martes, 9 de enero de 2007

La Iglesia de Jesucristo, Una Perspectiva Hisórico-Profética

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LA IGLESIA DE JESUCRISTO
UNA PERSPECTIVA HISTÓRICO-PROFÉTICA
Por: ARCADIO SIERRA DÍAZ
1998

El presente blog contiene los siguientes tres volúmenes: "La Iglesia de Jesucristo, Una Perspectiva Histórico- Profética", "Los Vencedores y el Reino Milenario" y "Los Concilios Ecuménicos, Glosas al Margen". Los tres se interrelacionan y fueron escritos casi simultáneamente.
PublicacionesCristianas
Bogotà D.C., Colombia, Amèrica del Sur


CONTENIDO


Prefacio


Capítulo I - EFESO


La carta a Efeso - Panorámica sobre el fundamento de la Iglesia - Una Iglesia unida
El Reino de Dios - El candelero - Una Iglesia llena de amor - Los apóstoles
Herejías tempranas: a) Ebionitas, b) Docetismo, c) Gnosticismo.
El amor es sufrido y paciente - Efeso se desliza - Los nicolaítas - Oídos sordos
Recompensa para los vencedores - La continuidad apostólica
Excursus del Capítulo I: Carta de Ignacio a los Esmirnios


Capítulo II - ESMIRNA

La carta a Esmirna - Trago amargo - Ricos en la pobreza - Sinagogas de Satanás
Herejes y herejías: a) Marción, b) Sabelianismo, c) Montano y los montanistas, d) El maniqueísmo.
Las diez persecuciones: 1) Nerón, 2) Domiciano, 3) Antonino Pío, 4) Marco Aurelio, 5) Septimio Severo, 6) Maximino Tracio, 7) Decio, 8) Galo, 9) Valeriano, 10) Dioclesiano.
Constantino el Grande - El daño de la segunda muerte
La patrística: a) Clemente de Alejandría, b) Orígenes, c) Gregorio Taumaturgo, 81.
Escuelas teológicas: a) de Alejandría, b) de Antioquía, c) de Asia Menor, d) del Norte de África.
Los apologistas: a) Cuadrato, b) Arístides, c) Epístola a Diogneto, d) Justino Mártir, e) Melitón, f) Apolinar de Hierápolis, g) Atenágoras, h) Milciades, i) Teófilo, j) Taciano, k) Minucio Félix, l) Hermias.
Los polemistas: a) Ireneo,b) Tertuliano.
Excursus del Capítulo II: I. Martirio de Policarpo - II. Epístola a Diogneto


Capítulo III- PERGAMO


La carta a Pérgamo - El trono de Satanás - Matrimonio con el mundo - La Iglesia morando en la tierra - El edicto de tolerancia - La doctrina de Balaam - El camino de Balaam - El error de Balaam - Constantino el Grande - Consolidación de los nicolaítas
La Iglesia llamada a cortar con el mundo - El ascetismo
Grandes exponentes de la patrística: a) Eusebio de Cesarea, b) Atanasio de Alejandría, c) Los Capadocios: Basilio el Grande, Gregorio de Niza y Gregorio Nacianceno, d) Ambrosio de Milán, e) Jerónimo, f) Juan Crisóstomo, g) Agustín de Hipona.
Herejías en Pérgamo: a) Donato y el donatismo; b) Arrio y el arrianismo; c) Apolinar y el apolinarismo; d) Pelagio y el pelagianismo; e) Nestorio y el nestorianismo.
El maná escondido - Transición entre Pérgamo y Tiatira
Excursus del Capítulo III: Edictos imperiales


Capítulo IV - TIATIRA


La carta a Tiatira - Torre alta - Obras en la apostasía - Mujer dominante - Babilonia la grande - Raíces del cesaropapismo - Los fraudes píos y la feudalización del papado
El cesaropapismo en el cenit - Algunas paradojas del papado romano . La corona pontificia - El clero - La inquisición - El Índice - Los Jesuitas
Escolasticismo: a) Anselmo, b) Abelardo, c) Hugo de San Víctor, d) Pedro Lombardo, e) Buenaventura, f) Alberto Magno, g) Tomás de Aquino, h) Juan Duns Escoto, i) Guillermo de Occam.
Las indulgencias - La condición de Tiatira no mejorará - El juicio de la gran ramera - El remanente de Tiatira - El ladrillo y la piedra - Los vencedores de Tiatira
Los prerreformadores: a) Francisco de Asís, b) Pedro de Bruys, c) Enrique de Lausana, d) Arnoldo de Brescia, e) Los Valdenses, f) Los Cátaros, g) Los Albigenses, h) Juan Wycliffe, i) Juan Huss, j) Jerónimo Savonarola.
Excursus del capítulo IV: Donación de Constantino


Capítulo V - SARDIS


La carta a Sardis - Los escapados de Tiatira - Comienza la restauración de la casa de Dios - Lutero y la Reforma - Las indulgencias para San Pedro - El conflicto con Roma
La Dieta de Worms - Las obras imperfectas de Sardis
El origen de las "iglesias nacionales": a) En Alemania, b) En Suiza, Ulrico Zwinglio, Juan Calvino, c) En Francia, d) En Escocia, e) En Inglaterra.
La paz de Westfalia - Como ladrón en la noche
Las grandes denominaciones: a) Anabaptistas, b) Menonitas, c) Puritanos, d) Bautistas, Carlos H. Spurgeon, e) Cuáqueros, f) Presbiterianos, g) Metodistas, Jorge Withefield, Juan Wesley, David Livingstone.
Ecumenismo - Vestiduras sin mancha - Los vencedores de Sardis - Pietismo
Excursus del capítulo V: I. Taxa Camaræ. II. Las 95 Tesis de Lutero. III. Las tesis del Arminianismo vs. Calvinismo


Capítulo VI - FILADELFIA


La carta a Filadelfia - Amor fraternal - Una puerta abierta - Precursores de la restauración - La moderna historia de José
Cuatro características judaizantes: 1. El sacerdocio intermediario - 2. El código escrito - 3. El templo físico - 4. Las promesas terrenales
La hora de la prueba - Los Hermanos - Juan Nelson Darby - Benjamín Wills Newton
La corona de Filadelfia - Columnas en el templo - La restauración en China - Watchman Nee - En América
Excursus del capítulo VI: Testimonio de los hermanos


Capítulo VII - LAODICEA


La carta a Laodicea - El juicio del pueblo - Filadelfia degradada - La iglesia tibia - La desventura de la jactancia - Oro refinado en fuego - El Señor castiga a los que ama
El Señor está a la puerta - Los vencedores de Laodicea - Epílogo - Bibliografía


PREFACIO

Antes de que finalizara el primer siglo de la era cristiana ya había iglesias locales en muchas ciudades de algunas de las naciones aledañas a la cuenca del Mediterráneo, como Judea, Samaria, Galilea, Siria, Grecia, Macedonia, Egipto y el norte de África, Roma, en las regiones de la antigua Mesopotamia, Media; pero sobre todo en el Asia Menor; y lo curioso es que de todas ellas el Señor quiso escoger preferentemente a siete, en el tiempo en que el apóstol Juan fue confinado en la isla de Patmos, a fin de estampar en sendas cartas las profecías referentes al curso de la historia que eventualmente viviría la Iglesia de Jesucristo, y que Juan registra magistralmente en los capítulos 2 y 3 de Apocalipsis. En cierta forma, el profundo contenido profético de estas siete cartas ha sido subestimado, y de ahí el desconocimiento que, sobre el particular, ha obstaculizado el entendimiento de lo que es la Iglesia de Jesucristo, en su sentido escritural y verdadero. Esas siete iglesias fueron escogidas en Asia Menor como prototipos de siete diferentes períodos proféticos de la historia de la Iglesia, de tal manera que las características locales e históricas de cada una de ellas en ese tiempo, simbolizan el desarrollo de determinado período profético de toda la Iglesia en esta era hasta que el Señor regrese, tema que queremos abordar panorámicamente en el presente estudio histórico-profético y arquetípico. En las siete cartas encontramos la historia completa de la Iglesia hasta el fin de esta era. Tengamos en cuenta que el Apocalipsis es un libro eminentemente profético, y que las siete cartas de Apocalipsis son siete profecías (Compare Apocalipsis 1:3 y 22:18).
Cuando decimos la Iglesia, de ninguna manera nos referimos a alguna de las organizaciones religiosas históricas, aun cuando infundadamente pretendan exhibir títulos de legitimidad apostólica o reclamen derechos sucesorios y de antigüedad, ostenten el nombre que ostenten, pues la Iglesia de Jesucristo no se confunde ni se identifica con ninguna de las organizaciones religiosas terrenales, aunque dentro de algunas de esas organizaciones de la cristiandad haya pueblo de Dios. El Señor jamás tuvo el propósito de crear una organización jerárquica con cobertura imperial, mundial, nacional, o provincial; no. Si esa fuese la realidad, seguramente que Él se hubiese dirigido a esa organización y a su "representante visible". El Señor se dirigió a siete iglesias representativas y tipológicas, en sendas localidades del Asia Proconsular. Lo que generalmente se ha llamado cristiandad, involucra cierto grado de vaguedad en cuanto a la comprensión de la verdadera Iglesia del Señor. Tanta vaguedad encierra el término "cristiandad", que dentro de sus mismas caducas estructuras religiosas, acontecen las más aberrantes divisiones, sorprendentes odios, guerras, persecuciones y contradicciones; no obstante, en la comunidad cristiana, Dios ha suscitado hombres y mujeres a los cuales les ha revelado Su voluntad, les ha dado luz y guía para su momento histórico-profético y su entorno cultural, con miras a la edificación de la unidad de Su Cuerpo.
En cada época de la marcha de la humanidad, Dios trabaja para que surja una perspectiva nueva, nuevos acontecimientos son añadidos, de acuerdo al período profético que corresponda, porque Dios es también el Señor de la historia, pues está establecido que de la historia de la Iglesia de Jesucristo nadie puede poner el punto final. No es nuestra intención exponer los hechos sólo bajo la perspectiva histórica, sino también y con mayor afianzamiento desde el punto de vista profético, porque no nos limitamos a desglosar el acontecer histórico, sino que nuestras raíces beben las aguas prístinas de la Palabra de Dios, la cual es eminentemente profética, eterna y verdadera, digna además de toda confianza. La Palabra de Dios es inmutable, infalible y no está sujeta a modificaciones; de esto no hay que tener la menor duda. Los principios bíblicos están vigentes como el primer día, no obstante que en la historia han sido oscurecidos por tradiciones eclesiásticas de la cristiandad profesante. Los principios bíblicos son subestimados en aras de la prosperidad material, el poder temporal y el reconocimiento de los hombres.
Del futuro, el historiador no puede ofrecer más que conjeturas; en cambio el profeta de Dios está seguro y convencido de los planes y propósitos del Señor, para todos los tiempos. Que lo diga un Daniel en Babilonia, un Jeremías en Jerusalén y un Juan en Patmos. Pero debemos ser justos al aclarar que la historia y la profecía se entrelazan, pues Dios tiene un plan profético para la historia, plan que ha revelado con lujo de detalles a lo largo de toda Su Palabra.
La encarnación del Verbo de Dios y la obra de Cristo en la cruz son los acontecimientos históricos más importantes para la Iglesia, y durante los cuatro primeros siglos de esta era se consolidó el registro canónico de esos hechos, pero el proceso de entendimiento de la Iglesia acerca de la revelación divina, incluidos esos hechos tan importantes, no tuvo el suficiente desarrollo en su oportunidad, sino al contrario, sufrió serios retrocesos en el curso de la historia, y con el tiempo la Iglesia perdió algunas cosas que recibió en el depósito, tratando a su vez de justificar esa pérdida suplantando los principios de Dios con argumentos de factura humana. Pero Dios..., ¿iba a permitir que todo se perdiera? De ninguna manera. El Señor ha venido trabajando para que todo lo perdido se recupere y se lleve a la práctica de la Iglesia el fruto del pleno entendimiento de todo el depósito de Dios.
La historia del cristianismo corre paralela con la de la humanidad; pero más que la historia del cristianismo, es nuestro interés ir tras las huellas del reino de Dios, visto bajo la perspectiva de la Iglesia del Señor, lo cual no se puede lograr sino con los ojos de quien ha nacido de nuevo, porque el reino de Dios no es de este mundo, y no puede ser reconocido por los de este mundo, aun cuando está delante de sus ojos. No importa que se trate de un lego o un intelectual, un doctor en teología, o alguien que represente los intereses de la cristiandad nominal en cualquiera de sus facciones. Para ver el reino de Dios es requisito indispensable pertenecer a él. El evangelio nos dice que Jesús se regocijó en el espíritu por esta realidad, y por eso le dijo al Padre: "Yo te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y entendidos, y las has revelado a los niños" (Lucas 10:21). Llegó el momento en que los sabios de este mundo intentaron tomarse el control y el gobierno de la Iglesia de Jesús por la supremacía de su sabiduría, pero Dios enloqueció la sabiduría de este mundo, para que nadie por medio de esa sabiduría enloquecida pudiese llegar a Dios, sino por medio de lo que los sabios, intelectuales y filósofos de esta era tratan de desechar tildándolo de locura, esto es, el evangelio y el verdadero propósito de Dios con el hombre y la creación, el cual nos revela la auténtica sabiduría de Dios, Su Hijo Jesucristo.
No es el propósito del presente trabajo abundar en datos y detalles históricos, sino apenas los suficientes para demostrar el cumplimiento histórico de la palabra profética. Para el mundo grecorromano y su interpretación filosófica, la historia no era más sino una serie de ciclos repetitivos enmarcados en un destino incierto y por determinación de la ciega suerte, como una tediosa y pesimista manera de ver el destino humano. En contraste, para el cristiano la historia comienza en Génesis con la creación del hombre por la mano de Dios, y ha de continuar conforme los parámetros trazados en la Palabra de Dios, hasta que se cumpla la triunfal consumación de todo, y el gobierno de Dios tenga su expresión milenaria, dándole así un significado diferente a la historia. Cuando eventualmente ocurra el fin de la historia, habrá amanecido para la Iglesia.

Arcadio Sierra Díaz

I - Éfeso (1a. parte)

Capítulo I
É F E S O
(1a. parte)

SINOPSIS DE ÉFESO

Panorámica sobre el fundamento de la Iglesia
La encarnación del Verbo de Dios - Su ministerio terrenal con Sus discípulos - Su pasión, muerte, resurrección, ascensión y venida del Espíritu Santo en Pentecostés.

La Iglesia primitiva
Los siete candeleros de oro de finales del primer siglo - El Cuerpo de Cristo unido en su expresión local: una sola asamblea en cada ciudad - La apariencia del reino de los cielos.

Fundamentos legítimos y fraudulentos
Los apóstoles: los verdaderos y los falsos - Primeras herejías: Ebionismo, docetismo, gnosticismo - Las primeras persecuciones.

El comienzo del desliz
Decae el primer amor - Los ágapes se contaminan - Aparición de las obras de los nicolaítas - Raíces del clericalismo.

Los vencedores de Éfeso
Primera recompensa: comer del árbol de la vida.

LA CARTA A EFESO
"1Escribe al ángel de la iglesia en Efeso: El que tiene las siete estrellas en su diestra, el que anda en medio de los siete candeleros de oro, dice esto: 2Yo conozco tus obras, y tu arduo trabajo y paciencia; y que no puedes soportar a los malos, y has probado a los que se dicen ser apóstoles, y no lo son, y los has hallado mentirosos; 3y has sufrido, y has tenido paciencia, y has trabajado arduamente por amor de mi nombre, y no has desmayado. 4Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor. 5Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y has las primeras obras; pues si no, vendré pronto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido. 6Pero tienes esto, que aborreces las obras de los nicolaítas, las cuales yo también aborrezco. 7El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que venciere, le daré a comer del árbol de la vida, el cual está en medio del paraíso de Dios" (Apo. 2:1-7).*(1)

Panorámica sobre el fundamento de la Iglesia
La antigua ciudad jónica de Efeso estaba situada en la costa oriental del mar Egeo, y llegó a ser la próspera capital de la provincia romana de Asia Menor, en los tiempos en que el Señor quiso que fuese marco privilegiado de la obra misionera del equipo apostólico de San Pablo. En esta bella ciudad había un famoso puerto, pues se trataba de un centro comercial de la región. Allí se encontraba una de las siete maravillas del mundo antiguo, el Artemisión, o templo de la plurimamaria Artemisa, la gran diosa de la fecundidad de Asia Menor, muy estimada por los efesios, de acuerdo con el contexto de Hechos 19:23-41. Por eso era llamada esta ciudad "Guardiana del Templo". La cultura de esta importante ciudad antigua era la herencia indiscutible del mundo grecorromano de la época. Cada uno de los nombres griegos de estas localidades refleja la condición espiritual de la respectiva iglesia. Se dice que el significado de Efeso es "deseo ardiente, deseable", lo que tiene que ver con que al final del período primitivo la Iglesia aún era deseable para el Señor; también significa "soltar", así como "aflojado" o "descansado", aspecto que tiene mucho que ver con esa característica de haber dejado, la iglesia del Señor en la localidad de Efeso, su primer amor. En el matrimonio suele ocurrir eso. Nos interesa mucho ese vivo retrato que nos hace Juan de las condiciones reales e históricas del candelero en la localidad de Efeso, porque allí vemos tipificadas las peculiaridades del final del primer período profético, de los siete que caracterizan a la Iglesia de Jesucristo, en los eventos comprendidos entre la gloriosa resurrección del Señor y Su segundo advenimiento. Pero más que el aspecto local de la iglesia como casa de Dios, en esta perspectiva histórico-profética nos interesa enfocar las prefiguraciones de las distintas etapas del vital desarrollo del Cuerpo de Cristo a su paso por los siglos en los anales de nuestra era, incluídos su nacimiento, sus sufrimientos, su cautiverio, y los pasos que ha venido dando el Señor para la restauración total de la expresión de la unidad de Su Cuerpo. A menudo vemos en la Biblia, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, que hechos reales e históricos alegorizan y tipifican situaciones, hechos, condiciones y sentidos más profundos y espirituales, en el marco de los propósitos eternos de Dios.
*(1) El Apocalipsis fue escrito en tiempos del emperador Domiciano, alrededor del año 95 d.C.

¿En qué radica la importancia de estudiar la Iglesia del Señor en su etapa primitiva? ¿Qué interés puede tener para nosotros conocer la "génesis" de la Iglesia después de veinte siglos? Mucho y en gran manera, porque por medio de ese conocimiento podemos comprender mejor la perfecta voluntad de Dios para con Su Iglesia; la naturaleza de la Iglesia, su auténtica y original estructura, características, gobierno, metodología, condiciones muy diferentes de las actuales, pues con el correr del tiempo el hombre determinó olvidarse, apartarse, alejarse de las normas, directrices y ejemplos establecidos por Dios en Su Palabra, muchas veces desconociéndolos, ignorándolos o tergiversándolos; como si el libro de los Hechos hubiese perdido vigencia. La iglesia primitiva, conforme se desenvuelve en el libro de los Hechos, es el patrón o modelo de Dios para Su Iglesia, válido para todos los tiempos. Es una falacia pensar que las normas de la Iglesia de Jesucristo deban cambiar y ajustarse a determinados cambios cronológicos, y que hoy haya que estudiar y poner en práctica nuevas estrategias introducidas por el ingenio humano, como si el modelo auténtico y original de Cristo para Su Iglesia ya fuese anacrónico para los tiempos que vivimos. Toda vez que el Señor nos da la oportunidad de conocer mejor la verdadera y normal Iglesia de Cristo, podemos apreciar en su justa medida la forma en que los hombres se alejaron de ella.
El primer período profético de la Iglesia del Señor, con sus subperíodos apostólico y postapostólico, comienza cuando el Señor da sus últimas instrucciones en el Monte de los Olivos después de Su resurrección, y asciende al Padre a fin de enviar el Consolador que había prometido, período que culmina al finalizar el primer siglo de la era cristiana, en los tiempos en que el anciano apóstol Juan finalizara su escritura del libro de Apocalipsis en la isla de Patmos. Una vez acontecida la venida del Espíritu Santo sobre la Iglesia en el día de Pentecostés, se cumplen las palabras del Señor de que estaría siempre con la Iglesia, guiándola, enseñándola, transformándola, llenándola de poder y sabiduría, y es así como aquellos humildes pescadores fueron guiados por Dios desde Jerusalén a transtornar el mundo entero. Dios, desde toda la eternidad, desde antes de que el mundo fuese, tiene Sus propósitos con la creación, con la tierra en particular, y especialísimamente con el hombre, y esos propósitos los tiene en Su Hijo Unigénito. La Palabra de Dios dice que Dios nos escogió en Cristo desde antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de Él, para que se cumplieran en nosotros esos propósitos, para lo cual fuimos predestinados. ¿Cuáles propósitos? El Padre hizo la creación para Su Hijo y se propuso reunir todas las cosas en Cristo, y nosotros hemos sido predestinados para que fuésemos hechos conformes a la imagen de Cristo. Todos los escogidos estamos llamados a conformar la Iglesia, la cual es también el Cuerpo de Cristo, y Él es la Cabeza. La Iglesia de Jesucristo es asimismo el verdadero templo de Dios, y para eso fue creado el hombre, para que conozca a Dios, lo represente; para que Dios se incorpore en el hombre por Su Espíritu y, como Iglesia, el hombre lo exprese.
También el hombre fue creado por Dios con miras a prepararle una esposa para Su Hijo, la cual será levantada sin mancha ni arruga (cfr. Efesios 1,3,4,5; Romanos 8:29,30), o sea, gloriosa y limpia de todo contagio del hombre viejo. Por medio de la obra de Su Amado Hijo, Dios quiso dispensarse al hombre; ha sido Su deseo y propósito entregarse a Sí mismo al hombre corporativo, para ser contenido primero por el hombre, ese ser tripartito, creado por Dios dotado de espíritu, alma y cuerpo, y luego ser expresado corporativamente por la Iglesia. La Iglesia estaba en el plan de Dios antes de que creara al hombre. El Hijo, llegado el tiempo determinado por el Padre, vino a esta tierra y se encarnó por obra del Espíritu Santo en María, una humilde virgen hebrea de la familia de David, y para ello por su propia voluntad tomó forma de siervo, vaciándose, despojándose, desnudándose de todas Sus prerrogativas como Dios; lo que se llama en griego la kenosis; asumiendo así las limitaciones inherentes a la humanidad, como verdadero hombre. Con ese anonadamiento, Cristo se sometió a una condición de inferioridad. Y así vivió y creció, en obediencia al Padre, en Nazaret de Galilea, cuando el César Tiberio Augusto reinaba sobre todos los dominios del Imperio Romano, aquella cuarta bestia sanguinaria y terrible, espantosa en gran manera, que le había sido revelada a Daniel por Yahveh en visiones en tiempos del cautiverio babilónico (cfr. Daniel 7:7,19-23).
Llegado el momento, a la edad de treinta años fue bautizado en el Jordán; luego llamó a sus discípulos, de entre los cuales escogió a doce, a los que también llamó apóstoles. Pero lo curioso es que para esa escogencia no necesariamente tuvo en cuenta a la clase sacerdotal de su nación; no consultó el asunto con el sumo sacerdote, sino con Su Padre; no escogió sus inmediatos colaboradores de entre la tribu de Leví y la familia de Aarón, sino que se fue a la orilla del mar de Galilea y llamó primero a cuatro pescadores de profesión, a Simón a quien llamó Pedro y a su hermano Andrés, hijos de Jonás, en Betsaida, Galilea; a Juan y a Jacobo (llamado el Mayor), hijos de Zebedeo y Salomé, naturales también de Betsaida, a quienes encontró remendando las redes, y les dijo que desde ese momento serían pescadores de hombres, y quienes más tarde recibieron de Jesús el nombre de "hijos del trueno". Después llamó a Felipe, natural de Betsaida; a Bartolomé, también llamado Natanael; en Capernaum invitó a seguirle asimismo a Mateo, llamado también Leví, un recaudador de impuestos en Judea por cuenta de los romanos; a Tomás el Dídimo, quien más tarde dudó del acontecimiento de la resurrección del Señor hasta que lo vio y tocó Sus llagas; a Jacobo (llamado el Menor) hijo de Cleofas y María (prima de la madre de Jesús); a Judas llamado Tadeo; a Simón llamado Zelote o Cananeo, y a Judas Iscariote, hijo de Simón, natural de Kariot, quien era el administrador de los fondos del grupo del Señor y el cual más tarde llegó a traicionarle. Con la compañía íntima de ese reducido grupo, y seguido muchas veces por otros discípulos y una gran multitud, Jesús predicó las buenas nuevas del evangelio del reino de Dios, para luego de tres años y medio ser juzgado por las autoridades políticas y religiosas tanto de su nación como de la potencia dominante, en Jerusalén y ser crucificado en el monte Calvario o de la Calavera, en las afueras de la ciudad, en donde derramó Su sangre y ofrendó Su vida por la Iglesia.
Al tercer día resucitó, siendo el primer día de la semana se levantó de la tumba, y después de transcurrir cuarenta días, ascendió a los cielos, al trono del Padre y envió al Espíritu Santo, el Paracleto, como lo había prometido, hecho ocurrido en el día de la fiesta de los judíos llamada de Pentecostés o quincuagésima y que en el tiempo del Antiguo Testamento era conocida como la fiesta de las semanas o de la siega de los frutos de la tierra, de modo que el Consolador descendió con poder sobre la Iglesia apostólica cincuenta días después de la resurrección del Señor, y esos 120 hermanos que estaban reunidos representaban las primicias de la siega de Cristo, a los cuales El les entregaba las primicias del Espíritu, arras de nuestra herencia celestial. Ese día de Pentecostés ocurrió a fines de la primavera del año 30 d.C., en el cual el Espíritu Santo vino a darle a la Iglesia la vida misma de Cristo. En ese primer Pentecostés de la Iglesia empezó el pueblo de Dios a recoger una gran cosecha, y esa labor aún no ha terminado, pues ese glorioso Pentecostés que había sido preparado y prometido, también se ha prolongado, porque el Espíritu Santo siempre ha estado habitando en la Iglesia, comenzando por los apóstoles del Señor Jesús, hasta el más humilde siervo de Cristo que habite en esta tierra en estos días.

Una Iglesia unida
Así como el Génesis es el libro de los principios, donde se siembran las semillas de la revelación divina, Apocalipsis es el libro de la consumación de todas las cosas; un libro profético por antonomasia en donde el Señor descorre el velo de los acontecimientos finales, pues precisamente el término apocalipsis significa quitar el velo, revelación, la revelación de Jesucristo, verdadero autor y objeto de este maravilloso libro. Sus primeros tres capítulos se destacan y se diferencian debido a que tratan acerca de las siete cartas que el Señor ordena a Juan que escriba a sendas iglesias históricas de igual número de localidades en Asia Menor. La primera es dirigida a Efeso:
"Escribe al ángel de la iglesia en Efeso: El que tiene las siete estrellas en su diestra, el que anda en medio de los siete candeleros de oro, dice esto:" (Ap. 2:1).
Aunque la carta está dirigida al ángel de la iglesia de la localidad de Efeso, sin embargo, es también para la iglesia, para todos y cada uno de los creyentes del Señor, y además para cada iglesia constituida en las diferentes ciudades y aldeas de mucha parte del mundo grecorromano. En ese tiempo el cuerpo del Señor era expresado en una perfecta unidad y comunión espiritual en cada localidad donde hubiere redimidos por la preciosa sangre del Señor. Los santos no se habían dividido en sectas separatistas frutos de la carnalidad. Eso sucedió en siglos posteriores, y es lo que el Señor está corrigiendo en la época presente. No importa que los hombres se opongan a este trabajo de restauración del Señor. El edificio debe ser construido conforme el modelo de Dios. ¿Quién es el ángel de la iglesia local? No hay entre los exégetas un acuerdo sobre el particular. Dice John Nelson Darby: "El ángel es el representante místico de alguien que no está presente en la escena. Así pues, esta palabra siempre es empleada aun en los casos cuando no se trata, de una manera positiva, de un mensajero celeste o terrestre. Lo vemos en las expresiones ‘el Ángel de Jehová’, ‘sus les’ (hablando de los niños), ‘el ángel de Pedro’". (John Nelson Darby. Estudio sobre el Libro de Apocalipsis. La Bonne Semence, 1988. Pág. 31). Este mismo punto de vista lo vemos en la siguiente exposición de F. F. Bruce:
"Los ángeles de las iglesias deben entenderse a la luz de la angelología del Apocalipsis -no como mensajeros humanos o ministros de las iglesias, sino como celestial contraparte o personificación de las diversas iglesias, cada uno de los cuales representa a su iglesia en el aspecto en que se hace responsable de la condición y conducta de la respectiva iglesia-. Podemos compararlos con los ángeles de la naciones (Daniel 10:13,20; 12:1) y de individuos (Mateo 18:10; Hechos 12:15)". (F. F. Bruce (Revelation, en A Bible Commentary for Today, Pickering and Inglis, 1979, pág,1682). Citado por Matthew Henry, en su comentario Bíblico).

La carta la envía el Señor; Juan es apenas un amanuense en este caso. A cada una de las iglesias se presenta en forma diferente, identificándose de acuerdo con la condición de cada una. A Efeso le escribe el que tiene las siete estrellas en su diestra, y anda en medio de los siete candeleros de oro; es el Señor Jesucristo mismo diciéndole a la iglesia que Él tiene en Sus manos las riendas de Su Iglesia, tiene total autoridad y control sobre la Iglesia, a la cual gobierna, guía, exhorta, alimenta, da vida, corrige, construye, alienta, con Su sola potestad. El Señor sujeta firmemente las siete estrellas, en señal de que es el dueño y señor de las iglesias; se pasea en medio de los candeleros, en señal de constante vigilancia. Como la luna alumbra con la luz solar, la iglesia alumbra en la oscuridad de la noche con la luz del Señor, y Él tiene también estrellas en Su diestra, ángeles celestiales, que ayudan a la Iglesia. Esas estrellas también simbolizan los hermanos espirituales que tienen la responsabilidad del testimonio de Jesús. Estamos en las seguras y poderosas manos del Señor; el Señor cuida de Su Iglesia; eso significa que nadie nos puede arrebatar de Su diestra. El Señor Jesús no puede estar menos sino en medio de la Iglesia, el Sumo Sacerdote siempre presente en ella, porque sin Él no puede existir Iglesia, y eso es muy alentador. La Iglesia es Su morada y también Su Cuerpo y Él es la Cabeza, y, por tanto, está enterado permanentemente de todos los eventos en todos los lugares, tanto en el tiempo como en el espacio. Es responsabilidad de la iglesia local dar testimonio del Señor Jesús por el Espíritu Santo ante los hombres, para que los hombres conozcan a Dios por el testimonio de la iglesia. El testimonio y la expresión de Jesús es la Iglesia, y Cristo es el Testigo de Dios. Pero téngase en cuenta que la Iglesia universal se expresa en las iglesias locales.
Juan nos dice que el Señor Jesucristo es Dios, cuando afirma que "...estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios y la vida eterna" (1 Juan 5:20). Pero desde siempre el diablo ha querido desvirtuar la persona del verdadero Jesús, y aún en la actualidad, muchas personas, movimientos, organizaciones, doctrinas y diversas escuelas de opiniones, predican a un Jesús diferente al que predicaron Juan y el resto de los apóstoles. En los tiempos en que andaba con sus discípulos, un día les preguntó: "¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? Ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los profetas" (Mateo 16:13,14). Además, algunas personas tuvieron a Jesús simplemente como el hijo del carpintero del pueblo; otros lo tenían como un agente de Beelzebú, príncipe de los demonios. ¿Es hoy diferente el panorama? Es peor; aumenta la gama de diferentes Jesús.
Hay personas que se inclinan por llamarle el Hijo de María, algunos lo tienen por un gran político, pero Jesús nunca quiso tener nada que ver con métodos políticos, y jamás se enredó en los negocios de este mundo. Otros han proclamado que fue el primer comunista, o un guerrillero de la línea de los zelotes; otros lo han ubicado en el extremo opuesto afirmando que fue un integrante de la secta de los esenios; y aun otros han querido capitalizar diciendo que Jesús fue un espiritista o gran maestro gnóstico, que adelantó estudios esotéricos en la India o en el misterioso Egipto. Pero, además de Juan, Pedro también recibe revelación del Padre, cuando proclama, diciéndole al Señor: "Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente" (Mt. 16:16).

El reino de Dios
Leemos en Mateo 6:10: "Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra". ¿Qué significa esto? Desde la caída del hombre en el Edén, en la tierra dejó de hacerse la perfecta voluntad de Dios, pues el hombre le entregó la soberanía de la tierra a Satanás al obedecerle; y los hijos de desobediencia, la descendencia adámica siguieron la corriente de este mundo; corriente que no es según Dios, sino conforme a Satanás, el espíritu rebelado, el cual usurpó lo que era de Dios. De esta manera la voluntad de Dios no pudo hacerse así en la tierra como en el cielo. Y precisamente el Verbo de Dios fue encarnado, entre otras cosas, para traer el dominio celestial a la tierra. Adán perdió el dominio, y Cristo, el nuevo Adán, vino a recobrarlo, como verdadero hombre, de conformidad con la economía de Dios; y entonces sí sea hecha la voluntad de Dios en la tierra como en el cielo. El señor Jesús es el nuevo Rey, y de Sus seguidores, los que han vencido ya viven la realidad actual del reino de los cielos. De manera que quienes amemos ese establecimiento del reino de los cielos en la tierra, debemos orar que se manifieste, primeramente en tu persona, y en segundo lugar en toda la tierra, hasta que la tierra sea completa y totalmente recobrada para Dios y Su Cristo, y que se haga la perfecta voluntad de Dios en toda la tierra.
Dice la Biblia que "después que Juan fue encarcelado, Jesús vino a Galilea predicando el evangelio del reino de Dios, diciendo: El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado" (Mar. 1:14,15). La expresión reino de Dios no significa exactamente lo mismo que reino de los cielos, pues el reino de Dios es el reino en el sentido amplio, desde la eternidad hasta la eternidad, y el reino de los cielos es apenas una parte, la que se inicia con la Iglesia en el día del Pentecostés y que comprende la era de la Iglesia y del milenio. Para entrar en el reino de Dios hay que nacer de nuevo; es la regeneración (Juan 3:3,5); en cambio para participar del reino de los cielos hay que cumplir ciertos requisitos proclamados por el Rey en el sermón del monte. Antes de la venida de Juan el Bautista, el reino de los cielos no había llegado. Los ciudadanos del reino de los cielos se caracterizan fundamentalmente por ser pobres en espíritu, porque la Palabra de Dios dice que de ellos es el reino de los cielos. Jesús comenzó su predicación diciendo que el reino de Dios se había acercado; es decir, ya se estaba manifestando el poder de Dios sobre los hombres, porque cuando Cristo vino lo trajo consigo, y los demonios estaban siendo privados de su funesto poder sobre los hombres. Pero el que no nace de nuevo, quien no haya experimentado la regeneración espiritual, quien no haya recibido la vida de Dios en su espíritu por la obra redentora de Cristo y por la acción del Espíritu Santo, no puede percibir el reino de Dios, no puede entrar y pertenecer a él; ni siquiera verlo, porque no es una institución visible, sino una posesión interior, en su manifestación actual. El actual aspecto del reino de Dios es la Iglesia. "Preguntado por los fariseos, cuándo había de venir el reino de Dios, les respondió y dijo: El reino de Dios no vendrá con advertencia, ni dirán: Helo aquí, o helo allí; porque he aquí el reino de Dios está entre vosotros" (Lucas 17:20-21). No es posible confundir ni identificar el reino de Dios con ninguna organización eclesiástica; pues aunque ya es una realidad, sin embargo, es asimismo una esperanza para la edad futura, el reino milenario, en el cual Cristo y los creyentes vencedores reinarán sobre todas las naciones.
De acuerdo con la escala de valores, el mundo se interesa por las cosas materiales, las riquezas, las posesiones, el confort, el lujo, los festivales patronales, lo superfluo; pero, por contraste, el Señor dice que es tan importante el reino de los cielos, que nuestro afán debería concentrarse en buscarlo primordialmente, antes que al vestido, la comida, por muy esenciales que sean en nuestro diario existir. Dice la Palabra de Dios que una persona no ha empezado realmente a vivir y a poseer vida eterna y abundante, mientras no pertenezca al reino de Dios. Para ver el reino de Dios es necesario estar ubicado en cierta posición, en una perspectiva espiritual adecuada; hay creyentes que no han ajustado esa posición y su visión es confusa.
¿Cómo se caracterizan los que pertenecen al reino de Dios? Para comprenderlo mejor puedes estudiar todo el Sermón del Monte, en los capítulos 5, 6 y 7 del Evangelio según San Mateo, y en especial en las bienaventuranzas. El Sermón del Monte describe la actual realidad del reino de los cielos, que está en nosotros. Algunos misterios concernientes al reino de Dios los encuentras en las siete parábolas de Mateo 13. Esas parábolas describen la apariencia del reino de los cielos; aspecto que se cumple en la cristiandad nominal actual. La Palabra que proclama el reino y es sembrada en el corazón de los hombres; el enfrentamiento entre las dos simientes: la de la mujer, Jesús, y la de la serpiente, el trigo y la cizaña; en un desarrollo anormal de la apariencia del reino, comienza como la más pequeña de las semillas y se convierte en un árbol grandioso donde anidan las aves del cielo. Es un tesoro escondido, o una perla preciosa y excepcional, que para adquirirla el Señor vende todo lo que tiene y en la cruz compra la tierra, la redime, para obtener este tesoro, la Iglesia, para el reino; y al final habrá una escogencia entre los hombres, entre los malos y los justos para la posesión del reino de Dios, lo cual es de gran gozo. Para entender estas parábolas hay que tener en cuenta que la Iglesia de Jesucristo jamás estará compuesta por la mayoría del mundo, sino por un pequeño remanente redimido; y aun de los redimidos, sólo participarán en el reino milenial los vencedores. En todas las razas de la tierra, incluyendo los judíos, los auténticos seguidores de Dios y de Su Cristo siempre han sido unos pocos. El Señor llama a Su Iglesia, manada pequeña. "No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino" (Lucas 12:32).
El mundo está en abierta oposición al reino de Dios, debido a que el mundo entero está bajo el maligno. Una persona que siga la corriente del príncipe de este mundo no puede poseer el reino de Dios, a menos que sea a través de un nuevo nacimiento; saliendo del mundo y de su oscuridad satánica. Desde el punto de vista objetivo e histórico, ¿por qué el judaísmo y el Imperio Romano determinaron llevar a Jesús hasta la muerte? Sencillamente porque esas dos organizaciones veían en el Señor un peligro para su propia subsistencia estructural. Los representantes legales tanto del sistema religioso del judaísmo como del poder político del Imperio, percibían que si Cristo hubiera sido seguido fiel, firme y masivamente por todas aquellas multitudes que lo asediaban, esas dos organizaciones estaban condenadas a desaparecer. Aunque hace dos mil años empezó con Jesús el reino de Dios en el ámbito de la Iglesia, sin embargo, ha de manifestarse dispensacionalmente; será el reino de mil años como lo describen los capítulos 24 y 25 de Mateo, y la historia sin duda llegará a su culminación, pues es necesario que Dios juzgue a la humanidad y se manifieste eventualmente Su soberanía y Su reino entre los hombres. Los primeros discípulos del Señor también compartían la expectativa del pueblo judío contemporáneo acerca de la instauración del reino en Israel, y convencidos de que el Señor era el Mesías esperado, antes de la eventual ascensión de Jesús al Padre, le plantearon esa pregunta, "Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?" (Hechos 1:6). Pero el Señor juzgó que no era oportuno hablarles en ese momento sobre ese tema, pues era algo que sólo el Padre sabía; y más bien que se ocuparan de ser Sus testigos por toda la tierra. Incluso aún después del día de Pentecostés, la iglesia apostólica creía en el inminente retorno del Señor a instaurar el reino de Dios.

El candelero
El Señor Jesús anda en medio de los siete candeleros de oro. El número siete significa la plenitud; es el número que Dios usa para indicar totalidad en Su obra, que El no deja nada incompleto ni quiere nada incompleto; eso simboliza a la totalidad de todas las iglesias locales en todos los lugares y a lo largo de toda la historia, y el Señor Jesús anda en medio de todos los candeleros. Hay que tener en cuenta que cuando esta carta fue escrita se estaba terminando el período de Efeso y en ambos casos, tanto la iglesia en la localidad de Efeso, como el primer período profético de la Iglesia habían empezado a decaer, a deslizarse de ese nivel alto, de esa plenitud a la cual el Señor había elevado a la Iglesia en el día de Pentecostés. ¿Qué significa esa expresión? ¿Qué representa el candelero de oro? En el verso 20 del capítulo 1 nos da la respuesta, cuando afirma:
"El misterio de las siete estrellas que has visto en mi diestra, y de los siete candeleros de oro: las siete estrellas son los ángeles de las siete iglesias, y los siete candeleros que has visto, son las siete iglesias".
Eso significa que la iglesia de Jesucristo en cada localidad está tipificada por un candelero, en las cuales El se mueve, como Cabeza que es; el candelero se relaciona con el testimonio. Una iglesia en Efeso, un candelero en Esmirna, otro en Pérgamo, otro en Jerusalén, otro en Valledupar, otro en Bucaramanga, así como otro en Teusaquillo, otro en Usaquén, en el marco del Distrito Capital,*(2) etc. En una localidad no puede aparecer más de un candelero. Una sola iglesia en cada localidad, jamás dividida en varios grupos o congregaciones o supuestas "iglesias", porque el candelero que hizo Moisés en el desierto constaba de seis brazos y una caña central, pero era de una sola pieza, pues la caña y los brazos terminaban en sendas lamparillas, que a su vez eran alimentadas por el aceite de un solo depósito y sostenido todo en un solo pie, porque Jesucristo es el único fundamento de la Iglesia. Existe como un solo candelero en la iglesia local, pero la suma de todos los candeleros forman la Iglesia universal; de ahí el número siete, que significa plenitud.
*(2) Valledupar y Bucaramanga son las capitales de los departamentos colombianos del Cesar y Santander, respectivamente. Teusaquillo y Usaquén son localidades de las que integran a Bogotá, Distrito Capital de Colombia, América del Sur.

El candelero estaba dentro del tabernáculo (el Cuerpo de Cristo), pero el candelero en sí es la expresión local del Cuerpo del Señor. En el tabernáculo había un solo candelero, más tarde, en el templo de Salomón había diez candeleros,*(3) y eso muestra que los candeleros se están multiplicando; ahora el Señor se dirige a siete candeleros, número de plenitud; y en cada localidad el Señor está estableciendo un candelero, y anda en medio de ellos cuidándolos, alimentando el depósito con más aceite (Su Espíritu), para que no se apaguen y alumbren en medio de la oscuridad del mundo. En el tabernáculo se tipifica la unidad del candelero, en el templo de Salomón la multiplicación de los candeleros, y en Apocalipsis la plenitud. En el candelero está tipificada la Trinidad de Dios: El oro representa la naturaleza de Dios Padre, por ser el oro el metal más precioso. El Hijo es representado en la forma que se le da a esta naturaleza divina, pues Él es la imagen de Dios, y el Espíritu Santo está tipificado en el aceite que alimenta las lamparillas para que alumbren, pues la Iglesia es la luz del mundo (cfr. Éxodo 25:31-40; Mateo 5:14-16; 1 Corintios 12:12). Para eso descendió el Espíritu Santo.
*(3) El 10 es el número de las naciones; significa que la Iglesia es sacada de todas las naciones de la tierra, de todas las etnias, de todas las lenguas, pero es representada por un candelero en cada localidad.

El Señor está edificando Su Iglesia, y en la Biblia, desde el libro de Éxodo, el candelero está relacionado con esa edificación de Dios. El candelero por su estructura es una unidad colectiva. En este tiempo es necesario que los creyentes reciban revelación a fin de comprender este misterio de los siete candeleros de oro, y ver las iglesias locales, las cuales conjuntamente forman la Iglesia universal. No encontramos en el Nuevo Testamento ni un solo versículo en que el Espíritu Santo autorice y permita a los apóstoles edificar "iglesias" de apóstoles en particular, o de misioneros o pastores, o de ninguna otra índole o doctrina, que no sea la iglesia de Jesucristo unificada en cada localidad. Una iglesia local es una iglesia integrada por todos los hijos de Dios en una ciudad, localidad, pueblo, villa, vereda, unidos en actitud inclusiva, en el amor y en la comunión del Espíritu, que tengan por única Cabeza al Señor Jesús, que participen de un mismo pan y que obedezcan un solo presbiterio. La Iglesia no es construida con madera, ladrillos y piedras naturales, sino con piedras vivas, cuya verdadera vida es Cristo.
"Pablo y Timoteo, siervos de Jesucristo, a todos los santos en Cristo Jesús que están en Filipos, con los obispos y diáconos" (Fil. 1:1). He ahí una iglesia local normal. A excepción de algunas dirigidas a ciertas personas, las cartas neotestamentarias fueron dirigidas a las iglesias locales, y el libro del Apocalipsis fue escrito para ser enviado a las iglesias locales. Hay mucha desorientación cuando no se comprenden estas cosas. La Biblia no registra otro tipo de iglesia que no sea las iglesias locales. El predicar el evangelio y establecer iglesias locales fue el trabajo que el Espíritu Santo asignó al apóstol San Pablo y su equipo de apóstoles, desde el momento en que fue apartado para la obra en compañía de Bernabé en la localidad de Antioquía, de acuerdo con el contexto de los capítulos 13 y 14 del libro de los Hechos. Cuando el pueblo hebreo recibe la orden de Dios de tomar un cordero por familia para sacrificarlo con motivo de la gran salvación y liberación de la esclavitud egipcia, ese corderito inmolado en la fiesta de la pascua, era una figura perfecta, admirable y magnífica, de Cristo crucificado por amor de nosotros; y el caso es que no fue un solo cordero por toda la congregación de los hijos de Israel, sino un cordero por familia, para tipificar, dentro de los detalles de la gran maqueta veterotestamentaria de la Iglesia, que cada familia comiendo el cordero con hierbas amargas, expresaba la iglesia local alrededor del Cordero de Dios, dentro del marco de la Iglesia de Jesucristo, iglesia unida en cada localidad, reunida en el nombre del Señor Jesús por la comunión del Espíritu Santo. Los israelitas no se reunieron alrededor del cordero con otro pretexto, ni persona, ni objeto, ni mandato, ni centro, ni sistema, ni doctrina, ni ordenanza, ni determinación particular, ni nombre que no fuera el ordenado por Jehová. Cada familia era la expresión local del pueblo de Dios, así como la iglesia de cada localidad es la expresión local de la Iglesia del Señor, y a ninguna familia le fue dado inmolar más de un cordero. Asimismo ahora también en la Iglesia solamente participamos de un pan no fraccionado y dividido, sino un único y mismo pan, para alimentarnos de Él y mantenernos en una santa comunión con Él, porque ese es el testimonio de Dios. La Iglesia de Dios es una; ni un solo hueso del cuerpo del Señor fue quebrado.

I - Éfeso (2a. parte)

Capítulo I
É F E S O
(2a. parte)

Una Iglesia llena de amor
"2Yo conozco tus obras, y tu arduo trabajo y paciencia; y que no puedes soportar a los malos, y has probado a los que se dicen ser apóstoles, y no lo son, y los has hallado mentirosos; 3y has sufrido, y has tenido paciencia, y has trabajado arduamente por amor de mi nombre y no has desmayado" (Apo. 2:2, 3).
Es absolutamente innegable que la profunda experiencia pentecostal de la Iglesia apostólica, la cambió radicalmente, iluminándole el entendimiento a los hermanos acerca de las verdades de Dios; pudieron ver con claridad lo que realmente era el reino de Dios; fueron transformados en verdaderas criaturas nuevas; Dios proveyendo un odre nuevo para que contenga y preserve Su vino nuevo; fueron llenos de poder espiritual, de la autoridad representativa de Dios, sabiduría divina, poder de convicción; fueron confirmados los dones, ministerios y operaciones en el ámbito individual para el servicio corporativo, y empezaron a alumbrar las lámparas comenzando desde Jerusalén. El Señor resalta las buenas obras y virtudes de la iglesia en Efeso; el arduo trabajo, la paciencia, que los movía a difundir las buenas nuevas, a perfeccionar a los santos, a esmerarse por el cuidado de las necesidades de los santos pobres, a fomentar la unidad del Cuerpo y la edificación de la casa de Dios. La iglesia en Éfeso no se descuidaba en el trabajo para el Señor. También era sufrida y paciente. En esos primeros tiempos la Iglesia corporativamente obraba movida por los estrechos vínculos del amor de Dios, del amor ágape, el amor que los creyentes deben sentir los unos por los otros, y la unidad en el Espíritu. Tengamos claro que el Señor siempre nos ama. Lo crucial es que nosotros le amemos a Él, y que ese amor permanezca, que no se desvanezca; cuando nuestro primer amor no se afloja, entonces hay vida, y el amor nos proporciona las condiciones para alimentarnos del árbol de la vida, que es Cristo; y cuando en la Iglesia hay vida, entonces hay luz, la luz del candelero. El asunto está en nosotros, no en el Señor. Cuando la iglesia primitiva se reunía, a menudo celebraban un ágape, en el cual también partían y comían el pan y bebían de la copa en memoria del Maestro, porque Él había ordenado que se hiciera esto hasta que Él volviese. Ellos comían el pan de la unidad, y el Señor quiere que nosotros hoy sigamos participando de aquel mismo y único pan; no un pan fraccionado y sectario, porque hacemos parte de un solo Cuerpo. La Palabra de Dios nos da testimonio de esa unidad de vida y de ese obrar, por la vida del Señor en Su Iglesia.
"32Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común. 33Y con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y abundante gracia era sobre todos ellos. 34Así que no había entre ellos ningún necesitado; porque todos los que poseían heredades o casas, las vendían, y traían el precio de lo vendido, 35y lo ponían a los pies de los apóstoles; y se repartía a cada uno según su necesidad" (Hch. 4:32-35).
Durante el subperíodo apostólico, la Iglesia se caracterizaba por su absoluta obediencia a la voluntad del Señor glorificado. Ya al final de ese período, la Iglesia aún era deseable al Señor, y Dios había encontrado fidelidad y obediencia entre los redimidos, en contraste con la infidelidad y rebelión de las criaturas comenzando en el cielo con Lucero, el querubín protector, quien a su vez había hecho caer en el mismo pecado a toda la humanidad a través de la primera pareja. En la historia, había encontrado Dios un hombre obediente, Abraham, y a través de él formó al pueblo de Israel, pero ese pueblo también le falló. Finalmente la Iglesia le fue obediente, viviendo la comunión del Espíritu, la vida corporativa, de manera que el testimonio de los hermanos constituía en ese tiempo una poderosa influencia por medio de la cual transtornar el mundo. Era una Iglesia laboriosa; todos daban testimonio del evangelio; todos se esforzaban porque estaban llenos del amor de Dios y amaban al Señor y a Su obra, y el Señor se manifestaba con la realización de grandes prodigios y milagros. La Iglesia no tenía faltas; cuando alguien osó incurrir en egoísmo, avaricia y falsedad, inmediatamente cayó muerto. Reinaba el gozo en la comunión y en el cuerpo se vivía el interés por ayudar a los más necesitados, los santos pobres.
En ese tiempo aún la Iglesia estaba integrada en su totalidad por judíos, con la excepción de algunos prosélitos que, como Nicolás el diácono y el etíope eunuco, se trataba de gentiles que inicialmente se habían convertido a la fe de los judíos, y ahora habían creído en el Señor Jesús por la predicación de los apóstoles, como aparece en el libro de los Hechos en el día de Pentecostés (cfr. Hechos 2:10). No obstante estos y otros ejemplos, las declaraciones de las Escrituras y las propias palabras del Señor en sus instrucciones finales, ninguno de ellos podía ni siquiera imaginarse que los gentiles pudiesen llegar a ser admitidos; aún no había sido plenamente revelado el misterio sobre la Iglesia, que "los gentiles son coherederos y miembros del mismo cuerpo, y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio" (Ef. 3:6). Fue conflictivo para muchos de los primeros cristianos tener claridad sobre si la Iglesia se configuraba como una secta más dentro del judaísmo, o una asamblea independiente y distinta. De ahí la razón por la cual el apóstol Pedro necesitase de una visión del Señor y la insistencia del Espíritu Santo para que se sometiera a ir a la casa de Cornelio, el centurión romano, para predicarle el evangelio junto con toda su familia, el cual se registra en el libro de los Hechos como el tercer gentil convertido.
Es necesario aclarar que es comprensible que en los albores de la Iglesia, alguna facción ultra judía, sobre todo de la secta de los fariseos, pretendiera que no podía haber salvación fuera de Israel, y con mucha energía pregonaban que los discípulos gentiles debían observar todas las reglas de la ley judaica, como lo del sábado como día de descanso, circuncidarse, la distinción entre los alimentos limpios y los impuros, etcétera, como medio para justificarse ante Dios. A raíz de esta fuerte controversia, se vio amenazada la unidad de la Iglesia, por lo cual fue necesario que en el año 50 d. C. se celebrase un concilio con los apóstoles y ancianos en Jerusalén, por medio del cual llegaron a un sabio acuerdo, por el momento, bajo la iluminación del Espíritu Santo, pues la ley sólo ata a los judíos, y no a los gentiles creyentes en Cristo. Una parte destacada de los cristianos, entre ellos Pablo, insistían que si los discípulos de Cristo se sometían a observar la ley, despreciaban la gracia de Dios en Cristo y caían de ella, dando muestras de no entender la esencia misma del evangelio (cfr. Hechos 15 y Gálatas 5:1-6). La Iglesia del Señor Jesús es para toda raza y nación y no exclusiva para los judíos. Era necesario, además, que la Iglesia no pareciera como una de las sectas del judaísmo, o una más de las múltiples religiones que pululaban por todo el imperio romano. No obstante la Escritura registra que el trabajo de zapa de los judaizantes continuó por mucho tiempo en varias localidades como las de la región de Galacia, con las consecuencias que presenciamos incluso en el día de hoy.
Por ser en su mayoría de raza judía los santos de la iglesia en Jerusalén, acostumbraban en ciertas horas del día ir al templo a orar, como lo hicieron Pedro y Juan, sin embargo, es notorio que desde su nacimiento la Iglesia se reunía en las casas para celebrar la Cena del Señor, su reunión principal, como lo consigna Hechos 2:46: "Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón". Ellos fueron iluminados por el Espíritu Santo para comprender que el verdadero templo de Dios es la Iglesia, compuesta por los santos redimidos; que no debían darle importancia a los edificios hechos por los hombres. El diácono Esteban lo explicó delante del sumo sacerdote y los ancianos del Sanedrín de Israel, cuando dijo: "...si bien el Altísimo no habita en templos hechos de mano..." (Hec. 7:48), y esto le valió haber sido apedreado hasta el martirio. Más tarde, pasada una generación, el Señor permitió que el templo de la obsoleta religión judía, fuese destruido totalmente, sin que hasta el momento de escribir estas cuartillas (1997) haya sido nuevamente construido.
En ese ardoroso subperíodo apostólico, quien iba a la vanguardia de la Iglesia del Señor, indiscutiblemente era el apóstol Pedro; defendiéndola, extendiéndola, representado la autoridad y el poder del Señor en todos los frentes del desarrollo de la Iglesia. Este hecho de ninguna manera significa que el apóstol Pedro haya sido papa, o que haya recibido del Señor algún encargo de tipo político o gubernativo. El mismo declara que no fue papa, cuando escribe a los santos expatriados de la dispersión en la región del Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia, diciéndoles: "Ruego a los ancianos que están entre vosotros, yo anciano también con ellos, y testigo de los padecimientos de Cristo..." (1 Pe. 5:1). Aquí la palabra anciano significa también, y así es traducida en diferentes versiones, presbítero, pastor, obispo; sin que necesariamente se constituyera en el obispo de obispos. El papado es una institución italiana de origen pagano, desarrollado en los albores de la Edad Media, que dista mucho de tener raíces en la Biblia y en la revelación dada por el Señor, de manera que un hombre de la talla espiritual de Simón Pedro, lejos está de haber sido el primer papa romano. Aun entre el tiempo en que vivió Pedro y el inicio del papado en Roma, media alrededor de unos cinco siglos. Estaremos ahondando sobre este tema en el capítulo IV, cuando estemos estudiando el período de Tiatira.
Con el ministerio de Pablo, el apóstol del mundo no judaico y especialmente el mundo helenista, en la segunda mitad del primer siglo, se desarrolló la enseñanza de las grandes y profundas doctrinas y dogmas de la Iglesia cristiana. En su tercer viaje misionero vino hasta Efeso, en donde permaneció por más de dos años enseñando cada día en la escuela de un discípulo llamado Tiranno, constituyendo así a Efeso como centro neurálgico de la obra, cuyos resultados fueron manifiestos no sólo en la iglesia de esa localidad, sino también en la propagación del evangelio por toda la provincia de Asia, en donde estaban ubicadas las siete iglesias de Asia que son objetos de sendas cartas en Apocalipsis, asunto que estamos examinando. Indudablemente en ese tiempo la iglesia en la localidad de Efeso pasaba por un período de gran madurez espiritual, tanto que alrededor del año 64, Pablo, bajo la inspiración del Espíritu Santo, le escribió una de las cartas más profundas que haya podido escribir.

Los apóstoles
De acuerdo con los versículos 2 y 3, la iglesia de Efeso recibe palabras de aprobación del Señor, y uno de los motivos es debido a que ellos probaron en su tiempo a los que se decían ser apóstoles y en realidad no lo eran, sino que habían comprobado que eran falsos. Los hallaron mentirosos, hipócritas, con la apariencia de piedad propia de los maestros relacionados con el gnosticismo, los cuales ya empezaban a contaminar las iglesias con sus errores. También nos indica que además de los doce, el Espíritu Santo ya había constituido otros apóstoles, entre los cuales se camuflaban algunos falsos, para sembrar la confusión y el engaño. ¿Qué significa ser un apóstol? La palabra apóstol viene del griego apóstolos (απόστολος), que significa enviado o apartado para. Conforme a la Palabra de Dios, los apóstoles son los que Dios escoge y envía a fin de que trabajen en Su obra, siguiendo los lineamientos de Su soberana voluntad e iniciativa. Las tres Personas de la Trinidad se han encargado de enviar apóstoles.
El Padre envió a Su propio Hijo, el Señor Jesús, quien fue el primer Apóstol (cfr. Hebreos 3:1). Así como el Padre envió al Hijo, el Señor llama y envía a Sus doce apóstoles al trabajo que Dios ha determinado previamente (Juan 20:21; Efesios 2:10). El Padre los toma del mundo, y siendo de propiedad del Padre, se los da al Hijo, quien a Su vez los envía (Juan 17:6). De manera que la primera y más importante característica de un verdadero apóstol de Jesucristo, es que no es voluntario; no se ha hecho apóstol por su propia voluntad, sino que es enviado por Dios. Ahí tenemos el ejemplo en los doce que el Señor escogió, pues ni aun Matías, el que reemplazó a Judas Iscariote, se ofreció voluntariamente, sino que el Espíritu Santo lo confirmó, según Hechos 1:15-26.
El Señor Jesús ascendió al Padre, pero envió al otro Consolador, al Espíritu Santo, quien desde ese tiempo retomó la responsabilidad de nombrar a otros apóstoles con el encargo de continuar con el trabajo de la obra de Dios iniciada por el Señor y los doce, en la edificación y crecimiento del Cuerpo. Existen algunas escuelas de pensamiento en el campo teológico que sostienen que fuera de los testigos de la resurrección del Señor, no hay más apóstoles; pero de acuerdo con la Palabra del Señor, por ejemplo los versos 11 y 12 del capítulo 4 de Efesios, los sucesores de los doce son ministros de la edificación del Cuerpo de Cristo, asunto este que nos lo enseña claramente también la Palabra en Hechos 13:2 y siguientes, cuando el Espíritu Santo aparta y envía a Saulo y a Bernabé a la obra del Señor, y a quienes también se les llama apóstoles (Hechos 14:4,14). Los ministerios de Efesios 4:11, incluido el apostolado, existen y existirán en la Iglesia del Señor, para el trabajo de capacitación y perfeccionamiento de los santos, a fin de que todos nos ocupemos en "la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo" (Ef. 4:12-13). No debemos ignorar que el Señor está trabajando para que esa unidad se perfeccione y se refleje en nuestro tiempo. Ahora bien; en el libro de los Hechos de los Apóstoles, así como en las cartas del apóstol Pablo, encontramos a menudo evidencias de que el Espíritu Santo había constituido a muchos otros hermanos como obreros de Dios, enviados a efectuar la obra a la que El previamente los había llamado; pero el asunto es que empezaron a aparecer falsos apóstoles, que incluso recorrían las iglesias de la obra, entre los cuales es posible que se encontraran los judaizantes, quienes pretendían que los santos procedentes de los gentiles, se esclavizaran a guardar ciertos ritos de la ley judía como la circuncisión y el observar las fiestas religiosas judías; esto, además de pervertir el evangelio de Cristo, produjo perturbación entre ellos, ya que, como es de suponer, denigraban de Pablo, diciendo que no era un auténtico apóstol, según ellos, porque no hacía parte de los doce y alegaban que Pablo no predicaba el legítimo evangelio. Con base principalmente en esas consideraciones, Pablo escribió la epístola a los Gálatas, y por otro lado hace la defensa de su apostolado en los capítulos 11 y 12 de la segunda epístola a los Corintios.
"13Porque éstos son falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan como apóstoles de Cristo. 14Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz. 15Así que, no es extraño si también sus ministros se disfrazan como ministros de justicia; cuyo fin será conforme a sus obras" (2 Co. 11:13-15).
De acuerdo con el contexto de los capítulos 11 y 12 de la segunda epístola del apóstol San Pablo a los Corintios, falsos apóstoles los hubo desde la iglesia primitiva, y que al ser falsos no son enviados por Dios sino que son ministros de Satanás; y ahí confirma que sus características principales, entre otras, por las cuales se pueden detectar, es que se glorían en la carne, se enaltecen en sus conocimientos, se engríen en sus posiciones; que desean ser exaltados y glorificados, muchas veces predicando un evangelio diferente; más que al hombre, buscan lo que tiene el hombre; prefieren más recibir que dar, y ser atendidos y regalados; destacan su necedad; les gusta esclavizar a los santos, imponiéndoles cargas doctrinales y económicas que ellos mismos no pueden soportar; los devoran, y es tan fuerte todo eso, que los tratan como si les dieran de bofetadas. La iglesia primitiva, por lo menos en su etapa apostólica, supo descubrirlos a tiempo, y eso fue encomiado por el Señor.

Herejías tempranas
Dentro de la actividad de los falsos apóstoles bien puede tenerse en cuenta la difusión de errores doctrinales y herejías para confundir a los santos. Antes que terminara el primer siglo, ya algunos estaban negando que Cristo hubiera venido en carne, ya prefigurando movimientos herejes con las ideas y principios relacionados con el judaísmo, el docetismo y el gnosticismo. En su obra "La Refutatio", Hipólito de Roma (el primer llamado antipapa) refuta las ramas filosóficas griegas que dieron origen a herejías. Dice el hermano Witness Lee que "el enemigo, Satanás, ha usado tres puntos principales para dañar la Iglesia: la religión judía, la filosofía griega y la organización humana. Estas son las fuentes principales de las divisiones, la ruina y la corrupción de la Iglesia"*(2). Aquí solamente nos limitaremos a exponer sucintamente las principales herejías que se perfilaban en contra de la unidad de la Iglesia, de la doctrina de los apóstoles y de la prístina verdad de la Palabra de Dios en el período de Efeso, y que en el segundo siglo fomentaron mayores fuentes de división.
*(2) WITNESS LEE, La Historia de la Iglesia y de las Iglesias Locales. Living Stream Ministry, 1991, pág, 8

Ebionitas
Es difícil describir con objetividad lo relacionado con los ebionitas. A manera de ilustración anotamos la existencia de una línea de opinión que nos enseña que se trata de una secta integrada por los seguidores de Ebión, judío de Samaria del siglo I, que negaban la filiación divina de Jesús, considerándolo un mero hombre, un profeta, un vocero de Dios, como lo eran los grandes profetas hebreos del pasado, de extraordinaria sabiduría y poder, adoptado por Dios; que negaban el nacimiento virginal, y que sólo aceptaban el evangelio de Mateo, al cual consideraban dirigido a los hebreos, y aun de él suprimían algunos capítulos. La copia que ellos usaban de este evangelio tenía ciertas desviaciones típicas ebionitas, como la de que Jesús era hijo de José y María. Una de las columnas de la Hexapla de Símaco, líder ebionita, era esta versión del evangelio de Mateo.
Por otra parte se dice que Ireneo utilizó por primera vez el término ebionitas para referirse a unos judeocristianos que vivían al este del Jordán. También es probable que ese nombre, ebionita, se derive del hebreo ebyon (pobre) y que guarda alguna relación de origen con la iglesia de Jerusalén anterior al año 70 d. C., la cual se trasladó a Pella, ciudad gentil al este del Jordán, y allí sobrevivió por algún tiempo, atendiendo a la recomendación del Señor Jesús en Mateo 24:15-18. Algunos observan que con el discurrir del tiempo, sus descendientes, por falta de contacto con el resto de la Iglesia, concibieron algunas ideas heterodoxas acerca de la encarnación. Hay que tener en cuenta que dentro de los cristianos que salieron de Jerusalén había un grupo de hermanos que hacía parte de los fariseos relacionados con el sínodo de Hechos 15, que pretendían obligar a los cristianos gentiles a guardar la ley.
Pero se puede afirmar que los ebionitas hacían parte de esas minorías de judaizantes que se aferraban a que los discípulos de Jesús deberían quedar dentro del redil judaico. Los ebionitas estaban como se dice, entre la espada y la pared porque eran considerados por los judíos como apóstatas, y a lo mejor, por su actitud cerrada y exclusivista, no eran muy bien vistos por los cristianos gentiles. Curiosamente, una facción de la iglesia local de Jerusalén, liderada por Jacobo, hermano del Señor Jesús, tendía hacia este punto de vista dentro del proceso de judaización y el esclarecimiento de los fundamentos cristianos. Destacamos que Jacobo llamaba Señor a Jesús. Los ebionitas repudiaron a Pablo, declarándolo apóstata de la ley, lo mismo que a sus escritos por cuanto sus epístolas reconocían a los gentiles como cristianos (cfr. Hechos 21:17-27). Pero probablemente a raíz de las enseñanzas de Pablo y a la epístola a los Gálatas, llegaron a comprender que las prácticas del judaísmo no eran obligatorias para los cristianos gentiles. Algunos escritores los mencionan como nazarenos, y entre ellos hubo escritores que afirmaban que Jesús era el Mesías, el Hijo de Dios, y que Sus enseñanzas eran superiores a las de Moisés, pero que los cristianos judíos debían observar las leyes judaicas relativas a la circuncisión, la observancia sabática, y los alimentos. Algunos de ellos aceptaban el nacimiento virginal de Jesús, pero otros, tal vez los "ebionitas gnósticos", propagaban la doctrina de que el Señor era Hijo de José y María, que al bautizarse, fue cuando el Cristo descendió sobre el hombre Jesús en forma de paloma, proclamando luego al desconocido Padre, pero que el Cristo, quien no debía sufrir, se alejó de Jesús antes de Su crucifixión y resurrección. Del ebionismo surgieron varias ramas heréticas que alimentaron el unitarismo y alguna variedad del gnosticismo. Otros datos acerca de los ebionitas se encuentran en la historia eclesiástica de Eusebio de Cesarea. Son de corte ebionita algunos escritos primitivos como los llamados evangelios apócrifos de los ebionitas y nazarenos, y las llamadas Homilías Pseudoclementinas (atribuídas a Clemente de Roma). Estos documentos dieron pie a la escuela modernista de Baur de Tubingia, para su interpretación dialéctica del cristianismo primitivo. Sin lugar a dudas, los modernos "mesiánicos" son los abanderados de las ideas ebionitas.

Docetismo
El docetismo, palabra que viene del griego doceiko, "apariencia", dokeo, "parecer", consistía en la opinión de que Jesucristo, el Hijo de Dios, realmente no se hizo carne, sino que sólo pareció hacerlo; que no es verdadero hombre, sino en apariencia, negando así la encarnación y, por consiguiente, la expiación y la resurrección. Por Eusebio sabemos que Cerinto, hereje docetista y gnóstico de Asia Menor, fue en Efeso un opositor del apóstol Juan. De ahí que Juan enfatice reiteradamente las palabras carne y sangre escribiendo contra esta herejía, y declare que "todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios; y este es el espíritu del anticristo, el cual vosotros habéis oído que viene, y que ahora ya está en el mundo" (1 Juan 4:3). El origen de esta herejía está en una mezcla de la filosofía griega con las religiones orientales. Ignacio de Antioquía hace mención de esta herejía, anotando: "...y los sufrió verdaderamente, así como verdaderamente se resucitó a sí mismo, no según dicen algunos infieles, que sólo sufrió en apariencia. ¡Ellos sí que son la pura apariencia! y, según como piensan, así les sucederá, que se queden en entes incorpóreos y fantasmales" (IGNACIO DE ANTIOQUIA, Carta a los Esmirniotas, II,1, BAC,1985).
Cerinto, con sus principios gnósticos, enseñaba que el mundo no había sido creado por el único y supremo Dios, sino por un demiurgo. Negaba que la persona del Señor Jesús fuese a la vez divina y humana. Decía que Jesús había sido sólo un hombre común y corriente al cual, en el acto del bautismo en el Jordán, en el momento en que descendió el Espíritu Santo en forma de paloma, fue cuando descendió el Cristo espiritual, el Logos o Verbo divino, y con base en estas premisas lo que seguía era negar la encarnación del Verbo y desvirtuar de paso Su crucifixión, afirmando que en la crucifixión solamente habría sufrido Jesús, el humano, pues Cristo, como Dios, era impasible y no podía padecer. También hay corrientes gnósticas que afirman que el Verbo divino volvió al hombre Jesús en la cruz, cuando exclamó: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?". El apóstol Pablo contradijo también la herejía de Cerinto en la epístola a los Colosenses, al igual que el apóstol Juan, tanto en su evangelio como en la primera epístola. Las Escrituras dicen que "el Verbo fue hecho carne", y eso significa que la preexistente Persona divina del Hijo estaba con el Padre desde antes de la fundación del mundo, que es consustancial con el Padre y de su misma esencia, porque en el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios, y aquel Verbo se hizo carne.
En la formación y desarrollo de estos errores, tuvo mucho que ver la filosofía griega. De acuerdo con el pensamiento helenista, sobre todo por los principios del platonismo y neoplatonismo, había una rígida separación entre el espíritu y la materia. Contrastando con la tradición judaica, y en particular con las enseñanzas del Señor Jesús, esas disciplinas filosóficas consideraban la materia, incluyendo la carne, como mala, y el puro espíritu como bueno, de donde concluían que el hombre debía emancipar su espíritu de la contaminación de la carne, lo que generó conflictos con las enseñanzas de la encarnación y la crucifixión. También se refleja un gran daño en la posterior aparición del ascetismo y el pseudomisticismo, que no son otra cosa sino rudimentos del mundo.
"20Pues si habéis muerto con Cristo en cuanto a los rudimentos del mundo, ¿por qué, como si vivieseis en el mundo, os sometéis a preceptos 21tales como: No manejes, ni gustes, ni aun toques 22(en conformidad a mandamientos y doctrinas de hombres), cosas que todas se destruyen con el uso? 23Tales cosas tienen a la verdad cierta reputación de sabiduría en culto voluntario, en humildad y en duro trato del cuerpo; pero no tienen valor alguno contra los apetitos de la carne" (Col. 2:20-23).

Gnosticismo
Movimiento filosófico-religioso surgido en tiempos de la Iglesia primitiva, compuesto de diversas sectas y alimentado en una gran variedad de manantiales, como las filosofías griegas y corrientes religiosas de tipo orientalista, armas con las cuales Satanás quiso destruir la Iglesia del Señor desde sus raíces. El gnosticismo recibió contribuciones del dualismo órfico y platónico, dualismo persa, las religiones de los misterios, la astrología mesopotámica y la religión egipcia. Es probable que haya tenido su origen en Asia Menor, que algunos consideraron como un foco de ideas fantásticas de la mente de griegos místicos y desequilibrados. Pero hay consenso en la opinión de que un personaje prominente en la creación del gnosticismo, es Simón el Mago. La Palabra de Dios en el libro de los Hechos de los Apóstoles afirma que Simón ejercía la magia en Samaria antes de profesar su conversión, pero se registra asimismo que fue acusado por Pedro de haber querido comprar el poder de dar también el Espíritu Santo al imponer las manos. De acuerdo con una tradición se tiene conocimiento de que Simón fue el iniciador de algunas derivaciones espurias del cristianismo.
El gnosticismo es un movimiento altamente sincretista, y entre los sistemas filosóficos griegos, fue el platonismo el que más influyó para dar un barniz intelectualoide a ese fenómeno del gnosticismo; y el neoplatonismo fue la base para la unión de la filosofía con la religión, con el resultado de que la religión empezó a ser enseñada saliéndose de los esquemas puramente religiosos, envuelta en mitos de origen pagano. También tienen raíces en el panteísmo estoico, lo cual está relacionado con los espíritus del mundo, o elementales del cosmos, todo lo cual encuadra con la llamada "nueva era". Su nombre se origina por la pretensión de ellos de decir que poseían una gnosis o conocimiento secreto sobre el origen del universo y el destino del hombre. Enfocan su no bien definida doctrina a través de una cosmogonía que enseña que el mundo es el resultado de la intervención del Demiurgo (algunos lo identifican con el Dios del Antiguo Testamento) de rango inferior al Ser Supremo (el Dios del Nuevo Testamento). Enseñando asimismo que entre el Ser Supremo y el mundo material intermediaban una serie escalonada de entidades (eones) que emanaban de Él, entre los cuales estaban los arcontes o poderes demoníacos que habitaban los planetas, y quienes gobernaban el universo. Esto tiene que ver mucho con la astrología y la gran mentira de los horóscopos, pues ellos enseñan que los hombres, en tanto que permanecen en este mundo, están sometidos a los planetas, o sea, a los arcontes. Todo esto, como es de suponer, para echar por tierra todo lo relacionado con la salvación por medio de Jesucristo.
Los gnósticos sostienen que los hombres solamente pueden salvarse de su miserable condición mediante la Gnosis o conocimiento de su verdadera naturaleza; una especie de luz mística interna. Que ese conocimiento es superior a la fe sencilla de los creyentes. Entonces, ¿quién es Cristo para los gnósticos? Para ellos el Señor no es el Unigénito de Dios, el Verbo Eterno, sino apenas uno de los eones más conspicuos de la Divinidad absoluta, una de esas emanaciones de Dios, una especie de fantasma, afirmando que vino a salvar a los hombres no con Su sacrificio expiatorio, sino a través del conocimiento (gnosis) que nos trajo de parte de Dios. La filosofía gnóstica se basaba en la distinción moral de los griegos entre materia y espíritu, considerando así que la materia era intrínsecamente mala, y por tal razón, no podía concebirse una auténtica encarnación del Verbo, sino aparente. Lo mismo que afirmaba Cerinto, pero con otras palabras u otro enfoque. La carta de Pablo a los Colosenses es decisiva para rebatir las doctrinas gnósticas, este espantoso engaño, y en donde se insiste con mucha claridad en la divinidad esencial de Cristo.
"12...con gozo dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz; 13el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo, 14en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados. 15Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación. 16Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. 17Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten; 18y él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia, él que es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia; 19por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud, 20y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz" (Col. 1:12-20).
"3...en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento. 4Y esto lo digo para que nadie os engañe con palabras persuasivas. 5Porque aunque estoy ausente en cuerpo, no obstante en espíritu estoy con vosotros, gozándome y mirando vuestro buen orden y la firmeza de vuestra fe en Cristo" (Col. 2:3-5).
También por los escritos del apóstol Juan nos enteramos que en las iglesias primitivas hubo muchos cristianos de tendencia gnóstica entre los cuales había señaladas manifestaciones de falsos dones carismáticos, hasta que fueron expulsados de la comunidad cristiana por herejes. Otros se organizaban en congregaciones aparte, con sus peculiares ritos, incluso hasta asemejar clubes de misterios, tan comunes en el Imperio Romano, provenientes a su vez de misterios anteriores, griegos, egipcios y mesopotámicos. Pero Juan nos advierte:
"1Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo. 2En esto conoced el Espíritu de Dios: Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios; 3y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios; y este es el espíritu del anticristo, el cual vosotros habéis oído que viene, y que ahora ya está en el mundo. 4Hijitos, vosotros sois de Dios, y los habéis vencido; porque mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo" (1 Juan 4:1-4).
La gnosis es una amalgama de creencias y dogmas de origen orientalista bajo un barniz bíblico. Afirman que el sentido alegórico de la Escritura es más importante que el literal, por lo cual sólo puede ser entendida por una élite de "iniciados", es decir, los que poseen esa iluminación especial de que hablan. Han incorporado tradiciones esotéricas como la metempsicosis o transmigración de las almas, que no es otra cosa que la falsa doctrina llamada reencarnación. También incluyen la astrología babilónica, el dualismo persa, la cábala judía, y el hermetismo de Hermes Trimegisto de Egipto. Se dice que el maniqueísmo fue prácticamente una secta gnóstica. El historiador cristiano Eusebio de Cesarea, en su Historia Eclesiástica, nos dice que en los albores del cristianismo hubo muchos cristianos de tendencia gnóstica o abiertamente gnósticos, dentro de los que se cuentan Cerinto (de Asia Menor, siglo I); del siglo II tenemos a Basílides (de Alejandría), Bardesanes, Valentino (de Alejandría), Marción (del Ponto), Ptolomeo y Heracleón (154-180), discípulo de Valentino. Pero esa información la obtiene Eusebio de los tratados dejados por Ireneo, quien escribió sus obras Contra los herejes (Adversus Hæresus), para refutar las desviaciones gnósticas y defender la pureza del depósito dejado por el Señor.
Otros que en su oportunidad se opusieron al gnosticismo fueron Tertuliano con sus obras La Prescription y Contra Marción, Hipólito de Roma con su obra La Refutatio, y Epifanio de Salamina, cuya obra clave fue "Panærión". En los siglos posteriores, el gnosticismo llegó a tomar tanta fuerza, que hasta Clemente de Alejandría fue influido en el pensamiento por algunos de sus postulados. En la práctica, los gnósticos son antinomianistas por excelencia. El antinomianismo*(3) tiende a sacar consecuencias falsas de Romanos 6:15. Ahora estamos bajo la gracia, pero eso no significa que nos es permitido desobedecer la ley. No nos salvamos por cumplir la ley, sino que la cumplimos por la gracia del Espíritu que mora en nosotros.
*(3) Antinomianismo viene de anti, contra, y nomos, norma, ley. Herejía de los que se oponen a la ley. Pero el antinomianismo es lo puesto a la herejía del legalismo; es decir, convertir en libertinaje la gracia.

El amor es sufrido y paciente
La Palabra declara enfáticamente que Dios es amor, un amor sublime que se revela en Su Hijo, Jesucristo, y que consiste en darse a Sí mismo totalmente, y el ideal de la Iglesia se encamina a la plena expresión y realización de este amor en cada uno de los santos, y asimismo corporativamente. Cuando la Iglesia es impulsada por este amor, en la unidad y la vida en el Espíritu, nada la detiene para el cumplimiento de la obra de Dios, ni aun la persecución. La iglesia, desde sus primeros días en Jerusalén, fue objeto de persecución y sufrimiento, cárceles y martirios. El libro de los Hechos narra con lujo de detalles los padecimientos de Pedro y Juan y la gran persecución que se desató en el tiempo en que dirigentes religiosos como Saulo de Tarso persiguieron a los santos; como el caso del primer mártir, el diácono Esteban. Más tarde, el mismo Saulo, convertido ya en el apóstol Pablo y en nueva criatura, fue objeto de mucho sufrimiento, pues desde el primer viaje recibió en su carne los embates de la violencia, a tal punto que en la ciudad de Listra lo apedrearon con tanta saña, que le arrastraron fuera de la ciudad, pensando que estaba muerto. A causa de la persecución, muchos creyentes fueron esparcidos por diferentes ciudades y pueblos, pero a donde quiera que iban, predicaban el evangelio y establecían la iglesia en cada localidad: Damasco, Samaria, Antioquía, Jope, Cesarea. La iglesia primitiva era sufrida y tenía paciencia porque estaba llena del amor de Dios. Esa es la máxima prueba del poder espiritual.
En este campo se destaca también el caso de Jacobo, hermano de Juan, quien en el curso de una persecución en la cual también encarcelaron al apóstol Pedro, fue muerto a espada en Jerusalén por orden del rey Herodes Agripa I, nieto de Herodes el Grande, quien a su vez murió comido de los gusanos sentado en su tribunal, en el año 44 d. C. (cfr. Hechos 12) No debe confundirse este Jacobo con el hermano del Señor, que se dice fue el primer dirigente de la iglesia en Jerusalén, y que fue muerto por orden del sumo sacerdote Anán en el año 62, conforme lo afirma Flavio Josefo, cuando dice: "Siendo Anán de este carácter, aprovechándose de la oportunidad, pues Festo había fallecido y Albino (el nuevo procurador romano) estaba en camino, reunió el sanedrín. Llamó a juicio al hermano de Jesús que se llamó Cristo; su nombre era Jacobo, y con él hizo comparecer a varios otros. Los acusó de ser infractores a la ley y los condenó a ser apedreados".*(4) Una de las primeras y más famosas persecuciones fue la desatada por Nerón, el peor y más cruel de todos los emperadores romanos. Se dice de él que para desvirtuar el rumor de que había mandado a incendiar a Roma, culpó de ello a los cristianos, pues eran acusados por sus contemporáneos de odio hacia la raza humana. Muchos gustaron el martirio despedazados por los perros después de haber sido envueltos en pieles de animales; otros fueron crucificados, o envueltos en llamas, como antorchas vivas, para iluminar un circo en los jardines privados del emperador, que hoy son el asiento de los palacios del Vaticano. Hay una tradición que dice que el apóstol Pablo fue decapitado en la misma ciudad en el año 64 d.C., por órdenes de Nerón. No obstante que sobre el apóstol Pedro se ha venido afirmando que fue decapitado en Roma en el año 67 d. de C., también por orden de Nerón, no hay evidencia bíblica que diga que él estuvo en Roma.
*(4) FLAVIO JOSEFO, Antigüedades de los Judíos, CLIE, Tomo III, libro XX, capítulo IX,1

Éfeso se desliza
"4Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor. 5Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré pronto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido" (vv.4, 5).
Al analizar la iglesia histórica en la ciudad de Efeso, simultáneamente lo estamos haciendo con la condición del período profético correspondiente a los albores de la Iglesia del Señor, y tenemos delante de nosotros una Iglesia enamorada del Señor, de Su obra; una Iglesia en perfecta comunión en el Espíritu, llena de amor por el Señor y hacia los hermanos, viviendo en la unidad en el Espíritu; aún estaba lejos de perderse la vida corporativa de la Iglesia y la obediencia absoluta a la voluntad de Dios; una Iglesia llena de gozo en la comunión de los santos y la vida interior; un período en el cual había un solo candelero en cada localidad y se vivía la unidad de la iglesia local; se conservaba fresco el odre nuevo que Dios había provisto para Su vino nuevo; se vivía el señorío de Cristo, el kyrios, la autoridad espiritual y el apostolado.
Pero después de la muerte del apóstol Pablo, empezó a cernirse sobre la Iglesia lo que algunos suelen llamar "la edad sombría"; ora por las continuas persecuciones, ora por el vacío de información sobre ese período subapostólico. Mas lo verdaderamente sombrío radica en que la Iglesia empezó a deslizarse, a decaer; el primer amor se fue enfriando en la segunda generación, y del avivamiento inicial no quedaba sino las obras, pues a menudo puede darse el caso de que haya mucha actividad sin que realmente se ame al Señor, y al Señor lo que le agrada es el trabajo de nuestro amor, porque "si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy" (1 Co. 13:2). Más le interesa al Señor que se le ame y se le obedezca, que el afán excesivo de hacer muchas cosas externas, en las cuales a veces se ufana la carne y se infla el ego. Eso viene a constituir una traición al Señor. El Señor no quiere que le hagamos nada sin amor; Él quiere nuestro corazón; que le amemos más a Él que a Su obra. Unos treinta años antes, el apóstol Pablo les había escrito a los hermanos de Éfeso: "1Por esta causa también yo, habiendo oído de vuestra fe en el Señor Jesús, y de vuestro amor para con todos los santos, 16no ceso de dar gracias por vosotros, haciendo memoria de vosotros en mis oraciones" (Ef. 1:15,16). Cuando una iglesia local no mantiene el testimonio de Dios en el mundo, su candelero es quitado. Efeso cayó de su nivel original y fue bajando tanto que le fue quitado el candelero de su lugar hasta que dejó de ser una ciudad cristiana para convertirse en un centro musulmán. En Apocalipsis, no hay palabras que indiquen que el candelero de Éfeso había de continuar existiendo hasta la segunda venida del Señor Jesús. Igual sucede con Esmirna y Pérgamo. Ese período histórico-profético corre con la misma suerte de la ciudad de Efeso, cuya importancia se perdió en los anales históricos, y en el lugar que ocupó se levanta hoy una aldea turca.
Al deslizarse, la Iglesia empezó a dejar su primer amor. ¿Cuál es ese primer amor? No puede ser el amor del cuerpo, el erótico, biológico y carnal, que viene del griego eros; tampoco puede ser el amor entre esposos, ni entre los hermanos, entre amigos, el afectivo, del alma, del griego psiqué, sino el amor derivado de una tercera palabra griega, agape (αγάπη) y ésta de agapao (amar), la clase de amor manifestado por Dios en Cristo, y por Cristo al darse a sí mismo. Agape designa el amor que los creyentes sienten por Dios, y los unos por los otros. El amor es uno de los dones más excelentes que nos ha dado el Señor. Al hablar del primer amor, la palabra griega que se traduce primer es la misma que en otros textos se traduce mejor, como en Lucas 15:22. De modo que debemos amar al Señor con lo mejor y más excelso de nuestro amor. Recuerda, reflexiona, de dónde has caído; vuelve en ti, como el hijo pródigo (Lucas 15:17).
En la Iglesia primitiva, y se da noticia de esto sobre todo en Jerusalén y Corinto, la Cena del Señor ocupaba un lugar prominente en la vida común de la Iglesia; y la Palabra deja entrever que había una comida o cena fraternal, el ágape, o "fiesta del amor", que los primeros cristianos celebraban juntos antes de la Cena del Señor. Es posible que Pablo mismo las hubiese fomentado en la iglesia de la localidad griega de Corinto, a juzgar por el contexto de 1 Corintios 11:17-34. Ignacio de Antioquía y la Didache mencionan esta comida en relación con la santa cena, a pesar de que Pablo había indicado ya que no formaba parte de la ordenanza que el Señor Jesús instituyó, sino que al contrario era susceptible de abusos que debían ser evitados. A estas comidas cada uno traía sus propios alimentos y bebidas, y los mejor aprovisionados no solían compartir con los hermanos que traían poco o nada. Desafortunadamente, y para pena de Pablo, con el tiempo surgieron abusos graves en estas fiestas, porque a raíz de lo anterior se fomentó en ellas la glotonería, inmoralidad, y algunos se iban borrachos y otros, por contraste, se iban con hambre. Como si empezaran las disputas entre los ricos y los pobres en el seno de la Iglesia del Señor. A fines del siglo I se celebraba ya la cena del Señor sin ser precedida por ninguna comida.
"20Cuando, pues, os reunís vosotros, esto no es comer la cena del Señor. 21Porque al comer, cada uno se adelanta a tomar su propia cena; y uno tiene hambre, y otro se embriaga. 22Pues qué, ¿no tenéis casas en que comáis y bebáis? ¿O menospreciáis la iglesia de Dios, y avergonzáis a los que no tienen nada? ¿Qué os diré? ¿Os alabaré? En esto no os alabo. 27De manera que cualquiera que comiere este pan o bebiere esta copa del Señor indignamente, será culpado del cuerpo y de la sangre del Señor. 28Por tanto, pruébese cada uno a sí mismo, y coma así del pan, y beba de la copa. 29Porque el que come y bebe indignamente, sin discernir el cuerpo del Señor, juicio come y bebe para sí. 30Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros, y muchos duermen. 31Si, pues, nos examinásemos a nosotros mismos, no seríamos juzgados; 32mas siendo juzgados, somos castigados por el Señor, para que no seamos condenados con el mundo. 33Así que, hermanos míos, cuando os reunís a comer, esperaos unos a otros. 34Si alguno tuviere hambre, coma en su casa, para que no os reunáis para juicio. Las demás cosas las pondré en orden cuando yo fuere" (1 Co. 11:20-22, 27-34).
"Estos son manchas en vuestros ágapes, que comiendo impúdicamente con vosotros se apacientan a sí mismos; nubes sin agua, llevadas de acá para allá por los vientos; árboles otoñales, sin fruto, dos veces muertos y desarraigados" (Jud. 12).
Es más probable que el texto de 2 Pedro 2:13 sea "engaños" en vez de "ágapes" en algunas versiones, no obstante el contexto habla siempre de comilonas. Precisamente debido a estos abusos fue desapareciendo la fiesta, al menos como celebración al lado de la Cena del Señor. Sin embargo, se ha ido recuperando entre algunas agrupaciones cristianas, como entre los hermanos Moravos en el siglo xviii, de donde Juan Wesley la introdujo a los primeros metodistas, particularmente entre pequeños grupos. Hoy se practica de manera especial en las iglesias del Señor de cada localidad ya recuperadas y no vinculadas a organizaciones denominacionales, el candelero en cada localidad. "Las muchas aguas no podrán apagar el amor, ni lo ahogarán los ríos" (Cantares 8:7).
La iglesia en la localidad de Efeso llegó a crecer hasta alcanzar un alto grado de madurez espiritual y fidelidad al Señor. Pablo le dedicó suficiente tiempo de su ministerio, ocupado principalmente en enseñar en la escuela de la obra, y más tarde, desde su prisión, le llegó a escribir una de sus más profundas epístolas, en donde se ocupa de algunos misterios y revelaciones relacionadas con la persona de Cristo, y de la Iglesia como casa de Dios. Esa carta carece de reprensiones, no se necesitaron en su momento. Pablo se interesó mucho por la obra del Señor entre los efesios, y durante su última visita por la región, en vista de que no podía llegar hasta Éfeso, desde Mileto mandó llamar a los ancianos de la iglesia, y entre otras cosas les dijo: "28Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre. 29Porque yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño. 30Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos" (Hech. 20:28-30). A finales del siglo primero, cuando el anciano apóstol Juan escribía las visiones del Apocalipsis en Patmos, la iglesia de Efeso había caído de su posición original.
Es ilustrativo el caso de la iglesia en la localidad de Corinto. Tanto había degradado la Iglesia en la pérdida de su primer amor, que encontramos en Corinto una muestra muy diferente a la de su posición original en Jerusalén. Hasta oídos de Pablo llegó la noticia de la situación de la iglesia de Corinto en Grecia, a tal punto que en el año 55 d. C, desde Efeso les escribe la que se conoce como la primera epístola a los Corintios, en la cual el problema que aboca primero es el amago o intención de división que se cernía sobre esa iglesia local. "10Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer. 11Porque he sido informado acerca de vosotros, hermanos míos, por los de Cloé, que hay entre vosotros contiendas. 12Quiero decir, que cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo; y yo de Apolos; y yo de Cefas; y yo de Cristo" (1 Co. 1:10-12). Estaba amenazada la unidad de la iglesia, y la causa era la falta de amor entre los hermanos. La Iglesia es el Cuerpo de Cristo. En el verso siguiente Pablo les dice: "¿Acaso está dividido Cristo?". De acuerdo con el contexto de la carta, eso estaba ocurriendo allí sencilla y llanamente por la carnalidad y falta de madurez de los hermanos, pero concretamente el mal se originaba por la falta de amor, como se los aclara en el capítulo 13.
En tiempos en que Clemente de Roma les escribe su epístola a los Corintios, ya se había protocolizado otra división en esa iglesia.*(5) La Palabra de Dios no autoriza sino que condena enfáticamente toda insinuación siquiera de división en Su Iglesia, porque eso destruye la unidad de Su Cuerpo. No hay siquiera indicios en la Palabra de Dios de que los diferentes y legítimos equipos apostólicos del primer período de la Iglesia, o algunos de los apóstoles a título personal, pretendieran constituir "misiones" cismáticas y denominaciones, que fuesen ejemplos de prototipos y patrones para legitimar las divisiones de los últimos siglos. Aunque el Señor Jesús le diera poca atención a una organización permanente y a la institución de un gobierno central, es innegable y bíblica la realidad de la comunión apostólica y el amor fraternal de los santos desde los albores de la Iglesia. El ideal propuesto por el Señor para Su Iglesia en el Nuevo Testamento fue el de la unidad inclusiva.
*(5) CLEMENTE DE ROMA, Epístola a los Corintios XLVII:1-7

A renglón seguido, el Señor conmina a la iglesia de Efeso a que recuerde de dónde cayó, cuál era el nivel que ocupaba al principio, que mire la causa por la cual se deslizó, que mire todo lo que se había perdido; trata de ayudarla a volver a esa posición primigenia, pues ya empezaban a verse ciertas consecuencias negativas. El candelero tiene un depósito, y ese depósito estaba empezando a perderse. El libro de los Hechos de los Apóstoles y las epístolas de Pablo y los apóstoles dan testimonio del estado original de ese depósito dejado por el Señor para Su Iglesia. El Señor invita a la iglesia a que se arrepienta y a que haga las primeras obras, las obras en amor, pues todo lo que se hace sin amor no sirve de nada. La invita a que vuelva a serle fiel; se pueden hacer muchas cosas sin serle fiel al Señor, y sin tener en cuenta que Cristo es el Señor, el que debe ordenar las cosas conforme Su voluntad. Se pueden estar haciendo muchas cosas en la Iglesia sin que necesariamente esté interviniendo el Señor. En caso de que la iglesia no se arrepintiese, el Señor procedería a quitar el candelero de Efeso. Esa iglesia sería disciplinada por el Señor, pues el candelero es la iglesia, y el Señor está en medio de los candeleros. Sin la presencia del Señor, del Espíritu Santo, no puede haber luz en el candelero, y en esa forma no se puede hacer la obra de Dios ni dar el testimonio de Su presencia. Históricamente lo primero que empezó a perderse en la Iglesia del Señor fue el primer amor. A menudo descuidamos el amor al Señor por amar Su obra, en lo cual hay el peligro de confundir los términos, y en vez de tenerla por "Su obra", nos tienta el pensar que es "nuestra" obra, y empieza la carne a requerir alabanzas. ¿Para qué quiere el Señor una gran obra pero sin amor? Si abandonamos el primer amor al Señor, es inevitable que sobrevengan las degradaciones. Sin amor no hay vida, y sin vida no hay luz. El Señor no quiere que Su novia no lo ame, ni que esté muerta, caminando en tinieblas.
En la medida en que finalizaba el período apostólico, se iban sazonando en el panorama judío algunos hechos que cambiarían por mucho tiempo la historia del pueblo terrenal que Dios escogió para manifestarse y bendecir al mundo, trayendo consigo consecuencias que repercutirían también en la Iglesia. No mucho después que la Tierra Santa sucumbiera bajo el dominio del Imperio Romano, en el año 42 a.C., empezó a surgir un fuerte resentimiento entre los judíos en contra de Roma, en forma tal que una generación después de la crucifixión del Señor Jesús, aquel odio maduró tanto, que degeneró en una estruendosa sublevación en el año 66 d.C., que trajo como resultado la destrucción de ciudades y enormes matanzas por parte de las tropas romanas al mando del general Vespasiano, quien fue llamado a Roma para ocupar el trono imperial, dejando al frente del ejército en Palestina a su hijo el general Tito. Como las cosas empeoraban, después de un prolongado sitio, finalmente, en el año 70 d.C., ocurrió la destrucción de Jerusalén y del templo judío, bajo el mando de Tito, cumpliéndose así lo dicho por el Señor: "¿Veis todo esto? De cierto os digo, que no quedará aquí piedra sobre piedra, que no sea derribada" (Mat. 24:2). Esta profecía del Señor advirtió a los hermanos, para que pudiesen salir a tiempo de la ciudad, antes que sucumbiera, y este hecho sirvió para que se rompiera toda relación entre el judaísmo y la Iglesia, pues en los primeros años, en el Imperio Romano tenían a la Iglesia como una secta más de la religión judía. La voluntad del Señor fue la de que se estableciera una clara diferenciación entre Israel y Su Iglesia; que no se confundiera el tipo de la adoración con la adoración misma, ni la sombra de las cosas con la realidad misma. La nación de los judíos fue destruida, hasta el día 15 de mayo de 1948, fecha en que se produjo su restauración como el moderno estado de Israel.
La intención inicial del general Tito no era destruir la hermosa ciudad de Jerusalén, ni mucho menos al portentoso templo, pero la tozudez de los judíos y sus escaramuzas desde las murallas, lo obligaron a tomar la decisión de atacar tan fieramente, que sobrevino lo peor. Relata el historiador judío Flavio Josefo, testigo presencial de este histórico evento, que Tito había dado la orden de no destruir el templo, aun cuando hubiese sido tomada la ciudad, pero dentro de las tropas de asalto pudo más el hambre de apoderarse de todo ese oro y riquezas del templo que, accidentalmente, fue provocado un voraz e incontrolable incendio que dio lugar a que todo ese oro se fundiera, introduciéndose entre los intersticios de las grandes piedras de las paredes del templo, lo que obligó a los ávidos soldados a ir arrancando y derribando piedra tras piedra, a fin de sacar el codiciado oro que con el fuego se había derretido. El templo de Jerusalén no ha sido reconstruido desde su destrucción en el año 70 d. C. hasta el día de hoy, aunque profética y eventualmente deberá ser construido antes de la venida del Señor, en el mismo lugar que ocupa el templo musulmán llamado la Mesquita de Omar o Cúpula de la Roca. Se dice que usando esas antiguas piedras del auténtico templo jerosolimitano, con el tiempo los judíos construyeron el famoso Muro de las Lamentaciones en el mismo recinto, y lo único que actualmente se conserva de él, al que acuden los judíos clamando por la venida del Mesías. Durante el sitio a Jerusalén por parte de los ejércitos del Imperio Romano al mando del general Tito, pudo haber sucedido algo similar a lo ocurrido en el sitio de la ciudad santa por Nabucodonosor y su ejército babilónico, alrededor de seis siglos y medio atrás. En ambos casos los sitiadores no tenían en primera instancia el propósito de destruir la ciudad y el templo, pero los judíos se resistían, pensando que por la presencia del templo en medio de la ciudad, Dios no permitiría que los incircuncisos penetraran en ella y la destruyeran junto con el templo y saquearan todo. También alimentaron la creencia de que Israel estaba destinado a conquistar y dominar al mundo entero, y que eso los hacía inexpugnables. El templo de Jerusalén fue quitado; lo mismo ocurrió con el candelero en Éfeso. Los judíos llegaron a amar más su religión y sus intereses que a Dios; los creyentes primitivos se fueron degradando, perdiendo el testimonio del Señor. Si abandonamos nuestro primer amor, perdemos nuestro testimonio y el candelero es quitado.