sábado, 30 de diciembre de 2006

Cap. 20A: CONCILIO VATICANO I - Primera parte.

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CONCILIO VATICANO I
(XX Ecuménico, según Roma)


Reunido entre los años 1869-1870, convocado y controlado por el papa Pío IX. Declaró la infalibilidad del papa.
Antecedentes
No obstante que Roma ejerciera un indiscutible control sobre el concilio de Trento, y de la inauguración del "nuevo catolicismo", el papal y romano, con la indiscutible hegemonía sobre la cristiandad occidental, no obstante eso, aún no se cristalizaba el magisterio dogmático romano, pues aún tenía peso en Occidente la tradición eclesiástica antigua, y eso se debía a la influencia de las doctrinas conciliaristas, por medio de las cuales aún seguían considerando las asambleas conciliares como superiores al papa, principios que tuvieron su triunfo en Constanza y Basilea.
Pero ese paciente trabajo que durante siglos había venido realizando Roma para desarrollar e imponer un papado omnipotente y pretendidamente infalible, sólo esperaba una favorable circunstancia que se presentó en el pontificado del italiano Giovanni Maria Mastai Ferreti, con el nombre de Pío IX (1846-1878). En consecuencia, en los países católicos europeos se fortalecieron las monarquías absolutistas, apoyadas por el papado, pues Roma también gobernaba los Estados pontificios a la manera absolutista, de manera que en esos absolutismos monárquicos, como en la Francia de Luis XIV (1643-1715), en cierta manera resurgió el cesaropapismo, fundamentados como estaban en las ideas conciliaristas y la tradición de la Iglesia antigua, con la conformación de iglesias nacionales autónomas (aunque en este caso de la línea católica) respecto de Roma, las cuales eran consideradas meros departamentos de religión del Estado. La de Francia se llamaba Galicanismo. Esta situación frenaba el ambicionado absolutismo papal tanto en el aspecto religioso como en lo político, lo mismo que ponía en tela de juicio la infalibilidad papal; este estado de cosas aún continuaba vivo en tiempos de Napoleón Bonaparte.
La Iglesia Reformada había salido de ese sistema papal, apoyada por los príncipes europeos que aprovechaban coyunturalmente la ocasión para verse libres de la opresión romana, pero muchos Estados que siguieron bajo el sistema católico, también organizaron sus propias iglesias nacionales, como Francia, Austria, Irlanda y España en su momento. A su vez muchos líderes protestantes vieron la necesidad apremiante de que la Iglesia Reformada siguiera su proceso de renovación y no se durmiera en los principios iniciales; pero si los hombres se detienen, Dios continúa su proceso de restauración, y vemos que de las iglesias protestantes nacionales iniciadas con la Reforma van surgiendo denominaciones protestantes modernas promovidas por líderes que tienen nueva visión del cielo acerca de la Escritura. Entonces surgen las iglesias reformadas libres, los metodistas y otros, así como los Hermanos en Plymouth y otras ciudades dentro del marco de la restauración de la unidad del Cuerpo de Cristo.
La Iglesia, para reformarse y comenzar su restauración bíblica tuvo que salir del cautiverio babilónico, del catolicismo romano (que jamás se reforma), y para continuar el desarrollo de su reforma, el Iglesia tuvo que salir del protestantismo. En cada concilio controlado por el papado, la Iglesia Católica Romana jamás pretendió reformarse, sino que sus esfuerzos iban encaminados a consolidar el primado del pontífice romano, implantar su absolutismo pontifical y establecer su infalibilidad; tópicos todos no respaldados por las Escrituras. Es innegable que el esfuerzo en el concilio de Trento fue encaminado a fortalecer y afianzar el moderno poder papal, y su autoridad administrativa se incrementó debido a que fue fortalecido su derecho de definir los dogmas; facultad que se relaciona con la presunta infalibilidad, que luego es aprobada en el Concilio Vaticano I.
Pío IX reemplazó a Gregorio XVI (1831-1846), quien se había mostrado proclive a los principios absolutistas de Austria y otros países europeos. Pío IX, quien reinó con el apoyo de las bayonetas francesas, se vio despojado de los Estados Pontificios, asunto que tuvo su culminación por la vieja aspiración de los italianos de unificar y reconstruir la nación italiana desde los tiempos de Maquiavelo. El 11 de septiembre de 1870, se enfrentaron las tropas italianas del rey Víctor Manuel con las tropas pontificias. Saliendo victoriosos, los italianos ocuparon Roma entre los aplausos del pueblo; convirtiéndose Roma en la capital del nuevo Estado italiano, dando por terminada la existencia de más de mil años de poder temporal de los papas, fundamentado que estaba en la falsa "donación de Constantino" y las espúreas Pseudo-decretales Isidorianas. Pero lo que perdió el papado en el campo político y territorial, lo ganó en sus aspiraciones teológicas y en la romanización del poder eclesiástico.

La Inmaculada Concepción de María.
A fin de preparar el camino para la imposición del dogma herético de la infalibilidad papal, y mucho antes de convocar el concilio, Pío IX declaró dogmática la creencia en la inmaculada concepción de la virgen María, dándole fin al debate que hacía tiempo se tenía sobre el asunto. Al decretar el dogma de la inmaculada concepción, Pío IX obra a título personal y no en nombre de cuerpo eclesiástico alguno, y mucho menos del sistema eclesial que representa, y para ello aprovecha el respectivo decreto del Concilio de Trento, que excluye a María de la transmisión del pecado de Adán a toda la humanidad. Entonces, pues, antes de la convocación del Concilio Vaticano I, Pio IX había proclamado el dogma romano, que no es bíblico ni revelado por Dios, de la inmaculada concepción de María el 8 de diciembre de 1854, en medio de una comparsa de cardenales, obispos y otros dignatarios eclesiásticos, que le sirvieron de telón de fondo para su bien montada y nefasta comedia.
Ese día fue impuesta a la cristiandad romana una doctrina que había sido repudiada entre otros, por figuras de la talla de Agustín de Hipona, Juan Crisóstomo, Tomás de Aquino y Bernardo de Claraval. Dice aparte del dogma a la letra:
"Para honor de la santa e indivisa Trinidad, para gloria y ornamento de la Virgen Madre de Dios, para exaltación de la fe católica y acrecentamiento de la fe cristiana, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo y con la nuestra, declaramos y definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano, está revelada por Dios, y debe ser por tanto firme y constantemente creída por todos los fieles".
Las fiestas en honor de María por lo regular son de origen oriental. Entre esas fiestas, una de las más prominentes es la de la concepción de María, aunque hay quienes opinan que ésta puede haber sido de procedencia irlandesa, y se extendió por toda Europa Occidental alrededor del siglo XI, mayormente impulsada por los monjes benedictinos. Un dato curioso es que Bernardo de Claraval reprobaba esta fiesta por considerarla contraria a las Escrituras. La fiesta de la concepción de María tardó mucho en ser aceptada en Roma. En 1550 ya se cocinaba lo de la inmaculada concepción de María en los círculos de la facultad de teología de la Universidad La Sorbona de París, época en que ya era un asunto de fe; pero lo curioso es que los jesuitas de la época aún no estaban dispuestos a aceptar este proyecto de dogma.
Tanto Sixto IV (1474-1484) como Alejandro VI (Rodrigo Borgia), quien ocupó el cargo de papa entre 1492 al 1503, y que se le acusa de haber logrado tal elección mediante el soborno de los cardenales del cónclave, tomaron partido entre los que defendían la concepción inmaculada de la virgen María. Vemos que este dogma católico romano tuvo su origen, no en las Sagradas Escrituras, las cuales no lo respaldan, al contrario, lo rebaten, sino en la ígnara devoción de un pueblo al que se le había negado el acceso a la Biblia, fuente misma de la revelación de Dios; de manera que la creencia del pueblo se ha alimentado siempre de supersticiones y de falsas orientaciones, más alimentadas de los principios religiosos babilónicos que de la Palabra de Dios.

En este concilio, algunos obispos pretendían que se aprobara el dogma de la asunción corporal al cielo de María, pero no fue proclamado como dogma que debía ser creído por todos los fieles sino hasta el 1 de noviembre de 1950, por una demostración de poder del papa Pío XII (Eugenio Pacelli). Pero, ¿cuál es el origen de la gran falacia de la asunción de María? A través de la historia han querido hacer de María una imagen emblemática, muy lejos de la auténtica y sencilla María bíblica. En el siglo IV, cuando surgía la adoración de la Virgen, en reemplazo de la babilónica reina del cielo, fue escrito un libro apócrifo y espurio llamado La Asunción de María, el cual estaba lleno de absurdos milagros y otras desorientaciones mentirosas, cuya terminación remata diciendo que el "inmaculado y precioso cuerpo" de María fue trasladado al Paraíso.

El origen de la oración del Ave María es oscuro, pero empezó a aparecer alrededor del año 1050, compuesta en parte por una porción de la salutación angélica al tiempo de la anunciación,*(1) y en parte por la salutación de Elizabeth a María,*(2) agregándole un ruego para que la virgen orase por los suplicantes. Pudo haberse originado esta oración en los monasterios de la época.
*(1) "Y entrando el ángel donde ella estaba, dijo: ¡Salve, muy favorecida! El Señor es contigo; bendita tú entre las mujeres" (Lucas 1:28).
*(2) "Y (Elizabeth) exclamó a gran voz, y dijo: Bendita tú entre as mujeres, y bendito el fruto de tu vientre" (Lucas 1:42).

Al tiempo de escribirse las presentes glosas, el sistema católico romano ha aprobado tres dogmas en torno a María: lo de ser la madre de Dios, lo de la inmaculada concepción y lo de la asunción en cuerpo y alma al cielo. Desde hace más de veinte años supe que el sistema católico tenía ya el proyecto de lanzar un nuevo dogma para el año dos mil, el de elevarla a la categoría de "corredentora y mediadora de todas las gracias", poniendo a María en rivalidad con el Señor Jesucristo, único Redentor y Mediador entre el Padre y los hombres.*(3)
*(3) "Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre" (1 Timoteo 2:5).

Hasta el momento no han proclamado este dogma por el temor de dividir al catolicismo mismo, pues ya no vivimos en las oscuras épocas de la edad media y su tenebroso espectro a través de los últimos siglos. Este, como todos los dogmas sobre María que ha aprobado la satánica iglesia apóstata, son contrarios a la Palabra de Dios. En estos días, Juan Pablo II, uno de los pontífices más marianos de la historia, está solicitando a todos los marianos del mundo, a que envíen cartas y firmas al Vaticano para que las comisiones de mariólogos en Roma empiecen a respaldar la aprobación de uno de los dogmas más diabólicos de los anales del catolicismo.
Hace alrededor de mil quinientos años la gran ramera del Apocalipsis cerró las puertas de la Biblia al pueblo, para que la gente no se enterara por el Sagrado Libro de la verdad de Dios y ella, la ramera, pudiera introducir todas las profundidades satánicas que le convinieran. Desde antes de los tiempos del profeta Jeremías, más de seiscientos años antes de nacer María, Dios se enojó con su pueblo porque estaba alejándose de Él por ir en pos de la reina del cielo, Istar, la diosa babilónica de la fertilidad, llamada por los cananeos Astoret y Astarté, y que posteriormente los griegos la llamaron Artemisa y los romanos Venus. El Señor le dice al profeta Jeremías que no ore por ese pueblo, ni le ruegue porque no escuchará. ¿Por qué se pondría el Señor así? Porque su pueblo estaba adorando a la reina del cielo, la misma a la que hoy llaman María, como para dorar un poco la píldora. Le dice el Señor a Jeremías:
"17¿No ves lo que éstos hacen en las ciudades de Judá y en las calles de Jerusalén? 18Los hijos recogen la leña, los padres encienden el fuego, y las mujeres amasan la masa, para hacer tortas a la reina del cielo y para hacer ofrendas a dioses ajenos, para provocarme a ira" (Jer. 7:17-18).
En el capítulo 44 del libro de Jeremías dice que eso le trajo maldición al pueblo hebreo (favor leer los versículos 17 al 23 de ese capítulo).
María, una simple humana, se consideró a sí misma una pecadora, como lo confirma la Palabra de Dios en Romanos 3:23*(4) y Lucas 1:46-47*(5). Toda persona simplemente humana está manchada por el pecado y necesita de un salvador. El mundo ignora, no entiende o no quiere entender que una persona sólo humana no puede ser nuestro redentor; que Dios tuvo necesidad de tomar carne en una mujer, en este caso María, para que como hombre sin pecado y Dios a la vez, el Señor Jesucristo, pudiese salvarnos. El Señor mismo dice claramente:
"Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí" (Jn. 14:6). "El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que desobedece al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él" (Jn. 3:36). "Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre" (1 Ti. 2:5). "Tú, pues, hijo mío, esfuérzate en la gracia que es en Cristo Jesús" (2 Ti. 2:1).
*(4) "Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios" (Rm.3:23)
*(5) "Entonces María dijo: Engrandece mi alma al Señor; y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador" (Lc. 1:46-47).

En estas y en muchas otras citas bíblicas no se menciona para nada a María. Dios vino a salvar también a María y no tendría sentido que la Palabra de Dios incluyera también a María como corredentora. Ella nos da ejemplo de abnegación, obediencia, santidad, sufrimiento, confianza en Dios, solidaridad con el Señor, pero quien fue levantado en el madero, murió por nosotros, resucitó en gloria y fue ascendido al cielo fue el Señor Jesucristo.
Todas las apariciones de la virgen María tampoco tienen fundamento bíblico y sólo sirven para desorientar a la gente respecto del verdadero camino de la salvación, que es el Señor Jesucristo. La Palabra de Dios explica que todas las personas que hayan gustado la muerte, sean salvas o no, no pueden salir del lugar donde se encuentren, sea el Paraíso o el Hades de fuego; y esto incluye a María. Eso sólo ocurrirá cuando, por el poder de Dios, sean resucitadas para salvación eterna o para condenación eterna.

El concilio
Los preparativos de este concilio estuvieron a cargo de los jesuítas, quienes, con años de antelación, se encargaron de organizar asambleas pre-conciliares en diversos países europeos y de Norte América, cuyas deliberaciones y asuntos aprobados se mantuvieron en secreto y bajo absoluto control de Roma, sobre todo lo relacionado con lo de la infalibilidad papal. El objetivo era a todas luces, que cuando el concilio iniciase sus sesiones, nada se debatiese, sino que todos llegasen a firmar los decretos sugeridos por otros. Ya la batalla estaría ganada antes de comenzar cualquier enfrentamiento. ¿Qué intervención le dejarían al Espíritu Santo?
Inició sus sesiones en la basílica de San Pedro, Roma, el 8 de diciembre de 1869. A este concilio el papado no sólo convocó a todos los obispos católicos romanos, los abades con jurisdicción episcopal, a los directores de las órdenes religiosas, sino que también invitó a los obispos ortodoxos y protestantes; pero lo curioso es que este astuto papa pretendía que si los obispos ortodoxos y protestantes aceptaban la invitación, con ello estarían reconociendo la supremacía del papa; lo cual por supuesto no sucedió porque ninguno de ellos acudió a la cita. Este concilio, por el contrario, ensanchó el abismo existente entre el catolicismo romano y las otras organizaciones eclesiásticas cristianas.

Primado de Pedro.
En capítulos anteriores hemos comentado acerca de lo del primado de Pedro. Pero, ¿qué es primado? Primado, en derecho canónico, es el obispo metropolitano que preside a todos los arzobispos u obispos de una nación; o primado universal, en el caso del papa, en su supuesta dignidad como sucesor del "primado" de san Pedro. Es importante registrar que la constitución conocida como la "primera constitución de la Iglesia de Cristo", iniciada con las palabras Pastor æternus, afirma que "el primado de jurisdicción sobre la iglesia universal de Dios fue inmediata y directamente prometida y dada al bendito Pedro el Apóstol por Cristo el Señor"; que los sucesores de Pedro son "los obispos de la Santa Sede de Roma", y que "por la institución de Cristo mismo obtuvieron el primado de Pedro sobre toda la iglesia..., a cuya jurisdicción todos deben someterse".
Este concilio estableció la superioridad del papa incluso sobre los concilios. Todo este esfuerzo de hacer del catolicismo romano un cuerpo estrechamente coordinado bajo la dirección de un solo hombre con semejante autoridad administrativa, iba encaminado entre otras cosas para evitar que ese sistema siguiese considerado como una secta, la mayor tal vez, dentro del concierto del cristianismo organizado, pero el efecto fue lo contrario.
El capítulo de la Constitución Dogmática que registra «La institución del primado apostólico en el bienaventurado Pedro» dice, entre otras cosas:
"Según el testimonio de los Evangelios, el primado de jurisdicción sobre la Iglesia universal de Dios fue prometido y conferido inmediata y directamente al bienaventurado Pedro por Cristo nuestro Señor. Porque sólo a Simón -a quien ya antes había dicho: «Tú te llamarás Cefas» (Jn. 1:42)-, después de pronunciar su confesión: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo», se dirigió el Señor con estas solemnes palabras: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque ni la carne ni la sangre te llo ha revelado, sino mi Padre que está en los cielos, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella, y a ti te daré las llaves del reino de los cielos. Y cuanto atares sobre la tierra, será atado también en los cielos; y cuanto desatares sobre la tierra, será desatado también en el cielo» (Mt. 16:16-20). Y sólo a Simón Pedro confirió Jesús, después de su resurrección, la jurisdicción de pastor y rector supremo sobre todo su rebaño, diciendo: «Apacienta a mis corderos... pastorea mis ovejas» (Jn. 21:16-17)".
La Palabra de Dios dice que nosotros, los miembros de la familia de Dios, la Iglesia, el cuerpo de Cristo, estamos "edificados sobre el fundamento de los apóstoles (de todos, no sólo de Pedro) y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo" (Ef. 2:20). Esa piedra del versículo 18 de Mateo 16 se relaciona con el fundamento, que es Jesucristo, el Señor confesado y predicado por los apóstoles (Jn. 17:20), por todos los apóstoles, no sólo por Pedro, y cuyo testimonio encontramos en el Nuevo Testamento. Ahora, ese fundamento es único. El papa ni es sucesor de Pedro, pues Pedro no se sentó en silla papal, ni es fundamento, pues un fundamento no puede prolongarse en la historia, pues dejaría de ser fundamento. Después del fundamento sigue la sobre-edificación. En Apocalipsis 21:14 vemos la Ciudad de Dios ya terminada, y allí vemos a los apóstoles, a los doce, no sólo a Pedro, como fundamento, pero no a los papas.*(6)
*(6) "Y el muro de la ciudad tenía doce cimientos, y sobre ellos los doce nombres de los doce apóstoles del Cordero" (Apocalipsis 21:14).

De acuerdo con Mateo 18:18, el Señor confiere a la Iglesia el poder de atar y desatar, no sólo a Pedro; y de acuerdo con el contexto, alude al gobierno y disciplina en la Iglesia, y no tiene nada que ver con la pretendida infalibilidad arrogada por el papa romano.
Por último, es necesario aclarar que el Señor no le confirió a Pedro la jurisdicción de pastor y rector supremo de Su Iglesia. El Señor aborrece el nicolaísmo. Recordemos que Pedro había prometido que jamás negaría al Señor (Mateo 26:33), y luego públicamente tuvo una lamentable caída, le negó tres veces. El Señor para demostrar públicamente que Pedro no ha caído en una apostasía, le restaura a su oficio apostólico, haciéndole confesar tres veces que ama al Señor, por las mismas tres que le había negado, y por eso el Señor le reitera: "Apacienta mis ovejas". El apacentar las ovejas del Señor no es monopolio de Pedro. El Señor quiere que Pedro participe de la obligación del servicio pastoral que tienen los demás de apacentar y alimentar el rebaño. El mismo Pedro le dice a los ancianos (obispos) de las iglesias locales:
"2Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; 3no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey" (1 Pe. 5:2-3).

También el apóstol Pablo le dice a los ancianos (pastores) de la iglesia en Éfeso: "Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre" (Hch. 20:28). De manera, pues, que Pedro ni tuvo primado ni lo legó en herencia; y mal puede subsistir en pretendidos sucesores algo que jamás existió. Esto no lo sustentan ni las Escrituras ni la historia.
Y una de las cosas más graves en todos estos abusos del catolicismo romano y sus jerarcas, es que declaraban canónicamente que quienes no estuvieran de acuerdo con todos estos "dogmas", los declaraban anatemas, es decir, malditos, dignos de excomunión.

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