazado por el Señor. "Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo" (2 Co. 5:10). Aquí no se refiere al mundo sino a la Iglesia, a los santos. También hablándole a los discípulos, en Mateo 16:27, el Señor les dice: "Porque el Hijo del Hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras". No se trata de hacer las cosas de acuerdo con nuestro propio plan y propósito, así nos parezca muy encomiable, sino según Dios. Es necesario que desviemos nuestra atención de los intereses terrenales, tanto de tipo personal como de índole organizacional y no descuidar la salvación de nuestra alma. "...ocupáos en vuestra salvación con temor y temblor" (Fil. 2:12); y la razón de esto la encontramos también en la bendita Palabra de Dios, cuando dice: "Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?" (Mt. 16:26). De acuerdo con el contexto, esto no se lo dice el Señor a las multitudes mundanas sino a sus discípulos. Sufrir daño de la segunda muerte no es, pues, sufrir la muerte segunda (Ap. 20:14), que es eterna, sino participar temporalmente de algún tipo de sufrimiento dispensacional durante el período del reino milenial; sufrimiento del cual el creyente no vencedor ha de salir una vez haya pagado hasta el último cuadrante; es decir, hasta que realmente su alma haya sido transformada (cfr. Narco 5:25,26).

La Patrística
Es sumamente importante trazar un ligero perfil de los principales protagonistas y algunos hechos de interés de este amargo pero fructífero período de la Iglesia del Señor. Algunos de esos grandes maestros son los llamados padres de la Iglesia.

Clemente de Alejandría (150-215 aproximadamente). Nació probablemente en Atenas y fue formado en la atmósfera cultural y filosófica helénicas; se conformaba con el temperamento ecléctico filosófico grecorromano, y en su búsqueda de la enseñanza apostólica fue atraído por Panteno, de quien fue sucesor en la dirección de la escuela de Alejandría. En el año 203 y a causa de la persecución del emperador Septimio Severo, abandonó Alejandría, y se sabe que en las iglesias de las localidades de Jerusalén y Antioquía le llamaban "el bendito presbítero". Clemente llegó al convencimiento que el hombre sabio no debe gloriarse en su sabiduría y que "la sabiduría de este mundo es necedad para con Dios", pero a la vez sostenía las bondades de la filosofía griega para el avance del evangelio.
Clemente afirmó la no oposición entre las verdades religiosas contenidas en el cristianismo y la filosofía griega, a la que consideraba como una anticipación y una preparación para la exposición de las verdades cristianas. Según Clemente, fe y saber filosófico se complementan. Paradójicamente, a la par que repudiaba a los llamados gnósticos, decía que hay una gnosis cristiana, que viene por la fe y no por el razonamiento. Clemente enseñaba que a Dios sólo se le puede conocer por medio del Logos, (la Palabra, el Verbo) el cual existe desde siempre y es el perfecto reflejo y rostro de Dios, por quien se manifiesta y se da a conocer. Decía que Jesús es el Logos, el Dios santo, que derramó su sangre para salvar a los hombres; el Paidagogós o instructor de los creyentes. Pero parece que no pensaba en Jesús como verdadero hombre sino sólo en la apariencia. Afirmaba que el Señor Jesús es la Palabra (Logos) de Dios, el Espíritu hecho carne. De modo que a través de estos y otros conceptos, vemos la fuerte influencia de la filosofía griega en este varón. Casi todos sus libros fueron escritos en defensa del cristianismo contra el paganismo, entre los cuales han sobrevivido el Protreptikós, dirigido a los griegos para alentar a los paganos a convertirse, el Paidagogós (Instructor), con instrucciones morales para los creyentes, y los Stromata, o títulos de la filosofía cristiana, obra apologética y expositiva con instrucciones más avanzadas.

Orígenes (185-254). Indudablemente desempeñó un papel de mayor influencia este sucesor de Clemente como director de la escuela de Alejandría, desde cuando sólo tenía 17 años de edad. Gran teólogo y estudioso bíblico, nacido en Alejandría de padres cristianos. Su padre fue encarcelado y muerto, y los bienes de la familia confiscados durante la persecución ordenada por el emperador Septimio Severo. De no ser porque su madre le escondió la ropa, se habría presentado voluntariamente al martirio. Tomando al pie de la letra lo dicho por el Señor en Mateo 19:12, Orígenes se hizo eunuco, y también para aceptar alumnas en sus conferencias y evitar la posibilidad de cualquier escándalo. Fue estudiante del neoplatonismo. Visitó a Roma, Arabia, Grecia y Palestina.
En Palestina fue ordenado presbítero por los obispos de Cesarea y Jerusalén, pero eso le acarreó problemas con Demetrio, obispo de Alejandría, quien alegaba que no habían respetado su jurisdicción, pero en el fondo parece que había motivos de celos por el prestigio de Orígenes, por lo que éste tuvo que establecerse en Cesarea, en donde prosiguió sus actividades pedagógicas y de escritor ubérrimo, y a donde también tuvo la oportunidad de traer desde el Ponto a Gregorio Taumaturgo, quien recibió todo el aporte de las enseñanzas de Orígenes. Para ese tiempo los hombres se habían apartado mucho de los principios bíblicos sobre el presbiterio y el gobierno de la iglesia. Murió Orígenes como consecuencia de las torturas durante la persecución ordenada por Decio, a la edad de sesenta y nueve años y fue sepultado en Tiro.
Sus obras principales fueron:
* La Hexapla. Texto del Antiguo Testamento colocado en seis columnas paralelas; la primera el texto hebreo, la segunda el mismo texto hebreo trasliterado en caracteres griegos, y el resto varias traducciones griegas. Sólo se conservan fragmentos. Se dice que Jerónimo usó la Hexapla para la traducción de la Biblia latina, la famosa Vulgata.
* Comentario sobre las Escrituras.
* Sobre Principios Primeros
(De Principiis). Cuatro libros. La primera obra dogmática o de teología cristiana, que se trata de la primera exposición metódica y comprensiva de la fe cristiana.
* Contra Celso. Son ocho libros de apología para rebatir los ataques y la más aguda crítica que contra el cristianismo había dirigido sesenta años antes el pagano Celso. Se le considera la más hábil defensa del cristianismo producida hasta entonces.
* Escritos menores. Uno llamado De resurrectione, otro sobre oración, otro sobre la exhortación al martirio.
Es indiscutible, como le sucedió a muchos otros hombres de Dios que habían sido educados en las canteras de la filosofía griega, que Orígenes, tanto en sus escritos como en el enfoque de su línea teológica, dejaba entrever alguna señal de esa herencia. Pero se aplicaba en el minucioso y profundo estudio de la Biblia, viendo en ella tres planos de significado: a) el común o histórico, el sentido literal, el de la carne, el que está en la superficie, para la gente sencilla; b) el alma de las Escrituras, el sentido moral, el que edifica a los que lo perciben, y c) el espiritual, místico, para los espirituales, que encierra algo escondido bajo lo que superficialmente repugna a la conciencia, pero que una vez discernido puede ser expresado en forma de alegoría. Pero es difícil mantener estos tres puntos de vista a través de toda la Palabra de Dios. Querer armonizar la filosofía con las enseñanzas del cristianismo, o lo que es lo mismo, explicar las enseñanzas del Señor en términos filosóficos y lógicos, además de sostener algunos otros puntos de vista erróneos, le acarrearon a Orígenes haber sido señalado como hereje en algunos puntos por sínodos regionales celebrados en Alejandría (399), Jerusalén y Chipre. Posteriormente, en dos concilios celebrados en Constantinopla (543 y 553) formularon el catálogo de los "Errores de Orígenes". El principal contradictor de Orígenes fue su antiguo discípulo Metodio de Olimpo, quien fue el que dio comienzo a las controversias.

Gregorio Taumaturgo (213-270). Abogado pagano de Nueva Cesarea, en Ponto, Gregorio Taumaturgo (obrador de maravillas) provenía de una familia opulenta y principal; así tuvo contacto con Orígenes en Cesarea, Palestina, a quien buscó como distinguido maestro de filosofía, y en él encontró, más que filosofía y conocimientos seculares, la fe cristiana, con los énfasis distintivos de Orígenes. Al regresar al Ponto llegó a ser obispo de la iglesia de su localidad, alrededor del año 240. Cuando Gregorio murió, la gran mayoría de sus paisanos se había convertido. De él se cuenta una curiosa e interesante anécdota retórica.
Se dice que cuando fue constituido obispo, sólo había unos diecisiete hermanos cristianos integrando la iglesia, y que a su muerte, treinta años más tarde, sólo quedaban diecisiete paganos en la ciudad. Eso significa que su ministerio tuvo mucho éxito. Algunos opinan que hizo allí grandes esfuerzos para apartar a los creyentes de las festividades paganas instituyendo fiestas en memoria de los mártires. La opinión de otros es que Gregorio así usó para ello un medio dudoso, pues fue haciendo la transición para sus paisanos tan fácil como fuera posible, sustituyendo festejos en honor de los mártires cristianos por las fiestas de los dioses paganos, lo cual se puede tomar como una prolongación de la idolatría.

Escuelas teológicas
Ante la necesidad de la instrucción catequista de los nuevos convertidos provenientes de hogares paganos, surgieron y fueron establecidas cuatro grandes escuelas de teología y pensamiento cristiano, las cuales se convirtieron más tarde en centros de preparación avanzada de teología y doctrina para los dirigentes y maestros de la Iglesia en esa época que necesitaba de una centralidad en la doctrina cristiana frente al alud de errores y herejías. Hay que tener en cuenta que en esa época la exégesis bíblica estaba en su infancia y en la Iglesia no existía un sistema desarrollado de hermenéutica. Esas escuelas fueron las de Alejandría, Asia Menor y Norte de África, a las cuales estaban asociados grandes maestros.
La escuela de Alejandría, fue fundada por Panteno alrededor del año 180, en una de las más cultas e importantes ciudades del Imperio Romano, fundada por Alejandro el Grande en el siglo IV a. C. Dotada que había sido de una de las más completas bibliotecas de la antigüedad, Alejandría fue la cuna de la última de las filosofías grecorromanas no cristianas, el neoplatonismo; y floreció también allí el gnosticismo. Como importante centro cultural del mundo helénico, en Alejandría, desde los tiempos de Ptolomeo Lagi (323-285 a.C.) y Ptolomeo Filadelfo (285-247 a.C.) se fueron dando cita diversas escuelas de pensamiento, lo mismo que las corrientes místicas asiáticas, las diferentes filosofías griegas, la influencia del judaísmo y el derecho romano, acrisolándose de paso el gusto por la alegoría sobre todo en el terreno religioso, método exegético practicado por estudiosos de la talla de Filón y Orígenes.
El judío helenista Filón, fue un estudioso de la Biblia, pero usaba un sistema ecléctico de interpretación, inclinándose por las especulaciones filosóficas griegas, aplicando en especial el arbitrario método alegórico, herencia que legó a la teología cristiana alejandrina. Se debe tener en cuenta que en Alejandría los maestros cristianos, entre ellos Panteno, Clemente de Alejandría y Orígenes, consideraban la filosofía griega como una herramienta que debía ser usada, herramienta que en ocasiones resultó de doble filo. Panteno fue un filósofo estoico convertido y era eminente por el fervor de su espíritu, del cual sólo se conservan fragmentos de sus escritos.
La escuela de Antioquía, fundada por Luciano. Relacionados con esta escuela encontramos a los grandes, Diodoro de Tarso, Teodoro de Mopsuestia, Teodoreto de Silo, Doroteo, y el más sobresaliente, Juan Crisóstomo. A diferencia de la escuela de Alejandría, que era alegórica, la de Antioquía era exegética, gramático-histórica, y a veces escéptica en algunas cosas. Desafortunadamente, debido al rigorismo en la aplicación de este método exegético, en esta escuela cayeron en algunas desviaciones, como el exagerado racionalismo, llegando incluso a desechar lo aparentemente incomprensible de la Biblia. Estos métodos especulativos de captar la Revelación llegaron a degenerar en excesos como el de Luciano, uno de los precursores del arrianismo, o el de Teodoro de Mopsuestia, quien a pesar de ser uno de los mejores comentaristas bíblicos de la antigüedad, no por ello dejó de caer en el error de negar la inspiración de algunos libros del Antiguo Testamento.
La escuela de Asia Menor, se caracteriza porque, a diferencia de la de Alejandría, no estaba centrada en una ciudad en especial, sino que consistía en una línea de pensamiento y trabajo coyuntural de un grupo de maestros y escritores de teología. Ireneo fue el más conspicuo exponente de esta escuela, gran evangelista, conferencista y escritor, defensor de la causa de Cristo.
La escuela del Norte de África, tenía su centro en Cartago. Fue la escuela que más contribuyó a la formación del pensamiento teológico de Europa. Allí se destacaron importantes escritores y teólogos de la talla del brillante, célebre, controvertido y fervoroso Tertuliano, y del hábil obispo Cipriano.

Los apologistas
No obstante atravesar la época más amarga y sangrienta de la Iglesia, y debido a que el cristianismo se enfrentaba también con las ideas opositoras surgidas del paganismo, algunos escritores cristianos de los años 120 a 220 escriben para defender o hacer la apología de la fe de los seguidores del Señor Jesús, y buscar la conversión de los paganos. Estas obras se caracterizan porque fueron escritas en un estilo untado de ideologías filosóficas griegas, pues una de las dificultades para los paganos era aceptar la divinidad de Cristo, por eso recurrieron al Logos para buscar una comprensión entre los platónicos helenistas de su tiempo. La doctrina del Logos era conocida de los paganos y es usada por Justino para exponer cómo Dios revela Su sabiduría. El estoicismo y el neoplatonismo ejercieron marcada influencia en el pensamiento cristiano de los primeros siglos; por ejemplo, muchos de los apologistas y de los llamados padres usaron el estoicismo para fundamentar teóricamente la ética.
El estoicismo enseñaba que en el universo había una razón divina dominante, de la cual salió una ley moral natural, la que para muchos intelectuales cristianos era idéntica con la ley moral cristiana, aunque conservaban el contraste entre el cristianismo y el mundo. Moldeadores del pensamiento cristiano tan prominentes como Orígenes y Clemente de Alejandría, eran estudiantes de la filosofía griega, particularmente el neoplatonismo y el estoicismo. Parece ser que el neoplatonismo tuvo su origen precisamente en Alejandría. Ambrosio de Milán había bebido en fuentes estoicas, y Agustín en las del neoplatonismo. Enfocando de nuevo los apologistas, tenemos que estando distante los tiempos de las inquisiciones de parte de una organización religiosa que persigue a quienes no piensen como ellos, los cristianos del tiempo de Esmirna se atreven a pedir libertad religiosa. Los apologistas cristianos condenaron enérgicamente los cultos paganos, tan abundantes en el Imperio, negándose a hacer contemporización alguna con ellos. Entre los que lucharon por defender la fe cristiana contra las calumnias y ataques de los judíos y paganos politeístas, tenemos a:
Cuadrato. Era un profeta que conoció a los apóstoles. En su apología menciona a esos quinientos discípulos que vieron al Señor resucitado. Según Eusebio de Cesarea, escribió la primera de las apologías conocidas, la cual fue presentada al emperador Adriano en Atenas, en el invierno de 124-125, y de la cual sólo se conserva un fragmento. Muchos consideran que su Apología es la misma Epístola a Diogneto.
Arístides. Este contemporáneo de Cuadrato escribió la segunda de estas apologías. Eusebio dice que la redactó durante el reinado de Adriano y la traducción siríaca durante el reinado de Antonino Pío; pero es más fuerte la opinión que fue dirigida a éste último. Se trató de un cristiano filósofo. De acuerdo con la necesidad del momento y por ser dirigida a la oposición originada en la cultura helenista, Arístides inicia su apología con un bosquejo demostrando la existencia de Dios basándose en el argumento del filósofo Aristóteles que se relaciona con el origen del movimiento. El texto de esta apología no se vino a tener sino hasta 1878, en que los monjes armenios del monasterio Las Aristas, de Venecia, publicaron una versión armenia. La versión siríaca fue descubierta en el monte Sinaí en 1889 por Rendel Harris.
Epístola a Diogneto. Existe un brillante y anónimo documento apologista llamado Epístola a Diogneto, obra atribuida supuestamente a Panteno, pero con más fundamentados argumentos a Cuadrato, y dirigida a un cierto Diogneto, quien probablemente se trate del emperador Adriano. Esta carta ofrece una excelente presentación de los postulados de la Iglesia frente al paganismo y al judaísmo mismo. Ante la acusación en esa época de que el cristianismo iba debilitando la estabilidad y las estructuras del Imperio Romano, la Epístola a Diogneto declaró: "Lo que alma es al cuerpo, son los cristianos al mundo... El alma está aprisionada en el cuerpo, pero ella conserva al mismo cuerpo; y los cristianos están aprisionados en el mundo como en una cárcel, pero ellos mantienen unido al mundo". (Se puede leer este documento en el excursus II al final del presente capítulo).
Justino Mártir. Era natural de Samaria. Escribió dos de las más famosas apologías del cristianismo durante el reinado de Antonino Pío. El perfil de este mártir es el de un hombre de una personalidad excepcional, como humano y por su innegable influencia en la Iglesia. En su obra Diálogo con Trifón narra algunos datos biográficos. Estudioso en algunas escuelas filosóficas griegas antes de conocer al Señor, hasta que halló la verdad en Cristo, en quien el Logos históricamente había encarnado y tomado forma humana. En Roma fundó una escuela a manera de los filósofos paganos. Es curioso el contraste entre Marción y Justino. Mientras que aquel usa la filosofía para adulterar las enseñanzas de la Iglesia, Justino pone esos conocimientos al servicio del evangelio, para defenderlo y propagarlo. De la obra de Justino se conserva muy poco, pero por el historiador Eusebio se sabe que escribió mucho, y que era un filósofo en el estilo, y desde ese punto de vista usaba el método platónico, pero en el contenido era un verdadero cristiano. Justino ganó su calificativo por haber muerto por la fe en el Señor Jesús.
Melitón. Eusebio lo cita como obispo de Sardis durante el reinado de Marco Aurelio, y nos da una lista de su obra, de la cual sólo se conservan fragmentos, citando entre sus obras una apología al emperador Cómodo, hijo y sucesor del anterior. Aún se conserva su obra la Homilía sobre la Pascua. En esa misma época escribe también otro apologista llamado Apolinar de Hierápolis.
Atenágoras
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El filósofo cristiano de Atenas. Escribió su apología dirigida a los emperadores Marco Aurelio y Cómodo, y hace la entrega en Atenas, su ciudad natal. Refuta las calumnias a los cristianos cuando los acusan de ateos, afirmando que creen en un Dios superior. Escribe un tratado sobre "La resurrección del cuerpo", tocando un tema inaceptable para los filósofos de su tiempo. Defiende la divinidad del Logos. En esa misma ciudad y en similares circunstancias escribe y actúa el apologista Milciades.
Teófilo
. Apologista que fue obispo de Antioquía. Escribió tres libros apologéticos a su amigo Autólico, en los cuales aparece por primera vez el término Trinidad (en griego, Tríada).
Taciano. Contemporáneo con Teófilo floreció este otro apologista, nacido en el año 110, quien después de haber sido discípulo de Justino (mártir) en Roma, en el año 172 volvió al Oriente y fundó una rigorista secta gnóstica encratita, movimiento de donde había salido, secta rigorista en contra del matrimonio. Antes de dar este paso, escribió Oratio ad Græcos, obra apologética en donde defiende el origen divino del cristianismo. Es más conocido por su obra El Diatesarión, una especie de historia de la vida de Cristo; es una armonía o entrelazamiento de los cuatro evangelios.
Minucio Félix. Escribe una simpática apología llamada Octavius, por medio de la cual defiende al cristianismo usando un diálogo entre un pagano llamado Cecilio y un cristiano de nombre Octavio. Cecilio expone las calumnias difundidas contra la Iglesia y Octavio le responde mostrándole las verdades cristianas.
Hermias. Tiene una Sátira contra los Griegos, en donde ataca y ridiculiza la filosofía griega.
Los polemistas
Además de los llamados padres apostólicos que conocieron directamente a los apóstoles, y de los apologistas en la época de las persecuciones, registramos en el período profético de Esmirna a los polemistas, o sea, los que combatieron contra las herejías, contra los gnósticos y defendieron valientemente la divinidad de Cristo frente a todos los ataques del enemigo. Los más preclaros exponentes son:

Ireneo (130-195). Probablemente nació en Esmirna, en donde desde niño conoció a Policarpo, y desde allí fue enviado a las Galias (Francia) haciendo parte de un grupo de evangelistas. Más tarde llegó a ser obispo de Lyon, en donde realizó un trabajo tan meritorio, que se registra que casi toda la ciudad fue hecha cristiana, convirtiéndose en un centro de donde salieron muchos misioneros a evangelizar la Galia. Es tal vez el personaje que reviste mayor importancia en todo este período de Esmirna. Fue el principal opositor de los ataques de los gnósticos y marcionitas, herejías que conoció y refutó en defensa de la Iglesia. Para combatir el gnosticismo escribió importantes libros como "Contra herejías" (Adversus Hæresus), y su "Demostración de la predicación apostólica". En el proceso de la formación del canon, y debido a que algunos ponían en duda la posición del Evangelio según San Juan, defendió la tesis de que tenía que haber cuatro evangelios; asimismo expresa claramente la cuestión de la sucesión apostólica. Por otra parte, sostenía que el Logos que se hizo carne en Jesucristo, era el Hijo de Dios, y daba énfasis a su convicción de que Jesucristo era tanto plenamente hombre como Dios, y que Jesús Dios-hombre sufrió la crucifixión por los hombres, en contraposición a los postulados gnósticos de que Cristo era un mero fantasma, y de los marcionitas con su raro dualismo. Entonces en reacción contra el velado politeísmo de los gnósticos y los dos dioses de los marcionitas, Ireneo es representativo de la unidad de Dios. Murió como mártir.

Tertuliano, Quintus Septimus Florens (160-220). Este polémico y fogoso gran teólogo y apologista cristiano nació en Cartago, en el Norte de África, de padres paganos, ricos. Figura controversial en la historia de la Iglesia, muy instruido en la filosofía estoica; ejerció su profesión de abogado en Roma. En su juventud parece haber sido instruido en la filosofía estoica. Su conversión al Señor ocurrió en su mediana edad, llegando a ser presbítero. Conoció bien el griego, pero escribió mucho en latín. Se caracterizaba por ser un cristiano ortodoxo y compuso un extenso tratado contra Marción. Otras obras suyas son Contra los Herejes, Prescription, y contra los paganos, la apología el Apologético. Cuando ya envejecía se hizo montanista hasta su muerte. De él se dice que lejos de ser hereje, era el campeón de la Iglesia contra la herejía. Como buen apologista y abogado se atrevió a declarar en el año 212 que "es un derecho del hombre, un privilegio de su naturaleza que cada cual pueda adorar según sus propias convicciones".
Los cristianos de los primeros tiempos encontraron serias dificultades para exponer algunas verdades teológicas, y en no pocas ocasiones se valieron aun de principios filosóficos y legales para su tarea didáctica y apologética. Para referirse a Dios, por ejemplo, Tertuliano usaba la palabra latina substantia, tomada de la terminología legal romana con la connotación de la posición relativa del hombre en la comunidad; usándola para referirse a que Dios en sustancia es uno, pero que Padre, Hijo y Espíritu Santo, en esencia, forma y aspecto, son tres personas. Al usar la palabra (personæ) persona, en su disciplina de abogado, Tertuliano tenía en mente su uso en la ley romana, con el significado de: "una parte en alguna acción legal"; de manera que las tres Personas de la Trinidad Divina tienen su respectivo lugar en la economía o actividad administrativa de Dios. Tertuliano entendía que el Hijo estaba subordinado al Padre, y que el Espíritu Santo procedía del Padre por medio del Hijo.
Ya hemos mencionado que para esta época empezaba a aparecer en algunas iglesias locales el episcopado con tendencias monárquicas, y en alguna forma se iba poniendo las bases para el gran salto que dio la Iglesia a partir de los primeros años del siglo cuarto, cuando se da el comienzo del período profético de Pérgamo, con todas sus consecuencias.