sábado, 30 de diciembre de 2006

Cap. 19A: CONCILIO DE TRENTO - 1a. parte

19
CONCILIO DE TRENTO

(XIX Ecuménico, según Roma)


Concilio reformista reunido en la ciudad de Trento, ciudad de Italia en la región de Tirol, entre 1545-1563, convocado por el papa Pablo III (Alejandro Farnese), bajo la presión del emperador Carlos V, iniciando su primera sesión en diciembre de 1545. Este concilio fue convocado para contrarrestar la Reforma protestante.

Antecedentes históricos
De la Reforma se ha escrito mucho. Aquí sólo incursionamos con unas cuantas glosas. Circunstancialmente, Martín Lutero, el hombre que se enfrentó con el negocio pontificio de las indulgencias, encontró un ejemplar de la Biblia en la biblioteca de la Universidad de Wittemberg, en donde a la sazón era profesor, libro cuyo contenido desconocía, salvo, como los demás profesores y teólogos de la época, algunos pasajes aislados y comentarios patrísticos ya de por sí envenenados con las espúreas falsificaciones medievales. Así, estudiando y enseñando las Escrituras desde su propio contexto, pudo tener claridad de la justicia de Dios, de la distorsión religiosa de las indulgencias, y de que "el justo vivirá por la fe", y pudo ver con mayor claridad que en los siglos precedentes el evangelio había sido distorsionado por el papado romano, el monasticismo y el escolasticismo. En una sociedad paganizante, la ponderación del falso misticismo, las prácticas de la vida monástica y la importancia dada a los méritos personales y a la práctica de obras muertas, y sobre todo el desconocimiento de las Escrituras, todo eso había obrado en detrimento de la salvación por la sola fe.
Téngase en cuenta que desde 1343, y basado en las teorías escolásticas, el papa Clemente VI había dado aprobación a la venta de indulgencias; y los maestros escolásticos que promulgaron esas peregrinas teorías fueron Alberto Magno y Tomás de Aquino, y, como se sabe, para ello se basaron en el famoso "tesoro" de la Iglesia, consistente en que Cristo, María y los santos habían acumulado un sobrante de méritos personales de perfección, tanto que ahora se podía disponer de los mismos en favor de otros, para que, acompañados de genuinas penitencias, fueran libres de penas eclesiásticas y tormentos del "purgatorio", y sirvieran además para librar almas de difuntos que supuestamente hubieran ido a parar a ese lugar. En la época medieval había una ignorancia absoluta de la verdad bíblica. El pueblo caminaba en una oscuridad tan aberrante e ignoraba tanto de lo que es Dios en verdad, que tenía del Señor una imagen muy equivocada, de un Dios severamente vengativo, al que había que buscar la forma de agradarle haciendo cosas, metiéndose a monje como el caso de Lutero, venerar reliquias, rezar rosarios e involucrarse en peregrinaciones; en fin, nadie sabía qué hacer para salvarse. La gente desconocía que Dios es amor y que había mandado a Su propio Hijo a que se encarnara y muriera por nosotros para salvarnos por gracia. ¿Qué había hecho el papado romano con la sangre vertida por el Señor Jesús en la cruz del Calvario? ¿Qué había sido del sacrificio del Cordero de Dios que quita el pecado del mundo? El mundo había vivido casi un milenio en que faltaba la luz de la Biblia, fuente del cristianismo y de la doctrina de los apóstoles; faltaba la vida en el Espíritu; faltaba la salvación por la gracia; faltaba la vivencia de que "el justo por la fe vivirá". Sin todo esto, ¿dónde estaba la Iglesia? Sólo se veía la manifestación de una institución humana de obras muertas.
De manera que la venta de indulgencias podía ser aprovechada para recaudar dinero, como en el caso de Julio II y León X, a fin de allegar fondos para la construcción de un gran mausoleo papal llamado catedral de San Pedro en Roma, bajo la dirección y embellecimiento artístico de Miguel Ángel. Además, una corte papal que navegaba en boato, nepotismo y afán de poder y grandezas terrenales, exigía ingentes sumas para cubrir sus exorbitantes erogaciones.
El papado vendía esos certificados de salvación y el pueblo lo aceptaba dando por sentado que aquello procedía de Dios; de manera que un profesor de teología y Sagradas Escrituras como Lutero, no atinaba a comprender cómo Dios podía perdonar a personas sin arrepentimiento, o cómo no perdonaba a los pobres sin que mediara esa suma de dinero. Todo eso podía ser ignorado por el pueblo, pero para un hombre que cada día tenía más luz de las Escrituras, aquello era una perversión escolástica. Por el estudio de la carta a los Romanos, Lutero empezó a tener claridad sobre la corrupción de la naturaleza humana heredada de Adán; Lutero llegó a ver que el bautismo y demás sacramentos enseñados por el catolicismo romano son incapaces de liberarnos del pecado, y la inutilidad de las buenas obras como medio de salvación. Todo eso eran desviaciones medievales de las cuales Lutero se iba alejando por la lectura de la Biblia. Lo de las indulgencias era sólo un aspecto de la decadencia de Roma, muy grave de por sí, pues el mal era de mayor envergadura.
En Roma se necesitaba dinero, por lo cual el papado reglamentó la venta de indulgencias en todo el territorio europeo, de manera que Alberto de Maguncia, príncipe elector y arzobispo de Magdeburgo, asumió la dirección de la venta de indulgencias en todo sus territorios, encargo que asumió con una ganacia pactada del cincuenta por ciento, dinero con que podía atender sus deudas, entre ellas la contraída con el papado al comprar el título de arzobispo. Pero la venta física en todas las plazas del Imperio Germánico fue encomendada a los frailes dominicos, entre los cuales se contaba Juan Tetzel, quien llegó a Wittemberg en Octubre de 1517 a pregonar "los pasaportes para franquear el furioso océano y arribar en derechura al Paraíso", según el decir de Daniel Rops.*(1)
*(1) Citado por José Grau. Op. cit. pág. 498.

Un sistema religioso tan apartado del evangelio como el catolicismo romano, aun haciéndose pasar por el legítimo representante de Dios y de Su Cristo sobre la tierra, estaba engañando y estafando al ignorante pueblo de la época. Empieza, pues, el preludio de la Reforma protestante en la cátedra de un profesor universitario, y después con las 95 tesis*(2) que ese mismo catedrático propusiera para un debate público, clavándolas en la puerta del templo del castillo de Wittemberg, el 31 de octubre de 1517. En esas tesis Lutero simplemente exponía la verdad. Ni siquiera tuvo Lutero la intención de reproducir esas tesis y distribuirlas y crear una revolución; de eso se encargaron otros; incluso hubo apoyo de algunos clérigos involucrados en el papado en Roma.
*(2) Se puede leer las 95 tesis de Lutero en el excursus I del capítulo V de mi libro "La Iglesia de Jesucristo, Una Perspectiva Histórico-Profética".

Toda Europa se conmovió. Lutero fue citado por el legado papal en Alemania el cardenal Cayetano para que acudiera a la Dieta*(3) de Augsburgo, para que se retractara incondicionalmente. Ante la negativa de Lutero, quien apelaba a la Biblia, los libros de Lutero eran quemados por orden de Roma, y su vida peligraba, pero Federico el Sabio, el elector-gobernador de Sajonia, tomó la iniciativa de defender a Lutero, incluso ante el emperador Carlos V. Como Bernardo de Claraval lo había hecho con el papa Eugenio III, Martín Lutero le escribió al papa León X, no atacando a su persona sino a la pestilente silla pontificia donde estaba entronizado, e invitándole a que se salvara de esa puerta del infierno en donde estaba rodeado de su mal cristiana corte.
*(3) En Alemania se le llamaba Dieta a las asambleas o juntas políticas con carácter consultivo y deliberante, para discutir los asuntos públicos. En Alemania generalmente asistían los electores-gobernadores, y el emperador.

Lutero estaba convencido de que de parte del papado y de las altas jerarquías romanas jamás se llegaría a una verdadera reforma de la Iglesia, primero, porque los jerarcas romanos querían estar siempre por encima del poder secular, alegando que lo espiritual está por encima de lo temporal; segundo, el papado se arrogaba el exclusivo derecho de interpretar las Escrituras a su acomodo, y tercero, cuando la cristiandad pedía la convocatoria de concilios para la reforma de la Iglesia, se chocaba con la afirmación del papa de que sólo él podía convocar concilios. Aunque, como sabemos por las Escrituras, la Iglesia no necesita reformas, pues ya tiene su propia forma en el Nuevo Testamento, a la cual hay que volver. Más grave que la baja moral y corrupción del clero medieval, era su silencio y alteración organizados de la Palabra de Dios, pues la Palabra es el testigo que acusa.
Pese a que le aconsejaron que no fuese, Lutero acudió a la Dieta de Worms el 16 de Abril de 1521, con la presencia del emperador, y en donde fue interrogado, entre otros, por Juan Eck, el arzobispo de Trier, quien en su posición semi-pelagiana había estado atacando las doctrinas contenidas en las 95 tesis, demostrando que Lutero era un hereje hussita; buenos oficios que le valieron que fuese a Roma, de donde regresó en calidad de nuncio del papa con una bula fechada el 15 de junio de1520, en la cual se excomulgaba a Lutero y se declaraban heréticas sus doctrinas. Pero esa bula fue quemada por Lutero junto con un numeroso grupo de profesores y estudiantes de Wittemberg, y junto con la bula fueron quemados el ‘Derecho Canónico’, las ‘Decretales’, las ‘Clementinas’, las ‘Extravagantes’ de los papas, y algunos escritos de Eck y de Emser.
Cuando se le pidió que se retractara de sus escritos, humilde pero firmemente solicitó que se le probaran sus errores con las Escrituras. Dijo: "Que se me presente una refutación fundada en los profetas o en el Evangelio, y me retractaré inmediatamente y yo mismo arrojaré mis libros al fuego".

En la Reforma hay causas religiosas, pero también hay causas políticas, económicas, morales y sociales. Muchos siglos de historia nos dicen que los sucesos seculares se confundieron íntimamente con los eclesiásticos, como desafortunada consecuencia de la unión ocurrida a comienzos del siglo IV cuando hubo un matrimonio de la Iglesia con el mundo y el Estado. Pero como no es el tema del presente libro, dejamos al lector que investigue libremente en la historia los sucesos que siguieron a la condenación de Lutero después de terminada la Dieta de Worms, y cómo se fue desarrollando la Reforma protestante y la formación de las diferentes iglesias nacionales europeas, que se iban desvinculando de Roma.

Enfoque preconciliar
Muchos eran los motivos por los cuales la llamada Santa Sede posponía la realización de un concilio ecuménico, pues esa gran máquina de extraer dinero podría tener sus desgastes, y los ingresos de todos esos nobles curiales y prelados se verían afectados. En los capítulos anteriores hemos comentado sobre el nivel moral en que se encontraba esa institución religiosa. Algunos, muy pocos, dentro de las altas esferas del catolicismo romano, aspiraban se reformara todo ese corrompido sistema eclesiástico, pero sin alterar sustancialmente la maquinaria papal.
El Concilio de Trento fue convocado con el doble propósito de reformar al interior de la institución romano papista y de hacerle frente a la Reforma protestante en marcha. La reforma al interior del catolicismo romano era una imperiosa necesidad desde hacía muchos siglos. Cuando surge un Lutero enarbolando la bandera de la reforma, nueve concilios medievales no habían logrado llevar a cabo una renovación de la iglesia de Occidente, y jamás fue su intención. El movimiento reformista o intentos reformadores dentro del sistema católico habían comenzado antes de Lutero, como lo vemos entre los que históricamente se han llamado pre-reformadores como Juan Huss, Jerónimo Savonarola; otros como el cardenal español Francisco Jiménez de Cisneros, Felipe Neri, Vicente Ferrer y muchos más, pero mientras que esto sucedía, fueron personas rechazadas por el sistema, y en la corte papal ocurría lo contrario, donde personajes como el español Alejandro VI, sumían al papado al punto más bajo de la degradación moral. Muchos clamaban por la convocatoria de un concilio general.
Para acabar con la Reforma protestante, la Roma papal había desplegado armas tan poderosas como la Inquisición, el Índice, y últimamente a los jesuitas, con el español Ignacio de Loyola a la cabeza. Pero mediante una bula, el papa Pablo III manifiesta hacer volver a los "herejes" a la iglesia católica romana mediante un concilio ecuménico; pero en realidad de allí surgió la Contrareforma. Téngase en cuenta, además, que el Concilio de Trento, no fue un concilio amplio donde tuviera participación por lo menos toda la cristiandad occidental, sino que fue un asunto de los italianos, bajo el control de la Sede romana. Este concilio no fue ni ecuménico ni romano, si tenemos en cuenta que las dos terceras partes de los asistentes eran italianos, pagados con dinero de las arcas pontificias.

El concilio
De 1547 a 1551 las reuniones se llevaron a cabo en Boloña, pero tuvo un receso de casi una década, reiniciándose en enero de 1562 hasta diciembre de 1563. Durante ese período se sucedieron los papas Pablo III, Julio III, Marcelo III, Pablo IV y Pío IV. En este concilio, uno de los más importantes y significativos de la historia del catolicismo romano, los Jesuitas afirmaron la espina dorsal, en su intransigencia a los protestantes y en su acatamiento a la dirección papal, entre los cuales se cuenta Pedro Canisio (1521-1597), uno de los más conspicuos fundadores de la Sociedad de Jesús, y quien se destacó por su señalada influencia en este concilio. A pesar de que se han efectuado dos concilios ecuménicos católicos romanos posteriores a éste, de hecho el enfoque doctrinario del romanismo sigue siendo tridentino, pues allí realmente comenzó una nueva era para un catolicismo romano "reformado".
El Concilio de Trento, aunque no fue convocado por el poderoso emperador romano germánico Carlos V, él, entre muchos, esperaba que este concilio llevara a cabo una serie de reformas y subsanara definitivamente la división entre protestantes y la iglesia de Roma, pero sufrieron un chasco, pues este concilio cortó con toda posibilidad de reconciliación con los protestantes. Allí surgieron muchas corrientes encontradas, sobre todo por la cuestión del dominio y autoridad papal. No pocos de los obispos, particularmente los españoles y franceses, admitían que el obispo de Roma era primus, pero solamente primus inter pares (el primero entre iguales). Entre los puntos discutidos, podemos desglosar los siguientes.

La tradición y las Escrituras. Por iniciativa del papado romano, la Biblia había sido un libro de prohibida lectura por el lapso de casi mil años, so pena de muerte. Una de las características de la Reforma protestante fue la de poner a las Escrituras como única fuente de la verdad, y cuya autoridad está por encima de la de la Iglesia. Cuando el humanista y teólogo Juan Eck, le dice a Lutero que sus ideas reformistas ya habían sido condenadas por el concilio de Constanza, el mismo que había condenado a la hoguera a Juan Huss, Lutero le responde que los concilios generales habían errado, que se habían contradicho unos a otros, que así como los papas, eran falibles, y que los artículos de fe deben derivarse de las Escrituras y no de otra fuente. Ante la avalancha de la Reforma protestante, este concilio declaró que la Biblia, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento, y las tradiciones inéditas que según el sistema católico fueron recibidas por los apóstoles de boca de Cristo y conservadas por la iglesia católica, fueron dictadas por el Espíritu Santo, teniendo a Dios por Su autor; de esta manera le otorga igual autoridad a la tradición y a las Escrituras como fuentes de la verdad. Esto trajo la fatal consecuencia de que toda vez que la iglesia romana pretende justificar una doctrina que no tiene respaldo bíblico, apelan a la supuesta tradición. Esta llamada tradición es un subterfugio, una claraboya por donde se cuela toda suerte de componendas que han desorientado al pueblo, por cuanto las Escrituras ya contienen todo lo relativo a la salvación. Este es un asunto muy delicado, que el Señor no ha dejado a la veleidosas conjeturas de una supuesta tradición. Poner a la Escritura al mismo nivel autoritativo que una supuesta tradición humana es el más sutil engaño que el romanismo se ha inventado. Hay una palabra apostólica en el Nuevo Testamento en la cual no se ha fundamentado el romanismo; y hay una palabra eclesiástica encerrada en la supuesta tradición.
A fin de prohibir y descartar las versiones bíblicas a los idiomas vernáculos, declaró que la Vulgata, versión latina de Jerónimo, fuese considerada como la auténtica, ordenando de paso que nadie se atreviera a interpretar la Biblia en sentido contrario al autorizado por el romanismo. ¿Por qué ese afán de acallar las Escrituras? Porque la Palabra de Dios desenmascara las mentiras y los oscuros propósitos de ese sistema religioso. Este concilio insertó en el canon del Antiguo Testamento los llamados libros apócrifos, y que algunas versiones católicas de la Biblia por lo menos catalogan como deuterocanónicos, a saber: Sabiduría, Eclesiástico, Tobías, Judit, I y II de Macabeos, Baruc.

El pecado original. El concilio de Trento afirmó la transmisión del pecado de Adán a su posteridad, y que el pecado original es quitado solamente por los méritos de Jesucristo, el mediador; pero incluyendo este merecimiento también a los párvulos, motivo por el cual quedó institucionalizado que debían ser bautizados para remisión del pecado original. El decreto sobre la transmisión del pecado de Adán a toda la humanidad, contraviniendo las Escrituras, excluye a María, apoyándose en constituciones anteriores del papa Sixto IV, poniendo las bases para que en el Concilio Vaticano I, en 1854, se proclamara el dogma de la inmaculada concepción de María contradiciendo la Palabra de Dios. Dice la Escritura: "Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios" (Romanos 3:23), "Mas la Escritura lo encerró todo bajo pecado, para que la promesa que es por la fe en Jesucristo fuese dada a los creyentes" (Gálatas 3:22). "Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron" (Romanos 5:12). La Palabra de Dios no excluye a María, y ella misma admite que es pecadora cuando en el magníficat dice: "Engrandece mi alma al Señor; y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador" (Lucas 1:46-47). Teólogos y muchos llamados Padres de la Iglesia cuyos testimonios son aceptados por la iglesia romana, como Tomás de Aquino, Agustín de Hipona, el historiador Eusebio de Cesarea, Anselmo, el papa Inocencio III, en sus escritos declararon que María nació con la mancha del pecado original, según le llaman. Al colocar en este concilio a un mismo nivel la llamada tradición eclesiástica con las Escrituras, sobrevinieron consecuencias nefastas como el dogma de la infalibilidad papal en 1870, el dogma de la Inmaculada Concepción de María en 1854 y el de la Asunción corporal de María en 1950.

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