sábado, 30 de diciembre de 2006

Cap. 17: CONCILIO DE BASILEA-FERRARA Y FLORENCIA

17
CONCILIO DE BASILEA-FERRARA
Y FLORENCIA

(XVII Ecuménico, según Roma)



Al parecer este concilio fue convocado por el romano pontífice Martín V, antes de su muerte. Reunido de 1431 a 1449 con el propósito inicial de reformar a la iglesia. Durante sus sesiones ejercía el cargo de papa Eugenio IV, quien nombró como presidente del concilio en su lugar al cardenal Cesarini (1389-1444).


Panorama histórico precedente
Uno de los principales compromisos adquiridos por el papa en el concilio de Constanza fue la convocatoria de concilios ecuménicos con alguna regularidad, cada cinco años aproximadamente; pero tanto Martín V como sus sucesores estuvieron remisos a la convocatoria de concilios, y no estaban dispuestos a aceptar la supremacía conciliar por encima del papado. Por otro lado, el colegio de cardenales, bajo la presión del concilio conciliarista, en su mayoría francés, y en particular por la Universidad de París, estaba interesado en impulsar una reforma, pero una curiosa reforma que se caracterizara en que el papa compartiese la mitad de las rentas de la iglesia de Roma con los cardenales, y que los feudatarios de los Estados pontificios no sólo jurasen fidelidad al papa sino también a los cardenales; de manera que se pretendía fortalecer el pluralismo de poderes, queriendo sustituir al absolutismo papal con la oligarquía curial.
Acuciado por las presiones, Martín V se vio forzado a convocar un concilio en Pavía, Italia, en 1423; pero so pretexto de escasa asistencia, fue disuelto poco después. Pero arreciaban las presiones y veladas amenazas; entonces convocó, después de siete años, un nuevo concilio en Basilea, Suiza; pero no pudo estar presente en la inauguración de sus sesiones, debido a que lo sorprendió la muerte el 20 de febrero de 1431. Su sucesor, Eugenio IV (1431-1447), a regañadientes, y dado que su convocatoria ya era una realidad, consintió en el nombramiento hecho por su predecesor como delegado papal en Basilea, al cardenal Cesarini. El cardenal Cesarini era de humilde nacimiento, pensador, humanista, asceta, devoto, afable, pero en el curso del desarrollo de concilio protestó enérgicamente ante el intento de Eugenio IV de disolver el concilio mediante una bula.


El concilio en Basilea
La asamblea inició sus reuniones en Basilea el 23 de julio de 1431, en donde los conciliares se colocaron por encima del papa, por lo cual Eugenio IV lo combatió receloso de que el concilio adquiriera más autoridad, intentando disolverlo mediante una bula en el mismo año de su iniciación. Eran dos fuerzas antagónicas, pues el concilio trataba de tomar una actitud independiente con respecto al papa y su absolutismo; era un forcejeo que se hizo sentir hasta en la asistencia, pues los obispos estimulados por el papa, aun en la primera reunión no había llegado ni uno; en cambio gran número de abades, canónicos y doctores que favorecían los decretos de Constanza, acudieron desde el principio para respaldar las doctrinas proconciliares de Constanza. Por ejemplo, Nicolás de Cusa (1401-1464), filósofo, teólogo, místico y reformador, se declaró decididamente por la autoridad conciliar por encima del papa.
En vista de esto, y ante el número creciente de participantes, Eugenio IV trata de restaurar el prestigio papal, y el 18 de diciembre ordenó la disolución del concilio mediante una bula, y para tener algún respaldo prometió que en año y medio convocaría un nuevo concilio en Bolonia, pero el concilio no lo creyó, y hasta el propio Cesarini protestó por estas medidas papales. Los decretos papales no impidieron que el concilio continuara sus reuniones, ante lo cual Eugenio siguió sus ataques.
Reanudadas las sesiones, el concilio reiteró el Decreto "Sacrosancta", afirmando que el concilio no podía ni disolverse ni trasladarse a otro sitio sin el consentimiento de la asamblea. El trabajo se lo dividieron en cuatro comisiones: una de cuestiones generales, otra de la fe, otra de la reforma y otra de la paz. Se destaca este concilio de Basilea porque se arrogó la suprema representación y gobierno de la cristiandad, por encima de los cuales no podía haber ninguna autoridad judicial ni administrativa de la Iglesia.
Como el papa Eugenio IV no estaba de acuerdo con el concilio porque desestimaba su suprema autoridad, su situación era difícil, y se negó a presentarse ante la asamblea aun cuando se le dieron tres meses de plazo para que compareciera con sus cardenales a rendir cuenta de sus actos; de manera que no valieron excomuniones en contra de los conciliares; el concilio siguió recibiendo adhesiones de parte de reyes, príncipes, obispos y universidades; y el 4 de febrero de 1433, el papa reconoció la legitimidad del concilio. Sin embargo, los cuatro cardenales que envió para que lo presidieran, llevaron consigo seis bulas diferentes para usarlas según como se presentaran las circunstancias, a fin de hacerle daño al concilio. Se distingue este concilio por el carácter firme de los conciliares ante un papa inestable e inseguro como Eugenio IV, quien se debatía entre la firmeza y la debilidad. A lo mejor no estaba seguro de su legitimidad en el trono papal.
El 29 de julio de 1433, el papa decreta nulo todo lo aprobado en Basilea, y el 1 de agosto, mediante la bula "Dudum Sacrum" aprueba que el concilio siga sus sesiones; el 13 de septiembre, mediante la bula "In Arcano", Eugenio IV rechaza todo lo aprobado en la sesión 12. Ante la amenaza de tropas comandadas por Francisco Sforza, quien pretende ser enviado por el Concilio de Basilea, el papa se retracta y se muestra complaciente con el Concilio, retirando sus bulas con las cuales se había opuesto. Vemos, pues, a un papa humillado y a un sistema papal absoluto derrotado y a un reconocimiento de la superioridad del Concilio por encima del papado. Si el papa Eugenio IV llegó a aprobar la superioridad del Concilio sobre el papa, ésto no se debió a que estuviera convencido de ello, ni fue un acto que sustentara su pretendida infalibilidad. Bien sabe la historia que en su fuero interno era completamente contrario a esas medidas, pues la cristiandad occidental entera ya estaba hastiada del absolutismo papal.
Todos los miembros del concilio eran conscientes de que una verdadera reforma de la Iglesia en esos momentos era imposible. ¿Por qué? Porque la mayoría de los miembros del Concilio, ante una verdadera reforma se hubieran perjudicado en sus intereses. A lo más que se llegó fue a aprobar las medidas que prohibían la simonía, pues al parecer lo aprobado en Constanza no había sido suficientemente acatado; prohibieron el teatro y otras diversiones en los templos o en sus patios, y a confirmar el celibato del clero, cosa que no les impedía tener concubinas, pues esto no quebrantaba el mandamiento; pero no se abolió ninguna de las tasas y anatas que se pagaban a la Curia romana. Mientras existiera una Curia oligarca y absorbente de ingentes sumas de dinero, era casi imposible llevar a cabo una verdadera reforma de la Iglesia. Si definitivamente se hubiera determinado cambiar la Curia romana por la superioridad conciliar, había el peligro de que el Concilio se convirtiera en una nueva curia que a la final llegara a ser el mismo problema que quisieron acabar en una eventual reforma. Lo ideal era regresar al régimen de independencia episcopal de la iglesia antigua. Por su antagonismo con el papa, entre otras cosas el concilio pretendió el derecho de conceder indulgencias; por ello, conciliares como Cesarini y Nicolás de Cusa, desilusionados por esos excesos, se adhirieron a los apoyadores del papado.


Como lo hemos comentado, todo el poderío y privilegios del papado romano se fueron desarrollando a través de la historia con base en documentos espúreos como el "Corpus Juris" y las "Decretales" del Pseudo-Isidoro; pero surge una figura como Nicolás de Cusa, ya mencionado, quien llegó a ser nombrado cardenal, y en su "Concordancia Catholica" aportó las primeras pruebas históricas de la falsedad de la "Donación de Constantino", asunto que completó Lorenzo Valla en 1440, iniciador de la crítica histórica; más tarde, ya como secretario del papa Nicolás V, desenmascaró muchos fraudes históricos, y muchos documentos antiguos fueron anulados por falsos. Claro que todo esto por poco le cuesta la hoguera.
Ante la presión del concilio, Eugenio IV pareció ceder, y anuló sus bulas contra el concilio, pero en el año 1434 una rebelión suscitada en Roma lo obligó a huir de la ciudad y el prestigio papal descendió aun más bajo. Como se ve, la autoridad entre la élite del catolicismo estaba destrozada por las luchas internas de poder y por la revolución hussita, pero el concilio de Basilea negoció con el ala moderada de los hussitas el compromiso llamado "Compactata de Praga", concediendo a los laicos la comunión en ambas especies, restaurando aparentemente así al seno del catolicismo romano un considerable elemento que había sido condenado por herético.
El Concilio había atraído suficiente notoriedad y prestigio, tanto que las disputas civiles y eclesiásticas ya no fueron traídas a la Curia romana sino a la nueva curia en que se había estado convirtiendo el Concilio; y debido a esto ya empezaba a tener sus detractores; coyuntura que aprovechó el papado para desprestigiarlo.
El momento decisivo para el triunfo papal se presentó cuando el emperador bizantino, a la sazón Juan VII Paleólogo, buscando la ayuda de Occidente por su enfrentamiento con los turcos, que estaban acabando con su Imperio, manifestó el aparente deseo de unir la iglesia griega y adherirla a la de Roma; pero los contactos se hicieron tanto con Roma como con Basilea ante la ambigüedad de autoridad en esos momentos, y esto dio como resultado que tanto el papa como el concilio designaran diferentes ciudades para el encuentro con los griegos. El papa sugería ciudades italianas como Florencia o Udine, y el concilio propuso a Basilea o Aviñón, temiendo que siendo en Italia, el papa tendría más adeptos a su favor. Los griegos, inclinados más por la decisión del papa, decidieron que las reuniones se llevaran a cabo en Ferrara; de manera que el papa convocó un concilio paralelo en Ferrara (Italia) para discutir las proposiciones del emperador bizantino. En Basilea el concilio llegó hasta a deponer a Eugenio IV y excomulgarlo, y exoneró a todos los católicos de la obediencia al mismo, declarando nulos y sin valor sus actos. Con la ida a Ferrara de la minoría moderada y propapal, los radicales en Basilea gozaron de mayor libertad para que en la primavera y verano del año 1439, por medio de un decreto declararan que un concilio general es superior al papa en asuntos de fe. En otoño de ese mismo año los reformadores radicales eligieron como (último) antipapa al duque Amadeo VIII de Saboya, quien asumió el cargo con el nombre de Félix V (1439); pero no prevaleció porque las naciones europeas ya estaban cansadas de cisma. Mientras tanto los moderados, dirigidos por Nicolás de Cusa, se adhirieron a Eugenio.

Concilio en Ferrara-Florencia
Como antecedentes podemos mencionar que, similar a lo que había sucedido en el segundo concilio de Lyón, los emperadores bizantinos, desesperados por la amenaza turca, procuraban socorros de parte de Occidente, y para ello enviaban embajadas, y a la sazón ofrecieron entablar negociaciones con el papa. Eugenio IV, que deseaba una oportunidad para afirmar su autoridad por encima de los concilios, aprovechó la coyuntura para adelantar tal unión bajo sus auspicios y así capitalizar prestigio. Pero a Ferrara solamente asistió una minoría de Basilea afecta al papa. Allí se hizo un gran esfuerzo del papado, en apariencia afortunado, para unificar entre sí a los cristianos orientales y occidentales.
Las sesiones fueron inauguradas el 9 de abril de 1439 en la catedral de Ferrara y continuadas en el templo de los franciscanos, con la asistencia de la delegación bizantina compuesta por el emperador, el patriarca de Constantinopla, los obispos de Éfeso y Nicea; también asistieron representantes de los patriarcas de Antioquía, Alejandría y Jerusalén y alrededor de unos 20 obispos orientales más (como Isidoro, el metropolitano de Kiev, de Rusia), y otros eclesiásticos ortodoxos. Al emperador le interesaba que se fingiera ese deseo de unión del cristianismo oriental (griego) con la cristiandad occidental (latina), por la necesidad que tenían de ayuda militar de Occidente para defender al Imperio bizantino de los ataques de los turcos que ya prácticamente lo habían reducido a Constantinopla y sus alrededores.
En Ferrara sólo sesionó el concilio ocho meses; pues el 16 de enero de 1440 trasladaron las reuniones a Florencia, traslado que el papa aceptó debido a que los florentinos se ofrecieron a sufragar los gastos de los miembros del concilio. Allí el papa obtuvo un enorme prestigio. Continuaron las reuniones durante nueve años más, trasladándose a Lausana en 1448, disolviéndose el 25 de abril de 1449. Félix V abdicó y el concilio nombró a Nicolás V. Aquellas querellas concilio- papales fueron aprovechadas por los príncipes europeos para hacerse más independientes del dominio papal e ir preparando el ambiente para la Reforma.


Intentos de "unión"
En las reuniones se pusieron de acuerdo sobre cuestiones de poca importancia, de procedimientos, pero en el fondo sobre el tapete surgieron algunas divergencias, cuyos principales puntos eran:
1. El "Filioque" o doctrina latina de que el Hijo, además del Padre, procede del Espíritu Santo, mientras que los ortodoxos decían que era nacido del Padre, conforme al Credo Niceno-constantinopolitano.
2. El uso del pan ázimo para la Eucaristía.
3. Cuestiones relativas al purgatorio.
4. El primado del papa.
De los anteriores puntos, el referente al purgatorio fue aceptado por los griegos, pues ya en esa fecha Oriente ya la había asimilado, pero con la diferencia de que no aceptaban el purgatorio como un lugar físico de fuego, sino un estado intermedio. Como se sabe, la teología de la cristiandad oficial ya no tenía conciencia que el Verbo de Dios había tomado carne y había muerto en la cruz y resucitado para darnos, por la sola fe, salvación eterna por pura gracia, o si la tenían era sólo letra muerta; de modo que la creencia entre los latinos era que los que morían sin bautizar o en pecado mortal se perdían eternamente y que sólo iban al Paraíso los que hubiesen expiado sus pecados veniales. En cambio los griegos creían tanto en el castigo como en el gozo eterno, pero que comenzarían sólo después del juicio universal.
Pero los puntos difíciles de llegar a un acuerdo eran el primero y el último, que si los griegos llegaron a aceptar fue obligados por la necesidad. Recordemos que los orientales no conocían otro sistema que el de los cinco patriarcas que lideraban la Iglesia, a saber: Roma, Constantinopla, Alejandría, Jerusalén y Antioquía; de los cuales, según el canon 28 de Calcedonia, el de Roma era el primero entre iguales; de manera que la monarquía universal del papado iniciada en 845 y perfeccionada en 1073, era algo extraño para los griegos, así como era desconocido para ellos todo ese comercio de indulgencias. Toda esa tiranía, orgullo, opresión, sibaritismo y yugo del sistema papal era la causa suprema de la desunión, no sólo con los griegos, sino también entre la cristiandad occidental. Los ortodoxos estaban convencidos que todos esos cánones como el Pseudo-Isidoro, eran apócrifos, y así se los manifestaron.
Teniendo en cuenta que los griegos no aceptaron los cánones de origen espúreo y falsas "Decretales", habiendo clara conciencia de que el papado no tenía su origen ni en las Escrituras ni los dichos de los llamados "padres", el artículo aceptado finalmente por ambas partes fue la siguiente ambigua declaración: "Reconocemos al papa como pontífice soberano, vice-regente y vicario de Cristo, cabeza de toda la Iglesia, pastor de todos los cristianos, y tiene plena autoridad de Cristo para gobernar y apacentar a la Iglesia de acuerdo con las actas de los concilios ecuménicos y de los cánones, dejando salvos los privilegios y derechos de los patriarcas de Oriente". Estos vagos "privilegios y derechos" probablemente a propósito no fueron definidos con el fin de llegar a un acuerdo, y en julio de 1439 se firmó el decreto de unión, de mala gana por la mayoría de los griegos, y uno de ellos negó su asentimiento, a pesar del peligro turco y la consecución de socorros militares, y esa unión fue repudiada por la mayoría aplastante de los constituyentes del cristianismo ortodoxo griego. Hay que tener en cuenta que los orientales sólo tenían por ecuménicos los concilios realizados en los primeros ocho siglos y que el primado de Roma podría tener un origen de derecho eclesiástico, pero no divino. La unión no fue más allá de ser letra muerta en el papel. Así también hubo un aparente acuerdo de "unión" con los cristianos armenios (1439), los coptos monofisitas de Alejandría y Etiopía (1441), los jacobitas de Siria (1441) y los maronitas de Chipre (1445). Al final de esto, quedaron en la historia comunidades católicas pero de rito oriental.

Consecuencias
La buscada unión entre Oriente y Occidente fue un rotundo fracaso, pues aún en el transcurso de las sesiones ambos bandos tenían conciencia de que todo eso era una farsa; la ayuda militar de Occidente jamás llegó, y el 29 de mayo de 1454, el rey turco Mohamed II, tomó Constantinopla, la saqueó y acabó con el Imperio Bizantino, la segunda Roma que había fundado Constantino el Grande en el siglo IV. A partir de entonces fue constituida la capital del Imperio otomano, con el nombre de Estambul, e históricamente se perdió toda posibilidad de unión entre las dos grandes facciones de la cristiandad.
Este concilio, a la verdad, fue un fiasco en todos sus aspectos, pues de él no salió nada nuevo, y la tan anhelada reforma de la Iglesia jamás se daba, por las barreras infranqueables de los intereses humanos. Ningún concilio había sido capaz de purificar la Iglesia.

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