sábado, 30 de diciembre de 2006

Los Concilios Ecuménicos - Introducción


LOS CONCILIOS
ECUMÉNICOS

GLOSAS AL MARGEN


Por: ARCADIO SIERRA DÍAZ
2001


Publicaciones Cristianas
E-mail: arcamarina@hotmail.com
cristiasidia@gmail.com
Bogotá, D. C. - Colombia, América del Sur.

El presente es el tercer volumen de la trilogía conformada con "La Iglesia de Jesucristo, Una Perspectiva Histórico-Profética" y "Los Vencedores y el Reino Milenial", del mismo autor.


CONTENIDO
Capítulos
Introducción
1 - Nicea
2 - Constantinopla I
3 - Efeso
4 - Calcedonia
5 - Constantinopla II
6 - Constantinopla III
7 - Nicea II
8 - Constantinopla IV
9 - Lateranense I
10 - Lateranense II
11 - Lateranense III
12 - Lateranense IV
13 - Lyón I
14 - Lyón II
15 - Vienne
16 - Constanza
17 - Basilea-Ferrara y Florencia
18 - Lateranense V
19 - Trento
20 - Vaticano I
21 - Vaticano II
Epílogo
Apéndice: Discurso del obispo Strossmayer
Bibliografía





INTRODUCCIÓN

En materia religiosa, se suele dar el nombre de concilio a una reunión formal de obispos o supervisores y otros altos dignatarios de diversas iglesias cristianas con el fin de tratar, decidir y legislar sobre cuestiones relacionadas con la disciplina eclesiástica y dirimir controversias doctrinales; aunque han sido muchos en los que se han debatido temas políticos y de intereses seculares. Es ecuménico cuando participan los obispos de todo el mundo habitado (oikumene), constituyendo así una asamblea con extensión y autoridad mayor que las de cualquier dirigente eclesiástico particular; de manera que la máxima autoridad de la Iglesia residía en los concilios ecuménicos, parlamento de todos los obispos de la cristiandad. De acuerdo con la opinión de muchos teólogos, de las organizaciones eclesiásticas históricas de la cristiandad después del Cisma de Oriente, no se han dado más concilios auténticamente ecuménicos, y que el último es el Concilio de Nicea II, en el año 787, pues los subsiguientes han sido convocados por el sistema católico romano, y solamente Roma los tiene por ecuménicos, sin la asistencia de otras ramas de la cristiandad; y además porque los concilios terminaron por convertirse en dóciles instrumentos de la política papal romana. De manera que a partir del primer concilio de Letrán, los concilios perdieron su ecumenicidad debido a que se convirtieron en meros sínodos de obispos del sistema papal romano, en los cuales la norma absoluta es la suprema autoridad del papa y su curia romana. Después de protocolizados los cismas, no se puede hablar de concilios ecuménicos de toda la cristiandad, sino de una de las instituciones, la cual se limita a defender sus propios intereses y puntos de vista.
Paradójicamente, los primeros ocho concilios, los tenidos por legítimos ecuménicos, todos fueron convocados por el emperador, y una vez aprobados los temas deliberados y convertidos en cánones, pasaban a ser decretos de ley imperial, de obligado cumplimiento en todo el Imperio. En el curso del desarrollo de estas glosas, es sumamente importante tener en cuenta a qué nos referimos cuando usamos la palabra iglesia. Durante la convocatoria y desarrollo de los primeros concilios -Nicea, Constantinopla, Éfeso, Calcedonia-, aún había una clara distinción entre la Iglesia Universal de Cristo y las iglesias locales; y las iglesias se reunían en un plano de plena igualdad. En ese tiempo lo católico tenía la connotación de "universal", y para nada se relacionaba con lo romano, pues el obispo de Roma no se había arrogado la supremacía posterior. Con el tiempo la Iglesia del Señor fue sufriendo un proceso de institucionalización al margen de la Biblia, y ya a partir del quinto concilio -Constantinopla II- empieza a dar sus primeros pasos la diferenciación o distanciamiento entre lo que pudiéramos llamar la Iglesia como institución y la Iglesia como Cuerpo de Cristo. Una cosa es la Iglesia de Cristo, Su Cuerpo, y otra muy diferente son las caparazones o instituciones de factura humana.
Es indudable que en los concilios se han definido controversias relacionadas con Dios mismo, con la Trinidad, con Cristo, con el Espíritu Santo, con la salvación, pero también han agravado las divisiones, y han contribuido a producir nuevas grietas. Con claras excepciones, por lo general los concilios "ecuménicos" han sido escenario de amarguras, recriminaciones y enemistades, por la práctica de enfrentamientos entre contrincantes irreconciliables, que no han servido sino para profundizar las disensiones, las cuales fueron motivadas muchas veces por los concilios mismos. Nicolás Berdiaev dijo que «pocas cosas expresan más elocuentemente la mezquindad humana, la deslealtad y el fraude como la historia de los concilios ecuménicos»1.
La historia se ha encargado de confirmar que muchos de los concilios ecuménicos, han errado en puntos cruciales referentes a la Iglesia, pues se debe tener presente que la normatividad emana de las Escrituras, que es a la que nos debemos remitir a fin de examinar y probar todo lo que los concilios han deliberado. Ningún canon conciliar puede anular lo que dice Dios en Su Palabra. Se dieran los hombres cuenta de ello o no, lo cierto es que la constante a través de los siglos fue que los concilios iban demostrando su incapacidad para purificar un corrupto sistema religioso y efectuar drásticas reformas, volviendo para ello a las fuentes bíblicas, pues casi siempre sus miembros se hallaban demasiado comprometidos en los abusos contra lo que las mismas naciones seculares se quejaban. No es fácil remover las estructuras y adelantar cambios fundamentales, cuando se compromete una institución secularizada y la comodidad de personas puestas en eminencia, ambiciosas del lujo ostentoso, poder y prestigio, contrarios al espíritu del evangelio cristiano, en un marco institucional que llegó a su nadir prácticamente descristianizando a la cristiandad.

1. Concilio de Nicea

1
EL CONCILIO DE NICEA
(I Ecuménico)


Convocado por el emperador Constantino el Grande. Reunido en Nicea, Bitinia (comarca de Asia Menor en el Ponto Euxino), cerca de Constantinopla, en el año 325. La posteridad lo conoce como el primer Concilio Ecuménico del Cristianismo, es decir, universal. Declaró que el Hijo es de la misma sustancia que el Padre, en oposición a Arrio, que consideraba al Hijo de sustancia distinta a la del Padre.

Primer gran concilio ecuménico

Asistieron alrededor de unos trescientos obispos, algunos dicen que 318, la mayoría de ellos era de la parte oriental del Imperio Romano. Paradójicamente este Concilio no fue convocado por apóstoles, obispos o líderes representantes de la Iglesia, sino por el emperador Constantino, quien, a pesar de que ni siquiera estaba bautizado, se hacía llamar obispo de obispos, pero que en materia religiosa, en el fondo no era sino el Pontifex Maximus de la religión imperial, como un precursor del papado romano, pero que convocaba este concilio por razones políticas, para proteger la unidad del Imperio amenazada por el arrianismo*(1).
*(1) "Constantino compartía los sentimientos paganos de su tiempo y de sus vasallos. Apreciaba el monoteísmo cristiano pero la persona de Cristo no le preocupaba en demasía. Para él, como para tantos ciudadanos romanos, el Evangelio no era más que un monoteísmo pagano. De ahí que las discusiones cristológicas fueran tenidas como un problema de palabras. Mas, si su interés teológico era escaso, no así su preocupación política por la unidad de la Cristiandad que él creía proteger y de la cual, en realidad, se servía para sus proyectos imperiales de unificación. El estado romano quería tratar con una sola organización de Iglesias y no con un número incontable de sectas". José Grau. Catolicismo Romano: Orígenes y desarrollo. EEE. Barcelona. 1965.

Constantino había puesto término a más de dos siglos de persecuciones contra la Iglesia, mediante el Edicto de Tolerancia promulgado junto con Licinio en Milán en 313. Silvestre, el obispo de Roma, no pudo asistir a causa de su longevidad, pero se hizo representar por dos presbíteros. Eusebio de Cesarea, el conspicuo historiador eclesiástico, en su Vida de Constantino nos narra lo siguiente:

«Allí se reunieron los más distinguidos ministros de Dios, de Europa, Libia [es decir, África] y Asia. Una sola casa de oración, como si hubiera sido ampliada por obra de Dios, cobijaba a sirios y cilicios, fenicios y árabes, delegados de la Palestina y de Egipto, tebanos y libios, junto a los que venían de la región de Mesopotamia. Había también un obispo persa, y tampoco faltaba un escita en la asamblea. El Ponto, Galacia, Panfilia, Capadocia, Asia y Frigia enviaron a sus obispos más distinguidos, junto a los que vivían en las zonas más recónditas de Tracia, Macedonia, Acaya y el Epiro. Hasta de la misma España, uno de gran fama [Osio de Córdoba] se sentó como miembro de la gran asamblea. El obispo de la ciudad imperial [Roma] no pudo asistir debido a su avanzada edad, pero sus presbíteros lo representaron. Constantino es el primer príncipe de todas las edades en haber juntado semejante guirnalda mediante el vínculo de la paz, y habérsela presentado a su Salvador como ofrenda de gratitud por las victorias que había logrado sobre todos sus enemigos».
Al surgir la controversia arriana, eso amenazaba el desmembramiento de la Iglesia, la cual por ser la institución más fuerte en el mundo mediterráneo, ponía en peligro la unidad del Imperio. Por intermediación de Osio de Córdoba, su consejero en asuntos eclesiásticos, Constantino había escrito a los implicados en esta controversia: Arrio, presbítero en Alejandría desde el año 313 d. C., y su oponente inicial Alejandro, a la sazón obispo de la misma ciudad, invitándolos a arreglar sus diferencias, sin que en ello tuviera éxito.
Entonces determinó convocar el concilio ecuménico, haciendo que el Estado pagase todos los gastos, poniendo la posta imperial al servicio de los obispos allí reunidos; y siendo un simple catecúmeno, fue quien presidió la asamblea en su sesión inaugural, tomando parte activa en todas las deliberaciones. ¿Habría podido un curtido y sagaz político, versado guerrero e importante administrador de la cosa pública, sin experiencias en las controversias teológicas y filosóficas, apreciar la profunda importancia de lo que se disputaba en cuestiones cristológicas? Por el contexto de la carta que había enviado a Arrio y Alejandro, se conoce que para Constantino el motivo de la disputa "era de carácter realmente insignificante".

Antecedentes y primeras causas del arrianismo
¿Cuáles habían sido las raíces y fuentes de las cuales Arrio tomó esas ideas heréticas causantes de la controversia que motivaba el Concilio de Nicea? En primer lugar hay que tener en cuenta que en Antioquía, en donde posteriormente estudió Arrio, en el año 260 fue nombrado obispo el heresiarca Pablo de Samosata, el más famoso y conspicuo exponente de los monarquistas racionalistas de su tiempo, quien fue condenado en un sínodo reunido en Antioquía entre los años 260 y 268, por sostener que el Señor Jesús era un hombre ordinario en el cual habitó el Verbo impersonal, negando por consiguiente la divinidad de Jesucristo, de quien decía que era superior a Moisés, pero no era el Verbo de Dios. Como todos los monarquistas*(1) racionalistas, Pablo Samosata negaba la deidad de Cristo, pues negaba la personalidad del Logos y del Espíritu Santo, considerándoles meras fuerzas o poderes de Dios, como son la mente y la razón del hombre. Samosata creía en una trinidad puramente nominal; es decir, no creía en la pluralidad de Personas en la Deidad, sino que aceptaba solamente una trinidad económica. La Trinidad económica se entiende como un triple modo de revelación de Dios en la historia.*(2) Allí hunde sus raíces el arrianismo.
*(1) Los monarquistas eran grupos antitrinitarios que surgieron durante el siglo III. También eran llamados unitarios acaso por causa del excesivo énfasis que le daban a la unidad numérica y personal de la Deidad.

*(2) Tengamos en cuenta que si negamos la Trinidad de Personas en Dios (Padre, Hijo y Espíritu Santo), difícilmente podríamos comprender la trinidad económica. En la economía de Dios (Su plan eterno, Su propósito, la administración de Su casa), en todos los tiempos y actividades de Dios han intervenido las tres Personas de la Deidad, pero específicamente se nos revela que el Padre mayormente intervino en la creación, el Hijo en la redención, y el Espíritu Santo en la santificación y preparación de la Iglesia, así como en la ejecución de la voluntad de Dios. Dios el Padre es la fuente universal de todas las cosas, y Él tiene el propósito de habitar en Su Iglesia como Su casa, pero para poder habitar dentro de nosotros fue necesario que Su Hijo se encarnara en humanidad y nos redimiera en la cruz y resucitara, y aun así, para que el Padre y el Hijo puedan morar en nosotros (la Iglesia, Su cuerpo) es necesario que sea por medio de Su Santo Espíritu, quien le imparte vida a la Iglesia. Todo el propósito de Dios se desarrolla desde el Padre, en el Hijo y mediante el Espíritu.


Recuérdese además que los cristianos hicieron apropiaciones sustanciales de la filosofía griega, sobre todo del estoicismo y del neoplatonismo, contribución que entró a través de muchos conductos, como Clemente de Alejandría, Ambrosio de Milán, el judío helenista Filón, Justino Mártir, Orígenes y más tarde por Agustín de Hipona y en los escritos que llevan el nombre de Dionisio el Areopagita. Respecto de esa contribución quiero aclarar que el término Logos, usado extensamente por los cristianos cuando se trata de Cristo en relación con Dios, vino de la filosofía griega, tanto por el estoicismo como por el platonismo, y más tarde usado por el neoplatonismo.

A partir de las enseñanzas de Orígenes, con el tiempo se fueron creando en el cristianismo dos corrientes de pensamiento filósofo teológicas. Una de las corrientes se basaba en la enseñanza de Orígenes en el sentido de que Cristo es el unigénito Hijo de Dios, y que como Dios el Padre había existido siempre, la conclusión era que el Padre jamás habría podido existir sin haber engendrado al Hijo, siendo así el Hijo coeterno con el Padre, habiendo existido, entonces, antes de toda la creación. Esta corriente daba suma importancia a la verdad de que Cristo es el Hijo de Dios, la Sabiduría y el Logos (Palabra) de Dios, afirmando que eternamente lo había sido, y que el Logos, consecuentemente, era igual al Padre.

La otra corriente surgió por la idea de que también al parecer Orígenes había afirmado que Cristo es una criatura, y en relación con el Padre, el Hijo es secundario y subordinado, haciendo esta corriente de pensamiento énfasis en esa subordinación. Un exponente importante de esta segunda corriente es Dionisio, llamado el Grande (264), discípulo de Orígenes, obispo de la iglesia en Alejandría y director de la escuela catequística en la misma ciudad. En principio se cree que Dionisio era un erudito, de carácter moderado y conciliador, predicando a la sazón contra el sabelianismo, herejía que estaba tomando fuerza en su diócesis. Se trataba de una escuela teológica que consideraba al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, no como tres personas distintas de un mismo y Trino Dios, sino como aspectos o formas de Dios. Dionisio en su disensión de esa línea de pensamiento, le daba énfasis a la distinción del Hijo como persona, con la connotación de que el Padre hubiera creado al Hijo, y lógicamente se desprendía que hubo un tiempo cuando el Hijo aún no existía, y luego que el Hijo estaba subordinado al Padre.
Aquello tuvo su trascendencia y traspasó las fronteras del Norte de África. Por esa época, un amigo suyo llamado también Dionisio, obispo de Roma, terció en el asunto y por escrito le advertía que tuviese mucho cuidado en el uso del lenguaje en ese espinoso y delicado tema de cristología, pues el Hijo era homoóusion, que significa del mismo ser esencial o sustancial que el Padre y no simplemente homoúsion, que significa, de sustancia similar. Parece que nada cambió en el modo de pensar de Dionisio de Alejandría.

Además de ese importante aporte al semillero de ideas precedentes al arrianismo, también encontramos otro medio de dispersión de esta segunda corriente por el lado de Antioquía, en donde el presbítero Luciano, ardiente estudiante de la Biblia y de teología, discípulo que había sido también de Orígenes, enseñaba estos principios cristológicos, y entre sus discípulos estaban Arrio de Alejandría y Eusebio de Nicomedia. Luciano de Antioquía basaba su enseñanza cristológica en las teorías adopcionistas de Pablo de Samosata. Aquellas enseñanzas hicieron de Arrio el centro de una no pequeña controversia, la cual llevó hasta el presbiterio de la iglesia en Alejandría, enfrentándose con Alejandro, su obispo. Arrio sostenía que el Hijo tiene principio, pero que Dios es sin principio y que el Hijo no es una parte de Dios, es engendrado, creado por el Padre, y extremaba tanto la diferencia entre las personas del Padre y del Hijo, hasta el punto de negar la divinidad del Hijo, de manera que sostenía que Cristo era de una sustancia diferente a la del Padre y, por lo tanto, no era Dios en el sentido estricto de la Palabra. Pero, ¿qué dice la Palabra?

"En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios" (Juan 1:1).
"Y aquel Verbo fue hecho carne" (Juan 1:14).
"2(Dios) en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; 3el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas" (Hebreos 1:2-3).
Arrio decía que el Padre es el único ser realmente eterno, y que el Hijo no existía antes de ser engendrado, en contraposición con Atanasio y los sínodos y concilios ortodoxos, los cuales sostenían que el Hijo es coeterno, igual y consustancial al Padre. El arrianismo pretende dar una explicación racional del dogma cristiano de la Trinidad, diciendo que Cristo es Hijo por denominación y adopción y no por naturaleza, siendo así la más perfecta de las criaturas. Vemos que la cristología de Arrio era semejante al estricto monoteísmo unipersonal de los monarquianos. Para sustentar su cristología se fijaban únicamente en versículos bíblicos aislados como Proverbios 8:22, Romanos 8:29 y Colosenses 1:15, sin que jamás tuviesen en cuenta la suma de la Revelación proposicional que irrumpe en la historia, cuyos cimientos escriturales se cristalizan en el testimonio de los apóstoles del Señor Jesús.

Conforme Juan 1:18,*(3) Cristo era el Hijo unigénito de Dios desde la eternidad (1 Juan 4:9;*(4) Juan 1:14; 3:16 *(5); pero Su divinidad tomó carne y se hizo hombre, y pasó por la muerte y resucitó, y al resucitar nació como el Hijo primogénito de Dios (Hechos 13:33), pues la resurrección de Cristo produjo la resurrección de todos Sus creyentes (1 Pedro 1:3), y fueron engendrados juntamente con Él, en el nuevo hombre, para que Él fuese el primogénito entre muchos hermanos (Romanos 8:29).
*3 "A Dios nadie le vio jamas; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer" (Juan 1:18). En los manuscritos más antiguos, en vez de el unigénito Hijo, dice el unigénito Dios."
*(4) En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él" (1 Juan 4:9).
*(5) "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna" (Juan 3:16).
El arrianismo se había popularizado entre un gran sector de la sociedad, en especial de aquel conglomerado curioso, que sin ser realmente convertidos, llenaron los templos; pues el cristianismo se había puesto de moda después de la "conversión" de Constantino. Para muchas de esas personas, el arrianismo les daba la oportunidad de entrenarse en los medios cristianos sin que necesariamente se desprendieran de su antiguo modo de pensar pagano. El obispo Alejandro, tal vez alentado por el celo del diácono Atanasio, su joven secretario, había reunido en el año 321 en un sínodo en Alejandría a los obispos procedentes de Egipto y Libia, e hizo que Arrio y sus amigos fuesen anatematizados y depuestos. Pero como el asunto siguió extendiéndose, fue necesario llevarlo hasta el concilio de Nicea, pues Arrio, después de haber sido excomulgado, se dio a la tarea de difundir sus creencias dondequiera tuviese una audiencia, consiguiendo adeptos no sólo en Egipto, sino también en Siria, Palestina y otras regiones.

El Concilio
Su sesión inaugural se llevó a cabo el 20 de mayo, y después de unos contactos preliminares entre ortodoxos y arrianos, la apertura formal se protocolizó con un discurso pronunciado por Constantino. La presidencia de las sesiones fue confiada al obispo Osio de Córdoba. Cuando el Concilio abordó el escabroso tema principal estalló una violenta controversia entre los conciliares. Se dice que la mayoría de los concurrentes no había tomado partido alguno frente al asunto. Muchos de ellos se lamentaban del surgimiento de esta controversia entre los alejandrinos Arrio y Alejandro, en momentos en que la Iglesia había alcanzado tiempos de paz en todo el territorio imperial. Arrio era apoyado por una pequeña minoría de convencidos, de los cuales el más prominente era su antiguo condiscípulo Eusebio de Nicomedia. Pero aclaramos que
Arrio no era obispo, de manera que no podía participar en las deliberaciones del concilio.

Asimismo Alejandro era seguido inicialmente por una decidida minoría convencida que las doctrinas de Arrio eran de condenar, por el daño que le estaban causando a la Iglesia, entre los cuales se contaba el joven Atanasio, quien actuaba de diácono y secretario del obispo Alejandro, y quien llegó a sucederle como obispo de Alejandría. Se distinguía Atanasio por sus conocimientos, su elocuencia y profundo celo, y por ser uno de los más fuertes opositores de Arrio. Definitivamente el defensor más prominente de la posición nicena fue Atanasio. Atanasio de Alejandría sostenía la revelación bíblica de que Cristo tenía las dos naturalezas, la divina y la humana; de manera que era verdadero Dios y verdadero hombre; decía que Cristo fue hecho hombre para que nosotros pudiésemos ser hechos la imagen de Él; o dicho de otra manera, que Cristo participó de nuestra naturaleza humana, para que nosotros pudiésemos participar de Su naturaleza divina. Asimismo ponía mucho énfasis en la salvación de los hombres, explicando que mediante la salvación, rescata al hombre de la mortalidad que le ha traído el pecado, a la participación de la naturaleza divina.
Un muy pequeño tercer grupo se inclinaba por el patripasionismo,*(6) o doctrina según la cual el Padre es el Hijo revelado en carne, de manera que el Padre se autolimitó, haciéndose hombre y sufriendo la muerte en la cruz del Calvario, y que el Hijo era una manifestación del Padre. Praxeas, Noeto de Esmirna y sus seguidores no pudieron distinguir entre persona y esencia, y por esa confusión insistían en llamar triteístas (supuestamente los que creen en tres dioses) a todos los ortodoxos. Este punto de vista también fue condenado después.
*(6) El patripasionismo es el mismo monarquismo modalista, cuyo principal exponente es Praxeas, procedente de Asia Menor, y que vivió en Roma en tiempos del emperador Marco Aurelio (161-180). Tertuliano dijo de Praxeas que había crucificado al Padre y anulado al Espíritu Santo. Tengamos en cuenta que trinitarianismo no es lo mismo que triteísmo. En Dios una es la esencia; tres son las personas de esa única esencia. Pablo de Samosata, Praxeas, Sabelio y todos sus seguidores en la historia no han podido armonizar lo que revela la Biblia al respecto.
Una cuarta y moderada tendencia era la asumida por Eusebio, obispo de Cesarea y gran historiador de la Iglesia de su tiempo. Eusebio se contaba entre los obispos que ansiaban lograr una posición conciliatoria. Por otro lado, había asumido una posición contraria al sabelianismo y a esto se debía su sutil inclinación hacia los arrianos. No obstante sugirió que el concilio aprobase el credo que estaba en uso en Cesarea, y que había sido usado por sus antecesores en el episcopado cesareano y las comunidades de Palestina, lo cual sirvió de base para lo que desde entonces se ha conocido como el Credo Niceno. El texto del Credo de Cesarea presentado por Eusebio es el siguiente:
"Creemos en un Dios, Padre Omnipotente, creador de todas las cosas, de las visibles y de las invisibles; y en un Señor, Jesucristo, la palabra (Logos) de Dios. Dios de Dios, luz de luz, vida de vida, el Hijo Unigénito, el primogénito de toda la creación, engendrado del Padre desde antes de todos los tiempos, por quien también fueron hechas todas las cosas. Quien por nuestra salvación fue hecho carne y habitó entre los hombres; y quien sufrió y resucitó al tercer día, y ascendió al Padre y vendrá otra vez en gloria para juzgar a los vivos y a los muertos. Creemos también en un solo Espíritu Santo".
Una de las primeras intervenciones seguramente fue la de Eusebio de Nicomedia, paladín del partido arriano y gran convencido de las doctrinas que sostenían, a tal punto que narran que se sentía muy seguro de que tan pronto como los conciliares escuchasen su exposición, aprobarían sin reparo las doctrinas arrianas. Pero cuando aquellos obispos escuchaban lo de que el Hijo, el Señor Jesucristo, el Verbo de Dios, no era sino una criatura -no importa que fuese la más exaltada de las criaturas-, toda aquella diatriba la recibieron como el peor de los insultos al centro neurálgico de su fe, hasta tal punto que muchos de ellos hicieron callar al orador a los gritos de "blasfemia", "mentira", "herejía", y algunos le arrancaron los papeles de su discurso a Eusebio de Nicomedia, haciéndolos pedazos y pisoteándolos. A partir de ese momento todo cambió en el Concilio, y la asamblea llegó al consenso mayoritario de condenar por heréticas las doctrinas expuestas por el vocero de Arrio.

El Credo de los Apóstoles
Como es de suponer, los asambleístas intentaron rebatir y condenar las doctrinas arrianas con el uso de citas bíblicas, mas los seguidores de la escuela arriana (aun nuestros contemporáneos los llamados "Testigos de Jehová", suelen interpretar la Biblia a su acomodo, como mejor les convenga), y con la aprobación del Emperador, decidieron aceptar y modificar el Credo presentado por las comunidades de Palestina con Eusebio de Cesarea a la cabeza, añadiéndole la palabra homoóusion (consustancial) referida a Cristo, quedando así el Credo de Nicea:

"Creemos en un solo Dios Padre Omnipotente, hacedor de todas las cosas, las visibles y las invisibles; y en un solo Señor, Jesucristo, el Hijo de Dios, el unigénito del Padre, es decir, de la sustancia (ousías) del Padre, Dios de Dios, luz de luz, verdadero Dios de verdadero Dios, engendrado, no creado, de una sustancia (homoóusion) con el Padre, por medio de quien todas las cosas fueron hechas, las cosas que están en el cielo y las cosas que están sobre la tierra, quien por nosotros los hombres y por nuestra salvación descendió a la tierra y fue hecho carne y habitó entre los hombres, padeció, resucitó al tercer día, ascendió a los cielos, y vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos; y en el Espíritu Santo".
Aclaramos que en su momento a este Credo Niceno inicialmente le había sido añadido un párrafo de anatemas, pero que pronto le fue quitado, y que transcribimos a manera de información: "A quienes digan, pues, que hubo un tiempo en que el Hijo de Dios no existía, y que antes de ser engendrado no era, y que el Hijo de Dios fue hecho de las cosas que no son, o que fue formado de otra sustancia o esencia que el Padre, o que es una criatura, o que es mutable o variable; a éstos anatematiza la iglesia universal". Habiéndosele añadido con el tiempo varias cláusulas, este credo vino a ser entonces el más aceptado por la iglesia, llamado también "Credo de los Apóstoles" por el hecho de haber sido originado entre las iglesias occidentales del Imperio, cuyo centro era Roma, en donde desde esos tiempos se arrogaban sucesoría apostólica.
Si analizamos un poco el Credo Niceno, salta a primera vista que se trata de un documento eminentemente cristocéntrico, destinado a excluir toda doctrina que enseñe que el Verbo es en alguna forma una criatura. La palabra Logos que pudieran emplear los arrianos, fue reemplazada por la palabra Hijo, enfatizándola con "unigénito", palabra que encierra la idea de que fue engendrado de una manera distinta a la de los hijos de Dios por adopción, y las contundentes afirmaciones: "Dios de Dios; luz de luz"; y en vez de "vida de vida", fue reemplazado por "Dios verdadero de Dios verdadero", de modo que descartase cualquier equívoco. Muy significativo y de mucha importancia fue haber insertado la palabra homoóusion (consustancial al Padre), destruyendo así el punto esencial de diferencia entre las tendencias controversiales, pues Cristo no es hecho de la nada como las criaturas. En las demás oraciones encontramos que "descendió", y luego "ascendió al Padre" para dar a entender que Cristo había estado con Dios y a Él regresó, después de haber sido hecho carne, crecido y vivido su humanidad como verdadero hombre.
La mayoría de los obispos conciliares firmaron el credo, como expresión de su fe y en respuesta a la arremetida arriana. Diecisiete obispos se negaron a aceptar la decisión de la mayoría, pero al enterarse de que Constantino aprobaba el credo, sólo dos, finalmente, rehusaron aceptarlo, y uno de ellos fue Eusebio de Nicomedia, quienes fueron rebatidos, condenados y depuestos por herejes por el Concilio, y, además, fueron sentenciados al exilio por el mismo Constantino. Este credo niceno por mucho tiempo llevó el nombre de Atanasio, pues aunque pudo ser su redactor, por lo menos fue su principal abogado. Aunque se dice que en toda la controversia había poco del espíritu de Jesús, sin embargo, en Nicea, sin duda, se estaba evidenciando que el eterno Dios era nuestro Salvador en la persona de su Hijo, y que para ser ese Redentor fue necesario haberse hecho hombre. El credo fue suscrito y se fue abriendo paso paulatinamente como una evidencia de aquel hecho histórico de tremenda significación, la encarnación de Cristo, su muerte, resurrección y gloriosa ascensión al Padre. Esta afirmación de que Jesús el Cristo era el verdadero Dios hecho hombre, hacía de la fe cristiana algo único y diferente de cualquier otra corriente religiosa.

Siendo el Señor Jesús el fundamento y piedra angular de la Iglesia, la casa de Dios, es entendible que la primera de las grandes controversias que se han debatido en la historia en torno a la Iglesia, sea precisamente lo relacionado con cristología. Dios quería que algo tan fundamental quedara definido desde los comienzos. Es paradójico que siendo el Concilio de Nicea quien definiera tan acertadamente la naturaleza metafísica del Señor Jesucristo, no obstante hay quienes opinan que el concilio estaba lejos de entender la doctrina cristológica en toda su amplitud, y que se demuestra en el hecho de haber excomulgado a todos los cristianos orientales porque continuaban celebrando la Pascua de Resurrección de acuerdo al cómputo judaico, sin adoptar la costumbre romana. Aunque más tarde el arrianismo experimentó un resurgimiento, sin embargo, hay consenso en el sentido de que el Concilio de Nicea contribuyó a un mejor entendimiento y convicción en la Iglesia en cuanto a la relación de Jesucristo con Dios, dando énfasis en el carácter único y peculiar del Señor Jesús.
Es de suma importancia asimismo acotar que con el Concilio de Nicea se inicia en la historia el hecho según el cual el estado interviene en los asuntos internos de la Iglesia, y peor aun, para asegurar la ortodoxia de la doctrina y el destino de sus miembros. El concilio de Nicea, calcando la administración civil imperial, estableció el principio de la provincia eclesiástica, con un obispo metropolitano como superior de los obispos de la región, y de esta manera confirmó la preponderancia de los obispos de Roma, Alejandría y Antioquía.
Ahondando más en detalles, anotamos que este concilio le concedió al obispo de Roma una posición de supremacía en Italia, semejante a la otorgada al obispo de Alejandría en Egipto, Libia y Pentápolis. Luego en el sínodo de Sárdica se le otorga al de Roma un privilegio único en Occidente, aunque todavía restringido; este privilegio se le otorga debido a las circunstancias de las controversias arrianas; pero de ninguna manera basados en textos bíblicos, como si fuera una exigencia divina, tal vez a la manera del Concilio Vaticano I (1869-1870), que arbitrariamente invoca un jure divino y convierte al romano pontífice en juez de todos los fieles.

2. Concilio de Constantinopla I

2
PRIMER CONCILIO DE
CONSTANTINOPLA

(II Ecuménico)


Reunido en la ciudad de Constantinopla en 381; convocado por el emperador Teodosio. Confirmó y formuló el llamado credo de Nicea. Condenó la posición de Apolinar quien negaba la perfecta humanidad de Cristo. También condenó el macedonismo, que negaba la deidad del Espíritu Santo.
Panorama pre-conciliar

A pesar de que en Nicea 300 obispos habían firmado condenando la herejía arriana, esta controversia siguió conmoviendo a la cristiandad por más de medio siglo, pues muchos obispos orientales habían firmado con reservas, y sus respectivas iglesias siguieron enseñando la cristología con cierta inclinación semi-arriana. Los sucesivos emperadores iban tomando las cuestiones de la Iglesia como problemas del Estado, de modo que su intervención podía tener visos de garantía para la aparente y veleidosa unidad. Pero en el fondo acarreaba problemas y alejaba a la Iglesia de la sencillez que emana de la Palabra de Dios. Por muy confesional que pueda parecer el Estado, no se ajusta a los parámetros bíblicos de la Iglesia, de modo que las intervenciones del Estado son basadas muchas veces en motivaciones diferentes a los intereses del Señor de la Iglesia; y así vemos que el mismo Constantino que convocó el Concilio de Nicea para dirimir y condenar el problema arriano, y decretó el exilio de Arrio y dos de sus seguidores, es el mismo vacilante Constantino que después protegía tanto a los arrianos como a los seguidores de la ortodoxia nicea, pues dos años después del primer concilio ecuménico, Arrio se reconcilió con el emperador, en parte debido a que se presentó con la astucia de una confesión de fe ambigua guardándose de hacer referencia a los puntos controvertidos, y en parte a los buenos oficios de Eusebio de Nicomedia y los discípulos de la escuela de Luciano de Antioquía, quienes lograron formar una coalición anti-nicea, arremetiendo de paso contra Atanasio y demás dirigentes nicenos, diez de los cuales fueron llevados al exilio, así como a Eustaquio, el anciano obispo de Antioquía, acérrimo opositor del arrianismo, quien fue desterrado el año 330, junto con un buen número de sus presbíteros.

Atanasio, el abanderado de la causa nicea, sucedió a Alejandro de Alejandría en el cargo de obispo, cuando éste falleció en la primavera del año 328, tres años después del Concilio de Nicea; y ya en sus funciones episcopales siguió sufriendo las arremetidas de los arrianos. Por ejemplo, en el año 335, Atanasio hizo acto de presencia en un sínodo de unos 150 obispos reunidos en Tiro, pero la mayoría estaba dirigida por Eusebio de Nicomedia. En sus acaloradas sesiones, no hallando sus enemigos cargos de herejía en contra de Atanasio, lo acusaron de "tiranía episcopal".

Pero aquel sínodo, considerado escandaloso, lleno de farsa e iniquidad, llegó al colmo cuando designó una comisión, lógicamente compuesta por arrianos, para que investigara en Alejandría, sede del episcopado de Atanasio; en vista de lo cual, Atanasio y sus amigos abandonaron aquel sínodo. Después Eusebio de Nicomedia acusó a Atanasio ante el emperador como culpable del retraso que habían venido sufriendo los abastecimientos de trigo de Egipto a Constantinopla; y sin fórmula de juicio, Atanasio fue desterrado a Tréveris, de donde más tarde regresó a reasumir sus funciones de obispo de Alejandría.

Después de la muerte de Constantino, acaecida el 22 de Mayo del 337, Constancio, hijo y sucesor de Constantino, depuso y desterró de nuevo a Atanasio en el 339, y en su lugar hizo que un concilio eligiera como obispo de Alejandría al arriano Gregorio de Capadocia. Después del de Tiro, se suceden una serie de sínodos, unos con supremacía de obispos occidentales celosos de la ortodoxia nicena, y otros con supremacía de obispos orientales pro-arrianos o semi-arrianos; y es así como en Roma, Antioquía y Sárdica se continúan esas discusiones y acusaciones contra Atanasio de Alejandría y sus amigos, acusándolos de fantásticas inmoralidades y crímenes. El emperador Constancio arremetía su persecución contra Atanasio, y sin razones les pedía a los obispos de occidente que lo condenaran. Los nuevos sínodos reunidos en Arlés y Milán, sólo sirvieron para mandar al exilio a todos los obispos que no se sometieran, como Paulino de Tréveris, Dionisio de Milán e Hilario de Poitiers, quien fue deportado a Asia en la primavera del 356. La misma suerte sufrió Liberio, el obispo de Roma, por haberse opuesto a condenar a Atanasio sin haberlo escuchado. Atanasio mismo tuvo que escapar al desierto egipcio la noche del 8 de febrero de 356, con ocasión en que una tropa imperial de cinco mil hombres rodeó el templo de Theonas y le cayó a la congregación como en una ratonera; pero desde el desierto, con sus escritos, testimonio e influencia en los fieles, Atanasio seguía persiguiendo las arbitrariedades e injusticias de un emperador ciego a la realidad.

Es sumamente importante registrar en estas notas al margen que Liberio (352-366), el obispo de Roma exiliado por el emperador Constancio, y a quien el catolicismo romano tiene en la lista de papas de ese sistema, apostató de la bíblica verdad cristológica que confesaba Atanasio y que fue defendida por 300 obispos en Nicea, desmintiendo las pretensiones del posterior concilio Vaticano I, de que el obispo de Roma, como supuesto sucesor de San Pedro, no puede equivocarse en cuestiones de fe, y es considerado exento de todo error. Le dieron duro los rigores del exilio, añorando las comodidades de su sede episcopal romana, y dando su consentimiento a una fórmula de fe semi-arriana, el emperador lo reintegró a su cargo. De este deplorable hecho dan evidencias más de dos testimonios, como el de Atanasio en sus escritos Apología contra los arrianos y la Historia de los arrianos; Jerónimo relata dos veces esta apostasía; Hilario de Poitiers en su obra Contra Constantium Imperatorem; Hermias Sozomeno en su historia eclesiástica, y por último las cartas del mismo Liberio. A Constancio le sucedió en el trono Juliano el apóstata (361-363), uno de los dos sobrinos que pudieron escapar de ser asesinados por orden de los hijos de Constantino. Juliano quiso revivir en el imperio el cadáver del paganismo, pero sin éxito. Durante su gobierno, en 362, se reunió en Alejandría un concilio con setenta y un obispos. Como la política de Juliano tampoco fue favorable para los arrianos, en ese concilio retornaron a la fe de Nicea muchos de los arrianos, quienes fueron admitidos sin otra condición que su confesión de dicha fe.
Juliano mandó al exilio una vez más a Atanasio, «el detestable Atanasio», como le llamaba él, cuando supo que un considerable número de damas paganas habían recibido el bautismo. Pero Atanasio, posteriormente, durante el gobierno del emperador Valente (364-378) sufrió su quinto y último destierro, muriendo en el año 373, después de pasar sus últimos siete años dedicados a su trabajo en su sede episcopal.

El emperador Graciano (367-383), uno de los hijos y sucesores del cristiano Valentiniano, renunció al título pagano de Pontifex Máximus, que más tarde tomaría para sí el obispo de Roma. Graciano nombró al general español Teodosio emperador de Oriente (379-395), quien acabó con la libertad de todos los cultos decretada por Constantino en Milán, y convirtió el Cristianismo de acuerdo a la fe nicena, en religión oficial del estado romano. Con Teodosio toma fuerza un punto eclesiológico controversial de difícil diferenciación: la Iglesia-institución y la Iglesia del Espíritu.

El concilio

Teodosio, a fin de dar término definitivo a las disputas teológicas que habían venido dividiendo la cristiandad y la unidad del imperio, decidió convocar un concilio en Constantinopla, ciudad convertida ya en la capital del Imperio, considerada la "Nueva Roma". Este concilio, el Segundo Ecuménico, es el primero de Constantinopla, y fue inaugurado en mayo del 381, bajo la presidencia de Melecio, obispo de Antioquía, y con la asistencia de unos ciento cincuenta obispos, todos del ala oriental de la cristiandad, entre los cuales podemos nombrar a Gregorio de Niza, Heladio de Cesarea, Timoteo de Alejandría, Cirilo de Jerusalén y Gregorio Nacianceno, obispo de Constantinopla. No hubo delegados de occidente, ni siquiera de Dámaso, obispo de Roma.

Melecio, obispo de Antioquía, ocupó la presidencia del concilio por poco tiempo, pues falleció poco después de inaugurada la asamblea. Pero lo curioso es que Melecio se había disputado la sede episcopal con Paulino; y no obstante que Dámaso, el obispo de Roma, estaba a favor de Paulino, los obispos orientales dieron su apoyo a Melecio; donde se prueba que en esa época, año 375, los obispos de la cristiandad aún no consideraban primacía alguna en el obispo de Roma, pues aún no se había producido la doctrina del Concilio Vaticano I al respecto. Y lo más curioso es que a la muerte de Melecio, los obispos no se preocuparon por reconocer a Paulino para sucederle, y así buscar un acercamiento con Dámaso, sino que eligieron a Flavio. Dámaso ni siquiera fue invitado al concilio.

A la muerte de Melecio, en la presidencia del concilio le sucedió Gregorio Nacianceno, quien en el año 379 había llegado a Constantinopla como misionero, pero después de un trabajo fructífero, el 24 de Noviembre del 380, el emperador Teodosio le entregó el episcopado de la ciudad, pero el obispo de Alejandría y los egipcios, llevados por celos de supremacía de Constantinopla sobre Alejandría, le hicieron oposición a Gregorio, quien en un sorpresivo gesto de nobleza cristiana, se retiró del concilio y de la sede constantinopolitana. Entonces, tanto en la sede episcopal de Constantinopla como en la presidencia del concilio, Gregorio fue sucedido por Nectario, un senador que a la sazón aún era un catecúmeno.

Algunos puntos conciliares canonizados

Deseando Teodosio tener un patriarcado cerca de su corte, los obispos reunidos en este concilio, dividieron la cristiandad confirmando cinco patriarcados (que en la práctica era considerado un grado superior de la jerarquía eclesiástica aun por encima de los obispos): Roma, Constantinopla, Alejandría, Antioquía y Jerusalén; pero advirtiéndoles que se circunscribieran a sus respectivas sedes y que se guardaran de inmiscuirse en los asuntos de otras provincias eclesiásticas, pues se trataba de primacías de honor y no de autoridad. De esta manera le conceden un primado de honor al patriarca de Constantinopla después del de Roma, ya considerada la "Nueva Roma", y esto, en vez de resolver ciertos problemas de rivalidades entre obispos, los agravó, pues estos cánones jamás fueron admitidos por Roma.

Por mucha fuerza que hubiese gozado en todo el Imperio el arrianismo alrededor del año 355, debido al favor oficial, esto no impidió que treinta años después, en la época del primer concilio de Constantinopla, esa herejía ya se encontraba casi completamente desgarrada, pues hay que tener en cuenta que no se puede impunemente negar bien sea la humanidad o la divinidad de Jesucristo, y que la fe cristiana no puede imponerse ni destruirse mediante decretos del Estado, ni la Iglesia del Señor sobrevive porque sea amparada por personerías. La vida de la Iglesia es el Señor mismo, quien está por encima de los juicios de los hombres, y las puertas del Hades no pueden prevalecer contra ella.
Este concilio, en el Canon I, confirmó la fe de Nicea y anatematizó a los que no la aceptasen, condenando específicamente al arrianismo, al semi-arrianismo, a los eunomianos o amoneos, a los sabelianos, a los marcelianos, a los totinianos, al macedonianismo, y al apolinarismo. Todas estas escuelas de error se relacionan en una u otra forma con la cristología. No olvidemos que el arrianismo fue una reacción filosófica en contra del Evangelio del Hijo de Dios.

Eunomio ( 395), obispo de Cízico, de raíces aristotélicas y neoplatónicas, fue el inspirador de un cierto arrianismo, con cuya doctrina afirmaba que lo único que sabemos de Dios es que es el Ser no engendrado, sin que entrara el Señor Jesús en la revelación divina.
El macedonianismo es un semi-arrianismo que viene de Macedonio, quien con la ayuda arriana fue elegido obispo de Constantinopla en 341. Macedonio negaba la divinidad de Cristo y del Espíritu Santo, pues decía que si el Hijo es una criatura del Padre, por la cual han sido hechas todas las cosas, se desprende entonces que el Espíritu Santo es una creación del Hijo. El macedonianismo fue combatido por Atanasio, Gregorio de Niza e Hilario de Poitiers y perseguido por el emperador Teodosio.

¿Qué era el apolinarismo? Proviene de Apolinar, obispo de Laodicea por el año 360 d.C. Nacido por el año 310, había sido amigo de Atanasio de Alejandría y por consiguiente opositor de Arrio y defensor del Credo de Nicea, tomando como punto de partida el hecho de que Cristo es Dios y hombre, pero negaba la perfecta humanidad de Cristo. Mezclando sus conocimientos filosóficos con los bíblicos, Apolinar se fue al otro extremo de Arrio, pues éste negaba la perfecta deidad de Cristo, y Apolinar la perfecta humanidad del Redentor. ¿En qué consistía su enfoque cristológico? Basándose en textos tales como Juan 1:14,*(1) Romanos 8:3 *(2) y 1 Tesalonicenses 5:23,*(3) admitía la tricotomía humana (espíritu, alma y cuerpo), pero que la humanidad de Cristo sólo poseía el cuerpo y principio de vida, es decir, el alma, pues el Logos divino había tomado el lugar del espíritu, de manera que negaba que Cristo tuviese espíritu humano, y en consecuencia Su humanidad era imperfecta.
*(1) "Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad" (Juan 1:14).
* (2) "Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne" (Ro. 8:3).
*(3) "Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo" (1 Tesalonicenses 5:23).

Los Capadocios (Gregorio Nacianceno, Gregorio de Nisa y Basilio el Grande) respondieron y refutaron a Apolinar, declarando que si Cristo no es verdadero hombre, ¿cómo se explicarían las limitaciones que demostró durante su vida en esta tierra y la lucha entre la voluntad humana y la divina (Lucas 22:42)? Además, ¿una humanidad imperfecta no afectaría Su capacidad para salvar, pues el pecado afecta al hombre en las tres partes que lo componen?

El concilio de Nicea, por causa del arrianismo, se había centrado en defender la divinidad de Jesucristo, pero no se había ocupado de precisar cuestiones cristológicas como la relación entre la naturaleza divina y la humana del Salvador, ni trinitarias como la divinidad del Espíritu Santo, asuntos que fueron surgiendo y que entraron en el temario de los próximos concilios, sobre todo el de Calcedonia en materia cristológica. A continuación transcribimos el credo aprobado en el primer concilio de Constantinopla, que por ser una ampliación del de Nicea, se le llama Credo Niceno-Constantinopolitano, el cual confiesa la plena divinidad del Espíritu Santo:

"Creemos en un solo Dios, Padre omnipotente, creador del cielo y de la tierra, de todas las cosas visibles o invisibles. Y en un solo Señor Jesucristo, el Hijo unigénito de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, nacido no hecho, consustancial con el Padre, por quien fueron hechas todas las cosas; que por nosotros los hombres y por nuestra salvación descendió de los cielos y se encarnó por obra del Espíritu Santo y de María Virgen, y se hizo hombre, y fue crucificado por nosotros bajo Poncio Pilato y padeció y fue sepultado y resucitó al tercer día según las Escrituras, y subió a los cielos, y está sentado a la diestra del Padre, y otra vez ha de venir con gloria a juzgar a los vivos y a los muertos; y su reino no tendrá fin. Y en el Espíritu Santo, Señor y vivificante, que procede del Padre, que juntamente con el Padre y el Hijo es adorado y glorificado, que habló por los profetas. En una sola Santa Iglesia Católica y Apostólica. Esperamos la resurrección de la carne y la vida del siglo futuro. Amén".

El emperador Teodosio convirtió los cánones de este concilio en ley del estado imperial. Teniendo en cuenta que Roma no aceptó las decisiones de este concilio, el mismo marca el comienzo de las rivalidades entre los bloques de la cristiandad de Oriente y Occidente, que perduran hasta hoy. Este concilio representa un rotundo mentís a las pretendidas teorías de la legitimidad del papado romano. En todo el desarrollo, deliberaciones y acuerdos de este concilio, ni siquiera se hace una alusión al obispo de Roma, pues el papado no había sido inventado todavía.

Algunas consideraciones cristológicas

Como hemos visto, en los primeros siglos de la vida de la Iglesia, el Espíritu Santo se estaba moviendo a fin de que quedara establecida toda la claridad sobre Dios, sobre la Trinidad Divina y sobre Jesucristo. Nótense las causas fundamentales que motivaron la convocación de los dos primeros grandes concilios ecuménicos. El arrianismo había irrumpido en torno a las tergiversaciones cristológicas del momento, aunque el Señor por Su Palabra ya había hablado al respecto. ¿Qué dice la Palabra de Dios respecto de Jesucristo? Veamos algunas de las muchas citas en donde Dios afirma, entre otras cosas, que Su Hijo es Dios desde toda la eternidad, que el Hijo es verdadero Dios y verdadero hombre, que todas las cosas fueron hechas por Él, que el Hijo murió en la cruz y no el Padre.

"1En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. 2Éste era en el principio con Dios. 3Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho" (Juan 1:1-3).

"2Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios; 3y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo no ha venido en carne, no es de Dios; y este es el espíritu del anticristo" (1 Juan 4:2-3).
"Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz" (Isaías 9:6).
"Entonces Jesús les dijo: Mi alma (humana) está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí, y velad conmigo" (Mat. 26:38).
"Entonces Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu (humano). Y habiendo dicho esto, expiró" (Lucas 23:46)
"Ahora, pues, Padre, glorifícame tú para contigo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese" (Juan 17:5).
"15Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación. 16Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. 17Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten" (Col. 1:15-17).
De acuerdo al contexto de la cita anterior, todas las cosas fueron hechas por medio de Cristo; una criatura no puede ser el creador de las cosas. Cuando dice que Él es el primogénito de toda creación, no implica que Jesucristo fuera una creación, sino que la Palabra de Dios lo dice en el sentido de gozar de una posición única en relación con la creación.
"3El cual (Cristo), siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas, 4hecho tanto superior a los ángeles, cuanto heredó más excelente nombre que ellos. 5Porque ¿a cuál de los ángeles dijo Dios jamás: Mi Hijo eres tú, yo te he engendrado hoy, y otra vez: Yo seré a él Padre y él será a mí hijo? 6Y otra vez, cuando introduce al Primogénito en el mundo, dice: Adórenle todos los ángeles de Dios" (Heb. 1:3-6).
Cristo fue engendrado (desde toda la eternidad) por el Padre, no creado. El Hijo es engendrado al contemplar el Padre la imagen de Sí mismo; y el amor que une al Padre y al Hijo es el Espíritu Santo. La Biblia habla de tres Personas en esencia (la Trinidad esencial) (la imagen misma de Su sustancia), las cuales aunque todo lo hacen en comunión, cada una tiene su actividad específica en los propósitos de Dios (la Trinidad económica).
"Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero; y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo. Éste es el verdadero Dios, y la vida eterna" (1 Juan 5:20).

3.Concilio de Éfeso

3
CONCILIO DE EFESO
(III Ecuménico)


El Concilio de Efeso fue convocado por el emperador Teodosio el Joven en el año 431, para fallar sobre la controversia nestoriana. Nestorio amenazaba separar la Persona de Cristo. Éfeso, la antigua capital de la provincia romana de Asia, es una de las siete ciudades cuyas iglesias locales recibieron sendas cartas del Señor por medio de Juan en Apocalipsis.

Antecedentes

El Credo Niceno se refería primariamente a la Trinidad y a las relaciones entre Sus miembros, Padre, Hijo y Espíritu Santo; pero quedaba sin aclarar la relación de lo divino y lo humano en Jesucristo, controversia que habría de continuar hasta el siglo VII, generando divisiones, de las cuales algunas siguen persistiendo hasta nuestros días, por las diferentes interpretaciones acerca de cómo el Hijo de Dios y lo humano se habían unido en Jesús de Nazaret. A pesar de los credos aprobados en Nicea y Constantinopla, del todo no habían terminado las especulaciones en torno a la Persona del Señor Jesús.
Las dos principales escuelas teológicas de ese tiempo, la de Alejandría y la de Antioquía tuvieron su enfrentamiento encabezado por sus dos patriarcas, Nestorio de Constantinopla de la de Antioquía y Cirilo de Alejandría. La escuela de Alejandría interpretaba las Escrituras alegóricamente, reduciendo al mínimo lo histórico, con la tendencia de enfatizar al elemento divino, reduciendo el aspecto humano en Jesús, y su gran exponente fue Apolinar, obispo de Laodicea. En la escuela de Antioquía, con teólogos de la talla de Diodoro de Tarso, Teodoro de Mopsuestia, Nestorio y Teodoreto, se cultivaba la erudición, se rechazaba la exégesis alegórica y daba mucha importancia al estudio de documentos sobre el aspecto histórico de los evangelios y que contenían la vida de Jesús; de ahí que allí le diesen mayor énfasis al elemento humano, sin que negaran la deidad del Señor, pero diferenciándolo de tal manera del elemento divino, que daba la impresión que para algunos de sus representantes, en Jesús hubo dos seres separados.
Como se ve, ambas escuelas se iban a extremos tales, que se salían de la sana exégesis del contexto bíblico. La escuela de Alejandría en ese punto era como una ampliación de la enseñanza de Atanasio. Recordemos que Atanasio enfatizaba que «el Logos, quien era Dios desde la eternidad, se hizo hombre».
Muchos pensadores cristianos, tanto de la escuela de Alejandría como de la de Antioquía, no tenían claridad sobre la relación existente entre la divinidad y la humanidad del Señor. Aunque ambas escuelas aceptaban la humanidad y la divinidad del Salvador, sin embargo en Alejandría pensaban que la naturaleza divina penetró en la humana como el fuego en una brasa encendida. Mientras que en Antioquía conceptuaban que en Cristo había dos Personas, la divina y la humana.
Esta controversia cristológica continuó hasta el punto de señalarse dos extremos: por un lado Nestorio, obispo de Constantinopla, discípulo de Teodoro de Mopsuestia, como seguidor y sostenedor de la tesis de la escuela de Antioquía, sostenía lo de las dos personas en Cristo, enseñando que el Verbo de Dios vino a morar en el hombre Jesús; y por el otro, el ambicioso Cirilo, sucesor de Teófilo en el patriarcado de Alejandría desde 412 hasta 444, quien hablaba de una sola naturaleza en Cristo, como si en el Verbo encarnado, la divinidad hubiese absorbido a la humanidad; de manera que ninguna de las dos escuelas de pensamiento veía con claridad las dos naturalezas en una misma persona invisible. Con Cirilo estaban varias clases de monofisitas, o sea, los seguidores de la doctrina teológica que no reconoce dos naturalezas distintas en Jesucristo, la divina y la humana, sino una sola naturaleza teándrica. Los monofisitas a la larga fueron creando históricamente sus propias iglesias nacionales como la Armenia, la Etiópica, la Copta de Egipto y la Siríaca-Jacobita.
Como se ve, Nestorio y Cirilo son los dos grandes protagonistas del Concilio de Éfeso; grandes rivales, cuyas raíces se ahondan en las ambiciones, poder y hegemonía eclesiástica en Oriente, y entre toda esa maraña de conflictos y odios, se enredaba el asunto cristológico; pero lo que aparentemente encendió la rivalidad entre Cirilo y Nestorio fue la polémica relacionada con María en cuanto madre de Jesús. La escuela de Alejandría, con Cirilo a la cabeza y bajo una capa de ortodoxia nicena, le aplicaba a María el nombre de Theotocos (Madre de Dios), lo cual no aceptaba la de Antioquía.
Nestorio, hombre erudito y prudente, como obispo de Constantinopla, atacó las herejías, en especial los rezagos de las corrientes arrianas; pero como auténtico representante de la escuela de Antioquía, para referirse a María en sus sermones, rehusaba emplear el término griego Theotokos (Madre de Dios), y prefería en cambio Christotokos (madre de Cristo), pues decía que lo que había nacido de María no era Dios, sino el templo en donde vino Dios a morar, y dejaba al descubierto que no comprendía el significado de la unión de las dos naturalezas en la Persona de Cristo.

Cirilo sostenía que el Verbo eterno vino y nació según la carne porque asumió personalmente la naturaleza humana, por nuestra salvación. En este sentido, toda esta controversia sigue girando en torno a la cristología, pues aún no se había iniciado la mariología como sistema teológico. Es cierto que siendo el Verbo de Dios, Dios desde toda la eternidad, María no fue la madre de Su naturaleza divina. Sin embargo, es bueno ubicarnos en un prudente término medio, pues si bien es cierto que María es madre de la humanidad del Hijo de Dios, no es menos cierto que lo que nació de su vientre también es Dios desde toda la eternidad, y no es bueno confundir las palabras naturaleza y persona, que son bien distintas, y así evitar el monofisismo. En Jesús hay dos naturalezas pero una sola Persona. Recuérdese que sólo en el concilio de Calcedonia vinieron a afirmarse las dos naturalezas de la única persona de Cristo. Aclaramos que fueron los seguidores de Nestorio los que posteriormente concluyeron que en Jesús tenía que haber dos personas.
Se dice que hubo un acalorado e inútil intercambio de cartas entre los dos obispos, Nestorio y Cirilo. Más tarde ambos escribieron a Celestino, obispo de Roma, quien falló contra Nestorio, tal vez movido porque Cirilo había sido más condescendiente para con él que su rival, y, además, porque Nestorio se había mostrado un poco hospitalario con unos pelagianos que habían huido a Constantinopla. Todo esto se fue agravando, y fue necesaria la convocatoria de un concilio general que tratara esta controversia.

El Concilio

El concilio de Éfeso fue convocado por el emperador Teodosio el Joven, para ser iniciado para Pentecostés del año 431. Como dato curioso anotamos que a este concilio fue invitado Agustín de Hipona, pero no recibió la invitación debido a que su ciudad eventualmente se hallaba sitiada por los vándalos, año en que también murió.
Cirilo y sus seguidores, en total unos setenta y ocho que ya habían llegado, y bajo la presidencia de Cirilo, el principal opositor, y pese a las protestas de los presentes, inauguraron las sesiones el 22 de junio del año 431, sin esperar al patriarca Juan de Antioquía, ni a los amigos de Nestorio, los obispos de la escuela de Antioquía, ni a los legados de Celestino, el obispo de Roma y el resto de obispos occidentales. Ante este hecho, Nestorio se negó a comparecer. Nestorio veía en Cirilo no sólo al jefe del concilio de Éfeso, sino también al juez, al acusador y acaparador de todo. Se dice que, en contra de la práctica conciliar, en una sesión que duró todo el día, el Concilio condenó y depuso a Nestorio, declarándolo el nuevo Judas, con el aval de Memnón, el obispo de Efeso, quien se encargó de excitar el populacho de la ciudad, quienes más tarde cometieron actos de violencia contra Nestorio y sus partidarios. La sentencia contra Nestorio finalmente fue firmada por 198 obispos. Cirilo y sus partidarios celebraban un triunfo de la Santa Virgen, más que de la doctrina cristológica, que en últimas era la cuestión del debate, y toda la provincia estaba interesada en las conclusiones del concilio, si tenemos en cuenta que de acuerdo a la tradición, la Virgen María vivió sus últimos años y murió en la ciudad de Éfeso, y el fervor de los provincianos por María había borrado el que antaño habían tenido por Diana de los efesios*(1). Haciendo gala de un cristianismo decadente, es responsabilidad de Cirilo el haber mezclado un elemento de tinte supersticioso, como es la piedad popular efesina hacia la virgen María, con la discusión de una controversia teológica como es la cristología, con sus graves consecuencias en el futuro del dogma de Occidente, a tal punto que en los tiempos que vivimos hay serios proyectos de declararla dogmáticamente corredentora y mediadora de todas las gracias.
*(1) Hechos de los Apóstoles, cap. 19.

Cuando llegaron Juan, obispo de Antioquía y el resto de partidarios de Nestorio, sumando unos cuarenta y tres, y pretendiendo ser el legítimo concilio, también se reunieron en asamblea y condenaron, depusieron y excomulgaron a Cirilo y a Memnón, acusándolos de arrianos y apolinarios. Pocos días después arribó a Efeso la delegación de obispos que representaba a Celestino de Roma, y sesionando con la mayoría, excomulgaron a Juan y su partido.
Habiendo ambos bandos apelado al emperador, éste, tratando de conciliar los dos partidos, confirmó se depusiera de sus cargos y se detuvieran los dos jefes de las dos facciones, Juan y Cirilo, así como a Memnón; pero llegados los legados del obispo de Roma, se pusieron de parte de Cirilo y solicitaron se reabriera el concilio, y se inició una larga labor de reconciliación entre Juan y Cirilo, que a la postre resultó en que Cirilo acabó aceptando una fórmula de fe propuesta por Juan de Antioquía. Este concilio, al fin y al cabo dominado por Cirilo, se inclinó hacia la escuela de pensamiento teológico de Alejandría con su sistema alegórico de interpretación bíblica, heredado de Filón, Orígenes y Clemente, entre otros, y que ejerció influencia en la cristiandad, cuyas consecuencias tuvieron que ver en el descuido de que fue objeto la Biblia en la edad media, y a la larga el sistema alegórico de exégesis bíblica fortaleció el clericalismo y la hegemonía papal. Sin embargo, la fórmula aportada por Juan de Antioquía, salvó a este concilio de caer en el monofisismo, pues Cirilo tuvo que renunciar a algunos de sus puntos. La transcribimos a continuación:

"Confesamos que nuestro Señor Jesucristo, Hijo unigénito de Dios, es verdadero Dios y verdadero hombre, compuesto de un cuerpo y un alma racionales; que ha sido engendrado del Padre desde antes de todos los tiempos en cuanto a su divinidad, y en cuanto a su humanidad nació de una virgen en el cumplimiento del tiempo, por nosotros y por nuestra salvación; que es de la misma sustancia que el Padre tocante a la divinidad y de la misma sustancia que nosotros tocante a la humanidad, ya que las dos naturalezas están unidas la una a la otra. De manera que no reconocemos más que un solo Cristo, un solo Hijo y un solo Señor. A causa de esta unión, exenta de toda mezcla, reconocemos igualmente que la Santa Virgen es madre de Dios, porque el Verbo, hecho carne, se unió a partir de la concepción al templo tomado de ella. En cuanto a las expresiones evangélicas y apostólicas sobre Cristo, una parte de las cuales los teólogos aplican a las dos naturalezas, porque se refieren a una sola Persona, mientras que distinguen las otras, porque se refieren a alguna de las dos naturalezas y las expresiones que convienen a Dios se dirigen a la divinidad, mientras que las expresiones que señalan la humanidad se dirigen a la humanidad".

Nestorio fue el que llevó la peor parte, pues se le mandó que viviera en adelante en un monasterio, y más tarde se le exilió en el Alto Egipto en donde vivió en condiciones supremamente angustiosas, tanto físicas como mentales. Se dice que languideció por largos años en el desierto. Estando en el exilio escribió su defensa en una confusa declaración de su fe, sosteniendo la presencia de lo divino y lo humano en Cristo, pero con dos seres o personas distintas. Nestorio no admitía que el Logos divino tuviera relación con sufrimiento o debilidad humana alguna, y sostenía que sus oponentes alejandrinos incurrían en error al sobrestimar la divinidad de Jesucristo a expensas de su humanidad. La opinión de la mayoría era que en Cristo hay dos naturalezas coexistentes en una persona (prosopon) y una sustancia (hypostasis). A pesar de las persecuciones, los nestorianos aún existen en países como Kurdistán, Persia y países del Cercano Oriente, en donde suman unos 150.000 fieles.

Éfeso y el pelagianismo

Este concilio refutó los errores de Pelagio; controversia traída al concilio por la representación occidental, ya no de tipo cristológico sino antropológico. Pelagio era un monje británico que enseñaba la salvación del hombre por sus propios méritos y esfuerzos, sin necesidad de la gracia divina, y que el hombre no hereda su naturaleza pecaminosa de Adán. Pelagio no descartaba la gracia de Dios como valiosa, pero para él no era indispensable para la salvación. Para refutar y condenar esta herejía, este concilio usó el importante trabajo elaborado por Agustín, obispo de Hipona, en el norte de África, en donde exponía claramente las doctrinas bíblicas de la universalidad del pecado, la incapacidad natural del hombre para obrar el bien y conseguir su propia salvación, y de que el hombre en forma absoluta necesita de la gracia de Dios para salvarse y perseverar en la fe.
La doctrina bíblica de la gracia, ese don inmerecido de Dios a favor de nosotros los hombres, tan claramente expuesta en el Nuevo Testamento, en especial en las cartas de Pablo, ha sido duramente vilipendiada por el enemigo de Dios y de la Iglesia. Como todos los errores y herejías, el pelagianismo y semipelagianismo, a pesar de haber sido condenados en sínodos y concilios, ha tenido sus cultivadores a lo largo de la historia, y paradójicamente hoy existen grandes vertientes de la cristiandad que siguen manteniendo el énfasis en la gracia de Dios, pero mezclada con obras, en detrimento de la doctrina bíblica de la predestinación y la soberanía de Dios en la elección y la perseverancia de los santos. El hombre sí debe cooperar con la gracia de Dios en el sentido de usar su voluntad para recibir voluntariamente la salvación, pues la salvación no es algo irresistible; pero una vez salvo, el hombre es siempre salvo. La Palabra de Dios dice que el hombre por sí solo no puede hacer el bien ni salvarse; y que la salvación es un regalo de Dios que nadie merece ni en el pasado, ni en el presente ni en el futuro.

"18Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. 7Por cuanto la mente carnal es enemistad contra Dios; porque no se sujeta a la ley de Dios, ni tampoco puede" (Ro. 7:18; 8:7).
"Porque la paga el pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro
" (Ro. 6:23).
"28Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados. 29Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conforme a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. 30Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó. 38Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo porvenir, 39ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro" (Ro. 8:28-30, 38-39).
"3Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, 4según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, 5en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad. 11En él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad" (Ef. 1:3-5, 11).
Nótese que la palabra dice que nadie se salva por sus propios méritos, nadie se salva por obras u obedecer leyes; el hombre no tiene esa capacidad; sino que fue predestinado desde antes de la fundación del mundo para esta salvación tan grande, cuya fuente es la sola voluntad de Dios.
"8Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; 9no por obras para que nadie se gloríe" (Ef. 2:8,9).
"Los gentiles, oyendo esto, se regocijaban y glorificaban la palabra del Señor, y creyeron todos los que estaban ordenados para vida eterna" (Hch. 13:48).

Consecuencias

Las dos grandes consecuencias negativas del concilio de Éfeso son el monofisismo y la mariología. El monofisismo se desprende de los conceptos alejandrinos, con Cirilo como uno de sus fundamentos, al presentar a la naturaleza divina de Cristo penetrando y absorbiendo a la humanidad como el fuego a la brasa ardiendo, dando por resultado que en Cristo se da una sola naturaleza.
En cuanto a la mariología, aunque en ese tiempo aún no se daba un culto público a María, con el tiempo hemos visto la mariolatría que se ha desarrollado, debido al innecesario énfasis que la declaración de Theotocos o Madre de Dios que le fue conferida en Éfeso, se le ha concedido en los siglos posteriores, lo cual ha reñido en alguna manera con el rigor de la cristocentricidad que caracteriza toda la teología bíblica.
El triunfo del arbitrario sistema alegórico alejandrino contribuyó asimismo a que se oscureciera el significado de los textos bíblicos, lo cual trajo como consecuencia que la Palabra de Dios perdiera autoridad, surgiera el escolasticismo en el afán de buscar luz por medio del uso de la razón y la filosofía aristotélica, y se colocara la autoridad de la Iglesia y de la Tradición por encima de la autoridad de la Escritura. A pesar de sus esfuerzos por corregir esta situación, el sistema católico romano sigue insistiendo y arrogándose un "magisterio" para la interpretación bíblica. Por estas razones hemos visto que a través de los siglos la Biblia ha sido considerada como un libro oscuro, arcano, de difícil interpretación, llegando a difundirse incluso la peregrina idea de que quien leyese la Biblia podría perder la razón. Pero la misma Palabra de Dios dice:
"15Y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. 16Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, 17a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra" (2 Timoteo 3:15-17).

Cap. 4: CONCILIO DE CALCEDONIA

4
CONCILIO DE CALCEDONIA
(IV Ecuménico)


La ciudad de Calcedonia estaba ubicada frente a Constantinopla, sobre el Bósforo. Allí se reunió el concilio, convocado por el emperador Marciano (450-457) en el año 451, para fallar la controversia eutiquiana. Culminó la controversia cristológica y formuló lo que ha sido considerado la doctrina ortodoxa de la relación entre las dos naturalezas de Cristo. Este concilio condenó el monofisismo promovido por Eutiques.
Antecedentes

Como se esbozó en el capítulo anterior, Cirilo de Alejandría y con él el concilio de Éfeso sembraron la semilla del monofisismo, y Eutiques (378-454), abad de un convento de Constantinopla, fue uno de los que mejor se encargaran de que esta herejía se desarrollara y el conflicto cobrara actualidad. Como se explicó, el monofisismo es el error de los que niegan que Cristo tuviera las dos naturalezas. Sólo ven en Jesús al "Logos humanizado", que al encarnarse absorbió la humanidad, de tal manera que la anuló, quedando sólo Su divinidad; echando por tierra de esta forma toda la teología de la redención, pues al negarle la humanidad al Hijo de Dios, no podía ser el sustituto de los hombres en la expiación. Estas desviaciones cristológicas tuvieron sus tenaces opositores en las personas de Teodoro, patriarca de Antioquía, Flaviano, simpatizante de la escuela antioquina y quien a la sazón ocupó la sede episcopal de Constantinopla en 446, y León I, el Grande, obispo de Roma, quien al respecto escribió una carta dogmática al patriarca de Constantinopla, la cual fue referida en su oportunidad en el concilio de Calcedonia, y que se conoce como el Tomo de León I.

En el año 444, Dióscoro sucedió a Cirilo en el obispado de Alejandría, y fue asimismo su seguidor en su celo por el prestigio y en su corriente teológica, pero fue más allá que Cirilo en el énfasis dado a la naturaleza divina en Cristo. Eutiques se encargó de denunciar que el credo acordado entre Juan de Antioquía y Cirilo en 433 era nestoriano, y declarando un poco confusamente que antes de la unión (la encarnación) en Cristo había dos naturalezas, la divina y la humana, pero después de la unión (encarnación) se mezclaron las dos de tal manera que la divina absorbió la humana, y vinieron a constituir una sola naturaleza, la cual fue plenamente divina. En esa forma, el Hijo vino a ser homoóusion (de una sustancia) con el Padre, pero no con el hombre. Eutiques, al negar que Cristo hubiese tenido una naturaleza humana, en la práctica estaba negando la encarnación y la obra redentora del Salvador, y de ahí que se diga que Eutiques es el verdadero fundador de la herejía monofisita (de monofusis = una sola naturaleza). En verdad, Eutiques, no era un hombre tan erudito como para formular por sí solo una cristología de reaccionar en contra del nestorianismo que dividía a Cristo en dos personas, cayó en el error de declarar que las dos naturalezas de Cristo se habían fusionado en una sola; cuya conclusión final fue que Cristo no era ni verdadero Dios ni verdadero hombre. A pesar de que Eutiques fue denunciado y excomulgado como injuriador de Cristo y depuesto de toda actividad sacerdotal en un sínodo reunido en Constantinopla en 448 bajo la presidencia de Flaviano, este heresiarca no aceptó aquella sentencia y apeló al emperador, presentando también su causa ante otros obispos, incluyendo a León I el Grande, obispo de Roma. Otro tanto hizo Flaviano. León prestó su apoyo a Flaviano, enviándole una extensa carta dogmática conocida como el Tomo (Tomus Leonis), exponiéndole su punto de vista cristológico, el mismo que era sostenido en Occidente desde Tertuliano, que consistía en afirmar que en Jesucristo, las dos naturalezas completas, la divina y la humana, se unían en una persona, sin que ninguna de ellas primara en detrimento de las propiedades de cualquiera de las naturalezas o sustancias.

Eutiques halló un pleno apoyo en Alejandría, y sobre todo en Dióscoro, su patriarca, quien consiguió con el emperador Teodosio II el Joven convocara nuevamente el concilio en Éfeso. Al igual que había hecho Cirilo, Dióscoro llevó a Éfeso la guardia especial de su obispado y gran número de monjes partidarios de Eutiques procedentes de las fronteras de Persia y Siria, a fin de imponer por la fuerza sus convicciones teológicas.

El Sínodo Ladrón

El emperador convocó a los obispos de todo el imperio para tratar esta controversia, el cual se reunió de nuevo en Efeso en 449, presidido y dominado por Dióscoro, quien tomó la parte de Eutiques, y por no haber asistido León, obispo de Roma, sino que fue representado por dos legados, se prohibió la lectura de su Tomo. Como es de suponer, el concilio aprobó unánimemente el monofisismo, y Eutiques fue plenamente rehabilitado, depuesto Flaviano y excomulgado León. Cuando alguien tan sólo aludió a las dos naturalezas de Cristo, no faltaron voces pidiendo que el tal fuese quemado vivo o partido en dos. Como Flaviano, el obispo de Constantinopla, era defensor de la ortodoxia, Dióscoro, sin escuchar las protestas del legado romano, y con el apoyo de soldados imperiales, monjes y guardias del obispo alejandrino, se abalanzaron contra Flaviano, lo golpearon, lo pisotearon, muriendo al cabo de tres días, camino del destierro, como una triste consecuencia de la intolerancia y del episcopal odio. Los obispos, en medio de semejante alboroto y pavor, al hallar las puertas del templo cerradas cuando trataron de huir, les obligaron a firmar en papel blanco unas actas que fueron después redactadas al gusto de los dominantes. No es extraño, pues, que León I y los leales a Roma hayan llamado a esta segunda reunión del concilio de Éfeso, "el sínodo de ladrones".

A pesar de las denuncias del obispo de Roma y el resto de obispos occidentales, el emperador se negó a convocar un nuevo concilio a fin de arreglar este grave asunto. Los obispos eran impotentes para hacerlo. A partir de Constantino, la Iglesia había aceptado el apoyo estatal, y este era parte del precio que tenía que pagar. Por lo pronto el monofisismo fue impuesto como religión oficial, so pena de infringir la ley. Pero León I no permaneció pasivo y se opuso tenazmente al monofisismo, condenando las decisiones del "sínodo ladrón", y su intervención fue decidida, preocupándose por altas disquisiciones teológicas, y por fin fue atendido en sus demandas de un nuevo concilio ecuménico, para cuya convocatoria influyó Pulqueria, la esposa del emperador, a la sazón partidaria de la ortodoxia.

Desarrollo del concilio

En el año 451, el emperador Marciano (450-457), sucesor de Teodosio el Joven, convocó un nuevo concilio, el cual se reunió en Calcedonia, conocido más tarde como el Cuarto Concilio Ecuménico. Abrió sus sesiones el 8 de octubre, y se reunieron alrededor de unos seiscientos obispos, la mayoría procedente de Oriente. También esta vez León se hizo representar por unos legados venidos de Roma, tres obispos y dos presbíteros, a los cuales prodigaron un trato preferencial. Dióscoro no presidió por no estar de acuerdo con tal concilio, sino que la presidencia estuvo a cargo de los comisionados imperiales, compartida con los representantes romanos. Dióscoro se sentó en el banco de los acusados, junto con otros de sus partidarios. Fueron anuladas las resoluciones del "sínodo de ladrones" y se condenó la herejía de Eutiques y Dióscoro; este último fue depuesto y excomulgado. Fue condenado el monofisismo. Fue leída la profesión de fe de Nicea, y fue leído y aprobado el Tomo de León de donde extractaron unos puntos de vista que incluyeron en un credo o declaración doctrinal que adoptaron los asambleístas, en donde se denuncian los dos extremos erróneos del nestorianismo y el monofisismo, condenando tanto la confusión de las dos naturalezas, como la división de la única Persona de Cristo, cuya sustancia es del siguiente tenor:

"Siguiendo, pues, a los santos padres, nosotros todos, a una voz, enseñamos que ha de ser confesado uno solo y el mismo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, perfecto en divinidad y perfecto en humanidad, verdadero Dios y verdadero hombre, de alma racional y cuerpo, de la misma sustancia (homousios) con el Padre en cuanto a la divinidad, y de la misma sustancia (homoóusion) con nosotros en cuanto a la humanidad, semejante a nosotros en todo, menos en el pecado (Hebreos 4:15); engendrado del Padre antes de todos los tiempos en cuanto a la divinidad, y el mismo, en estos días posteriores, por nosotros y para nuestra salvación, nacido de la Virgen María, Madre de Dios (Theotokos) en cuanto a la humanidad; que se ha hecho reconocer uno y el mismo Cristo, Hijo, Señor, Unigénito, en dos naturalezas, inconfundibles, inmutables, indivisibles, inseparables, no siendo quitada de ninguna manera la distinción de las dos naturalezas por la unión, más bien siendo conservada la peculiaridad de cada naturaleza y concurriendo cada naturaleza en una sola persona (prosópon) y una sola sustancia (hypóstasis), no partidas ni separadas en dos personas, sino uno y el mismo Hijo Unigénito, la Palabra divina (Theou Logon), el Señor Jesucristo; como desde el principio declararon los profetas acerca de Él, y el mismo Señor Jesucristo nos ha enseñado, y el credo de los santos padres ha transmitido hasta nosotros."

Como lo podemos ver en el anterior credo, Eutiques fue denunciado como hereje y su creencia condenada. Diósforo fue depuesto y excomulgado, y Flaviano, aunque ya había muerto, fue exonerado post mortem. Es importante anotar que el Concilio de Calcedonia "oficializó" la supremacía de la sede del obispo de Roma sobre las de Constantinopla y las más antiguas de Jerusalén, Antioquía y Alejandría, quedando como segunda la de Constantinopla, diríamos que poniendo bases para el posterior Cisma de Oriente. Hacemos claridad que, de acuerdo con las Sagradas Escrituras y a Cirilo de Alejandría, el Señor Jesús fue concebido virginalmente por el Espíritu Santo en el vientre de María. Dice Lucas 1:35: "Respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios"; de manera pues que María fue madre de un Ser hombre y Dios a la vez. Podemos afirmar, pues, que María no sólo era christotokos (madre de Cristo) sino también, en cuanto a la encarnación del Verbo, theotokos (madre de Dios).

Oficialmente la autoridad conciliar había condenado el arrianismo, el nestorianismo y el monofisismo, en términos fieles a la Palabra de Dios, que han sido aceptados tanto por los católicos, como por los ortodoxos orientales, y últimamente por los protestantes. Pero no obstante, el peligro que encierran las definiciones teológicas conciliares es que ellos mismos las consideraron ortodoxas y acertadas, no porque estuviesen de acuerdo a las Sagradas Escrituras, sino porque eran inspiradas por el Espíritu Santo; acerca de lo cual el mismo obispo de Roma Gregorio el Grande llegó a decir que las decisiones de los primeros cuatro concilios debían honrarse a la par que los cuatro evangelios. Sin embargo, no se les puede negar que históricamente fueron dotados de autoridad por Dios, a fin de dirimir estas controversias sobre asuntos de tanta importancia para la vida de la Iglesia, pero la declaración de que las decisiones conciliares deben honrarse a la par que las Sagradas Escrituras, ha contribuido a introducir "dogmas" heréticos, por el hecho de haber sido aprobados por concilios llamados ecuménicos, que muchas veces han subestimado la verdad de Dios que aparece en la Biblia, Palabra sí inspirada por el Espíritu Santo. Los hombres nos contradecimos y nos equivocamos, así sea que se trate de perínclitos e ilustres obispos, doctores en teología y toda ciencia, duchos en los intríngulis de la política y las veleidosas pasiones humanas, reunidos en asambleas de la más alta confiabilidad; pero Dios no se equivoca. Dios es fiel a Su Palabra y a Su propósito eterno.

"Por tanto, como la lengua del fuego consume el rastrojo, y la llama devora la paja, así será su raíz como podredumbre, y su flor se desvanecerá como polvo; porque desecharon la ley de Jehová de los ejércitos, y abominaron la palabra del Santo de Israel" (Is. 5:24). "Sécase la hierba, marchítase la flor; mas la palabra del Dios nuestro permanece para siempre" (Is. 40:8).

Consecuencias
No obstante la claridad doctrinal del credo calcedonio y las decisiones tomadas en el terreno cristológico, continuó extendiéndose el monofisismo y las ideas alejandrinas, en contraposición con Occidente bajo el liderazgo de Roma y la parte oriental que reconocía a Constantinopla y que siguieron apoyando las determinaciones del Concilio de Calcedonia.

Los monofisitas daban mayor énfasis a la naturaleza divina de Cristo, afirmando que la naturaleza divina transformaba la humana de tal manera que todo llegaba a ser divino, aunque quedándole algunas características humanas, de manera que los monofisitas no aceptaron las decisiones del Concilio de Calcedonia. Fueron influidas por el monofisismo regiones como parte de Egipto, Etiopía, mucho de Siria, con tendencias en Armenia y Persia, con nuevos brotes de división en la Iglesia y amenazando la unidad del Imperio. Rotos ya los vínculos, desde entonces las iglesias no calcedonenses, aunque muy diezmadas por el triunfo del mahometanismo, continúan separadas de las grandes tradiciones de las iglesias de oriente y occidente.

Como en el fondo el interés imperial era la unidad política del imperio por encima de los intereses de la Iglesia, en el año 476, el emperador Basílico condenó el Tomo de León y las decisiones de Calcedonia mediante un documento llamado Encyclion. Zenón, otro astuto emperador, en 482, en un intento de acercar a los monofisitas con los calcedonios, publicó un documento propenso a equívocos llamado Henoticón, y dirigido para que fuera aceptado por los dos bandos, con la consecuencia de que fue rechazado por los más radicales monofisitas, por los obispos de Occidente con el de Roma a la cabeza, quien rompió relaciones con el de Constantinopla por haberlo aceptado. Téngase en cuenta que a la par que se desarrollaba la doctrina del primado romano, es contrapesada esta evolución por el desarrollo paralelo de la supremacía de Constantinopla en Oriente, y el concilio de Calcedonia toma parte activa en esto. El concilio de Calcedonia, elevó al obispo de Constantinopla a un rango de igualdad con el de Roma, en su condición de patriarca de la otra capital del Imperio.

Justificación por la fe.
Por considerarlo contemporáneo con la época del desarrollo de los acuerdos de este concilio, insertamos lo siguiente: Bíblicamente la salvación de los hombres es sólo por la gracia de Dios, y que los recipientes de la gracia son predestinados y cuyo número es infaliblemente fijo. Pues bien, el sínodo de Orange en 529, cuyas decisiones tuvieron la aprobación papal, acordó que por la gracia transmitida mediante el bautismo, todos los que se bautizan pueden, si trabajan fielmente, hacer aquellas cosas que "pertenecen a la salvación del alma".

Hay que tener en cuenta que hubo épocas de eventuales conversiones en masa, en que el bautismo era prácticamente universal, y en las generaciones subsiguientes fue suministrado incluso a los infantes, sin que ellos, como es lógico, tuvieran conciencia de aquel acto, de modo que como resultado se presume que todos podrían ser salvos, si trabajan únicamente con Dios, en caso de que ejecutaran aquellas cosas que eran consideradas como mandadas por Dios por medio de la Iglesia. Pero, ¿es la salvación por obras? ¿Esta clase de cristianismo profesado no es acaso patentemente superficial? ¿Habrá en estas prácticas comprensión del verdadero sentido del evangelio? ¿Dónde había quedado la expresión de la vida interior del cristianismo?

"9Quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos, 10pero que ahora ha sido manifestada por la aparición de nuestro Salvador Jesucristo, el cual quitó la muerte y sacó a la luz la vida y la inmortalidad por el evangelio" (2 Ti. 1:9-10).

Conforme la enorme caída que la Iglesia experimentó en la historia, con su infidelidad al Señor y unión con el mundo, casi todas las cosas con que Dios la había dotado se perdieron, se olvidaron, quedaron desconocidas. Por ejemplo, se perdió la salvación por la gracia mediante la fe, la cual fue cambiada por las obras; se perdió la vida en el Espíritu, se perdió la regeneración espiritual, se perdió la verdadera comunión de los santos; se prohibió la lectura de la Biblia, se perdió la expresión de la unidad del cuerpo de Cristo. El Señor desde la Reforma de Lutero y otros, comenzó a restaurar todo eso que hemos enumerado y otras cosas, pero todavía vemos muchos religiosos y aun hermanos cristianos, aferrados a la salvación por obras, al cumplimiento de leyes y ritos, a tener una apariencia de piedad para agradar a Dios y no perder la salvación; pero la salvación no depende de nuestras obras, pues depende de la obra de Dios, la obra del Señor Jesús mediante Su encarnación, Su muerte en la cruz y gloriosa resurrección y ascensión a la diestra del Padre.
La Palabra de Dios dice que Él nos dio vida cuando estábamos muertos en nuestros delitos y pecados. Nuestra salvación eterna no depende de lo que hagamos nosotros, sino de lo Dios ha hecho; somos salvos por la pura gracia de Dios. De nuestras obras y de nuestra fidelidad y obediencia al Padre, sí depende que participemos o no con el Señor en el reino milenial. Todos compareceremos ante el tribunal de Cristo, y ahí es donde habrá claridad de si nos hemos negado a nosotros mismos y hemos llevado cada día nuestra cruz.

Sin embargo, ¿cuál es nuestra responsabilidad? Dios nos ha dado la salvación por medio de la obra de Su Hijo, y nuestra responsabilidad es aceptar esa salvación. El Señor te extiende ese regalo y tú estás en la libertad de aceptarlo o rechazarlo. El evangelio dice: "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito (la parte de Dios), para que todo aquel que en él cree (la parte del hombre), no se pierda, mas tenga vida eterna" (Juan 3:16). Dios nos revela a Cristo y por Su Espíritu nos convence de pecado de no creer en Cristo y nos trae al Señor, pero espera que usemos nuestra voluntad para recibir esa salvación. "El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que desobedece al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él" (Juan 3:36). La Biblia dice que algunos no le recibieron, "mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios" (Juan 1:12). El Señor manifiesta en Su Palabra que Él muchas veces ha querido hacer algo, pero nosotros no hemos querido; y Él respeta nuestra voluntad.