sábado, 30 de diciembre de 2006

Cap. 14: CONCILIO DE LYON II

14
SEGUNDO CONCILIO DE LYON
(XIV Ecuménico)



Reunido en el año 1274, en la ciudad de Lyon, Francia. Convocado por el papa romano Gregorio X para adelantar una reforma de la Iglesia, la unión con los griegos y la situación de Jerusalén.

Antecedentes
¿Qué había sucedido con el Emperador Federico II? Continuó en su pugna virulenta con el papa Inocencio IV, hasta su muerte acaecida cuatro años antes que este polémico papa. No obstante, las luchas continuaron entre los sucesores de ambos bandos, con la consecuencia de la muerte en batallas contra Roma de Manfredo y Conradino, hijo y nieto sucesivamente de Federico, en tiempos del papa Clemente IV (1265-1268). Otra consecuencia fue el debilitamiento político de Alemania y el robustecimiento de Francia, nación que prácticamente llegó a subyugar al papado romano, comenzando con la famosa Pragmática Sanción, documento decretado por Francia en 1269, con el cual protegía a la iglesia francesa en contra de la simonía y de las excesivas ingerencias de la curia romana.
El 27 de enero de 1272, Teobaldo Visconti de Piacenza fue consagrado sumo pontífice romano con el nombre de Gregorio X, quien a la sazón poco antes residía en San Juan de Arce, avanzada latina en Oriente, y por ende conocedor de las preocupaciones del papado por los asuntos de Oriente.
Este papa convocó un concilio general que inició sus reuniones el 7 de mayo de 1274 en la ciudad de Lyon, Francia; ciudad escogida de nuevo para las sesiones conciliares debido a que el papa esperaba de los franceses mucha ayuda económica y militar para llevar a buen término y ejecución sus planes en Oriente.


El concilio

A sus sesiones asistieron unos 200 obispos y cerca de 400 abades, encontrándose entre ellos Buenaventura, el famoso superior de los franciscanos; también asistieron numerosos dignatarios eclesiásticos y representantes de algunos reyes europeos. Los motivos por los cuales había el papa convocado este concilio eran tres: La reforma de la iglesia, la unión con los ortodoxos griegos; es decir, en un nuevo intento de reunir al Oriente con Occidente, y la situación de Jerusalén.
La reforma de la iglesia se limitó a la promulgación de leyes eclesiásticas como la relacionada con la elección de prelados. Pero fue en este concilio donde se aprobó la forma canónica aún casi vigente, de elegir al papa. El papa Gregorio X en este concilio redactó, mediante la constitución Ubi periculum, los reglamentos del cónclave de cardenales para la elección papal, y determinó que los cardenales, diez días después de muerto el papa, deben encerrarse en lugar absolutamente fuera de toda comunicación con el mundo exterior, es decir encerrarse bajo llave ("in conclave"), en un palacio de la misma ciudad en donde hubiere fallecido el anterior, y proceder a la elección del nuevo papa con absoluta libertad y por voto secreto. Cada día se efectúa una elección y si ninguna alcanzare los dos tercios de los votos, estas boletas se queman en una pequeña chimenea, por cuyo motivo, cuando el pueblo ve salir de ella el humo negro, la fumata, se da cuenta que todavía el papa no ha sido elegido. Para que la elección no se dilatase, los cardenales eran apremiados por ciertas medidas como la de racionarles la comida a medida que avanzare el tiempo, y que cada cardenal debía ceder sus ingresos a la iglesia universal mientras durara el "conclave".
Este decreto lo derogó Juan XXI (1276), un papa que los Anales de Colmar hablan de él como de un mago. Los católicos romanos dicen que el Espíritu Santo dirige el cónclave; en cambio la historia muestra que es un espíritu mundano el que preside y quien hizo elegir hombres como Alejandro Borgia y otros perversos personajes que le han mostrado a un mundo ciego que esa institución, como institución, no es de Dios.
En las Escrituras no se habla más que de dos ordenanzas o sacramentos, que son el bautismo y la Santa Cena, pero el segundo concilio de Lyon, basándose en su propia autoridad eclesiástica, añadió cinco sacramentos más, a saber: la confirmación, la penitencia, el orden, el matrimonio, y la extrema-unción; tal vez siguiendo la enumeración propuesta por Pedro Lombardo en 1161. Estos cinco, como se sabe, tienen la inconveniencia de que no pueden ser ordenanzas o sacramentos sencillamente porque no fueron instituidos por Cristo. Aunque más tarde el concilio de Trento declarase que sí son sacramentos, el catolicismo romano jamás puede probarlo.
La unión con los griegos fue a la larga un rotundo fracaso; mejor dicho un fraude urdido por el Emperador bizantino Miguel VIII Paleólogo. En este concilio se logró una efímera reconciliación entre las facciones del papado romano y el patriarcado bizantino, incluida la facción búlgara. El Emperador, quien en el año 1261 había restaurado el dominio bizantino en Constantinopla, y ante el peligro de enemigos tanto internos como externos, para tener la seguridad de su trono, necesitaba la ayuda papal, envió al concilio una brillante delegación del ala griega del cristianismo oficial con el ánimo de llevar a cabo negociaciones de aproximación con Roma. Esta delegación estaba compuesta por el patriarca Germán de Constantinopla, el arzobispo de Nicea y el canciller del propio emperador. Ellos llegaron mes y medio después de inaugurado el concilio. Los griegos representados por esta delegación, aprovecharon a su favor la vanidad romana para hacerles creer que se sometían a todo cuanto pidiera el papa, y accedieron a todo cuanto fue pedido por el romano pontífice, y se declaró que la unidad había sido restaurada. Pero la realidad es que la aplastante mayoría de los constituyentes bizantinos no quiso asentir a lo allí aprobado. Pudo más el nacionalismo y la aversión a todo cuanto oliera a sumisión a los aborrecidos latinos; de manera que los ortodoxos griegos simularon aceptar entre otras cosas, el primado pontificio, la doctrina del Purgatorio y el número de sacramentos aprobado en este concilio, y prometiéndole al papa llevar la fe romana a Oriente. Pese a los resultados conciliares, Miguel logró su propósito de la seguridad para su trono, pero después de acaecida su muerte, se volvió a ahondar la vieja brecha entre cristianos latinos y griegos, dado que el hijo y sucesor de Miguel, creyéndose dotado de algún poder, renunció a los acuerdos de Lyon.


Consecuencias

Con excepción de lo relacionado con la elección papal y el número de los sacramentos, nada de lo que se trató y aprobó en este concilio llegó a tener un completo cumplimiento; comenzando porque la iglesia no fue reformada, las cruzadas no fueron continuadas, y la "unión" con los griegos no llegó ni siquiera a un acercamiento. Por mucho que el papado se afanara en acrecentar la jurisprudencia eclesiástica y en el acopio de "Decretales", la reforma de la iglesia continuaba siendo letra muerta, pues tales decretos y normas de Derecho Canónico estaban lejos de producir efectos en la vida moral de las gentes, mucho menos en el aspecto espiritual.
Las disposiciones sobre elección del papa entraron en vigor, pero ésto y la promulgación de otras leyes no lograban remediar los males que afligían al clero y a la gran masa de la cristiandad latina, sumida en la más oscura ignorancia.
El segundo concilio de Lyon se puede tomar también como memorable porque allí convergieron las tres grandes fuerzas creadoras de la iglesia medieval, a saber: el papado romano, el monacato y el escolasticismo. Del papado nos hemos venido refiriendo ampliamente como la más alta expresión de gobierno eclesiástico no bíblico de todos los tiempos. El monacato, sobre todo en la Edad Media, constituía y era considerado la más alta norma de vida; téngase en cuenta que allí descolló la presencia de Buenaventura, una de las figuras más prominentes del franciscanismo y del escolasticismo. Y por último, el escolasticismo, que era en esos tiempos el grado más alto del pensamiento teológico filosófico. Es muy importante saber que a este concilio fue invitado Tomás de Aquino, considerado el más grande de los teólogos católicos y perínclito exponente del escolasticismo; pero no logró asistir a sus sesiones debido a que lo sorprendió la muerte camino de Lyon el 17 de marzo de aquel mismo año.
Téngase en cuenta que en la Edad Media, la Biblia era un libro ignorado, desconocido, supersticiosamente temido; y alrededor de la Biblia se había creado la tergiversada creencia de que era un libro oscuro y difícil de entender; concepto que ha perdurado hasta nuestros tiempos en ciertos círculos católicos por infinidad de personas. Pues bien, ante esa ignorancia y temor de recurrir a las páginas de las Escrituras, los teólogos medievales bebían de las fuentes de la filosofía griega, en especial de Aristóteles, a la cual untaban con un barniz bíblico, simbiosis hasta mal proporcionada, que dio origen a lo que se conoce con el nombre de escolasticismo, un raro intento de querer explicar la revelación por medio de la razón, y que en muchos casos, como en la teología de Tomás de Aquino, recibió aportaciones canonistas y sus respectivas huellas de las Decretales Seudo- Isidorianas, las cuales incluían citas espúreas atribuidas a los llamados "padres" de la Iglesia. Todo esto ha desorientado incluso a muchas mentes estudiosas y bien intencionadas, que han tenido influencia sobre las masas católicas a través del tiempo, en un sistema donde esos escritos se tienen por casi tan infalibles como la Escritura misma.
Toda la altura, importancia y sabiduría de los escritos de los doctores Buenaventura y Tomás de Aquino y otros insignes exponentes de la escolástica, toda esa minucia del Derecho Canónico derivado de las famosas Decretales, nada de eso ha logrado atajar lo que tenía que ocurrir en un sistema cuyas bases están cimentadas en la arena de la ambición humana; y, como lo veremos en los próximos capítulos, todo eso dio como resultado el llamado "Cautiverio de Avignon".

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