sábado, 30 de diciembre de 2006

Cap. 13: CONCILIO DE LYON I

13
PRIMER CONCILIO DE LYON
(XIII Ecuménico, según Roma)


Reunido en la ciudad de Lyon, Francia, en el año 1245. Convocado por el papa Inocencio IV, para, mayormente, fallar la querella del papa con el emperador.

Antecedentes
El Emperador Federico II, acaecida la muerte de Inocencio III, libre ya de la tutela de su mentor de recia personalidad, se ocupó de reivindicar los derechos del Imperio. Pero viéndose envuelto en antagonismos con el papado, hábilmente decidió prometer entrar a defender los intereses de la Iglesia, como el de partir pronto a la Cruzada aprobada en el anterior concilio. Pero en lo que sí puso especial empeño fue en la persecución de los herejes, y no porque tuviera especial interés por motivos religiosos, sino debido a que so pretexto de herejía, se le presentaba la oportunidad de exterminar a sus enemigos políticos. Con estas estratagemas logró que el papa Honorio III (1216-1227) lo coronase Emperador en 1220.
Pero el papa Gregorio IX (1227-1241), sucesor de Honorio, excomulgó al Emperador, y éste, en un gesto más de astucia política que de penitencia religiosa, partió a Palestina, pero en vez de usar las armas, contrajo matrimonio con la princesa Isabel, heredera del reino de Palestina. A raíz de algunos acercamientos pacíficos con los musulmanes, firmó un tratado con Malek el Kumel de El Cairo, por medio del cual tanto cristianos como musulmanes podían convivir en los Lugares Santos y adorar en sus respectivos templos y mezquitas. Como es de suponer, esta cruzada pacífica no fue bien vista por la jerarquía romana, porque lesionaba los intereses del papado, y era visto como un desacato a la autoridad espiritual del papa; de manera que el papa y el emperador, por los intríngulis de la política de su tiempo, se acusaban mutuamente mediante libelos y rumores; lo que trajo como consecuencia otra excomunión para el Emperador Federico II, y cargos de herejía y blasfemia; y mutuamente se acusaban de ser "el precursor del anticristo".
El enfrentamiento armado hubiera sido nefasto para el papado, de modo que el sumo pontífice decidió usar frente al Emperador el arma de la pluma, mediante la recopilación de una serie de "Decretales", para reclamar la supremacía papal, basadas, como es de suponer, en las "Seudo-Isidorianas", a las que ya nos hemos referido.
El 25 de junio de 1243, Sinibaldo Fieschi, cardenal de Génova, era elegido papa, quien tomó el nombre de Inocencio IV. Para esa fecha, Federico II se había apoderado de los Estados de la Iglesia, tiempo en el cual el Emperador cerró las rutas terrestres y marítimas, apresando muchos obispos, arzobispos y cardenales que a la sazón acudían al llamado papal para la celebración de un concilio que pusiera fin a aquella situación; incluso algunos prelados y muchos genoveses murieron en los enfrentamientos armados.

El Concilio
Inocencio IV, resultó siendo un papa enérgico y decidido a hacer prevalecer las pretensiones teocráticas del papado romano; no obstante que Roma estaba sitiada, buscó la forma de burlar el cerco y viajó hasta Francia, y en la ciudad de Lyon, el 3 de enero de 1245, convocó un concilio.
Aunque es de suponer que a este concilio asistieron unos 140 prelados de la iglesia latina, sin embargo esta cifra es dudosa para los historiadores; y aun teniéndola por cierta, históricamente este concilio es considerado un simple sínodo, y tenido por concilio ecuménico sólo por el mandato del papa romano.
Sus sesiones, que fueron tres en total, se abrieron el 28 de junio de 1245, en la catedral de Lyon. El punto central a discutir era la situación de la Iglesia frente al Emperador, a quien se le acusó de perjurio, sacrilegio y herejía, y del maltrato en contra de los prelados. Finalmente Federico II fue nuevamente excomulgado, y sin consultar ni siquiera con la representación eclesiástica alguna, menos la política, de Italia y Alemania, Federico fue depuesto como Emperador y como Rey de Alemania, jugándose el papado el destino de los países europeos basándose en fábulas y pretendidos derechos sobre el mundo, como pretendido dueño y señor de todo el mundo y sus naciones, personas, bienes y cosas en general.
Inocencio IV era un hombre de un carácter enérgico y ambicioso, hábil político y dotado de la astucia capaz como para declarar que no había sido Constantino quien le hubiera dado el poder secular al papado, como ya se había inventado, sino el mismo Cristo, declarando que el Señor había fundado un reino terrenal y celestial; de manera que el príncipe sólo era legítimo cuando había recibido el poder secular por delegación del papa romano.
Vemos, pues, a la cabeza de la cristiandad latina medieval a un autócrata adueñándose del mundo en el nombre del Señor Jesús, ordenando que todo clérigo debía obedecer al papa aun en las determinaciones injustas, pues ¿quién juzgaba al papa? Y para cimentar mejor esta tiranía universal, dispuso las cosas de tal manera que el clero mismo estuviera integrado por hombres ignorantes, que desconocieran las Sagradas Escrituras; esto sin que se ignorase que en la misa se logra hacer de la hostia el cuerpo de Cristo; de manera que el clero, y cuánto más el laicado, sólo podían saber que hay un Dios que premia y castiga, las verdades básicas del Credo apostólico y toda la sarta de mentiras difundidas por el romanismo medieval.
¿Qué le sucedía, entonces, a quien le encontraran una Biblia en su poder o lo pillaran conversando públicamente o en privado sobre materias de fe? Sencillamente era excomulgado, y acababa como reo de la Inquisición. De manera, pues, que vemos los nefastos frutos de la reforma gregoriana comentada en los capítulos anteriores.
Entre otras cosas, este concilio trató de desalentar la supervivencia de agrupaciones que surgían en una época en que se puso muy de moda la imitación de las grandes órdenes mendicantes al estilo de los Franciscanos, Dominicos, Carmelitas y Ermitaños Agustinianos.

Consecuencias
Habiéndose ocupado mayormente en asuntos políticos, más que en los anteriores, las consecuencias del primer concilio de Lyon fueron eminentemente políticas. No nos debe extrañar, pues, observar que ese concilio es una fehaciente declaración de que la Iglesia definitivamente se había convertido en una fuerza política más, pero gracias al Señor, la teocracia papal, aunque fuera su más alta ambición, no llegó a sustituir del todo al Imperio secular europeo que, por cierto, había sido invención del papado mismo en tiempos de Carlomagno.
Esas continuas luchas y enfrentamientos entre el poder secular y el eclesiástico, entre el Emperador y el papa romano, en aras al dominio de las naciones europeas y aun de los reinos latinos de Constantinopla y Jerusalén, habían hecho mucho daño a Europa, y fueron el comienzo del debilitamiento y desprestigio paulatino de ambas fuerzas. Jamás se logró un conveniente y prolongado equilibrio en las relaciones entre el Estado y la Iglesia. A partir de ese momento, el papado maquiavélicamente fue trasladando su atracción política de Alemania hacia Francia; mientras tanto la corrupción de la curia romana iba en aumento, en detrimento sobre todo de la curia alemana, pues todo lo que tuviera que ver con ese reino, estaba en la mira de la desgracia. ¡Oh épocas negras de la historia!

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