sábado, 30 de diciembre de 2006

Cap. 21B: CONCILIO VATICANO II - Segunda parte

Cap. 21B: CONCILIO VATICANO II - 2a. parte


Divina revelación.
Fruto de este concilio, la Constitución dogmática «Dei verbum» trata sobre la Divina Revelación, la cual, siguiendo las huellas de los concilios de Trento y Vaticano I, equipara a la "tradición" eclesiástica con la sagrada Escritura como dos modos de la revelación divina, y afirmando que en ambas, tradición y Escritura, la Iglesia contempla a Dios. El párrafo 6 del capítulo II de esa Constitución dice que "la Iglesia no deriva solamente de la Sagrada Escritura su certeza acerca de todas las verdades reveladas. Por eso se han de recibir ambas (Escritura y tradición) con un mismo espíritu de piedad". Vemos, pues, que descaradamente el Concilio Vaticano I confirma que las Escrituras son insuficientes como norma de vida y de fe de la Iglesia, y fuente de revelación; lo que ya Trento y Vaticano I habían aprobado.
¿Cuál ha sido el resultado histórico de echar mano de una supuesta tradición apostólica paralela a las Escrituras, por considerar a éstas como insuficientes? Todos esos dogmas contrarios al evangelio donde se fundamenta el poder temporal papal romano y su pretensión de ser vicario de Cristo, la sede apostólica romana, el primado papal, la infalibilidad, la Curia romana, el nicolaísmo, el sacramentalismo sacerdotal, el celibato clerical, la tesorería de méritos de santos difuntos, el purgatorio, la venta de indulgencias, la idolatría, la misa, la inmaculada concepción de María, la ascensión de María en cuerpo y alma al cielo, y muchas cosas más.
En realidad este concilio equipara como iguales tres cosas: la Sagrada Escritura, la tradición y el magisterio de la iglesia, diciendo que "están entrelazados y unidos de tal forma que no tiene consistencia el uno sin el otro, y que juntos, cada uno a su modo, bajo la acción del Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a las salvación de las almas". En la economía divina, todo lo que Dios ha revelado a través de las dispensaciones progresivas, está contenido en el depósito de las Sagradas Escrituras, que es el patrón normativo que regula toda la vida de la Iglesia. Lo que no está de acuerdo con la Escritura, sencilla y llanamente no es de Dios. Ahí está toda la revelación proposicional desde Génesis hasta Apocalipsis, y ya todo fue dado. La revelación se cerró con Jesucristo.
"1Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, 2en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo" (Hebreos 1:1-2).
Judas habla de la fe que sido trasmitida a los santos una vez para siempre, refiriéndose a nuestra fe objetiva, al conjunto de creencias; es decir al contenido del Nuevo Testamento, con miras a nuestra común salvación. Judas dice: "3Amados, por la gran solicitud que tenía de escribiros acerca de nuestra común salvación, me ha sido necesario escribiros exhortándoos que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos". Cuando se escribió el Nuevo Testamento, se acabó la tradición oral que existió durante la vida y ministerio de los apóstoles del Señor; por una razón muy sencilla, la tradición oral prolongada y sostenida por otras personas distintas a los testigos oculares de los hechos hubiera sido vulnerable; y además, a la Palabra de Dios no puede reglamentarla ninguna tradición oral.
El Señor Jesús mismo dice que las Escrituras son las que dan testimonio de Él, excluyendo la tradición. "Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ella tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí" (Juan 5:39). Por otra parte, tenemos el libro de Apocalipsis. Apocalipsis no es un libro aislado en la Palabra de Dios, sino que contiene la conclusión de todas las cosas iniciadas en Génesis. La Palabra de Dios es un todo coherente que se inicia en Génesis y se concluye en Apocalipsis. Existe una perfecta relación de lo que se inicia en Génesis con lo que se concluye en Apocalipsis, de manera que las últimas palabras de Apocalipsis también son las últimas palabras de toda la Escritura, donde leemos lo siguiente: "18Yo testifico a todo aquel que oye las palabras de la profecía de este libro: Si alguno añadiere a estas cosas, Dios traerá sobre él las plagas que están escritas en este libro. 19Y si alguno quitare de las palabras del libro de esta profecía, Dios quitará su parte del libro de la vida, y de la santa ciudad y de las cosas que están escritas en este libro" (Apocalipsis 22:18-19).

Otros. Este concilio reafirmó la doctrina de la infalibilidad papal, pero añadiendo un prolijo contexto explicando que este "carisma" pertenece al papa como cabeza de los obispos, quien, cuando habla ex cathedra, tiene esta autoridad de un modo particular, y finalmente extiende esta infalibilidad a los obispos reunidos en concilio.
En el esquema Eclessia se debatió mucho sobre la colegialidad episcopal, pero encontró la insalvable barrera puesta por el Vaticano I al encumbrar al papa romano por encima de los demás obispos, con su primado y su infalibilidad. Sin embargo, en la tercera etapa de sesiones fue aprobada la sacramentalizada colegialidad episcopal, sin fundamento bíblico alguno, pero dependiente de la voluntad papal, menos bíblica aun.
Otro asunto tratado fue lo relacionado con la sucesión apostólica impuesta por el romanismo, la cual está fundamentada en el sacramentalismo no bíblico de ese sistema. La Biblia dice que "Él mismo (Cristo) dio a unos como apóstoles, a otros como profetas, a otros como evangelistas, a otros como pastores y maestros" (Ef. 4:11). ¿A quién los dio? A la Iglesia, "a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo" (v.12). Pero en cambio, en la Iglesia Católica Romana, la jerarquía misma del romanismo es quien los nombra usando el llamado sacramento del orden. Hay que tener en cuenta que el Vaticano II hizo esfuerzos para reconocer un poco el papel de los laicos, y disipar en parte el profundo aspecto clerical que caracteriza al romanismo. Claro que se estrellaba con que en Trento hubo un definitivo rechazo a la enseñanza bíblica del "sacerdocio universal de los creyentes".*(1) Ante un mundo moderno que ha superado la ignorancia medieval, el catolicismo romano trata de ponerse a tono con esa circunstancia, pero se estrella con sus crasos errores pasados y con la mal fundamentada herejía de la infalibilidad.
*(1) "5Vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo. 9Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable" (1 Pedro 2:5,9).

Aunque en la práctica sigue siendo todo igual, sin embargo, en teoría, la Constitución «Lumen Gentium»,*(2) que es la misma «De Ecclesia», admite el sacerdocio de los fieles (laicos) con la salvedad de que hay un sacerdocio común para los fieles y un sacerdocio ministerial o jerárquico para el clero; de manera, pues, que se trata sólo de renovaciones semánticas.
*(2) L luz de las naciones, o de las gentes.

Consideraciones finales y consecuencias
Es decepcionante que un concilio que movilizó todos los obispos católicos del mundo, con tan larga duración, no satisficiera los anhelos renovadores de mucha gente. Durante las sesiones del concilio se vendió la idea de un cambio reformador, pero a la verdad eso resultó siendo un verdadero espejismo; a la Curia romana no le interesa una reforma de fondo de la Iglesia Católica Romana. El catolicismo romano se ha especializado en las superficialidades y en las fachadas.
En su momento, el Vaticano II vendió la imagen de verdadera renovación, y muchos ingenuos y despistados veían tanto cambio (superficiales, por supuesto), que no vaticinaban sino la desintegración del catolicismo. Pero todos sabemos que hace más de cien años que el catolicismo no ha experimentado cambio de fondo alguno. Un "aggiornamento" no es ni una renovación ni una desintegración, ni mucho menos una reforma de fondo. El "aggiornamento" es más sincretista que renovador. ¿Saben por qué a la Iglesia Católica Romana no le interesa una reforma profunda y bíblica? Sencillamente porque los fundamentos del catolicismo romano no se centran en el evangelio. Roma no nació en Jerusalén. Roma está más emparentada con Babilonia que con Jerusalén. La Iglesia Católica Romana no puede volver al evangelio debido a que jamás estuvo allí, y sus raíces no es precisamente el Nuevo Testamento. No nos engañemos, a pesar de los concilios Vaticano I y II, la Iglesia Católica no ha cambiado ni un ápice; sigue rigiéndose ciento por ciento por los principios contra reformistas del concilio de Trento.
El Vaticano II no es más que un superficial verbalismo teológico que Karol Wojtyla, Juan Pablo II, se encargó de meter en cintura, y se ha cuidado de tomar las medidas a fin de regresar al catolicismo romano del mismo nivel del Vaticano I; y como muestra tenemos la cantidad de teólogos e historiadores católicos, que por cuestionar la dogmática católica surgida fuera y dentro de estos concilios, han sido perseguidos, destituidos de sus cátedras y desautorizados, por no decir excomulgados, por orden del papa, de la Curia romana y de la Congregación para la Defensa de la Fe, como le llaman ahora al Santo Oficio o Inquisición.
Habrá quien se escandalice frente a estas afirmaciones; pero tengamos en cuenta que tal cantidad de concilios en la historia, han sido tantas oportunidades que ha tenido el catolicismo romano para reformarse y no lo ha hecho. ¿Querrá reformarse una institución que lo que ha hecho en la historia es edificar poco a poco una fortaleza cuya cúpula es un gobierno monárquico absolutista e infalible, cuya organización eclesiástica está copiada del modelo político del Imperio Romano? ¿Acaso dejó el Señor Jesús por vicario Suyo a semejante monarca absolutista? ¿Tiene idea la iglesia católica romana acerca del genuino gobierno bíblico y la jurisdicción bíblica de las iglesias bíblicas?
El Concilio Vaticano II estuvo muy lejos de la voluntad de renovar la iglesia que tuvo la Reforma del siglo XVI, pues el espíritu del concilio es integrador y no excluyente. Para que haya una verdadera reforma es necesario excluir todo lo que no esté a tono con el evangelio y la doctrina de los apóstoles (Efesios 2:20). En cambio el concilio propugna por la "integración", es decir, la asimilación o incorporación al catolicismo romano de todo aquello que incluso habían condenado en el pasado. ¿Como qué? El estudio de la Biblia, la libertad religiosa, el lugar de los laicos en la vida de la iglesia, la predicación misma del evangelio, si es que en realidad lo hacen. Pero si eso fuese todo lo que asimila, no estaría mal del todo. La Iglesia Católica romana tiene un espíritu camaleónico para adaptarse e integrarse a cualquier situación por dispar que sea. Es tan camaleónica la actitud de Roma, que se ha inventado una paradójica justificación ideológica denominada «la evolución del dogma», a fin de acomodar las cosas en su afán de que sus aprobaciones pasadas no la aten y dificulten sus asimilaciones modernas, según la conveniencia histórica.
Dentro del seno de la Iglesia Católica postconciliar se originó un progresismo contestatario, es decir, teólogos y clérigos que intentaban interpretar las decisiones del Vaticano II más allá de los fundamentales principios de la fosilizada iglesia romana. Intentaron que la iglesia local y las comunidades eclesiales de base no giraran en torno de la persona del obispo, sino de la asamblea de los fieles; se opusieron a la enquistada oligarquía jerárquica, y contra la estructura de poder de la iglesia institucionalizada, entre otras cosas. Los progresistas usaron la Biblia, pero sin dejarla de hermanar con algo más: con la tradición, con la historia, con el concilio; de manera que jamás salieron del marco católico romano, ni buscaron a Dios únicamente en Su Palabra, como norma suprema y única.
Ni siquiera la teología de la liberación logró reconciliarse con el Evangelio, pues sí se opuso a una jerarquía comprometida con el feudalismo de raíz medieval, pero ella misma se identificó con el marxismo, otra ideología que tampoco es aprobada por la Palabra de Dios, ni responde a las intenciones divinas. Pero indudablemente las comunidades eclesiológicas de base fueron dando forma a lo que fue llamado la "iglesia de los pobres", bien vista por la segunda conferencia episcopal plenaria latinoamericana, en Medellín, 1968, pero vista con mucho recelo por el papado y la iglesia "oficial" romana
El sistema eclesiástico oficial del Israel de ese tiempo rechazó al Señor y Su mensaje, y el Señor salió de Jerusalén y se fue a Betania, en donde sí le creyeron y en donde sí pudo dar vida. Jerusalén lo crucificó, pero Betania lo ungió. La higuera de Israel no le dio fruto, pero en Betania tuvo el banquete con el remanente.
Definitivamente, la Iglesia Católica Romana, con su papado, con su primado romano, con su supuesta jerarquía de Pedro, con su sumo pontificado, con su Curia romana, con su nicolaísmo jerarquizado, con su infalibilidad eclesial y papal, con su sacramentalismo, con su centralismo romano, con su mariolatría, con sus indulgencias, con su purgatorio, con su misa, con su santoral, con su fastuosidad, con su inquisición, con su índice, con su "Opus Dei", con su sacerdotalismo, con su celibato y una larga serie de etcéteras, está muy lejos de ser la iglesia santa que compró el Señor Jesús con Su cruento sacrificio. Pero, ¿a quién tratan de engañar en un mundo que hace rato superó la ignorancia del medioevo? ¿A quién trata de engañar una institución religioso-político-económica más ocupada, con sus intereses hegemónicos, en las cosas de este mundo que en le Reino de Dios?
La Iglesia Católica romana sigue siendo constantiniana, pues a partir del Edicto de Tolerancia del emperador Constantino, toda la sociedad imperial fue incorporada a la iglesia, y a partir de Teodosio el Grande todos tenían que ser cristianos a la fuerza; de manera que en el neoconstantinismo, por el hecho de ser bautizados por un cura católico ya se es cristiano sin más; sin importar si la persona cree y confiesa a Jesús como Señor y confía en Dios que le levantó de entre los muertos (Romanos 10:9). En el constantinismo prácticamente no hay diferencia entre iglesia y mundo. Tenemos el caso, por ejemplo de América Latina. Es un error creer que el pueblo latinoamericano es cristiano, o al menos católico por convicción.
Uno no puede estar convencido de lo que ignora. Este pueblo ha venido despertando de su feudal sueño de ignorancia; es un pueblo que ha venido conociendo a Dios a través de fuentes fuera del redil católico; es decir, en los abrevaderos de la Palabra de Dios, guiados por otros alimentadores que el Señor ha designado. Cualquier misionero cristiano sincero sabe que América Latina es aún un campo virgen que necesita que se le evangelice. La Iglesia Católica ha estado muy ocupada en la camaleónica política de los Estados, aliada con los poderosos.
En el siglo XVI, con la Reforma, el Señor dio los primeros pasos para liberar a Su Iglesia de la esclavitud babilónica, y en todos estos siglos de la modernidad y contemporaneidad, ese trabajo liberador ha continuado, labor que en este momento atraviesa por una etapa de franca restauración de la Iglesia a su condición bíblica, primigenia, genuina y verdadera. Con la Reforma el Señor reaccionó frente al catolicismo romano, pero ante la formación de iglesias nacionales que en nada se diferenciaban de Roma, y la posterior formación de un protestantismo nominal, el Señor tiene una segunda reacción a comienzos del siglo diecinueve hacia la restauración total de Su Iglesia bíblica.
¿Qué es la Iglesia de Cristo? ¿Es una institución terrenal con nombre, élite clerical y personería jurídica? No. La Palabra dice: "Tienes nombre de que vives, y estás muerto" (Ap. 3:1). La Iglesia de Cristo es celestial (Efesios 1:3); no necesita personería jurídica ni autorización otorgada por gobierno terrenal para existir y tener vida. La vida de la Iglesia es el Señor mismo (Colosenses 3;3,4) por Su Espíritu que mora en ella (Romanos 8:9).
¿Es la Iglesia de Cristo un templo? Sí, es un templo, pero no hecho con manos humanas (Hechos 7;48; 17:24). El verdadero templo de Dios es Cristo y todo el que crea en Cristo. "19Respondió Jesús y les dijo: Destruid este templo, y en tres días lo levantaré. 20Dijeron luego los judíos: En cuarenta y seis años fue edificado este templo, ¿y tú en tres días lo levantarás? 21Mas él hablaba del templo de su cuerpo" (Juan 2:19-21). "¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?" (1 Co. 3:16).
¿Es la Iglesia de Cristo un edificio? Sí, es un edificio; pero no un edificio construido con materiales físicos. La Palabra lo responde: "Porque nosotros somos colaboradores de Dios, y vosotros sois labranza de Dios, edificio de Dios" (1 Co. 3:9). La Iglesia de Cristo es una casa que se está edificando sobre el fundamento único de Jesucristo (1 Co. 3:10-12; 1 Pedro 4:17); es Su hogar, Su familia. "19Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, 20edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, 21en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; 22en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu" (Efesios 2:19-22).
La Iglesia es el cuerpo de Cristo (Efesios 1:23; Col. 1:18), y como tal debe dar testimonio de unidad de los creyentes en cada localidad (Efesios 4:,3,4,13; Col. 2:2), con sus obispos y diáconos (Filipenses 1:1); sin más nombres que el del Señor y de la ciudad donde está asentado el candelero, porque la iglesia local es el candelero (Apo. 1:11-12; 3:8).
Todo lo que se ha formado en la historia diferente al modelo bíblico de la Iglesia, por muy bueno que parezca a los ojos de los hombres, si se distancia del modelo dado por el Señor y de la auténtica sobreedificación en oro, plata y piedras preciosas, simplemente es madera, heno y hojarasca, y habrá de quemarse a su debido tiempo; y cuando el Señor venga y disponga Su tribunal para juzgar a la Iglesia, hemos de dar cuenta de todo lo que estamos haciendo, sea bueno o sea malo.

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